El Espectador.–
Rosa Elvira Cely era más que la mujer que apareció en el Parque Nacional de Bogotá hace una semana semidesnuda, herida, abusada y empalada. Ya había pagado derechos de grado y aspiraba a obtener en julio su diploma de bachiller del Colegio Técnico Comercial Manuela Beltrán. Quería ser psicóloga. Trabajaba de sol a sol en un puesto ambulante vendiendo dulces. El dueño de la ‘chaza’, Guillermo Aguilar, y otros que trabajan frente al Hospital Militar, aún no se resignan a creer que la vida de esa mujer tan trabajadora, humilde, tranquila, sin ánimos de animadversiones, se haya esfumado de la manera más vil.
La víctima, como toda su familia, era cristiana y colaboraba con la iglesia del barrio Galerías de Bogotá, donde vivía con su hija de 12 años. Trabajaba de lunes a viernes de 7 a.m. a 5 p.m., para luego ir por su pequeña al colegio, dejarla en la casa e irse a estudiar de 6 p.m. a 10 p.m. al centro educativo donde, precisamente, dos cámaras de seguridad la grabaron a ella y a las personas con las que se fue el miércoles antes de que la tragedia llegara. La Policía ya tiene en su poder esos videos. Quienes trabajan cerca del hospital dicen que ella no era muy rumbera, y la noche antes del ataque se quejó bastante del colon irritado que la aquejaba de vez en cuando.
Aunque al cierre de esta edición aún no era posible divulgar en detalle quiénes la atacaron —hay dos hombres plenamente identificados—, por el salvajismo con que cometieron el crimen, los investigadores de este sensible caso creen que se trata de asesinos en serie, quienes posiblemente ya habían ejecutado agresiones similares. Lo llaman “expresión superlativa de poder”. En el perfil que ha elaborado la Policía, conocido por El Espectador, se menciona que los agresores podrían tener alguna disfunción sexual mayúscula, ser misóginos o extremadamente machistas, reprimidos sexuales o sadomasoquistas.
Uno de esos hombres, le confirmaron investigadores del caso a este diario, había tenido una relación personal con Rosa Elvira. Se sabe que es propietario de una moto negra, quizás en la que ella se montó antes de la brutal embestida. Las pistas apuntan a que entre el agresor principal y la víctima había de por medio una historia de amor, desamor e infidelidad o despecho. Que Rosa Elvira habría sido castigada por haber herido de muerte la hombría de su victimario. Con ese contexto se habrían justificado los sospechosos para violentar a Rosa Elvira con tal atrocidad, que el primer patrullero que la vio en el parque tuvo que ser aislado temporalmente. Entró en shock.
Las autoridades manejan dos investigaciones, una relacionada con cronología de la noche del ataque, las varias llamadas que ella hizo al 123 y la reacción de la Policía y el Cuerpo de Bomberos, y otra en referencia con el ataque. Porque, tal como lo detalló este diario, hay serias inconsistencias en ese aspecto. Un polémico interrogante que surgió fue por qué razón la ambulancia que llegó tras la llamada al 123 se llevó a la víctima al Hospital Santa Clara, en el sur de Bogotá, cuando había por lo menos cuatro centros de salud más cerca, como el San Ignacio, ubicado apenas a seis cuadras del punto donde ella estaba.
Según Alexánder Paz, director del Centro Regulador de Urgencias y Emergencias (Crue), Rosa Elvira presentaba un alto grado de intoxicación debido al licor consumido. Las autoridades creen que a la víctima la embriagaron para evitar que se defendiera, aunque la puñalada que le propinaron en la espalda les hace pensar que sí intentó huir. “Ella fue trasladada al Hospital Santa Clara siguiendo unos protocolos de atención médica. Los pacientes no se llevan al hospital más cercano, sino al que reúne las condiciones para tratarlos”, explicó Paz.
Hoy, todo material que se pueda volver evidencia está siendo examinado con lupa, como los fragmentos del casco con que la golpearon que quedaron en su pelo. El teniente Gerardo Martínez, subcomandante del Cuerpo de Bomberos, señaló que cuando ella llamó al 123 pedía que no le colgaran. “Lo que menos quería era que la abandonaran”. Rosa Elvira fue enterrada ayer en medio de la tristeza que embargaba a sus familiares y amigos, quienes a todo pulmón gritaban exigiendo “¡justicia, justicia, justicia!”.
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