Las salas de la Escuela Amaranta Gómez están construidas únicamente de ladrillos y cemento, lo que amplifica la sensación del frío invernal en Santiago. Sobre todo en las mañanas. Los estudiantes se abrigan con chaquetas, gorros y bufandas, porque hay una sola estufa, que no alcanza a elevar la temperatura. Nadie se queja. Todos llegaron a primera hora para la clase de inglés.
“¡Qué fome, están todes sentados en sentido binario. Eso no puede ser!”, les dice el profesor de la asignatura, Franco Vira.
Los aludidos se ríen con complicidad. Son 11 alumnos y alumnas, que están sentados en tres grupos. Una mesa para cada uno. El primero está compuesto por cuatro niñas que están en los primeros años de educación básica. Ellas son las más desordenadas y se distraen rápidamente con cualquier estímulo. A su lado hay tres niños que están recién empezando la educación media. Hablan siempre en voz baja y pasan el tiempo dibujando en sus cuadernos. En la última mesa hay cuatro niñas, que son un poco mayores que el resto. Desde atrás, parecen observar todo lo que pasa.
Pese a la diferencia de edad, el grupo entero se conoce, conversan y se ayudan con las clases.
El profesor intenta recuperar la atención y pide que digan en inglés las cosas que más les gustan a cada uno. A la mayoría les da vergüenza por el miedo a hablar en público. Sin embargo, igual lo intentan.
Las respuesta quedan anotadas en la pizarra:
“-I like dancing.
-I like Spiderman.
-I like Nicky Minaj.
-I like drag culture”.
Hay algo de ese idioma que les llama la atención a la mayoría de los niños y niñas transexuales de la Escuela Amaranta Gómez.
“El inglés casi no hace diferencia de género en sus palabras. Se puede hablar en general de una persona sin especificar el género. Me encanta eso”, afirma Fernanda, una de las alumnas.
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Ángela es una de las niñas que llegaron desde el primer día a la Escuela Amaranta Gómez, que abrió el 3 de abril en Ñuñoa y que depende de la Fundación Selenna, institución activista por los derechos de jóvenes transexuales.
Ximena, su madre, nunca olvidará el día en que su hija le dijo lo que sentía: “Cuando ella me lo dijo, no tenía la palabra ‘trans’ en mi mente. No sabía lo que significaba. La busqué en Google: ‘Que es ser mujer y tener biológicamente cuerpo de hombre. Yahí apareció la palabra trans’”, recuerda.
Su hija empezó en ese momento el proceso de transición. Tenía 12 años. Primero visitó a varios siquiatras, que no sabían muy bien cómo tratarla. Algunos, incluso, le decían que era un estado que se le iba a pasar con el tiempo: era una confusión causada por la adolescencia.
“Finalmente, fui a una psicóloga que habló cinco minutos con ella y luego me dijo: su hija no tiene dudas, usted es la que tiene dudas. Ella es Ángela, una niña trans, y usted tiene que tratarla como Ángela”, recuerda Ximena.
En ese proceso, la niña dejó temporalmente el colegio. Cuando volvió a clases, los directores de la institución -un colegio de curas también en Ñuñoa- se comprometieron a integrarla sin problemas. Era la primera vez que pasaba en ese lugar.
Ángela no pasó por episodios graves de bullying o discriminación a su regreso. Se encontró con una comunidad escolar que no estaba preparada para el cambio, pese a las buenas intenciones. Ella no quería ir al baño, porque sentía que todos la miraban para ver si entraba al baño de hombres o al de mujeres.
Tenía un grupo de amigas, pero el resto la seguía tratando con su nombre masculino. Muchas veces sin querer.
Empezó a tener una dualidad incómoda. En la casa era Ángela, pero mientras estudiaba no podía serlo.
El detonante final vino con un problema, en apariencia, pequeño. Quería usar aros y los profesores no sabían si correspondía o no darle el permiso.
Ese día, Ángela decidió faltar al colegio y no volver más.
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La Escuela Amaranta Gómez abrió sus puertas en abril para recibir a jóvenes trans que han pasado por situaciones similares a las vividas por Ángela. Los activistas de la Fundación Selenna se dieron cuenta de que la mayoría de los niños y niñas con los que trabajaban terminaban abandonando la educación tradicional al no sentirse integrados ni visibilizados.
Amaranta Gómez es una activista mexicana que se define como muxhe, un concepto que viene de la cultura zapoteca y que se refiere a personas que tienen una identidad construida desde lo femenino, pese a haber sido asignados a un sexo masculino. A principios de año estuvo en Chile y en su honor fue bautizada la primera institución educativa en el país que está orientada a la educación de jóvenes transexuales.
