“Hoy en el censo reconocí por primera vez mis raíces indígenas y fue muy fuerte pero también emocionante y una mezcla de orgullo e impotencia de porqué no lo hice antes. No era una vergüenza, era asumirlo y decirlo nomás”. Lula tuiteó esa frase unas horas después de que la censista pasara por su casa en el barrio porteño de Almagro. Guardó el celular y salió a pasear con Jaime y Teo, sus dos perros. Las notificaciones no paraban de llegarle a su celular. Paró y leyó:
“Nos chupa un huevo, pedazo de aborigen”. “Y, si, una cara de bolita”. “Boliviana de mierda”.
Lula es salteña. Hace 10 años se mudó a Buenos Aires. Fue la primera vez que la censaron en la capital del país. Como no pudo completar el censo digital, ayer esperó a la censista con café y un budín que horneó especialmente. Fue la primera vez, también, que le preguntaron si tiene descendencia de pueblos originarios.
“Me emocioné mucho, porque era también hacerse cargo de lo que una es. Y cuando una se hace cargo de eso, se va encontrando con una misma”, dice a Cosecha Roja. “Yo no vengo de los barcos, vengo del interior. Por eso responder esta pregunta lo sentía como algo representativo, super personal”, cuenta.
“Antes, decir que tenías un origen así era hasta vergonzoso. Me pasa en mi provincia, que está muy marcada por la clase. Reconocerlo fue una victoria moral mía. Lo tuiteé con mucho amor, y me llegó una catarata de cosas horribles”, dice.
Lo que más le llamó la atención fue que los mensajes de odio y racismo no venían de trolls. Eran personas con nombre y apellido, muy jóvenes en general. “Mucho votante de Milei”, descubrió después.
También recibió mucho amor: después de respirar hondo, eligió quedarse con eso.
La pregunta por si te reconocés indígena o descendiente de pueblos indígenas u originarios fue una de las novedades del censo. La organización Identidad Marrón lanzó la campaña #SíALa22, para impulsar a las personas marrones, con rasgos indígenas o que se reconocen como tal a contestar afirmativamente esa pregunta. Es la manera de contabilizar a las poblaciones originarias y sus necesidades.
Naimid es marrón. Su descendencia mapuche viene de su abuela materna. “Yo no me reconozco como una persona mapuche, pero entiendo mi historia familiar y entiendo que otra persona sí puede reconocerse. Y si yo no tengo más información sobre el idioma y las tradiciones de esa cultura es porque hubo una campaña estatal de violencia y persecución que hizo que mi abuela no pueda enseñármelas”, dice. “Ella adquirió el mapudungun en cuenta gotas y si hablaba en ese idioma en el colegio le pegaban con una regla en las manos. Era una identidad que debía esconder”, cuenta.
Por eso a Naimid le pareció tan importante esa pregunta. “En este año en particular me pareció muy positivo el poder reconocer también a una sociedad que es diversa, en tanto su historia, su descendencia, su reconocimiento de identidad de género, pero también en la diversidad de pueblos que vivimos en este territorio”.
Para él, que se autopercibe no binarie, el momento de mayor ansiedad fue responder la otra pregunta novedosa: la que indaga por la identidad de género autopercibida.
Y ahora está ansioso por conocer los números. “Porque eso va a ayudar a pensar en colectivo y a diagramar políticas públicas específicas”, dice. “Y, a la vez, pienso que ese número no va a ser representativo porque hay un montón de subjetividades que te hacen llenar o no ese casillero. Y tenemos que hacernos cargo de esas contradicciones como sociedad”.
Algo de esto expresó la periodista travesti Victoria Stéfano en sus redes: “Para mí no es un problema hablar de mí sexo asignado al nacer, ni mencionar mi identidad de género autopercibida (…) pero hay otras miles de personas trans ahogándose de pánico en este mismo momento solo de pensar que tienen que hablar de esa cuestión con un absoluto extraño, y miles de niñes a quienes les va a ser negado el reconocimiento de su identidad autopercibida por sus propies xadres”, escribió.
Para ella, “seguir pensando políticas desde la experiencia cis, para gente cis, inevitablemente nos deja por fuera, aunque sea claro el esfuerzo por incluirnos”. “Por eso es necesario que lo construyan con nosotres. Con nosotres en todas partes”, concluyó.
Para Naimid, los resultados del censo también llevarán a lo público la diversidad de identidades que hay en la sociedad. “Me parece que eso también es visibilidad”, opina. “Mostrar en la superficie algo que todo el tiempo está circulando por debajo. Esas entreredes que son vitales, que las necesitamos, pero que también tenés que llegar a ellas”. Él tardó mucho tiempo en llegar y construir esas redes de militancia y activismo, necesarias para poder hacer su transición de género. “Mientras antes llegue la información, más fácil es poder hacer procesos personales que, en definitiva, son colectivos y políticos”.
