No me molesta que un varón vaya hoy a la marcha por el Día de la Mujer. Sí me molesta que quiera decirnos cómo, con qué herramientas y en qué condiciones. Sí me molesta que quiera caminar a la par, porque las protagonistas somos (por una vez) nosotras. Sí me molesta que se enoje si algunas (muchas) mujeres no aceptan que vaya y que lo manifieste en cuanta red social se cruce.
En las asambleas previas al 8M se decidió que cada organización discutiría hacia adentro si varones sí o varones no. Y así se hizo. Eso también es la democracia.
Los varones tienen una relación complicada con el no: creen que es un “seh”, un “más o menos”, un “quizás” y, en el peor de los casos, un “sí”. El no es no. Que alguna vez una mujer les haya concedido un sí después de dos o tres “no” no significa que el “no” signifique otra cosa que “no”. Pudo haber significado que se hartó y contestó como quien le contesta a un niñx de 5 años sólo para que deje de pedir, de llorar, de insistir, de demandar.
Que el varón se sienta satisfecho con ese sí arrancado y desganado, que no le remuerda la conciencia pensar que no hubo consentimiento pleno en ese sí, es algo que deberá trabajar en el proceso de deconstrucción que muchos están intentando transitar.
Otros eligen patalear, lloriquear, escribir un texto interminable en Facebook, ironizar en 280 caracteres y publicar una historia no tan feliz en su Instagram. Eligen explicarnos, aconsejarnos, mansplainearnos. Eligen revelarnos cómo hacer para liberarnos de la opresión. Opresión que ellos mismos ejercen sobre nosotras.
La caída del Patriarcado también será algún día un alivio para ellos. Esa es la igualdad que importa. No la que pregonan, dolidos, para participar de esta marcha. No es hoy, es todos los días. Porque nosotras sí la militamos todos los días.
No siempre en las calles, no siempre en las asambleas. La militamos (también) en el trabajo, en la conversación con un amigo, en la cama, en la parada del colectivo, en la mesa familiar, en el local de ropa, en el Whatsapp, la militamos solas, en nuestro cuarto propio.
Los lamentos y el mansplaining desviaron el foco. El foco no es otro, ni lo será, que el Paro de Mujeres. El foco no es otro que la lucha por la igualdad (porque sí, aunque les parezca mentira nuestras luchas también los beneficiarán a ellos porque algún día podrán ser hombres no machos, podrán acostarse con una mujer sin la presión de tener que tenerla grande o de tener que “funcionar”, podrán dejar de sentir la presión de ser el sostén económico de la casa, podrán elegir no ser padres y no ser considerados putañeros por eso). Todo lo demás molesta, ensucia, perjudica.
Remarcan tanto lo que no son todos iguales, lo diferentes que son de los machos, lo comprensivos y hasta feministas que devinieron en estos últimos tiempos que es inevitable que las mujeres pensemos (sí, estamos alerta siempre, vaya una a saber por qué) que hay algo más ahí.
¿Recuerdan cuál fue la foto más viralizada del #NiUnaMenos 2016? Un varón con el torso desnudo que aseguraba no sentirse intimidado entre tantas mujeres, sino protegido, y que pedía lo mismo para ellas. Ese varón había sido denunciado por una ex pareja por violencia de género. Es un extremo, sí. Oh, estamos siendo exageradas. Eso también ya nos lo explicaron.