Por Denisse Legrand. Foto Mariana Greif
Como coletazo de la dictadura, los problemas de documentación de su papá hicieron que llevara el apellido de su mamá hasta los seis años. Le cambiaron el nombre en el momento justo: cuando entró a la escuela. “Recuerdo que me puse contento; todavía tengo las cédulas de cuando yo era Martín Payotti de León”.
En su infancia hablaba mucho con su papá, que estuvo muy presente. Lo llevaba y lo iba a buscar a todos lados. Solía acompañarlo a su trabajo, donde se ponía a desarmar televisiones y otros objetos electrónicos. “Me acuerdo de mi mamá diciéndome ‘tenés que entender que tu papá sufrió mucho’, nunca me olvidé de eso”.
Martín tiene 32 años y está cerca de recibirse de ingeniero químico, carrera que alguna vez probó su padre. Fue militante de la Asociación de Estudiantes de Química y secretario de organización de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay.
Su hermana es la nieta 129 recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo y desde que se supo la verdad están en contacto permanente. “Como tenemos un montón de tiempo perdido nos hacemos reseñas biográficas mutuas, porque nos estamos conociendo”.
¿Cómo te enteraste de la historia de tu papá?
Crecí con el grueso de la historia de mis padres, ambos exiliados durante la dictadura. Se conocieron en Francia. Supe que mi padre se enteró durante su exilio de que a Norma, la mamá de mi hermano, la habían secuestrado y desaparecido en Argentina. Tendría 12 años cuando me enteré de que Norma estaba embarazada casi a término cuando la secuestraron. En un momento mi padre entra a viajar muy seguido a Buenos Aires, lo cual era raro porque siempre viajaba a Rafaela –su pueblo en Santa Fe– o a Córdoba, donde estaba mi hermano. Un día le pregunté a mi madre por qué iba tanto a Buenos Aires y me contó que estaba tras una pista, porque cuando Norma cayó estaba embarazada y yo podía tener una hermana o un hermano desaparecido apropiado por otra familia. Recibí la información y me la quedé. No lo hablé con casi nadie hasta después de los 20. Recién de grande empecé a asumir la posibilidad de tener otro hermano. Cuando empezaron a aparecer los nietos de las Abuelas de Plaza de Mayo, empecé a pensar que eventualmente un día podía aparecer mi hermano. Pasé por varias etapas, de expectativa pero también de cuidado, porque uno se cuestiona qué chances hay de que eso pase y por qué estar esperando cuando no tenés ningún tipo de certeza de que esa persona haya nacido. Por una cuestión de salud, me quedé con la idea de que no había nacido y que no lo íbamos a encontrar.
¿Cómo fue crecer lejos de Marcos, tu hermano mayor que creció en Córdoba?
Lejos en territorio y en edad, porque nos llevamos 11 años. Cuando él era adolescente yo era un niño de cinco años al que veía una o dos veces al año y que le andaba correteando atrás. Cuando crecí y empecé a poder viajar solo, a eso de los 15, generamos un vínculo más cercano. Podemos pasar tiempo sin hablarnos, pero somos incondicionales, porque somos hermanos.
¿Cómo fue cuando empezó a ser una posibilidad real que apareciera tu hermana?
Desde que apareció la posibilidad hasta que se confirmó pasaron unas horas, que fueron eternas. Cuando llegó la noticia de que había “un dato” pensé en todas las opciones que no significaban que habían encontrado a mi hermana. Podía ser que la habían encontrado pero que no quería saber nada de nosotros, o que tenían el dato de quién era pero ya había muerto. Quería que la noticia fuera que la encontraron, si no era eso me iba a morir de tristeza. En la espera traté de ver cómo reaccionaba mi entorno, de apoyar a mi viejo, al que vi más inquieto que nunca. Después de la conferencia de prensa de Abuelas me enteré de que no nos íbamos a ver porque ella estaba en España. Estábamos de vacaciones en Chile y empezamos a volver en auto. En el medio me escribió mi hermano diciendo que ella le había pedido mi número para comunicarse. Apagué el internet del teléfono para que no me cayera un mensaje a mitad de camino, porque no iba a poder seguir manejando y se me iba a hacer eterna la vuelta.
¿Cómo fue el mensaje que te mandó?
