La Biblioteca Nacional acaba de publicar dos tomos con la obra del sociólogo argentino Roberto Carri, desaparecido en la última dictadura cívico militar. Los libros tienen material inédito de Montoneros, clases magistrales, textos académicos, de análisis coyuntural y documentos políticos. Leé el adelanto en palabras de Horacio González y Verónica Gago.
Cómo rememorar a Roberto Carri
Por Horacio González
¿Cómo rememorar? Hay un documento familiar sobre Roberto Carri, pues lo recuerda una de las hijas, Albertina, en su film Los rubios. Si pensamos en la obra de Carri y en el film de su hija, creo que se podría decir también que pone en juego la disparidad de recursos que hay entre los utensilios propios del cine y los de la sociología histórico-política, que eran los propios de Roberto Carri. ¿Cuál tiene o debería tener más peso explicativo, más soluciones conceptuales para el enigma de la memoria? Es decir, ese momento por el cual alguien puede apenas intuir en ese borroso pasado, cómo presentarlo nuevamente ante nosotros… ¿con los artificios de la imagen-tiempo o con los de la narración sociológica?
Si lo recordamos en el juego de la política, es probable que se presente como propicio para un balance, para un intento de retomar la conexión de una cadena, que ha sido de una manera o de otra, y ninguna de esas maneras es indiferente al modo en que desde un presente la interroguemos. Conocemos la prudencia de decir que no se trata solamente de repetir experiencias, pero de ninguna manera se trataría de no atesorar en la memoria, sólo que hacerlo siempre es un acto igual a preguntarnos qué lugar es este, cómo realiza su atesoramiento y cómo hay que liberarlo, o incluso, abandonarlo. La forma dispersa y algunas veces esfumada en que aparecen los textos del pasado puede ser un defecto de lectura material pero también una dificultad inherente a la propia interpretación.
De modo que… ¿Cómo deben recordar los amigos? ¿Cómo puede recordar la carrera de Sociología dado que en ella se abriga la compleja memoria de un notorio profesor –para emplear una expresión que suele usarse en la academia– de “un jefe de escuela”? Más suavemente, podríamos decir de “un maestro del pensamiento” en las condiciones de la época, la época de Frantz Fanon, la época de unos libros que habían marcado y mucho a esa generación, tanto como Los rebeldes primitivos de Eric Hobsbawm, pero sobre todo Fanon. Pero al mismo tiempo, el de Carri era un pensamiento original, era un pensamiento con una gran potencialidad de rebelión, y esa rebelión en este caso intelectual, propia de la experiencia argumentativa, la compartía con muchos otros en relación al momento histórico de la emergencia y alcances de Sociología, en una larguísima y hasta virulenta discusión con Gino Germani, que desde luego, no fue el único que practicó, pero sí el que la llevó más lejos, y que hoy estamos dispuestos a considerar sine ira et studio.
¿Es así cómo lo debemos recordar? ¿Un capítulo ya transcurrido pero aún solicitable por la memoria para los estudiantes de sociología? De alguna manera, eso es posible hacerlo y en los últimos tiempos también se hizo, puesto que el libro de él que formara parte de su programa de trabajo fue un libro de una enorme contundencia, casi sobrecogedora, que se llama Isidro Velázquez. Formas pre revolucionarias de la violencia que ha sido reeditado hace algunos años y forma parte de algunos programas de lectura, aun, de la Facultad de Ciencias Sociales. ¿Qué dice este libro?
Esa suerte de horizonte de incógnita sigue siendo una invitación para mencionar a alguien en virtud de saber cuál es la relación que nos une con un escrito que parece ya devorado por el tiempo. Carri era un gran escritor de la sociología universitaria. Sindicatos y poder en la Argentina es un libro con una tesis muy arriesgada; una tesis muy polémica en su momento; una tesis que ve con cierta simpatía el aparato político de los gremios más clásicos del peronismo, sobre todo los metalúrgicos, a los que les atribuye toda clase de deficiencias pero les entrega una suerte de condescendencia con respecto al lugar que ocupa en las fuerzas productivas. A pesar de burocráticas también tienen esa potencialidad maldita,revolucionaria a pesar suyo. Ese libro fue hijo de una visión más conservadora de las tesis del peronismo como productor de momentos insoportables para el régimen a pesar de sí mismos, es decir, los famosos hechos malditos. Leídos en el orden en que fueron apareciendo, o no, podemos considerar después Formas pre revolucionarias de la violencia casi su último libro, el de Isidro Velázquez, que es un gran manifiesto en nombre de algo que, aunque no sea hoy fácil decirlo, constituye una refinada apología de la violencia. Una apología de la violencia planteada con armas conceptuales muy elaboradas, a la luz de un impulso fanoniano, dirigido incluso contra el aparato de conocimiento de la Facultad de Ciencias Sociales, en aquel momento en la Facultad de Filosofía y Letras, puesto que ahí estaba la carrera de Sociología.
De modo que es un libro altamente revulsivo. Leído hoy uno puede verlo a la luz de otras experiencias y forma parte de una lectura en la memoria, pues la primera tentación del lector actual con ganas de transformar las cosas en la Argentina es leer como si se hubiesen escrito ayer y como si los viejos textos revolucionarios hablaran a los hombres del presente. El lector absolutamente académico pone en cambio toda clase de distancias y si uno no quiere ser solamente un lector académico, igual es necesario tener mínimas precauciones de no suponer que la lectura de un texto del año 1968 como es este, que llama a la violencia, debería superponerse con ansiedades semejantes del presente. La compleja mímesis de la lectura en tiempo y a destiempo debe tener la precaución de suponer que las cosas exigen un lector que sepa colocar en su propia memoria lectora una distancia problemática y siempre en elaboración respecto a la capacidad de percibir la sociedad argentina en la cual se produce ese libro. Evidentemente son esos los trabajos propios del lector.