Por primera vez en la historia argentina, también se conocerán datos precisos de personas afrodescendientes. Marina Crespo se define como afroargentina y afroenterriana. Ella coordina Agrupación Entre Afros, una agrupación de afrodescendientes de Entre Ríos.
“Gracias a las demandas de los afroamericanos y las afroamericanas, de manera independiente y a través de diferentes organizaciones, trabajando conjuntamente con organismos gubernamentales y no gubernamentales, se logró que en el formulario censal único se promueva el reconocimiento de la diversidad que hay en la Argentina”, explicó a Cosecha Roja.
En realidad, esta pregunta ya estaba en el censo de 2010, pero en un formulario anexo. Esta es la primera vez en la historia que se incluyó en el formulario general.
Para Crespo es fundamental que “habitantes tanto de pueblos originarios como afrodescendientes” puedan expresar cómo se autoreconocen y autoperciben. “Y podamos hablar de la existencia actual de nuestra comunidad, dejando de lado el mito de que desaparecimos en las guerras, de que nos llevó al fiebre amarilla y de que el mestizaje hizo que nuestra cultura desapareciera. Nuestra cultura y nuestra comunidad sigue viva”, dice.
Un día fui censista
Aitana vive en Quilmes. Le tocó censar unas 20 viviendas en Villa Luján, un barrio nuevo que está justo detrás del colegio San Jorge, el segundo más caro del país. Tuvo que censar a cada familia porque ninguna había hecho el censo digital: según las cifras oficiales, 23 millones de personas lo hicieron online, lo que facilitó mucho el trabajo de los 650 mil censistas que se desplegaron en todo el país.
Para Aitana, no fue una dificultad. “Todes me invitaron a sentarme, me traían a les niñes para que me respondan elles las preguntas. Yo nunca había censado y me fui re contenta”, dice.
También se fue con una descompostura que le duró toda la jornada. Aitana es vegana y una de las familias que censó la estaba esperando con un café con leche. “Yo no había comido nada en todo el día, estaba muerta de hambre. Así que me lo tomé todo”, cuenta. Estuvo todo el día con retorcijones. “Pero no podía rechazar ese café con leche que me habían hecho con todo el amor, calentito, para que no pasara frío”, dice.
Ayelén censó en el barrio Fisherton, en Rosario, Santa Fe. De las 26 viviendas por las que pasó, el 40 por ciento había hecho el digital. La mayoría que no lo hizo fue por la brecha digital generacional: personas adultas mayores que no usaban computadora ni tenían internet.
En una de las viviendas se encontró con tres hogares. Un viejo edificio abandonado ocupado por varias familias. En estos casos, la brecha digital era económica: no tenían cómo ni con qué costear una computadora e internet.
Ayelén se quedó con la sensación de que las preguntas del censo eran insuficientes, sobre todo en la parte económica. “Sentí que no quedó nada registrado de esas familias que vivían en ese edificio ocupado, cómo llegaron ahí, etcétera”, detalla.
Fue una linda jornada, dice. Mucha solidaridad y entusiasmo de las personas del barrio.
A Javier le tocó ser jefe de radio en el barrio Stella Maris, una zona rosarina que está en medio de asentamientos y muy cerca del barrio más acomodado de Fisherton.
Tenía a cargo siete censistas y unas nueve manzanas. “Una de ellas, con muchos pasillos. Un lugar que se fue poblando muchísimo con respecto al censo anterior y del que no había registro”, cuenta. Eso hizo que varios de los censistas no pudieran terminar con los censos: cada uno tenía entre 30 y 40 viviendas y se sumaron las que no estaban registradas. La mayoría no había hecho el censo digital y eran familias numerosas.
“Me sorprendió la cantidad de gente que no había hecho el digital. No sé si por cuestiones de falta de alfabetización digital o falta de recursos. Pero eso alargó mucho la jornada”, dice.
A Javier le consta que en zonas más céntricas de Rosario un rato después del mediodía ya había estaba todo censado. Ellxs se quedaron hasta la noche.
Los primeros resultados del censo, algo así como un boca de urna, se supone que se conocerán este jueves. El primer dato desagregado por sexo y lugar estará en tres meses. Los datos definitivos, recién dentro de ocho meses. Por primera vez en la historia, Argentina podrá decir, con datos concretos, cuáles son nuestros orígenes y cuán diversa es nuestra población, por más que a muchxs les duela.