Ayer mientras en Argentina se festejaba el Día de la Madre, en Chile transcurría la segunda jornada de toque de queda instalada por el ejército. En ese momento Sebastián Piñera declaraba, impune, que lo que vive el pueblo chileno hoy es una guerra. Lo decía rodeado de milicos, justificando así todo la represión y muerte de estos días, pero sobre todo dando vía libre para que las fuerzas armadas hagan y deshagan con las vidas de millones de personas.
Escucho eso y pienso en mi vieja. Hace dos días fue detenida por desacato a la autoridad. Me pregunto si acaso esto no es una guerra contra las mujeres como ella: mujeres de los márgenes que han crecido y vivido en una dictadura nefasta y que hoy salen a la calle después de años de silencio.
Desde este lado de la cordillera puedo escuchar su voz nasal y filosa gritándole a los pacos y una lagrimita rosa fucsia recorre mi cara. Mi mamá, que fue una madre niña, fue detenida por enfrentarse a los pacos para defender a unas chicas manifestantes, se puso frente a ellas como un escudo con escote y ropa ajustada.
De mi mamá heredé el resentimiento, las tetas y algunos silencios. Pero también esa rabia incansable contra la injusticia, que es lo que me hace admirarla tanto y que es lo que la hace enfrentarse a los pacos en nombre de todo lo que considera justo.
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Mi mamá vivió su infancia y su adolescencia siendo la díscola en una familia de derecha, llena de mandatos y represión. Creció en un país en dictadura. Una dictadura que exterminó a la izquierda y que buscaba controlar hasta los polvos de ese pueblo oprimido, con el miedo a decir, a hablar, a hacer cualquier cosa que se saliera de la norma.
Muchxs de nosotrxs heredamos esos miedos, pero también esa rabia. Heredamos la protesta de nuestras madres, tías y abuelas. Muchas de ellas hoy vuelven alegres y rebeldes a las calles de Chile.
Me escribe mi tía, que es la cuñada de mi mamá pero que fue la única en apoyarla cuando se separó de mi viejo. Lo personal es político: también es la única de mis tías que sale a hacer barricadas en pleno toque de queda. Me manda la foto de un fuego que hizo ella con mis primas en la esquina de casa. Y lágrimas rojo chispas recorren mis mejillas en nombre de las mujeres como mi tía que llevan años luchando anónimamente y sin ningún reconocimiento.
Pienso que estos fuegos que hoy iluminan las calles en Santiago son los fuegos que ellas cuidaron para asegurarse de que nunca se apagaran. Aun después de la llegada de esa democracia tibia y de paños fríos los guardaron adentro de sus casas, en las hornallas de la cocina, en las estufas durante el invierno y los compartieron en cada pucho, cuando nos relataban sus utopías entre medio de ojos llorosos y puños en alto, esperando el momento para encender este incendio bello y subversivo.
Las mujeres como mi tía y mi mamá se merecen que estos fuegos lleven sus nombres. Yo a la distancia lloro como una tonta de verlas alegres y subversivas. Porque conozco sus historias y sé que estos fuegos serían imposibles sin la lucha y la resistencia de esas mujeres de las periferias que han sido olvidadas por sus compañeros que hoy se sientan en despachos y alcaldías borrando ese recuerdo incómodo de esas mujeres que arriesgaron su vida en la última dictadura sin pedir nada a cambio.
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Es en parte gracias a mujeres como ellas que hoy recuperamos esa utopía que el neoliberalismo nos había quitado. Gracias a mujeres como ellas es que hoy está lleno de cabrxs luchando en la calle, gracias a mujeres como ellas es que hay feministas revoltosas y valientes como mis primas que han dejado el cuerpo en la calle.
Mi mamá está tranquila. A esta altura no hay mucho que perder y la adrenalina de estar ahí le da claridad. Me cuenta que ayer fueron a una barricada y mi hermanita le preguntó si podía acercarse para arrojar una ramita al fuego. Y esa ramita niña como mi hermana hace que cada fuego vuelva a tomar sentido.
Aunque en Chile el Día de la Madre se celebra en mayo, aunque hace años que tengo una tensión con ese día y con lo de ser madre, me gustaría estar con ella y verla protestar. Como cuando en dictadura y vestida con un uniforme liceano decía que iba a estudiar, pero en realidad iba a gritarle a los pacos. Como ha hecho siempre con su voz nasal y filosa que puedo escuchar desde este lado de la cordillera.