¿Elegimos que no haya distancia y reproducimos esa experiencia, que siempre está dado reproducir? A nadie se le prohíbe reproducir experiencias anteriores. Ante el escándalo de esa reproducción porfiadamente mimética de las experiencias anteriores siempre existe la lectura del lector académico que dice: hay que leer de otro modo, no estamos en las mismas condiciones. De modo que el recuerdo tiene esas singularidades y esas dificultades. De ahí que me parece sumamente interesante que la hija menor, Albertina, haya tomado a su cargo y trasladado al cine; no a las ciencias sociales, al cine, dado que siempre hay un parentesco inevitable entre el cine y las ciencias sociales pero con una capacidad de reproducción, sin duda, mucho mayor, del dilema del tiempo, pues este dilema forma la base esencial de la experiencia del cine, y sin duda no tanto de la sociología. La memoria del padre es invocada, pero a través de un problema general en relación a cómo recordar.
Y es el cine quien recuerda, el tema de esa película se proyecta sobre una directora de cine representada por una actriz que quiere saber quién era ese tal Roberto Carri, autor de ciertos libros, militante político de la revolución en la Argentina. Podemos arriesgar que el cine es primordialmente un órgano de la memoria incierta, y para las ciencias sociales ese tema existe pero en su exterior. Esta memoria ha quedado entonces a cargo del cine, no porque haya una película sobre Carri, sino porque es una directora de cine que ha problematizando su propia situación. Y directora de cine es la que se hace cargo de preguntarse qué queda de la memoria, sobre todo cuando tiene una relación filial. Entonces, qué recordar y cómo recordar, y sobre todo cómo recordar lo indecible. Porque Carri, durante cierto tiempo, fue un director político de la facultad, de la carrera de Sociología, era su director político en la sombra. Sin embargo, ahí veo que el recuerdo compete más a nuestros instrumentos de labor intelectual. Podríamos decir que su mensaje, su palabra, sus textos tuvieron una fuerte acogida en los estudiantes, en sus compañeros de trabajo, en las cátedras, extrañas cátedras de aquel momento, porque se llamaban Cátedras Nacionales. En fin, el nombre quizá no diga tanto como el hecho que eran parte de un programa de estudio, pero al mismo tiempo, era en su situación frente al Estado donde la Universidad era totalmente insurgente. Y así como esas cátedras tenían que poner notas y firmar libretas también había algo que las traspasaba en términos de títulos y certificaciones profesionales. De modo que es una situación muy extraña, no semejante a nada de lo que podemos ver actualmente. Más bien este momento del movimiento que se destinó a transformar las cosas de una manera más radical en la facultad intentó ocupar zonas específicas y casi físicas del lugar donde se producen las decisiones. Ocuparlas con el ser de lo político, poniendo la política al mando, como se decía.
En aquel momento una cátedra era parte de la institución pero de la insurgencia también. Había una fuerte vida paralela, más bien las cosas ocurrían en términos de total paralelismo. Instituciones oficiales por un lado y una sociedad sumergida, clandestina, insurgente. Se podía pertenecer a las dos, y aún más, era necesario la simultaneidad exquisita de pertenecer
a las dos. Eran los temas de Carri. Él era fuertemente actor de sus propios temas a los que servía su propia literatura, su propia militancia en las izquierdas más perseverantes, ligadas a la idea general de un momento crispado en la sociedad donde se toma conciencia. Un poco la imagen de la tradición quizás trotskista de Carri, un trotskismo más literario y metafórico que formal. Pero después sus opciones fueron las opciones en los grupos que en la lucha armada convergen en la Revolución Nacional y Popular. Entonces, cómo recordarlo hoy, qué Ciencias Sociales se pueden hacer cargo de una obra que existe en la historia de la sociología argentina por derecho inalineable. Porque es una obra escrita de una manera fronteriza en relación con las Ciencias Sociales, pero que apela a la gran memoria ensayística del país: sin proponérselo, apela al Facundo, al Martín Fierro.
En la primera edición de Isidro Velázquez…, hay un muerto en la tapa. Isidro Velázquez muerto, bandolero rural del Chaco. Esta es la primera edición, hay otra que omite tales literalidades. Es una pena que Carri no haya tenido como tenemos hoy mayor contacto con el mundo del Facundo, del Martín Fierro. El drama que cuenta es exactamente el drama de alguien que entra en un dilema con la ley, es decir, es un drama de justicia lo que se cuenta aquí y se lo cuenta en los ámbitos periféricos de una sociedad. En ese sentido, toda la escritura de Carri es una lectura persistente sobre el Facundo y su comienzo es casi como el del Martín Fierro. La historia de Isidro Velázquez, el bandolero social cuya historia ocurre a comienzos de los años 60 en el Chaco, y la de su compañero Gauna: en ella hoy podríamos ver cómo Carri ubica esa relación entre el bandido delincuencial que sospecha espontáneamente que su delincuencia proviene de un orden social injusto y Gauna que tiene el perfil más estrictamente vinculado a un “fuera de la ley” más habitual.
Carri supone de una manera muy desafiante que esta situación anuncia muy acabadamente ciertos tipos de imaginación crítica de los grupos de guerrilla. Carri imagina que gracias a este asesino, Gauna, que no respeta la vida de los demás, se revela una contraposición con la propensión natural de Isidro Velázquez de intuir de alguna manera oscura que su papel era un
papel social. Pero veía cerrada su tendencia a pactar con la ciudad, a pactar con las policías ¡gracias a Gauna! Esta pareja, pues, tenía una valencia necesaria en lo político implícito que necesitaba de los dos polos, Velázquez y Gauna. La reflexión que hace Carri sobre la policía del Chaco es muy aguda, hoy no contamos con una reflexión sobre la policía bonaerense del mismo calibre que hace Carri respecto del policía bien pago, del policía mal pago, del policía con la panza llena, etc., de una policía rural asesina también en esa época, en el Chaco, probablemente en cualquier época.
