En Brasil se estima que el 1 por ciento de las violencias de género ocurren en Internet. 120 mujeres son agredidas y acosadas en línea por día.
Maria Eduarda Melo estaba recostada sobre los libros e intentaba concentrarse en las páginas de contabilidad introductoria. Mientras leía conversaba con otros 59 compañeros de clase en un grupo de whatsapp. El teléfono le servía para mantenerse despierta y compartir la angustia ante la prueba universitaria. A las cuatro y treinta de la madrugada al grupo comenzaron a llegar fotos de los estudiantes tirados sobre las hojas. María Eduarda apuntó la cámara para sí y envió su propia versión de la madrugada extenuante. De camisón, apoyada en la cama con uno de los brazos reclinado en la cabeza y otro en el libro, hizo el click y se fue a dormir.
Cinco horas más tarde despertó con el móvil lleno de mensajes y una constatación. Se había convertido en una víctima del tribunal de internet. Un detalle casi imperceptible había llamado la atención de algunos colegas del grupo: en la imagen aparecía un pedazo de la aréola de uno de los senos de Maria Eduarda. Suficiente para su foto se comparta de manera secuencial en diversas redes de universitarios del Gran Recife. Maria Eduarda, a los 17 años, se convirtió en una estadística casi invisible en Brasil: la de las 120 mujeres que todos los días son víctimas de violencia en línea en el país.
Los hombres vestidos de camiseta verdeamarela que aparecen en un video publicado en una red social incentivando la rubia a llamar, en portugués, su própio órgano sexual de “b… rosa”, mientra ella no sabía lo que decía. El país se indignó con eso, pero sigue indiferente al dolor de las brasileñas que tienen diariamente la vida expuesta y violada virtualmente. No se trata de un problema menor: aunque de todos los comportamientos agresivos y difamadores en el mundo virtual, el 95% tenga como objetivo el público femenino.
Aquellos hinchas repudidados no son muy distintos de lo uno en cada tres hombres que ya compartiron imágenes caseras de mujeres desnudas hechas sin que ellas supieran. El tema ya ha merecido hasta estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con justificación. De cada 10 mujeres que usan Internet, hay siete Marías Eduardas sufriendo por haber sido expuestas a alguna violencia en línea.
Si cada dos segundos, de acuerdo con el reloj de la violencia del Instituto Maria da Penha, una mujer es víctima de violencia física o verbal en Brasil, es casi obvio para los expertos en discusiones de género que esa violencia se vive también en el mundo digital. “La Internet es la nueva calle”, dice la profesora de derecho de la Universidad Católica de Pernambuco (Unicap) y coordinadora del grupo Frida de Género y Diversidad, Carolina Ferraz. Para ella, “el espacio cibernético es nuestra casa, nuestro barrio. No si puede verlo lejos de nuestra realidad”. Y permite “la continuidad de la sistemática machista, por la cultura de la banalización de la violencia de género, que mira a la mujer como objeto”, dice la gerente de contenido de la ONG feminista Olga, Débora Torri.
Cuando Maria Eduarda sufrió ese acoso viral, no sentía esa cultura pesar sobre su cuerpo. La diferencia era la exposición involuntaria y la inmediata vergüenza. La foto ya estaba en seis grupos de universitarios del Gran Recife. En la rueda de amigos y desconocidos. La imagen ganó flechas apuntando hacia su seno. “Hasta yo he mirado la foto y tuve dificultad de ver la aréola. No sé cómo las personas tuvieron esa capacidad”, recuerda. La primera reacción fue sentarse y llorar. Después, contar a la madre y ser llamada irresponsable.
Aquel día Maria Eduarda subió en el autobús hacia la universidad con vergüenza. Para ella, todas las miradas eran de juicio, todos los pasajeros habían visto la foto. Y no había nada de absurdo en deducir eso: el 61% de la población brasileña es usuaria de la red. O sea: seis de cada 10 pasajeros de aquel colectivo eran potenciales consumidores de su imagen.
Ese día, en la clase se encontró a cada uno de los 59 compañeros de grupo. En el aula, nadie habló con ella sobre el asunto.
