Juan Carra – Cosecha Roja.-
El policial es muy exigente. No sólo para quienes los escriben, sino también para quienes deciden enfrascarse en la aventura de llevar al cine alguna historia del género. Y más si se trata de un best seller como Betibú, de Claudia Piñeiro. Adaptar y filmar una obra en la que los personajes se han vuelto carne en los lectores es un desafío del que no todos salen bien parados.
En el caso de Betibú, dirigida por Miguel Cohan y protagonizada por Mercedes Morán (Nurit Iscar) y Daniel Fanego (Jaime Brena) con la participación de Alberto Ammann –que carga sobre la espalda el protagónico en la película española Celda 211, emblemática dentro del género–, el paso a la pantalla grande le sentó bien, por más que la necesaria adaptación haya dejado de lado uno de los elementos más atractivos de la trama que Claudia Piñeiro supo construir en su novela: la crisis del periodismo en la era de la hiperconectividad y la concentración empresarial.
En la película el eje está en la historia policial. La Dama de la novela negra vuelve al ruedo. Nadie la espera, pero un crimen trascendental y la propuesta de contar sus contornos la pone en marcha. Así, Nurit Iscar, Betibú, se sumerge en el mundo cerrado de un country para develar qué y quién se esconde detrás del velo del crimen.
En ese marco Jaime Brena, un viejo periodista de la sección Policiales de “El Tribuno”, confinado a escribir notas sociales por orden del director; asiste a la debacle del mundo periodístico del que fue parte. Desde su escritorio, en el que la vieja máquina de escribir fue reemplazada por una PC, observa como las nuevas generaciones escrutan la realidad a través del ciberespacio y no mimetizándose entre la gente de carne y hueso. Así, su joven reemplazante al mando de la sección Policiales, comanda un barco sin timón, mientras Brena piensa en el retiro voluntario. Juntos conformarán el trío de investigadores para un caso que les pondrá adelante mucho más que un enigma.
La llegada al cine de Betibú se inscribe en un nuevo período de auge de la literatura policial en la Argentina. Claudia Piñeiro, una de las principales referentes del género en el mundo, dialogó con Cosecha Roja sobre el estreno de la película basada en su obra, opinó sobre el momento que vive la literatura negra y sobre la relación simbiótica, pero no menos problemática, entre el cine y la literatura.
–De un tiempo a esta parte se vive un auge del género policial y vos sos una de las referentes de mayor jerarquía en Argentina ¿A qué le atribuís ese auge?
–Yo creo que no es sólo un proceso actual, el policial a lo largo de décadas ha tenido gran importancia en el mundo de los lectores. Hay muchas teorías para explicar las causas, pero me centraría en una: la posibilidad de dar cuenta del estado de una sociedad en un momento determinado. Un policial cuenta la sociedad donde transcurre, no puede entenderse del todo un crimen si no se conoce la sociedad donde se comete. No es lo mismo un asesinato en la Suecia de Mankelll, que en la Italia de Camillieri, o en Argentina. Así, cuando leés a Mankelll además de “el hecho policial”, entendés la xenofobia, por ejemplo. O en el caso de Camillieri, la mafia y el negocio de la basura, otro ejemplo. Pero además de este punto que creo fundamental, creo que hay otro elemento que hace que los lectores se sientan atraídos por el policial y es que allí se refugia la trama. En otros géneros, hemos vivido años y años de desprecio por la trama en función de otros elementos literarios que componen una novela o un cuento. En el policial la trama es imprescindible.
–La novela negra y policial ha mutado mucho en comparación a los clásicos como Chandler o Hammet, ¿Cómo caracterizarías al género hoy? ¿Qué elementos no pueden faltarle?
–El policial tiene que contar la sociedad y los problemas que atraviesa. Cuando en “Asesinos sin rostros” (de Henning Mankell) uno de los viejos antes de morir dice “extranjero” y así convierte en sospechoso a cualquier inmigrante, establece la trama no policial de la historia, que es contar la fuerte xenofobia que hay en ese país. Creo que hoy los policiales trabajan más estas subtramas, aunque lo social también estaba presente en policiales anteriores. Y una fuerte presión para quienes escribimos policiales es encontrarle la vuelta para no estar siempre escribiendo el mismo policial, no repetirlo como fórmulas. En mi caso, me apoyo mucho en la construcción de los personajes, en sus vidas privadas, en sus fantasmas más allá del crimen que investigan. No olvidarse que esos personajes además de investigar un crimen viven, tienen hijos, tienen que hacerse un churrasco cuando llegan a la noche, tienen una vida afectiva con aciertos y dificultades, etc.
–¿Es complejo construir personajes femeninos como Nurit en el marco de un género que suele estar hegemonizado por personajes masculinos?
–No me resultó difícil. Me gusta componer personajes femeninos, y sobre todo personajes femeninos que logren abrirse paso en el mundo reservado a los hombres, si ese es su deseo.
–¿Cómo se conjuga en Betibú la trama policial con la crítica social propia de la novela negra? ¿Cómo lo viste en la película?
–En la novela hay un trabajo sobre el periodismo, sobre la empresa periodística (que no es lo mismo) y sobre el poder, quiénes manejan los hilos del mundo. En la película este tema está pero obviamente comprimido porque los tiempos del cine son distintos a los de una novela, las posibilidades de digresión son menores, y la trama policial le da un ritmo al film que si se detuviera a contar en detalle estas cosas se haría más lenta.
–¿Qué te pasa como autora al ver la adaptación de una novela tuya al cine?
–Es una lectura más, pero que en este caso puedo ver. Soy consciente de que cada persona que lee un libro, yo misma, se arma su propia película con las imágenes que le disparan las palabras elegidas. Y en ese sentido me gusta sorprenderme con la lectura del director, en la que confluyen las lecturas de los actores que componen cada uno de los personajes aportando nuevas aristas que a lo mejor no estaban en el libro, y suman.
–Más allá de que no es algo que se pueda elegir, ¿te interesa participar en la adaptación o preferís alejarte y que la película cobre autonomía?
–No, no me interesa. Elegir qué poner o no en la película es muy difícil para quien escribió la novela. Cortar, descartar, uno quisiera que entrara todo. Y no es posible, no hay suficiente distancia. Pero además me aburre volver a trabajar sobre la misma historia, siempre estoy con una nueva que me atrae mucho más. Lo que tenía que contar de Betibú, ya está en la novela.
–¿Qué le aporta y que le quita a la literatura que un libro sea llevado a la pantalla grande?
–Nunca se sabrá fehacientemente, creo que el mayor aporte que puede hacer una película a la novela en la que se basa, es que la gente busqué el libro, que quede tan entusiasmado después de ver la película como para querer saber un poco más. Y ese poco más sin dudas lo podrá encontrar en la novela.
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