Entonces, este libro tiene un papel crucial en la historia de la Sociología. Es un fuerte llamado de atención sobre el estilo sociológico dominante en aquel momento y la problematización de la idea del bandido, de la delincuencia, del papel de la delincuencia. Un libro extraño e irritante, también cautivante pues es un libro que intenta ser un libro de sociología del colonialismo, de la colonización. Está Fanon por todos lados, pero no está la prosa de Fanon que es una prosa fenomenológica, sartreana. Está la prosa de Carri que se parece mucho más a Sarmiento a pesar de que aquí le hace hablar a un camionero del Chaco que dice: “y ese Sarmiento quién es… un asesino…”. Bueno, es un libro antisarmientino, obviamente, también, al que le falta arreglar las cuentas con su secreta relaión con el Facundo.
De modo que este libro es un libro que, leído hoy, exige precauciones de todo tipo, pero ¿cuál es esa precaución inicial? ¿En qué presente ponemos este libro? Si no, es solamente una pieza museizada. En cuyo caso sería también una pieza relevantísima del pasado y presente social en la Argentina, pues es un libro absolutamente limítrofe. Pero obstruido al hoy. Es un libro que tiene una apología del delincuente, así dicho. ¿Cómo sería leído hoy en esta sociedad argentina atravesada por formas muy diversas de encarar este mismo tema, donde ese problema se trata aún por parte de las izquierdas de una manera tan diferente a esta?
Este libro entonces desafía al lector de aquel momento y desafía al lector contemporáneo. Carri era una persona que tenía un estilo de impulsividad espontánea y con el resorte del irónico arrepentimiento también a flor de piel. El impulsivo y su momento posterior de lamento por la irreflexión convivían en él. Eso contribuía a hacerlo un intelectual de una enorme sutileza. Sutil en su espontánea impulsividad y en su amago de retractamiento posterior. Pero había una crispación en él evidentemente, una gran intranquilidad espiritual, propia del que estaba lleno de ideas, había una insatisfacción permanente, ocurrencias espontáneas, intervenciones permanentes de una manera algo errática. Algo errática en el sentido de que no parecía ser la persona más adecuada para participar en los sistemas disciplinarios de los grupos más organizados. Pero finalmente lo hizo. En el año 66 o 67, si recordamos bien, años del gobierno de Onganía, se propuso ya que había un problema edilicio. ¡Problema edilicio en los años 64-65 en la facultad de Filosofía y Letras! Se puso en consideración el cambio de edificio para la carrera de Sociología y surgió la idea de llevarlo al Albergue Warnes.
El Albergue Warnes, ahí iba a estar la joya del sistema hospitalario argentino, en la calle Warnes. Hubiera sido el hospital modelo de Carrillo, y se empezó su construcción dentro de los planes de este planificador de la medicina social. Después, en el esqueleto del edificio hubo un asentamiento de viviendas precarias y desarmaderos de coches. Ramón Carrillo dejó un libro –que por razones diferentes a las de Carri– es un libro bien de la época: Teoría del hospital. Es un libro curioso y profundo, que coteja medicina y arquitectura, escrito con humor y asentado en una idea –a discutir hoy– respecto a lo que significa el planeamiento médico y su “acción racional respecto a fines”. El de Carrillo era un libro de teoría que quedó sin su práctica, quedó sin el Hospital de Niños que iba a ser, no en el Sheraton Hotel, sino que iba a ser en el Albergue Warnes. El mismo que se convirtió en un emblema de la ocupación ilegal de edificios públicos. Es el antecedente más fuerte de los ocupantes de edificios y a lo largo de mucho tiempo, el Albergue Warnes era algo que no figuraba en los planteos políticos de las izquierdas, de los movimientos de acción popular. ¿Quiénes eran los del Albergue Warnes? Eran los ocupantes de un lugar fantástico, un lugar de 20 pisos, no tenían servicios centrales, era un lugar que estaba casi a medio terminar, un edificio casi completo, y este lugar componía una enorme villa miseria encerrada en paredes de cemento muy bien construidas donde vivían miles de personas. He aquí la inesperada y distante vinculación entre el chaqueño Velázquez de Carri y las formas de existencia precaria de migrantes urbanos y suburbanos en viviendas precarias de la época, testimonio de lo que hubiera sido la obra majestuosa de un Estado que fue derrocado y al que Carri –y tantos otros– se referían como un espectro rememorativo que infundía vigor a las nuevas militancias. Historias importantes de la memoria de la ciudad respecto a la cuestión habitacional, a la historia de las villas miserias y es la propia historia de las ocupaciones de hoy, de movimientos piqueteros, cartoneros. Y a la sociología.
No recuerdo que Carri estuviera muy convencido, pero buscábamos enlazar la crisis de la Carrera de Sociología con una crisis edilicia. Con un edificio notorio de la ciudad vinculado a la crisis social y a las poblaciones más castigadas, pero al mismo tiempo, con ocupantes que poseían técnicas de ocupación y de sobrevivencia muy sutiles también ahí.
Y ciertamente tenía razón Carri, pues en ese enlace existencial propuesto había un simbolismo supernumerario, que apuntaba a una especie de sutileza mayor, la carrera de sociología enlazando el mayor albergue precario de la ciudad, presuntamente destinado a mudar la propia Carrera.
