Por Carolina Rojas – La voz de los que sobran
Ese sábado Juan Francisco Alarcón (27) estaba particularmente contento y desayunó junto a su familia. La sobremesa se extendió hablando de todo lo que había ocurrido el día anterior: los estudiantes, las protestas y barricadas, el hastío de la gente. Era el día después del estallido social.
Lo primero que vio al encender la televisión fueron las imágenes sobre los destrozos en Santiago, postales que por cierto los noticieros repitieron todo el día. El joven tuvo sentimientos encontrados, por un lado la gente en Iquique también se estaba movilizando; por otro, tuvo un destello de temor.
En la ciudad nortina hubo varios llamados a marchar y Juan Francisco pensó que sí, que tenía que ir. La ciudad en general es reticente a las manifestaciones, pero esta vez era distinto.
-Sería bueno tomar fotos y grabar algo, es histórico-, le anunció a su familia en la tarde.
-Hijo, cuídate por favor-, le rogó su mamá.
Era una convocatoria comunal, revisó las redes sociales en su celular un par de veces y muchos conocidos iban a ir. Conversó con su pareja quien estaba en Santiago, ella le habló sobre la represión en Puente Alto y en el centro de la ciudad.También le pidió que se cuidara.
Al llegar a la manifestación, se dio cuenta que había familias y gente de la tercera edad, hubo comparsas y música, en medio de la caminata en dirección hacia la Plaza Condell. Juan Francisco miró de lejos y se emocionó, se sintió seguro. Vio varias caras conocidas. ¿Qué podía pasar?
Cuando pasaron por fuera del regimiento de la Sexta división-frente a la playa Cavancha- hubo un corte de luz y comenzó la violencia. No se podía respirar en medio de la nube de gas lacrimógeno y empezaron a disparar perdigones, algunos directo al cuerpo. Juan Francisco corrió a protegerse y cerca de la puerta del recinto del ejército sintió un golpe en la espalda. Un militar lo derribó en ese instante, una vez en el suelo lo redujo y lo arrastró hacia adentro del cuartel donde había siete funcionarios más.
El militar que lo había tacleado lo tomó del pelo. En ese momento sintió los golpes secos en su rostro y se rompieron sus anteojos.
-¡Agarramos, agarramos a uno!-, escucho el joven y pensó lo peor.
Fue en ese momento en que llegaron otros militares y se unieron a la golpiza con patadas y puñetazos. Le amarraron la chaqueta al cuello, lo encañonaron con un fusil y “pasaron bala”. Juan Francisco se sentía fuera de su cuerpo, eso no le podía estar pasando a él.
Instantes después lo empujaron hacia el casino de oficiales, lo pusieron boca abajo en el suelo y siguieron pateándolo. Lo golpearon con un fierro en los testículos y el ano. Otros aplastaron sus genitales con las botas y le volvieron a patear la cara.
-En todo momento pensé que iba a morir, uno lo lee en libros como esto pasó en una parte oscura de la historia del país, jamás pensé que iba a pasar en ese contexto, que me iba a pasar a mí-, comenta y se emociona por primera vez.
Cuando lo dejaron descansar fue para amarrarle de los pulgares y las muñecas con las manos atrás de la espalda. Luego le sacaron las zapatillas y le amararon los tobillos. Le cubrieron el rostro con una chaqueta. Juan Francisco ya no podía respirar. Luchó por respirar. Lo arrastraron de los brazos, siguieron golpeándolo hasta que un momento sintió electricidad en sus piernas. En ese momento perdió la conciencia.
Cuando despertó escuchó que uno de los militares dijo “¿Qué hacemos con este huevón?”. Lo arrastraron para volver a ponerlo de pie y volvió a sentir más golpes. Ya no estaba ahí, es como si hubiera dejado su cuerpo abandonado a tanto dolor. Le sacaron fotos a su rostro y a sus tatuajes.
“Te tenemos identificado, te podemos buscar”, le advirtieron. Había llegado un carabinero. Lo empujaron hasta el carro policial donde lo siguieron tratando con agresividad.
En ese momento el vehículo salió por calle Diego Portales en dirección al Consultorio Cirujano Guzmán.
En el centro médico lo mantuvieron esposado en todo momento, incluso las enfermeras le insistieron al policía que le retirara la esposas para poder tomar la presión de manera correcta, pero no accedió. Le suturaron el costado del ojo derecho y lo volvieron a esposar. Lo trasladaron a la comisaria ubicada en la avenida Salvador Allende. No le leyeron sus derechos, ni lo dejaron comunicarse con sus familiares.
Quedó encerrado en un calabozo y durmió en el suelo. Al día siguiente fue pasado a control de detención ante el Juzgado de Garantía de Iquique donde fue formalizado por ingreso a un recinto militar.
Sus lesiones fueron acreditadas una semana después en el Servicio Médico Legal bajo el Protocolo de Estambul, una guía que contiene las líneas básicas con estándares internacionales en derechos humanos para la evaluación médica y psicológica de una persona que se presuma o haya sido víctima de tortura o algún mal trato. Su aplicación requiere examinar el contexto en el que se dan los hechos, es decir, hacer una indagación psicosocial.
-En todo momento me dijeron que me iban a matar, “hasta acá llegaste flaco”, “Te gusta andar hueviando” repetían-, recuerda el joven.
La entrevista se da por video llamada, en sus gestos, en los ojos que se humedecen al relatar lo ocurrido, se percibe que el recuerdo aun lo afecta.
Juan Francisco es moreno, usa bigotes y tiene la voz afable. Tiene el look de un joven cualquiera. En medio de la conversación, confiesa que después de ser víctima de tortura, nunca más fue el mismo. Que hay un vacío que surge después de la pérdida.
