María Elena Ale anda siempre con dos celulares encima. En uno recibe sus llamadas personales y en el otro las de mujeres que quieren hacerle preguntas. La línea en la que no se escuchan voces conocidas suena cada vez más seguido. Del otro lado le cuentan relatos breves, entrecortados, nerviosos y piden orientación para abortar. Muchas llegan ahí porque las mandaron, sin saber muy bien qué es lo se van a encontrar. “Tranquila, respirá despacio. No cortes, si querés nos podemos encontrar”, dice María Elena, que tiene 44 años y recibe pedidos de ayuda mientras está en su trabajo de administrativa en Paraná, en Entre Ríos.
La escena se muda a una plaza en un barrio de la ciudad. No tan cerca del centro pero a la luz del día. “No nos queremos esconder. Mientras más público sea, menos prohibido lo van a sentir quienes vengan a vernos”, explica mientras espera a la chica que la llamó un rato antes. En las sillas, cerca de los juegos, son varias las mujeres que se juntan. Algunas cuentan, otras escuchan. En general las que escuchan son las que fueron por primera vez. La charla la lleva adelante María Elena y otras de sus compañeras de Socorristas en Red, una organización nacional de activistas feministas.
“Nosotras las acompañamos en este proceso tan sensible para ellas. Ellas depositan en nosotras preocupaciones que quizás nunca puedan contar dentro de sus familias. Probablemente no las veamos nunca más, pero en este momento estuvimos y ellas lo saben y lo necesitan”, dice a Cosecha Roja y hace un largo silencio. En los tres años que lleva en la agrupación dice que se encontró con casos muy diferentes. No le gusta que se hable de estereotipos y derriba la idea que la mayoría de las consultas son de adolescentes que quedaron embarazadas. “Eso no es así. Hay casos, por supuesto. Pero la gran mayoría son mujeres de entre 25 y 35 años que tuvieron hijas y que ahora utilizan métodos anticonceptivos. El otro día, por ejemplo, acompañamos a una mujer que le falló el DIU”, agrega.
Para María Elena, el principal problema que tienen es el ocultamiento de información sobre las posibilidades para abortar. Quienes hacen consultas en los distintos dispositivos del sistema de salud no reciben buena orientación. Ni la señora que toma los turnos en los hospitales públicos, ni las enfermeras y los médicos tienen muy en claro qué decir y terminan condicionando a las mujeres. “Vienen mareadas, no saben que lo que le proponemos no les va a hacer daño”, cuenta.
La charla en la plaza gira sobre el consumo del Oxaprost, un protector gástrico que tiene propiedades abortivas. Tienen que tomar cuatro pastillas cada tres horas hasta cumplir las seis horas. La droga era de venta libre hasta 1998: el gobierno de Carlos Menem a través del ANMAT estableció que el Oxaprost no se podía vender más libremente. El precio subió exponencialmente: hace dos años, una caja para completar el tratamiento salía 1.100 pesos y ahora 2.680. Muy por encima del costo de otros remedios similares para problemas estomacales: “Por suerte tenemos médicos que nos consiguen recetas y muestras gratis porque nosotras no podemos pagar esos precios. Hasta hace poco el Oxaprost estaba en Precios Cuidados, ahora se disparó”.
“En las charlas como la de la plaza surgen distintos relatos. Hay que estar preparada porque te encontrás relatos de violencia, de chicas que no quieren ser madres en este momento, de distintos motivos por los que el embarazo no es deseado. Pero una de las historias que más me conmovió fue de una chica que lo había buscado muchísimo. Cuando quedó embarazada el novio se puso muy violento y ella se asustó, no quería tener ninguna relación con él. A pesar de haberlo soñado, decidió abortar. Fue muy doloroso para ella llevarlo adelante”.
No es fácil ser abortista en Paraná. Los teléfonos suenan mucho con insultos y amenazas. El grupo ultracatólico Martillo de Herejes pinta paredes con leyendas antiabortistas en los hospitales para presionar a médicos que faciliten información a sus pacientes. La iglesia tiene un peso importante en la sociedad y en las decisiones políticas locales. “A veces las cosas se ponen bravas, tenemos que convivir con eso y asumir ciertos riesgos. Por momentos nos sentimos un poco solas, pero siempre seguimos adelante. Alguien lo tiene que hacer”, dice María Elena y cuenta que el año pasado, en todo el país, hicieron 4.894 entrevistas. De esos casos, 3.799 finalmente abortaron.