Carri había tomado decisiones muy radicales respecto a la interpretación de la justicia, en relación al uso de esa justicia inmediata decidida por un grupo que se hace cargo de esa hipótesis general de justicia extendida a toda la sociedad, pero que de tan fallida, hay que reemplazar por decisiones sumarias del conocimiento específico de una vanguardia. Sobre todo esto, sin duda, abundaban las discusiones de aquel momento. Hoy no se le escapa a nadie lo agudo y dramático de estas discusiones. El fanstama de Isidro Velázquez y de la sociología tercermundista flotaba allí. De modo que Carri, de alguna manera había encontrado su lugar en un grupo portador de un mensaje en la historia, ese mensaje era radicalizado en grado de sumo compromiso personal. El recuerdo de Carri no ha cesado. Es un cruce sentimental que rasga una memoria común compartida, en el sentido de cómo decisiones personales, decisiones de grupo y opciones que se toman con la lucidez que permite un horizonte de época, material ígneo que luego se ofrece a la crítica de épocas posteriores, porque toda época, en suma, es una forma de la crítica en el acaso de una temporalidad incierta. El libro sobre Isidro Velázquez ya contenía el reflejo de su vida y un potencial anuncio de la tragedia personal y colectiva.
Hay un libro iniciador de las Ciencias Sociales, La ciudad indiana, de Juan Agustín García. El prólogo lo hace Miguel de Unamuno, hacia 1900. Unamuno dice que ve en las líneas de ese libro surgir los fantasmas cabalgando de Martín Fierro, de Santos Vega. Es un libro sobre la formación de la ciudad argentina desde el siglo XVII. La casa, la iglesia, el campo, el proletariado rural como dice Juan Agustín. Un libro delicadísimo, inspirado en un libro francés, en La ciudad antigua de Fustel de Coulanges. El libro de Carri que se llama Isidro Velázquez. Formas pre revolucionarias de la violencia se ve, se lee en espejo de lo que dice Unamuno en La ciudad indiana, se ve el propio destino trazado de Carri; porque es la idea que él tiene de Isidro Velázquez con su pareja Gauna, que hacen un poco de Fierro y de Cruz. Sombras que salen de las páginas de un libro, y por tanto, de una de las transfiguraciones de la historia nacional. Hay que advertir que los capítulos centrales del libro de Carri contienen una precisa sociología del Chaco como hoy no hay, la luz de la situación colonial, del sistema de entrelazamiento de los poderes coloniales. Y la idea central, una de las ideas centrales del libro, es que hay un proletariado total que es el alienado total pero que justamente por eso mismo está en otras condiciones al no haber sido asimilado a los sistemas de mercado. Hay una especie de subtexto marcusiano. Esto está entre Marcuse y Fanon y casi diría que es un libro sartreano si es que el lenguaje no es de Sartre. Digámoslo mejor, es el lenguaje de las Ciencias Sociales que había inventado Carri. Pero entonces el proletariado urbano y el proletariado sindicalizado estaba más dispuesto hacia la integración. Más en esa época, el libro de Carri, a la luz también de Hobsbawn –al que no le reconoce la influencia que ha ejercido sobre él–, constituye la respuesta tardía al desarrollismo que se había tornado en la gran hipótesis de la integración de las clases trabajadoras. Y hay que recordar un poco a John William Cooke que era alguien que sancionaba y cuestionaba esa idea de integración, pero no a la manera de este proletariado total que era el despojado de todos los despojamientos, era la clase radical que no tiene nada que perder más que sus cadenas.
Entonces este proletariado total, tal el nombre que le da Carri, es un poco el que operaba, el que desataba la crítica hacia el mundo de la integración. En Cooke había que hacer política de otra manera. Cooke había muerto el mismo año en que sale este libro de Carri. Había que desatar sujeciones de otra manera según Carri, de una manera politizada, con visos de la dialéctica de las armas, pero en Cooke era una reflexión mucho más cuidadosa y no tenía el centro espasmódico que tiene en Carri la decisión por las armas y la apología de un bandolero rural como personaje del romanticismo armado. Ya dijimos que Carri no busca el aval de Hobsbawm que hubiera sido fácil pero también lo critica a Hobsbawm por verlo demasiado académico. Así que estaba muy solo este libro. Carri e Isidro son dos memorias yacentes, entrelazadas y solitarias en nuestra memoria.
La idea de proletariado total lo lleva a redimir al delincuente total, el incivilizado total, y siendo así la idea de lo total es fantástica, es la idea de que hay una totalidad que recupera la posibilidad refundacional de la sociedad a partir del despojamiento total. Por eso su interés en analizar a las policías que era ese mismo bandolero pero con uniforme policial. La cuestión es que hay un delincuente total también y ese delincuente total era más bien Gauna que era más criminal que Velázquez, y en ese sentido, existe la idea, hoy impensable, de que la sociedad colonial estalla por su lugar más despojado de comodidades, de integraciones, de consumo, de ligazón con el mercado y resumimos muy mal lo que Carri escribe de una manera muy vibrante. Es una escritura a chicotazos y toda esa convulsión retórica lo lleva a plantear cierta simpatía hacia este tipo de delincuente; y lanza el problema en el prólogo. Un problema desmesurado: “si toda la delincuencia no fuera realmente así”. Ya desmesurado en esa época.