Ahí están las pesadillas, la ansiedad, cierto tartamudeo que le quedó desde ese tiempo. Cosas que irá contando de a poco.
Días después de la agresión, la VI División del Ejército negó estos hechos y entregó un comunicado en el que relatan la supuesta versión de lo que ocurrió aquella tarde. Dijeron que a esa hora en el interior del recinto, se encontraban familias de militares compuestas por mujeres y niños, que fueron atacadas por una turba de manifestantes violentos, mediante el lanzamiento de objetos contundentes como piedras, botellas y elementos de fuego como bengalas y bombas molotov.
También informaron que un grupo de enardecidos manifestantes había intentado a derribar parte de la reja perimetral del Hotel Militar ‘Granaderos´ y que Juan Francisco había intentado entrar y que había sido sorprendido en flagrancia.
El lunes 19 de octubre de este año un video se viralizó rápidamente en las redes sociales. En las imágenes se puede ver cómo como los militares apuntan a un grupo de personas que pide que por favor bajen las armas, además tiran algunas bombas de ruido.
-¡No apuntís, no apuntís huevón, hay niños!-, se escucha a un hombre.
A Juan Francisco, esa escena, no hizo más que recordarle todo. Su agresor no ha recibido ninguna sanción hasta la fecha.
El 20 de noviembre del año pasado el concejal de Iquique, Matías Ramírez, junto a dos estudiantes heridas por balines de militares del mismo cuartel, Leslie Narváez y Carla Addison, presentaron una querella en contra del General en Jefe de la VI División de Ejército, René Bonhomme y Juan Carlos Henríquez, por violación de derechos humanos sistemática y generalizada en la Región de Tarapacá.
La acción judicial apuntaba a la responsabilidad jerárquica y de mando en la decena de casos documentados en que militares -a su cargo- dispararon balines directamente al cuerpo de manifestantes, desde el interior del recinto militar.
Otra de las víctimas es Cristopher Astudillo, un joven de Alto Hospicio que recibió un balín en el ojo izquierdo. El disparo fue también percutado desde dentro del regimiento. También existen otros casos con pérdida de globo ocular derecho y otro con compromiso de pulmón.
Ramírez, quien también lleva el caso de Juan Francisco, comenta que el caso del joven además lo tomó el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). Pone énfasis en que hasta la fecha no tienen conocimiento de que se hayan hecho sumarios internos en la división.
En la mayoría de los casos el Ejército ha negado la utilización de escopetas antidisturbios y perdigones, pese a los testimonios y registros audiovisuales. Todas las causas son llevadas por el fiscal Jefe de Iquique Gonzalo Guerrero, las víctimas acusan que no hubo avances en ninguna de ellas.
-El mayor responsable es René Bonhomme Soto, comandante de la Sexta División durante el estallido social, es una institución jerarquizada, debió existir una orden formal por parte del mando para proceder a reprimir y disparar. (…) Tras un año, se vuelve grosera la inactividad del Ministerio Público en causas relacionadas con la violación de Derechos Humanos, no existen formalizados ni imputados, no se requiere al Ejército para la entrega de información, el que se ha negado o ha realizado entrega parcial de antecedentes. Creemos que existe un estándar diverso en comparación a personas que han sido imputados por destrozos o desórdenes, donde se actúa con celeridad y se mantiene a muchos jóvenes en prisión preventiva- , comenta.
Juan Francisco aprendió a vivir con ese episodio de su vida y dice que a veces los sentimientos alternan entre la rabia y la pena. Se frustra, y como parte de la sintomatología que reconoce tras la tortura, está la imposibilidad de hacer deporte. También tiene problemas para conciliar el sueño, incontinencia urinaria y signos de ansiedad. Su soporte ha sido su familia y su pareja. Pero lo que más le aterra es la normalización de las imágenes de la represión, la violencia como un monstruo que llegó para quedarse.
–Esto le puede pasar a cualquiera, eso es lo hay que entender, nadie de quienes hoy asisten a las manifestaciones está al margen de no ser víctima de un trauma ocular, tratos crueles, tortura o perder la vida, es algo que desde octubre del 2019 ya se instaló-, dice.
El joven además se enteró del nombre de su agresor y también de que ese día fue el bautizo de la hija menor del jefe de zona, en el Hotel Granaderos, al costado del recinto militar. En varios videos, que exhibió el propio ejército, se ve cómo un par de personas tiran piedras y patean una reja. Minutos después aparece la imagen de un hombre arrastrado hacia el lugar. Es Juan Francisco.
Había un listado de 48 civiles que llegaron a la fiesta, su torturador estaba de franco, pero al ver la protesta en la televisión habría ido a enfrentarse con los manifestantes. Como en los tiempos más oscuros de Chile, Juan Francisco fue torturado en el mismo lugar donde había una celebración.
Estos últimos meses transformó el dolor en activismo, se reunió con otras personas que habían pasado por lo mismo que él y crearon la Agrupación de Víctimas de Violencia de Agentes del Estado (Avidvae).
Es un año que ha sido particularmente difícil y a eso se suma que la posibilidad de conseguir trabajo o retomar los estudios de sicología, se vio enlentecida con la pandemia. Al final de la entrevista entrega una reflexión y por primera vez se quiebra. Porque siente que pese a todo, en medio del dolor hay un atisbo de esperanza.
-Sigamos luchando, no bajemos los brazos, después de muchas generaciones nunca habíamos estado tan cerca de poder cambiar este país de mierda. Después de una tortura no te dan pega, eres un terrorista, alguien que puede tener problema de salud mental, al perder un ojo sucede lo mismo, en mi caso se me negó hasta el acceso de la educación, tuve problemas para convalidar mis ramos. La tortura afecta tu vida entera-, dice antes de terminar la entrevista.