“Eran sospechosos por el lugar donde estaban”, dijo uno de los policías acusados de disparar por la espalda a dos adolescentes en Córdoba en 2014. En tres jornadas, el juicio por el asesinato de Güere Pellico parece darle la razón a la familia de las víctimas: un patrullero sin luces y sin identificación disparó contra dos pibes que volvían de comprar bebidas para un asado. La próxima audiencia es el 30 de noviembre.
Hay silencio porque en esa zona de Los Cortaderos no hay negocios ni viviendas, apenas árboles y un descampado. La luz de una moto interrumpe la oscuridad. Arriba van dos chicos de 18 y 21 años. El patrullero circula en dirección contraria, con las luces apagadas. Conduce el policía Lucas Chávez, que decide girar en U y quedar detrás de la moto. En el asiento del acompañante va el Sargento Rubén Leiva. Chávez dispara entre cinco y seis veces. Un silbido roza el oído de Maximiliano Peralta, que va sentado atrás en la moto. Maneja su primo, Fernando “Güere” Pellico. A Maxi lo hieren en la pierna derecha, abajo de la nalga. A Güere lo mata una bala que entra por la espalda.
Eso fue el 26 de julio de 2014, en una zona periférica de la Ciudad de Córdoba. Dos años después, Leiva, un policía canoso con 24 años en la fuerza, está sentado frente al jurado popular. Después de hilvanar una oración hace una pausa y baja la cabeza. Dice que mientras pasó todo él estaba agachado. Que por “un movimiento torpe” se le había caído la radio y quería informar que una moto se daba a la fuga. Encorvado y sin poder ver, dice Leiva, escuchó disparos.
El juicio contra los policías empezó el viernes 18 de noviembre. Están imputados por homicidio agravado por el uso de arma de fuego y calificado por ser funcionarios de la fuerza de seguridad.
El viernes pasado, en la primera audiencia, Chávez -acusado de haber hecho los disparos- se negó a declarar. Leiva está imputado porque era el jefe del coche: le ordenó a su chofer, Chávez, que dispare o no impidió que lo hiciera sin dar la voz de alto y sin encender la luminaria policial. Leiva declaró que como estuvo todo el tiempo agachado no puede aportar ningún dato. Sí reconoció no haber visto si los jóvenes tenían armas. “Eran sospechosos por el lugar donde estaban”, dijo.
Sentado frente al jurado popular agachó la cabeza y dijo que durante el homicidio estuvo así todo el tiempo; que sabía que su compañero giró en U, pero que no había visto la moto. Y que no puede precisar de dónde venían los disparos, y que ni siquiera sabe si Chávez bajó a disparar o lo hizo desde la camioneta. Horas después del asesinato los peritos encontraron la cápsula de una bala adentro de la camioneta.
Leiva, aunque no recuerda quién, aseguró que entre los comisarios y los policías le dijeron que tenía que “defender el intercambio de disparos“. Un policía de apellido Ruiz que lo trasladó a la Unidad de Homicidios, declaró que esa noche Leiva estaba “asustado, como angustiado”, y que le había dicho que tenía miedo.
Al principio del proceso los dos acusados compartieron defensor. Ahora sus estrategias parecen haberse separado. “El primer abogado que tuvo empezó mal la causa porque hubo presión”, dijo durante una entrevista Julio Leiva, hermano del acusado. “Tenía que reafirmar lo que ya había dicho el jefe de policía: que hubo un intercambio de disparos”.
Para el Fiscal Hugo Antolín Almirón, la hipótesis de que los adolescentes dispararon ya no se sostiene. En la primera audiencia pidió la culpabilidad de los imputados: si el jurado le da la razón, los policías recibirán cadena perpetua.
El testigo clave
Maxi sigue viviendo en la misma casa, en la entrada del barrio, a la vuelta de la plaza donde construyeron un altar para llevarle flores y cartas a Güere: a veces los niños que juegan al fútbol en la canchita se detienen frente al vidrio que deja ver una foto de él subido a la moto roja y, después de pasar la mano frente al vidrio, hacen la señal de la cruz. Los días previos al juicio, cuando Maxi caminaba por esas calles, la policía lo llenaba de preguntas: ¿Dónde vas? ¿A qué hora volvés? ¿En qué andas? El mismo día que empezó su madre presentó un habeas corpus para que recibiera protección.
Maxi declaró el martes, en la segunda jornada. “Esa noche frenó un vehículo detrás mío y empezó a disparar. Me caigo, me levanto y corro a lo de mi abuelo. Cuando llego me encuentro herido a mi primo. Lo abrazo y él me dice ‘negro, me pegaron un tiro, no me dejes morir’”.
Güere había recibido cuatro heridas de arma de fuego por la espalda. Murió en el campo en el que había trabajado de ladrillero desde los 13 años. Su mamá todavía conserva el currículum que había repartido en moto por el barrio buscando trabajo: soñaba con amasar en una panadería.
El martes también dio su testimonio el comisario Walter Ferreyra, uno de los primeros en intervenir en el proceso. A las 5:20 de la madrugada, Ferreyra constató que el móvil no tenía daños. Tres horas y media después registró que sí había un balazo: el que supuestamente habían disparado Maxi y Güere. En la declaración frente al jurado también se contradijo: confirmó que a la tarde había verificado que el móvil estuviera en condiciones. Y después del homicidio, dijo, ningún policía tenía linterna para constatar que el móvil estuviera intacto. Más tarde reconoció que no sabía si el impacto que tenía la camioneta estaba de antes o era de esa noche.
Sin luces
Leiva confirmó que la noche del homicidio él y Chávez llevaban las luces de la CAP apagadas. Entonces, preguntó el fiscal, “¿por qué los dos jóvenes habrían escapado si no es posible identificar a la camioneta en esa zona oscura?”.
Maxi, cuando declaró, contó que la luz de la moto que conducía Güere se prende ni bien el motor se enciende. Nunca podría haberse apagado al ver al móvil policial porque así también se hubiera apagado la moto. Ni siquiera la apagaron cuando pararon a comprar en el kiosko al frente de la casa de Ana María, la mamá de Güere. Ella escuchó el ruido de una moto y se asomó por la ventana. Vio a su hijo con su primo. Después, escuchó el ruido del motor que se esfumaba entre las calles de tierra.
“No hubo señal de luces. Los jóvenes no estaban armados. No hubo enfrentamiento. Hubo un solo tirador. Al menos hubo seis disparos. El impacto en el guardabarro de la CAP no fue dado por las víctimas. Hasta hoy se va confirmando la hipótesis acusatoria”, dijo el fiscal. “El impacto de bala es de una 9 mm: es un agujero grande, difícil no verlo”, agregó haciendo un círculo con los dedos. “Y no hay coincidencias en la distancia entre la moto y la camioneta”.
Hoy fue la tercera audiencia. Sonia Bustos, la mamá de Maxi, contó que declararon los peritos y “se cerró con que el disparo en el patrullero no lo habían dado los chicos, nunca hubo disparos por parte de ellos”.
Foto: Colectivo Manifiesto
Esta nota fue escriba en el marco de la Beca Cosecha Roja.-
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