La escuela está ubicada en la Junta de Vecinos de la Villa Olímpica, en Ñuñoa. Ximena vivía por ahí y preguntó si las dependencias podían ser utilizadas para hacer clases a un pequeño grupo. Los dirigentes vecinales cedieron de forma gratuita una sala que poco a poco se está haciendo pequeña. El primer día de clases llegaron cinco jóvenes. Tras casi tres meses de funcionamiento ya hay 12 estudiantes que van a clases de lunes a viernes, desde las 9.00 hasta las 14.00. Según cuentan sus profesores, existen planes para irse a un lugar más grande y privado durante el próximo semestre.
Los estudiantes del Amaranta Gómez deben convivir con vecinos que al mismo tiempo van a sacar certificados de residencia y otro tipo de trámites.
La mayoría de los niños y niñas que asisten a clases son transexuales. También hay jóvenes que están recién empezando su transición y, en menor número, estudiantes cisgénero, es decir, menores que su identidad de género coincide con el sexo que les fue asignado al nacer, pero que también arrastran experiencias de discriminación en sus antiguos colegios.
Sus edades van desde los ocho a los 20 años. En la Fundación Selenna asumen que tratar con hormonas a menores de edad puede resultar dañino para los jóvenes trans. Por eso no lo recomiendan a sus estudiantes.
“Acá encontraron un espacio donde poder ser ellos mismos. Estar más tranquilos, hay más respeto y no hay discriminación de ningún tipo”, cuenta la directora de la escuela y de la Fundación Selenna, Evelyn Silva.
Los ramos incluidos en la malla curricular son los clásicos: inglés, historia, matemática y lenguaje. Además, hay talleres durante la tarde, de formación ciudadana, bordado, deporte y yoga. La idea es acompañar a los estudiantes y prepararlos para dar exámenes libres a fin de año. Y es que el Amaranta Gómez no está reconocido por el Ministerio de Educación y están suscritos a la pedagogía Waldorf, un método que promueve un aprendizaje sin calificaciones, sin lista de asistencia y con todos los estudiantes aprendiendo juntos, independiente de sus respectivas edades.
“Uno como adulto comete el error de pensar que como todos son trans, todo lo que pasa acá ronda en lo trans. Y no, a la larga, son niñes igual que cualquier otro (…). Las dinámicas en las aulas no son muy distintas a las de cualquier colegio tradicional”, dice Franco Vira, el profesor de inglés.
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Matías llegó hace una semana al Amaranta Gómez y apenas está comenzando el proceso de transición. Un amigo que conocía en la Fundación Selenna le recomendó ir a la escuela, luego de estar un largo tiempo fuera de la educación formal. Su experiencia ha sido buena: “Es divertido estar acá. No es como en mi colegio antiguo, donde uno estaba obligado y se siente demasiada presión. Además que también tenía miedo de lo que podían decir los demás de mí, pero aquí es un lugar súper tranquilo y divertido”, cuenta.
“Lo que me gusta acá es que no es igual a todos los colegios, que no se molesta, no se hace diferencia ni por el corte de pelo, ni por el color”, continúa Fernanda, otra de las alumnas.
El lunes 18, la Organización Mundial de la Salud eliminó la transexualidad del listado de patologías mentales. Una decisión que fue muy celebrada por toda la comunidad del Amaranta Gómez.
“Me gusta esto, porque hay respeto y amor. Se respetan todos y eso es bueno, porque en los colegios no hacen eso”, explica Josefa, una de las alumnas de menor edad.
Todos los estudiantes de la escuela llegaron a ese lugar por las mismas razones: la escasa integración en establecimientos de educación tradicional, en los que enfrentaron problemas de discriminación.
“Es difícil tener una persona trans en clases cuando no se ha hablado nunca del concepto. Por eso hay problemas de confusión. En los recreos te van a preguntar qué eres”, cuenta Ángela sobre su experiencia antes de llegar a su nueva escuela.
El taller de formación ciudadana es el espacio donde los estudiantes comparten sus experiencias y hablan de sus sueños. La mayoría de ellos quiere estudiar Diseño y Programación. Otros miran con interés las carreras de Psicología y Kinesiología. Pero para eso aún falta tiempo.
Los jóvenes del Amaranta Gómez son bien inquietos, muy críticos y muchas veces cuesta que presten atención en clases. Parecen estar atentos a demasiadas cosas a la vez.
Los profesores y padres de la escuela son enfáticos al señalar que los niños y niñas que estudian en ese lugar tienen una vida bastante tranquila. Muchos de los prejuicios sobre la transexualidad llevan a pensar que son personas muy introvertidas y con poca vida.
Nada más lejos de la realidad, dicen. R
Esta nota fue producida en el marco de la Beca Cosecha Roja. Se publicó de forma conjunta con La Tercera.