Acosador serial
Ella era columnista de un vehículo de comunicación local. Él, funcionario de la presidencia del mayor centro comercial de la ciudad de Maringá, en el estado de Paraná. El año era 2006. Rose Leonel no quería más el noviazgo, pero su ex compañero no aceptaba. Le pedía volver y comenzó a amenazarla con el propósito de rescatar el romance. Si no volvía, decía él, le arruinaría vida. Y así lo hizo. El hombre inició una cruzada incansable para manchar la imagen social de Rose. Hackeó la cuenta de correo electrónico de la periodista y, valiendose de algunas fotos íntimas intercambiadas por la ex pareja, comenzó a disparar el contenido a una lista de 15 mil contactos. Era una secuencia de fotos. Algunas verdaderas. Otras, montajes producidos a partir de imágenes de sitios de pornografía.
No satisfecho, subió las imágenes en sitios porno, con el e-mail y el teléfono de contacto de Rose, que empezó a recibir mensajes con propuestas e invitaciones para salir. Cuando las llamadas eran al teléfono fijo, quien atendía muchas veces era su hijo, con entonces 11 años. Incansable, el ex compañero emprendió otras formas de execración públicas. Hizo copias de un CD con las imágenes y distribuyó entre familiares, conocidos y habitantes desconocidos de la ciudad. Iba a los condominios locales y dejaba la grabación en la portería. Hizo carteles y los colgó en el comercio popular.
“Lo denuncié a la justicia, él pagó una multa de R$ 3 mil y continuó cometiendo el crimen. Yo estaba desempleada, desacreditada. Nadie en la ciudad quería mi causa, nadie creía en mí”, recuerda.
“Las normas sociales imponen a la mujer el cumplimiento de reglas de recato y, cualquiera que se atreve a huir, vá a sufrir una condena. En Internet, esa condena es más explícita”, describe la presidenta de la comisión de la mujer de la Orden de los Abogados de Brasil Seccional Pernambuco (OAB-PE), Ana Luiza Mousinho.
El agresor online se vale de esa tendencia de la sociedad de culpar a la víctima y, por eso, dice Carolina Ferraz, actúa con el objetivo de destruir la vida de la mujer. Los expertos en seguridad de la información y derecho defienden que ese tipo de violencia es tan destructiva como la física. Incluso porque en general es la suma de otras violencias, apunta Mariana Nadai, de Olga.
“Los efectos secundarios son parecidos. De sentirse inferior, caer en la depresión o incluso suicidarse. “Hay una privación de la vida social, en función de la vergüenza, y un sileciamiento, pues muchas mujeres que intentan denunciar sufren aún más violencia”, puntualiza Débora Torri, de Olga.
Rose tuvo que ir a São Paulo para obtener un abogado. En la justicia, logró la condena del ex compañero a 1 año y 11 meses de prisión y una indemnización de R$ 30 mil. Eso ya hace cinco años. La pena fue revertida en donación de cestas básicas. La multa nunca fue pagada. Incluso siendo dueño de tiendas comerciales y con empleo formal, el criminal no tiene ningún bien en su nombre. Lo peor para ella es la infinidad de la pesadilla. “Un crimen en la vida civil tiene comienzo, medio y fin. En Internet, se perpetúa. Hay siempre una posibilidad de retorno”.
Las formas de la violencia
Lo que Rose Leonel sufrió tiene nombre: es sextorsión, “uso de imagen para intimidar o extorsionar”. Una de las formas más comunes de violencia contra la mujer en la red, al lado del cyberbullying (ofensas) y del cyberstalking (persecución online). El informe “Violencias de género en Internet: diagnóstico, soluciones y desafíos”, de Coding Rights e Internetlab, señala al menos 12 formas de violencia de género en línea. Cuando comenzó su pesadilla, a Rose le costó encuadrar la propia experiencia en cualquiera de esos nombres. Hoy, es la nomenclatura de un proyecto de ley que puede acabar con ese problema en Brasil.
Hay dos desafíos en curso en lo que se refiere al tema en el país. Uno de ellos es distribuir información que permita a las mujeres identificarse como víctima y orientarlas sobre que hacer. El otro es legislativo, para efectuar puniciones más severas que puedan cohibir a los agresores, y poner abajo el mito de la impunidad en la red.
El proyecto de ley 5555/13 -llamado Rose Leonel- modifica la Ley Maria da Penha (11.340 / 06) para tipificar la divulgación en Internet o en otro medio de propagación, informaciones, imágenes, datos, videos, audios, montajes y fotocomposiciones de la mujer sin su consentimiento. La pena inicial prevista es de reclusión de tres meses a un año. El texto fue aprobado en el Senado y sigue en tramitación en régimen de urgencia en la Cámara de Diputados.