A quienes tomaban las decisiones políticas de la época, no creo que les haya gustado este libro. Le gustaba a Ortega Peña que lo publicó. Ortega Peña era un poco así. Ortega Peña era un jacobino como Carri. Era una persona al que se le ocurrían cosas teatralmente jacobinas. Si hubiera podido remontarse de alguna manera en el tiempo y en el espacio le hubiera gustado ser Dantón, Marat, Hebert. Los grandes dirigentes de las alas más drásticas de la Revolución Francesa. Ortega Peña venía del PC, quizás como Carri, y se habían hecho en la sal de esos días que era todo ese nacionalismo redentista. Esa mezcla de trotskismo, de Hernández Arregui y bandoleros sociales. ¿Cuál era el centro de esa mezcla? El centro de algún modo era esta literatura que no pudo prosperar. Pero aquí está el Facundo, el Martín Fierro, la Sociología. Ese nexo que nunca terminamos de amalgamar hoy. Está la mejor tradición del ensayo argentino y la sociología anticolonialista que se hacía en la época con una suerte de amalgama que la daba solamente la fuerte inclinación que tenía Carri por estos temas, y su intención no enteramente desplegada de entroncar con la literatura argentina que trató la tradición del disidente social, del perseguido. Al contrario, Sindicatos y poder en la Argentina es un libro donde ve con cierta simpatía, los nexos que se producen en una sociedad compleja de clases.
Ese último libro se mete en lo que llamaríamos hoy la interna, palabra en estos momentos empleada condescendiente, que inventaron los periodistas: interna de tal, interna de cual, contradicciones en el seno de agrupamientos que en aquel tiempo eran más contundentes, no eran internas donde aparentemente se exige ante diversos intereses una especie de crónica, una mezcla pródiga de grupos incidentales y más bien de carácter conspirativo. Pero una época más maoísta en cuanto al orden de las contradicciones en su realidad ontológica es la que infunde fuerza a Sindicatos y poder en la Argentina, donde (esto le fue criticado por muchos) se le ocurre que los gremios vandoristas cumplían un papel objetivo en esa Argentina, sociedad compleja. Carri elegía los vandoristas porque era un amante de las contradicciones, de las paradojas, y en ese sentido, era un personaje que podría haber navegado con cierta comodidad en estas épocas que recomiendan más la paradoja que la contradicción. Porque la paradoja era que los vandoristas a pesar de burocráticos –estamos hablando de los 60– eran el gremio industrial más fuerte, y aun así, estaba en condiciones de hacer trastabillar al sistema. Era un poco menos de John William Cooke, porque estaba girado hacia lo que Nahuel Moreno en aquella época, postulaba como “entrismo” en los gremios más importantes, como era la UOM.
Es posible que el trotskismo hubiera podido encontrar una base social real y en lo cierto se avanzó mucho en eso porque el propio vandorismo incorporó dos formulaciones de Nahuel Moreno como lo prueban los programas de Huerta Grande y La Falda, que son los primeros programas del peronismo desde el llano. Y el gremio 62 de pie que eran los gremios que apoyaban, que hablaban con palabras de revolución, que decían que había que seguir con el “Perón revolucionario”. Carri los desdeñaba. ¿Por qué razón? Porque eran gremios que tenían una base social más exigua, el gremio de Alonso eran gremios de chicas, chicas en su máquina de coser, etc. Carri desdeñaba eso. Su modelo, en ese libro, era la clase industrial centralizada, centralizada en la UOM, la Unión Obrera Metalúrgica. Unos años después escribe otro libro, el Velázquez, donde abandona toda la fantasmagoría vandorista. Es un libro de combate contra lo anteriormente escrito por él. Y un poco escribe sus próximos pasos en las organizaciones armadas. ¿Qué hacían las organizaciones armadas en esa época? Focalizaban incluso, desde el punto de vista de objetivos singulares y hasta personales, aquellos dirigentes sindicales que Carri había visto anteriormente como propicios a este tipo de amalgamas, hacia ese tipo de nexo que él llamó integracionismo en ese momento, que lo veía como un último resto de objetividad marxista que susbsistía en ese tipo de configuración sindical.
Acá es cuando reformula, con Isidro Velázquez, rota ya esa objetividad heredera del marxismo, la crítica a lo que llama el formalismo de las ciencias sociales –gran artículo– y se convierte en una especie de sartreano, un fanoniano, donde ve una violencia regeneradora de toda la sociedad. Él mismo se lanza a reencarnar ese tipo de militante armado. Fue el último Carri, en su postrera fenomenología del acto político. Releerlo hoy es releer un poco la historia de la carrera de sociología, las hipótesis y los enlaces con el movimiento obrero, con las clases trabajadoras. El último Carri estaba muy lejos de la UOM, de Vandor. Había que buscar otra cosa en ese lugar remoto… el Chaco. Con paisajes rurales, con policías rurales, un bandolero con un nombre muy contundente como era Isidro Velázquez, ropaje en el cual de alguna manera, se había travestido Roberto Carri.
Y así como Unamuno veía cabalgar a Martín Fierro en La ciudad indiana, acá podemos ver escrito un poco el destino de este tipo de Ciencias Sociales y de este tipo de militancia social y de este tipo de militancia política en la Argentina. Este libro tiene entonces esta peculiaridad respecto a que es la forma inescindible de la historia de la Carrera de Sociología. Creo que nos hace bien reabrir el estudio de este libro, de una manera no complaciente, ni meramente historizada, ni meramente nostálgica, sino abrirlo como problemas heredados por las nuevas generaciones de estudiantes. Esto parece absolutamente indispensable.
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Nota a esta edición
Por Verónica Gago
“Ana, además de su esposa, fue una suerte de primera editora de las obras de Roberto que aquí se presentan. Era la persona que leía siempre, por primera vez, las ideas que Roberto volcaba de forma urgente en sus escritos. Ana era su exigente e implacable editora. Lo recuerdo a él saliendo de su estudio, con las manos llenas de hojas mecanografiadas, buscando a Ana. Ella leía los escritos en la mesa del comedor. A veces sola, a veces intercambiando con él, que había estado horas encerrado en su estudio donde todo era silencio hasta que de pronto se escuchaba, como ráfagas de una ametralladora, el tecleo atropellado, urgentísimo de la máquina de escribir. Primero era una Remington, luego una Olivetti grandota, creo Lexicon 80, y a veces una Lettera 22 que no le gustaba”, así recuerda Paula, una de las hijas de Roberto Carri y Ana María Caruso, el modo en que la producción de textos y su edición era parte de una tarea compartida, eslabón de un engranaje complejo y minucioso de complicidad política, amorosa e intelectual.
