Sobre la cadera ancha de Gladys caen las puntas de sus trenzas verdes y negras. Arriba tiene un moño trenzado y templado que la hace ver más alta y que despeja su frente. Al lado derecho e izquierdo de su cabeza tejió con sus manos trenzas finas que se juntan en el centro para formar una sola y que simulan un camino, un cultivo y lo que hace cuatrocientos años fue la ruta de escape de esclavos africanos.
Gladys Hernández tiene 34 años y ya no se alisa el pelo. Dice que eso es negar su cultura. Usa extensiones siempre de colores y adorna su cabeza con figuras que hacen parte de la tradición de las palenqueras, de las mujeres de San Basilio de Palenque, un corregimiento en el departamento de Bolívar, a 50 km de la ciudad de Cartagena.
“Nuestro cabello es símbolo de libertad. Esa textura fue la que permitió guiar a los hombres para liberar nuestro pueblo. Las mujeres hoy dañamos el cabello porque no sabemos lo que significa”, dice Gladys después de explicar el peinado en el que lleva trabajando toda la tarde del viernes.
Ella nació en San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de América. Por el trabajo de su padre en derechos humanos se crió fuera de su pueblo de origen. Como ella dice, por su padre, quien hoy es Secretario de Gobierno del departamento del Cauca, creció en medio de la lucha social, de la exigencia de los derechos de las comunidades negras y de las discusiones de la Ley 70 de 1993: la que le reconoció a las comunidades afrodescendientes la propiedad colectiva de la tierra.
Estudió en Bogotá, trabajó en Cartagena y fue mamá en Cali. Hizo parte del grupo de jóvenes del Proceso de Comunidades Negras (PSN) y desde que tenía 20 participó en la Red de Mujeres Afrocolombianas en Cali. Así, dice, se comenzó a sentir identificada como mujer: “así comencé a meterme en el discurso”. Cuando regresó a San Basilio en 2014 lo hizo para cuidar a su abuela y desde entonces se ha dedicado a trabajar con la comunidad y sobre todo con las mujeres de su comunidad.
“¿Feminista?… Sí me considero feminista, pero no feminista ciega, no de extremos. Soy consciente de que somos importantes y por eso trabajo con las mujeres, porque acá nosotras mismas somos las machistas”, asegura.
Aunque no lo dice explícitamente, Gladys reconoce que volvió a San Basilio con el ánimo de transformar la forma de pensar de las mujeres de su tierra. Pero no ha sido fácil. “Volví y me di cuenta de que no podía cambiar todo como loca, que toca de a poco”, explica y agrega que se trata de enfrentar a una cultura en la que lo que importa quién es el papá de los hijos, en donde la familia es la misma hasta la muerte y en donde el “de” que prosigue el nombre define la mujer que se es. “¿Pero si no se es feliz, de qué sirve eso? Por más que lo cultural y la tradición lo dicte, eso es lo que hay que repensar”.
A 40 minutos en bus de San Basilio de Palenque queda el municipio de Mahates. Allí, está la comisaría de familia más cercana a la que pueden acudir las palenqueras si quieren denunciar. Ir y volver de Mahates cuesta $ 4.000 (un poco más de un dólar). Eso, dice Gladys, vale un plato de comida para un hijo. “Las mujeres que quieren y se atreven a denunciar no lo hacen porque no tienen la posibilidad. Porque no tienen los recursos. Porque trabajan para el diario”.
La lejanía y la falta de oportunidades son sólo una parte de los problemas que deben enfrentar estas mujeres. “Ir a la Fiscalía de Mahates es enfrentarse a funcionarios déspotas. De esos que quieren ver morados y sangre para que la ley actúe”, dice Gladys y agrega que eso demuestra que no tenemos una justicia preventiva y que por el contrario las mujeres vulneradas tienen que ingeniárselas para demostrar que un tipo las iba o las va a violar o a matar.
A San Basilio llegan organizaciones e instituciones a dictar talleres y capacitaciones para la comunidad. “Pero si la gente llega, te enseña y se va, pues nos olvidamos porque acá no hay nadie que quede con el conocimiento”, dice Gladys. Por eso, después de un taller de la organización Soy Mujer de Cali en 2015 ella y cuatro mujeres más decidieron crear Casimba de sueños, un espacio para trabajar por los derechos de las mujeres.
Casimba es el pozo profundo que se construye al lado de arroyos para sacar agua potable. Casimba de Sueños es sacar, del fondo, de donde están las mujeres, los sueños que tienen ellas para convertirlos en realidad. Así describe Gladys esta iniciativa de la que hoy hacen parte activa 15 mujeres palenqueras y que en ocasiones logra convocar 30 o más.
