Pasaron tres días del secuestro y crimen de Xiomara Noemi Méndez Morales. Los investigadores pusieron la lupa en una posible trama narco que involucra a la familia de la adolescente. El asesinato parece repetir el mismo patrón que los crímenes de Candela Sol Rodríguez, el triple crimen de Moreno y el doble femicidio de Florencio Varela: mujeres como objeto de negociación, botín o venganzas entre narcos y con las fuerzas de seguridad. Víctimas colaterales de una disputa entre varones.
El juicio por el crimen de Candela desnudó una trama que la Bonaerense había intentado ocultar durante ocho años: la nena de 11 habría sido víctima de una venganza narco. Una madrugada de julio de 2017 en Moreno entre cinco y siete encapuchados preguntaron por Fabiola y la mataron de un disparo en la cabeza. También asesinaron a su hijo y a un amigo. Para los investigadores, el triple crimen fue una venganza contra la ex pareja de la mujer, un supuesto transa de la zona.
En Florencio Varela un tirador vació el cargador de su pistola contra cuatro amigas que esperaban el colectivo a la salida de un boliche. Dos murieron y las otras dos resultaron heridas. Las familias de las chicas asesinadas denunciaron que fueron víctimas de una organización dedicada al tráfico de drogas. En el expediente hay un video filmado unos minutos después de la balacera: el supuesto asesino se acerca a una de las chicas heridas que grita de dolor tirada en el asfalto y le dice: “Cerrá la boca. Yo estoy muy loco y te voy a matar”. Las dos sobrevivientes nunca se animaron a hablar.
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¿Cómo se articula la violencia machista con otras formas de violencia en los territorios más complejos? “Se expresa en la posesión y el control sobre determinados territorios y sobre los cuerpos, la sexualidad y la vida de niñas, de adolescentes y de mujeres jóvenes”, explica a Cosecha Roja la investigadora y docente Laurana Malacalza. “Muchas de ellas vinculadas al consumo y venta de drogas, y muchas otras utilizadas como objeto de intercambio entre estos grupos. Todas posibles de ser desechadas y rápidamente reemplazadas”.
Para pensar estos femicidios -propone Malacalza- es necesario tener en cuenta dos dimensiones. En primer lugar, analizarlos “en un contexto de profundización del proyecto neoliberal que necesita de las violencias para crear las condiciones de su posibilidad”.
“Las violencias”, explica, “asumen un carácter letal en el caso de las mujeres y las niñas y no puede comprenderse sin la “normalización de la crueldad”. Malacalza cita a Rita Segato: “Hay un orden simbólico que busca instalar la crueldad como paisaje de normalidad”. “Por eso los cuerpos de las niñas aparecen como desechos, como “objetos” posibles de ser desmembrados y arrojados a los basurales”, explica.
La segunda dimensión implica situar a las “víctimas” en plural. “Comprender cómo se expresan estas articulaciones de las violencias en las trayectorias de vidas: víctimas de qué, cuándo y dónde. Devolverles su trayectoria biográfica es una manera de restituirles humanidad, de contrarrestar los intentos por desmembrar esos cuerpos y borrar sus rostros”.
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Xiomara salió del Liceo 05 Pascual Guaglianone de Flores con una amiga. El Duna Rojo que manejaba Luis Alberto Fernández, un conocido de la familia, frenó junto a ellas y él la llamó por su nombre.
—Uy, me vinieron a buscar —le dijo Xiomara a su amiga.
Alrededor de veinte minutos más tarde la mamá de la adolescente recibió un llamado.
—Patri, tengo a tu hija.
Los secuestradores le pidieron treinta mil pesos de rescate y una cantidad de cocaína que según fuentes extraoficiales sería de 30 kilos.
Poco después de la medianoche el papá de Xiomara pagó el rescate en una esquina de Boedo. Los policías de la exDivisión Antisecuestros de la Federal monitorearon el pago y los siguieron.
El Duna Rojo cruzó la General Paz. En Acceso Oeste, a la altura de Ituzaingó, los paró la Policía Vial en un control vehicular de rutina. Les pidieron la cédula verde y los documentos. Fernández y Cortés se pusieron nerviosos y les pidieron que bajaran del auto. Fernández aceleró y comenzó la persecución.
Un kilómetro y medio después chocaron contra un auto y los detuvieron los policías de la Federal que los venían siguiendo en autos particulares. En el asiento trasero encontraron el cuerpo de Xiomara. Los agentes encontraron cintas, sogas y precintos, una manta y un bidón de nafta. Creen que estaban yendo a descartar el cuerpo. En el auto solo estaba la mitad del dinero que pagó el papá de Xiomara, lo que permite sospechar que otras personas podrían estar involucradas en el secuestro.
El informe preliminar de la autopsia determinó que murió por “asfixia mecánica por compresión cervical”. Ayer los dos detenidos fueron trasladados a los tribunales Federales de Comodoro Py, donde se negaron a declarar.
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El crimen aceleró una causa contra una supuesta organización narcocriminal que el juez federal de Morón Jorge Rodríguez venía investigando hacía dos meses y medio. Rodríguez ordenó ocho allanamientos en simultáneo: cinco en La Matanza y tres en la Ciudad de Buenos Aires. Uno de ellos en la casa donde vivía Xiomara con su familia.
“Al que fueron a buscar es al padrastro de Xiomara. No estaba. Tampoco encontraron drogas ni armas en la casa”, contó una fuente de la investigación a Cosecha Roja. En los demás allanamientos secuestraron 10 gramos de cocaína y algunas armas.
Los investigadores tienen varios elementos para sospechar que detrás del secuestro extorsivo hay una trama narco: el vínculo de uno de los imputados con la remisería del capo narco de la 1-11-14, los antecedentes de los integrantes de la familia de la víctima, la sospechas sobre la pareja de la mamá y el pedido de 30 kilos de cocaína.
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En el caso Candela, el triple crimen de Moreno o los asesinatos de las adolescentes en Florencio Varela las mujeres aparecen como víctimas colaterales de la violencia narco o como objetos de negociación entre organizaciones criminales y con las fuerzas de seguridad. En muchos casos las mujeres son entregadas por los propios transas cuando la policía los aprieta.
“Estas víctimas reclaman un compromiso político que no solo se sustenta en el deber y la obligación de la escucha sino en el reconocimiento de nuestra proximidad y responsabilidad frente a violencias cada vez más crueles y letales”, explicó Malacalza. Este es el nuevo desafío para los feminismos, propone.