Hoy volvemos a intervenir sobre aquellos textos para presentar la obra del sociólogo argentino Roberto Carri, editada por la Biblioteca Nacional, y ponerla otra vez al ruedo: es decir, al alcance de nuevos lectorxs, investigadorxs y militantes. Se trata de una serie de textos fundamentales de un archivo extremadamente rico, complejo y múltiple.
Reunimos, en el primer tomo, sus obras publicadas como libros, inhallables actualmente, junto a textos que acompañaron las sucesivas ediciones o que las comentaron. En el segundo tomo, artículos dispersos y atesorados en su archivo personal, la transcripción de muchas de sus clases universitarias y, finalmente, un conjunto de documentos políticos inéditos de Montoneros.
Roberto Carri (1940) encarna una trayectoria político-intelectual que es, en sí misma, una forma de sumergirse en la vitalidad y los zigzagueos de la época, impulsados por veloces fuerzas sociales y políticas en paralelo a un gran apetito intelectual. Carri estudia en la Universidad de Buenos Aires (UBA), al principio de los años 60. Inicia su militancia en el “Círculo de Estudios Sociales Luis Recabarren” y participa en la revista El Obrero (1963), recalando primero en las arenas cercanas al trotskismo, bajo la inspiración perdurable de una de sus hipótesis principales: el partido obrero basado en sindicatos.
Unos años después se acerca al peronismo. En 1966, ya recibido de sociólogo y en paralelo a su puesto en el Ministerio de Trabajo, edita la revista Estudios Sindicales, con el apellido materno y bajo el auspicio de los abogados laboralistas y asesores legales de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica), Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña. Ellos también lo llevarán al proyecto editorial Sudestada, donde Carri publicará sus dos primeros libros: Sindicatos y poder en la Argentina. Del peronismo a la crisis (1967) e Isidro Velázquez. Las formas pre revolucionarias de la violencia (1968).
El libro Sindicatos y poder en la Argentina revela el acercamiento de Carri con el sector de las 62 Organizaciones liderado por Augusto Timoteo Vandor en tiempos de dictadura de J. C. Onganía. Está dedicado a militantes del sindicalismo peronista asesinados (Mendoza, Vallese, Mussy, Retamar, Méndez, García) y abre con una frase que es imposible no calificar de premonitoria: “Un gran silencio que pronto será sonido y furia”. Se trata de un estudio pormenorizado que traza una lectura histórica que va desde los orígenes del peronismo a la crisis del golpe militar de 1966, conceptualizando tres etapas (peronista, “Revolución Libertadora” y sindical), marcadas por los vaivenes políticos y los hitos de la sanción de la Ley de Asociaciones Profesionales, la formación de organizaciones de masas, la falta de iniciativa y confianza por la juventud, el origen rural de la clase obrera, los vectores del tercermundismo
y el nacionalismo y la resistencia peronista.
En el apéndice que Carri escribe para la reedición dos años después –“Sindicalismo de participación, sindicalismo de liberación”, 1969– ya se evidencia el desplazamiento político de Carri a favor del compromiso con los sectores más combativos del peronismo, ligados a la flamante CGT de los Argentinos liderada por Raimundo Ongaro, a la atmósfera del Cordobazo y a la denuncia frontal de la burocracia sindical como estrategia “imperialista” al interior del movimiento obrero y como parte de la treta de los gobiernos desarrollistas (A. Frondizi, J. M. Guido y A. Illia).
En el medio, la escritura de su libro sobre Isidro Velázquez. Formas pre revolucionarias de la violencia (1968) explica mucho de este corrimiento. Publicado en el primer aniversario del asesinato de este bandido rural en la provincia del Chaco, Carri moviliza en su investigación hecha al calor de los hechos y en terreno todo un arsenal teórico que quiere mostrar la “expresión de rebeldía y solidaridad comunal de los pobres”, bajo poderosas glosas de Frantz Fanon: de Los condenados de la tierra (leído por Carri en italiano, en la edición de Einaudi de 1962) y Por la revolución africana. De él aclara: “Deseo señalar que es en la obra de Frantz Fanon donde se replantea radicalmente el problema de la violencia y de la espontaneidad, obra que fue la ‘guía’ teórico-política de este trabajo”. También aparece allí, pero en tono de debate, Los rebeldes primitivos, de Eric Hobsbawm y la Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, de Juan Díaz del Moral. Carri se mete de lleno así en la caracterización colonial de la Argentina, desplazándose del movimiento obrero organizado que había sido su foco de atención: “No hay sociedad civil en la economía colonial porque no hay ideología ni consenso, no hay política hacia los pobres, sino pura violencia”. La imagen ya no es la escena sindical dedicada a la integración de la clase trabajadora, sino “los rebeldes de los obrajes y de los algodonales (que) eran liderazgos anarquistas, que muchas veces terminaban fugándose al monte, lo cual los conectaba con los desposeídos del campo”. Los miserables sin tierra y sin trabajo a los que encuentra Carri en Chaco le permiten plantear una analogía con la situación de la agricultura que José Carlos Mariátegui esgrimía para el Perú. Y lo lleva a trabajar la noción de “proletariado total” para dar cuenta de un proletariado rural que caracteriza en contrapunto con la clase obrera industrial: “desposeídos totales” y sometidos, por estar en áreas coloniales, a la “violencia absoluta”.