“Hola Martín, soy X”. Me quedé mirando el teléfono. Pensaba en cómo puede ser que uno esté 20 años esperando algo y que cuando pase no sepas qué hacer. Creés que en las cosas más importantes de la vida te va a salir un gesto poético, que vas a tener algo lindo para decir, algo que le guardaste toda la vida para regalarle. Pero no tenés nada, lo único que tenés es miedo a hacer una cagada. Porque mi hermana está en una situación complicada, tiene que asumir un montón de cosas. De un día para el otro le están diciendo que no es quien era y que tiene una familia, que son un grupo de desconocidos que la están buscando hace 40 años. No sabía qué responderle, entonces fui con el mismo mensaje que ella. “Hola X, soy Martín”. Por suerte teníamos cinco horas de diferencia y hasta el otro día no me iba a contestar, si no no iba a poder dormir. Al otro día siguió la comunicación, al principio con miedo y con mucho respeto por los procesos de cada uno. Lo que quería que supiera era que del otro lado lo que había era alguien que lo único que quería era vincularse con ella. Desde ahí no paramos de comunicarnos. Estamos haciendo intercambio de reseñas biográficas para conocernos, así cuando nos juntemos podemos hablar de otra cosa, para no terminar alrededor de una mesa contando quiénes somos, aunque sea algo que inevitablemente vaya a pasar.
¿Cómo te imaginás ese momento?
Dubitativo. Porque te encontrás con una persona que es tu hermana, con la que ya tenés un diálogo y la mejor predisposición, pero a la vez sos un desconocido. ¿Qué hacés? ¿Te das un abrazo? Yo la voy a querer abrazar, no tengo duda. Pero no sé cómo voy a reaccionar, menos sé cómo va a reaccionar ella. Pero la cosa espontáneamente va a andar bien, porque hay ganas de que todo salga bien. Tenemos que atravesar esta primera etapa, que es la más difícil. No te convertís en hermano, en padre o en hijo de un día para el otro, pero se va armando.
Militaste en 2009 por el plebiscito para anular la ley de caducidad.
No sé por qué se perdió ese plebiscito, pero hoy creo que fue un error porque implicó un montón de limitaciones para buscar salidas por otras vías. Hay actores políticos que estuvieron en contra de aclarar esos delitos y que hoy están promoviendo un plebiscito “por la seguridad”. Hablan en nombre de la seguridad, preocupados por el delito, pero a los delincuentes más grandes de la historia de este país, que son responsables de delitos brutales, los tienen protegidos con una ley que nunca cuestionaron. Hay cosas que hasta hoy seguimos arrastrando por eso. Hay un conjunto de actores que hoy vuelven a aparecer en la política haciéndose los nunca vistos y son los responsables de que no haya justicia.
¿Qué te pasa ahora que suenan los militares como “solución para la seguridad”?
Es de un nivel de hipocresía brutal de parte de quienes lo promueven. Creer que reforzar la represión va a generar algo que no sea violencia es negacionista. Que la opción sean los militares es un guiño entre compadres. Es indudable que al delito hay que atacarlo, porque es peligroso, pero al delito se lo ataca con inteligencia. Para no generar daño hay que hacer las cosas con inteligencia, no con brutalidad. Y si queremos inteligencia no la vamos a encontrar con los militares. Los militares pueden ser buenos reprimiendo, pero no asumiendo el problema de la seguridad. No por nada cuando apareció esta propuesta más de uno salió a decir que no están preparados para esta tarea. Le puedo tener mucho odio a la institución militar por su historia, pero también tengo claro que hay militares que tienen mi edad y que no tienen nada que ver con esto. Pero esa gente no está preparada para asumir la seguridad en las calles. ¿Qué están buscando cuando quieren que gente que está preparada para otra cosa asuma la represión del delito?
¿Qué le dirías a la gente que dice que la dictadura ya fue y que es una etapa cerrada?
Le diría que hay cosas que son muy graves para dejarlas pasar. En Uruguay pasaron barbaridades, hace 40 años, que están vinculadas intrínsecamente a nuestra realidad actual, y las revelaciones sobre las altas jerarquías del Ejército en estos días lo han dejado claro. Quedó clarísimo cuál es el pensamiento de gran parte de la institución militar respecto de lo que pasó. La dictadura tiene que ver con un modelo económico y social del que todavía seguimos pagando los platos rotos. Hay que asumir que esto no es un problema sólo de quienes estuvieron involucrados: la dictadura no se aplicó para algunos, se aplicó para todos. Hay ideólogos y cómplices de los ideólogos que siguen teniendo mucho poder hoy en día. Uruguay tiene que saber quiénes son y quiénes los representan ahora.