Buscan espacios para ellas solas, se reúnen sin hijos para hablar de sus tradiciones, de sus peinados y de la lengua palenquera que todas entienden, pero pocas hablan. El respeto propio, dice Gladys, es lo que hace falta: “si a mí me están vulnerando yo soy la que tiene que decir no más. Acá que un hombre tenga dos mujeres está bien, es algo normal. Aceptamos lo que emocionalmente nos daña. Es como si nosotras no sintiéramos, como si fuéramos un mueble”. Y aclara que no se trata de algo cultural. Le pone el nombre de “machismo solapado” y dice que la cultura se transforma y no puede ser la excusa para perpetuar lo que hace daño: “se trata de mantener lo ancestral sin que nos afecte”.
A San Basilio, sus mujeres y su lengua las hizo famosas “Kid Pambelé” en los rines de boxeo en los años 70. “Cuando se volvió un grande del boxeo, los investigadores se interesaron por Palenque. Sólo hasta ese momento, después de 50 años de olvido de nuestra lengua, nos dicen que no es que los palenqueros hablemos mal el castellano, sino que tenemos una lengua propia”, dice Brasilia Pérez, la suegra de Gladys, mientras mira televisión, meciéndose en su mecedora, en frente de un ventilador.
Pero estas mujeres también son famosas porque son la insignia del turismo cartagenero. Entre pausas, con la voz cortante, como regañando, pero en tono burlón Brasilia dice: “¡Ay! es que nadie puede irse de Cartagena sin tomarse una foto con una palenquera”. Y lo dice así para explicar que la imagen de la mujer con una paila en la cabeza llena de frutas y cocadas, no puede ser la única. “Sí, es cierto que más del 80 % de jóvenes profesionales de palenque se educaron gracias a la comercialización de dulces por parte de sus mamás. Pero somos mucho más que eso. Hoy, las palenqueras se están formando en otros campos: son abogadas, docentes y enfermeras, sin dejar de lado sus tradiciones culturales”, asegura Brasilia.
Por las calles destapadas e inundadas de San Basilio, Gladys camina lento. Para en un par de casas para saludar a sus amigas, reírse con ellas y prometerles peinados. Lleva un short de jean y una camiseta negra que deja descubiertos sus hombros. Las uñas de las manos y los pies están pintadas de aguamarina y sus aretes, la cadena que le cuelga del cuello, los anillos, pulseras y el reloj, son todos del mismo color: dorados.
Casimba de sueños se creó hace dos años, pero sólo hace tres meses comenzaron a trabajar directamente con la comunidad. “Al principio éramos muy pasivas, fue una cosa entre nosotras, porque no podíamos salir a hablar de los derechos de la mujer sin saber de eso. Tuvimos primero que fortalecernos, capacitarnos, asistir a charlas, conversatorios y estudiar. Todavía estamos crudas, pero ahí vamos. Sobre todo nos hemos centrado en comprender la legislación, en cómo exigir nuestros derechos y en las rutas de acceso”, comenta Gladys.
Para esto, una de sus estrategias fue seguir la ruta de denuncia de mujeres vulneradas con un caso real. Una niña de 15 años quedó embarazada de un hombre de 50. Ella tiene un grado leve de discapacidad, asegura Gladys, está en cuarto de primaria y estaba convencida de que eran novios. La llevaron a la Fiscalía, a Medicina Legal y a acompañamiento psicológico. El embarazo estaba muy adelantado y no fue posible interrumpirlo. El hombre tiene orden de captura, pero se escapó, ya no vive en San Basilio de Palenque. En junio nació uno de los dos hijos que esperaba, el otro murió.
Frente a este caso, dice Gladys, la comunidad estaba resignada, nadie actuaba, nadie decía nada aunque todos sabían que el hombre se aprovechaba de la falta de recursos de la mamá de la menor. Les llevaba una libra de arroz y a cambio abusaba de ella. “Acá se dice que todo se arregla entre familia todo se solapa, todo se tapa. Pero casos como esos hay que llevarlos a la justicia ordinaria para sentar un precedente”.
La denuncia de este caso tardó tres meses en los que constantemente la menor y el grupo de mujeres que acompañó el proceso tuvieron que trasladarse hasta Mahates. Es un trabajo voluntario, nadie les paga, lo hacen por convicción y porque quieren tener las herramientas para guiar a las mujeres que quieren denunciar.
*Este artículo se realizó en el marco de la Beca Cosecha Roja. Fue publicado también en Cerosetenta