Carri, además, va a ubicar como punto de análisis fundamental a las fuerzas represivas, permanentemente burladas por las pericias de la fuga en el monte de los rebeldes: la comunidad se espeja así en la violación de la ley que lleva adelante la figura del insurgente. “Operativo Fracaso” le decía el pueblo en forma de burla a los reiterados intentos con que se quiso “cazar” a Velázquez y a su compañero Gauna con ochocientos efectivos y no se pudo. “Velázquez era –y todavía es en el recuerdo de las gentes– la encarnación del odio popular (…). Por eso le decían “el vengador”: tenía la misión de vengar a su hermano asesinado por la policía. Al final, la figura de Claudio, su hermano, se transfiguraba y se olvidaba: Isidro era el Vengador del pueblo indio y criollo en su conjunto”. El rebelde, dice Carri, tal vez evocando la frase del Che, vive como un pez en el agua entre los desposeídos. En estas páginas electrizadas no deja de leerse la presencia de Facundo, de Martín Fierro y de los comandantes de las primeras montoneras.
El otro dardo crítico de Carri apunta a “las figuras de la modernización que se presentan como “protectores”: reformadores, intelectuales, agentes estatales que leen al proletariado total como atraso y barbarie. Como dice Horacio González en su prólogo a la edición del año 2001: el libro llamaba a una “sociología de trinchera”. La tesis es directa: Carri sostiene que el modernismo es siempre un reformismo. Empieza así una crítica despiadada y precursora del sociólogo argentino al desarrollismo y a su vinculación interna con el carácter dependentista de nuestras sociedades, así como a su funcionariado estatal y sociológico: “La constitución de una sociedad imperialista dependiente en América latina pasa hoy por la ejecución de políticas desarrollistas”.
En el tercero de sus libros, Poder imperialista y liberación nacional. Las luchas del peronismo contra la dependencia (Efecé, 1973) esta cuestión ya esbozada sobre el colonialismo, la dependencia y el sistema imperialista se ensancha y toma toda su relevancia. El papel del Estado en su pasaje de agente de la oligarquía terrateniente a “integrador e intermediario financiero de las grandes corporaciones”, junto al rol represivo de las fuerzas armadas, hace que Carri hable irónicamente del “virreinato” mientras subraya el papel monopólico del capital. La “crítica al desarrollismo” incluye su influencia ideológica como “modernización empresaria” que asegura la reproducción como capa social de sectores medios y altos, de una burocracia pública y privada. Tal análisis no puede dejar de vincularse a la “guerra antisubversiva” inaugurada abiertamente para Carri desde 1966, pero también con los debates latinoamericanos alrededor de la reforma agraria, un punto que Carri analiza con dedicación y en vinculación directa con el problema de la clase trabajadora.
La pregunta de Carri por entonces es cómo enfrentar a “los desarrollistas y burócratas (que) vuelven a funcionar como punta de lanza del enemigo imperialista”. La clase obrera es el vector anticapitalista y antiburocrático y la respuesta no se hace esperar: “La experiencia histórica de las masas peronistas, en especial de la clase obrera, se transforma en conciencia estratégica de la necesidad de poder, con su encuadramiento colectivo en la forma orgánica necesaria para enfrentar las tareas de la etapa: la milicia popular”.
No es un detalle menor que lo que Carri compila (y en algunos casos reescribe y amplía) en este libro son sus artículos publicados en la revista Antropología 3er Mundo (1968-1973), primero definida como “revista de ciencias sociales” y luego como “revista peronista de información y análisis”; primero ampliando la tipografía de la palabra “antropología”, luego la de “tercer mundo”. Allí Carri comparte las páginas con textos de Rodolfo Walsh y John William Cooke.
Sus trabajos de esta época confluyen –y de algún modo sistematizan– con la tarea de docencia en la universidad, como miembro destacado de las llamadas Cátedras Nacionales, desde las materias Sociología Sistemática y Sociología Especial y también desde los cursos titulados de Ciencias Humanas. De algún modo, sus textos sobre “El formalismo en las ciencias sociales” consagran la orientación programática de la revista y el espíritu de las cátedras: “Para nosotros, ser nacionalistas y revolucionarios es ser peronistas”, escribía en 1969.
También de esa época –y de ese bloque de polémica sociológica– es su discusión con Francisco Delich (1967-68) sobre el libro El medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche, que transcurrió en las páginas de la Revista Latinoamericana de Sociología, cuyo comité de dirección integraban Torcuato Di Tella, Orlando Fals Borda, Gino Germani, Pablo González Casanova y Florestan Fernandes, entre otros.
En Antropología 3er Mundo también se publicará “De base y con Perón. Un documento autocrítico de las ex cátedras nacionales” (junio de 1972), firmado por Carri, y que puede leerse a modo de cierre de un ciclo y activación de una series de líneas que llevarán a encuadramientos políticos precisos.
Lo que Carri dictaba en sus clases universitarias, las preguntas de lxs estudiantes, que aquí se publican, son parte del archivo sonoro de las aulas de la “universidad insurgente” de la época. Allí, por ejemplo, una clase sobre Marx es claramente, dicho por el propio Carri, una lectura desde Lenin para plantear el problema del imperialismo (como etapa superior del capitalismo). Algunas luego fueron editadas como partes de libro. Unas pocas notas a mano sobre esas transcripciones mecanografiadas también las incluimos como imagen, como parte del archivo visual-textual que arman los escritos, fotografiadas desde sus gruesas hojas originales.
