La semana pasada en uno de los capítulos de Las Estrellas, la ficción más vista de la televisión abierta, una de sus protagonistas dijo una frase poco feliz y no menos peligrosa: “Siempre que una mujer dice no, es sí”. “Siempre”, dijo. No importa en qué contexto ni nivel de pobre discusión lo dijo. Lo dijo. Y eso avala, autoriza, casi que empuja a naturalizar una violación.
En 2014, el futbolista Alexis Zárate violó a Giuliana Peralta. Giuliana y Martín Benítez, amigo de Zárate y también jugador de fútbol, por entonces eran novios y se habían quedado a dormir en la casa de otro amigo, Nicolás Pérez. Todos jugaban en Independiente. Giuliana se despertó con una frase en su oído: “¿Vos te cuidás?”. Zárate la estaba penetrando, borracho pero preocupado por no dejarla embarazada. Giuliana dijo no esa vez. Y está bastante claro –lo estaba en ese momento para ella y para Zárate y lo está hoy, tres años después, para la Justicia – que lo que quiso decir es no.
Zárate fue condenado este lunes a seis años y medio de prisión, pero no está preso: la cámara de casación debe dejar la sentencia firme para que eso suceda. Un aire de justicia, digamos.
Zárate está a préstamo en el Club Atlético Temperley. Cuando violó a Giuliana jugaba en Independiente y dos años después fue cedido al Gasolero. A los pocos minutos de conocida la condena, el club sureño aclaró que Zárate no jugaría esa noche contra Rosario Central. Después del empate, el DT de Temperley dijo que la decisión de que el condenado siga o no en el club la tomaría el presidente, quien dará una conferencia esta tarde. Uno de los compañeros de Zárate se permitió hablar por “todo el plantel” y aseguró que se siente “apenado” por lo que “le toca atravesar a un compañero”. “Por eso le queremos brindar el mejor ánimo y todo nuestro apoyo”. El apoyo a un violador, bah.
Basta ver en diferentes medios los mensajes de lectores en la noticia de la condena a Zárate para entender que cuando de violencia machista se trata hay pactos de caballeros que tienen los mismos “códigos” y que aplauden, apoyan, encubren, celebran un acto tan terrible como una violación. Si la mujer dijo no, seguro quiso decir que sí. Si gritó, debería haber gritado más fuerte. Si gritó más fuerte, debería haber evitado que un pene entre en su vagina (o en cualquier otra parte de su cuerpo) de manera más contundente. Porque capaz gritó de placer. Porque quería, pero después quiso sacar un mango (¡!) y cagarle la carrera (¡!) a un pobre futbolista con futuro promisorio. ¿Es necesario aclarar en este punto que el pobre futbolista se cagó la carrera solo, al violar a una mujer? A veces, pareciera que sí.
Los medios también se suman a los pactos de caballeros y algunas notas de hoy (a 12 horas de la sentencia del Tribunal oral 1 de Lomas de Zamora) siguen hablando de “presunto abuso”.
Las mujeres machistas también pactan con los caballeros y se sorprenden de que Giuliana no se diera cuenta de que Zárate le estaba corriendo la bombacha. Olvidan que esa noche todos habían tomado y el sueño puede ser más profundo con alcohol encima. Y, si lo recuerdan, acusan a Giuliana de borracha y de que entonces se lo buscó. Porque la mujer no puede perder el control, nunca. Porque ellas nunca lo perdieron. Y si lo hicieron, pactaron con los caballeros para que nadie lo recuerde.
Pero quienes también pactaron con Zárate y con el machismo imperante fueron los otros dos “testigos” de la causa: Benítez y Pérez. Benítez era el novio de Giuliana al momento de la violación y le pidió a ella que, por favor, no lo denuncie. “Cómo querés arreglar”, le dijo en un chat que la víctima aportó a la Justicia. “No quiero que se me pudra todo en el club”, dijo. Hacía dos años que estaban de novios. Y Benítez pactó con Zárate. Y Pérez también: en otro chat, justificó a su amigo. “Estaba borracho. No sabía lo que hizo, se quería morir”. Al menos, Pérez le pidió “perdón”. “No te enojes conmigo, Giu”, le dijo, casi infantilmente. Benítez, ni eso.
“Ahora todo es violencia de género”, se oye por aquí, por allá y por la televisión. Hasta hace un tiempo ese discurso bastante generalizado hacía que me frene y pensara dos veces antes de hablar con determinadas personas sobre el tema. Pensaba que para qué, que no tenía sentido, que no pensaban como yo. No me daba cuenta de que ahí, justamente ahí, en ese no pensar como yo estaba la clave. Yo tampoco pensaba así hace años. Yo también cuestioné alguna vez una minifalda y “dónde están esas madres” (nunca esos padres, siempre esas madres). Yo también estaba equivocada en desviar el foco. Yo también estaba pactando. Pero ya no. Ya no pacto, no naturalizo. Y, lo más importante, ya no me callo. Si no les gusta lo que oyen, deberán dejar ellos y ellas de escucharme. Pero yo ya no me callo. Al fin y al cabo, si siguen naturalizando, avalando, empujando, mucho no tienen que hacer a mi lado. Yo no pacto. No pacto más.
*Columna publicada originalmente en Diario Popular