Los juristas aseguran que incluso sin esa ley ya hay como castigar a los agresores con otros mecanismos ya en vigor en la legislación brasileña. El principal de ellos es el encuadramiento criminal como injuria, calumnia o difamación, a depender del caso; importunación, para las situaciones de recepción de insistentes mensajes; y, en el área civil, como pérdidas y daños. También amparon a la mujer el Marco Civil de Internet (12.965 / 14), la Ley Carolina Dieckmann (12.737/12) y la propia Ley Maria da Penha.
“El Marco civil, en el artículo 19, dice que las plataformas también pueden ser responsabilizadas por no retirar un contenido que hiere el honor de alguien. “En el artículo 21, dice que la plataforma no necesita orden judicial para eliminar el contenido”, explica la presidenta de la Comisión de Derecho de la Tecnología y la Información (CDTI) de la OAB-PE, Raquel Saraiva. Publicada este año, la ley 13.642/18 atribuye a la Policía Federal la competencia de investigar crímenes cibernéticos, lo que puede dar celeridad en la identificación del criminal y en la punición.
Los casos de violencia en línea contra las mujeres pueden ser denunciados en las comisarías de crímenes cibernéticos. En Pernambuco, la denuncia también puede ser hecha en cualquier comisaría, de acuerdo con la Ordenanza 50 de la Policía Civil, publicada en febrero de 2017. El delegado Derivaldo Falcão asegura que hoy existen dispositivos hábiles suficientes para identificar a los criminales, incluso con perfiles falsos.
Violación virtual
Al principio era sólo una conversación más en Facebook, hasta que él le pidió fotos sensuales. Joana*, en esa época una adolescente de 14 años, se asustó. Él mandó una imagen y rompió el hielo. Ella mandó dos fotos, sin mostrar la cara. En menos de 15 días comenzaron las amenazas. Él pedía más imágenes: mostraron la cara, introduciendo objetos en su órgano sexual o escribiendo “soy cachorra” en un papel. Joana estaba aterrorizada. No sabía qué hacer. Fue víctima de “violación virtual”.
Cuando decidió no enviar más fotos, el abusador tomó una secuencia de 10 archivos y los distribuyó por la web. Las imágenes llegaron a manos de compañeros de clase, amigos, personas de otros estados. Llegaron a la coordinación de la escuela religiosa en la que tenía una beca. En los pasillos, los niños decían “vi tus fotos, estabas muy agradable.” Cada frase entraba rasgando la autoestima de Joana. El día en que la madre fue hasta la escuela, invitada por la coordinación a mirar las fotos, fue un infierno: “Mi madre dijo que ni prostituta haría aquello, que sentía asco de mí y mucho más.”
Joana se sentía culpable, cada vez más. Pasó a vivir encerrada dentro de casa, sin celular. Los amigos más cercanos se alejaron con vergüenza. Ella misma sentía vergüenza. Ni siquiera podía mirarse desnuda en el espejo. Todo dolía. En el intento de amenizar aquel sufrimiento, tomaba pastillas medicinales de venta bajo receta robadas de su abuela. Se intentó cortar siete veces en la pierna derecha y tres en el brazo izquierdo con una lámina de afeitar. “Me miraba y sentía rabia”, recuerda.
Hizo la denuncia en la policía, pero no obtuvo éxito en llevar adelante la acusación. Ni el divulgador ni los replicadores del contenido fueron castigados. Sí: quien comparte también tiene responsabilidad, afirman Derivaldo Falcão y Carolina Ferraz. La tipificación depende de una jurisprudencia controvertida en Brasil, explica Raquel Saraiva.
Joana necesitó acompañamiento psicológico durante un año y medio para conseguir volver a vivir su vida. Todavía hoy sigue con miedo. Rose sabe bien qué es eso, por lo que decidió dedicar la vida a cuidar de mujeres víctimas de violencia online, en la ONG Marias de Internet. Allí, ella acoge, aconseja y orienta.
En mayo de este año, Olga lanzó el sitio de internet #conexõesquesalvam para difundir información y ayudar a las mujeres en esa misma situación. El Instituto Patrícia Galvão también hizo su parte, asi como la ONG Safernet, divulgando análisis en sus sitios. Aunque lentas, las informaciones llegan. Las mujeres, entonces, se preguntan cuando la indignación pública a esos casos de violencia de género en línea también llegará.
*Esta nota se realizó en el marco de la Beca Cosecha Roja. También se publicó en Diario de Pernambuco.