En ese mismo período, Carri también hace una intensa labor periodística, escribiendo artículos de análisis político y coyuntura en revistas como Marcha, Cristianismo y Revolución, Envido, Primera Plana y Extra, en el diario Noticias y también como corresponsal para Interpress Service.
La salida de las Cátedras Nacionales lo lleva al Peronismo de Base primero y a la organización Montoneros luego, donde se transformará en responsable de la “Columna Sur”. A esa época corresponde la serie de documentos de la organización que estaban en el archivo personal de Carri y que aquí se publican por primera vez. Se trata de una operación de autoría colectiva detallada en el mismo proceso de confección y discusión de los materiales y que, aun así, merecen incluirse aquí, obrando y desobrando la completitud de estos escritos de autor. Son un conjunto que incluye los documentos básicos para la preparación del Congreso Nacional (julio y agosto de 1974), el informe de la reunión del Consejo Nacional y la síntesis de su discusión política (octubre de 1974), así como las evaluaciones de etapa antes y después de la muerte de Perón.
Roberto Carri fue secuestrado junto a su compañera Ana María Caruso el 24 de febrero de 1977. De ese período quedan cartas enviadas por la madre a sus hijas Andrea, Paula y Albertina desde el cautiverio y algunas notas al pie de página agregadas por Carri.
Criterios de orden y selección de la obra
Hay varios métodos que pueden utilizarse para clasificar los materiales de una obra. En el caso de esta edición decidimos ordenarla por líneas sucesivas y superpuestas. Primero, puede leerse la que traza una serie de combates. Contra el debilitamiento de la fuerza sindical, contra la represión popular, contra el desarrollismo como forma del imperialismo, contra la sociología académica. Estos cuatro vectores cruzan los cuatro formatos de los materiales que aquí se distinguen: libros, artículos, clases y documentos políticos.
El carácter orgánico de lo obra puede verse en el modo en que los problemas van migrando de un material-formato a otro: lo que se prepara para una clase y se corrige y transcribe, luego es capítulo de un libro, luego deviene –reescrito– libro en sí mismo. También hay repeticiones idénticas: el modo en que una idea prospera sólo por su reproducción. Los cambios, a veces, son mínimos pero decisivos: los acontecimientos que van sucediéndose a tiempo acelerado y que obligan a una puesta en juego, actualización y reexamen permanente de lo que se escribe. En el caso del prólogo a Poder imperialista, esto es notable y Carri aclara: “Evidentemente no es un trabajo cerrado ni prolijo, sino un conjunto de artículos unidos por un tema común (…). El último punto del primer capítulo, sobre el retorno de Perón y la ‘emboscada’ preparada por la burocracia, fue escrito dos días después de que sucedieran los hechos, cuando tenía que entregar los originales”.
El tercer movimiento (luego de distinguir los combates y diferenciar materiales) que ordena los textos son justamente una serie de quiebres, en las lecturas y en las urgencias políticas, que abren a su vez movimientos de pasaje: 1) de la preocupación por el sindicalismo a la escritura sobre la insurgencia popular; 2) del formalismo en las ciencias sociales a las cátedras nacionales; 3) de la autoría personal a la colectiva.
Como parte del archivo y/o apertura del archivo, se incluyen en este volumen otros textos. En el primer tomo, las introducciones de apertura de Alcira Argumedo y Horacio González, compañeros de Carri en las Cátedras Nacionales, y un estudio preliminar a cargo de Gustavo Nahmías. También los prólogos originales de Ortega Peña y Duhalde a Sindicatos y poder en la Argentina y a la primer reedición de Isidro Velázquez a cargo de Horacio González. Además, el posfacio de Duhalde a esa misma edición de principios de este siglo. Se suma un hallazgo: dos reseñas escritas por Leónidas Lamborghini, publicadas en el diario Crónica, dedicadas a esos dos libros y guardadas por Carri en su archivo personal.
Además, se publica el texto de Albertina Carri “Operación Fracaso y el Sonido Recobrado” junto a “Investigación del cuatrerismo” que marca la línea de fuga del archivo al menos en tres sentidos: 1) muestra la imposibilidad de la obra completa; 2) saca una conclusión política divergente: se puede fracasar y liberarse; 3) y conecta el archivo con materiales de otra naturaleza (las cartas maternas) y otro tiempo (los recuerdos del presente). Completa así, de algún modo, las derivas fugitivas de Isidro Velázquez.
En el segundo tomo, incluimos diversos artículos, a los cuales dividimos entre el bloque de polémica sociológica y el de análisis político. Incluimos dos notas de la revista Confirmado en las que Carri es entrevistado y que también estaban en su archivo personal. Luego las clases y finalmente los documentos políticos, ambas series inéditas.
Podemos apoderarnos de esa idea que dice que todo archivo es audiovisual: son enunciados y son visibilidades. Lo que se escucha y lo que se ve. Pero es sobre todo lo que sucede entre ellos. Se presienten “secretos perdidos” (por ejemplo en las conversaciones de clase, en la mecanografía de un documento que lleva mucho tiempo y trabajo discutir y aprobar, en los vericuetos de investigación y el análisis de coyuntura, en la prosa de la inminencia de los desenlaces históricos). Y aun así, se busca otra cosa. Salir del archivo con vida. El archivo debe tener la “magia del bandido” de la que habla Carri: que no le entren balas. Y sobreponerse como un archivo-vivo.
Carri piensa y escribe a la vez como docente, ensayista, investigador, periodista y militante. Son cortes a la vez artificiales, a la vez estilísticos, a la vez de función de enunciación. Pero todas son líneas que alimentan un flujo de escritura y reflexión, asociadas a prácticas y combates y a una imborrable sensación de premura, y que hoy también funcionan como máquinas de memorias futuras.
Tapas: Alejandro Ros
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