En 2012, Daiana Colque recibió de regalo una cachorrita caniche, chiquita como un hámster, a la que llamó Cande. Su mamá, Marta Tarqui, la había traído desde Tucumán escondida en un bolsillo del bolso. Con ella cruzó el país en un colectivo de larga distancia que la dejó en la terminal de Retiro, a metros de su casa en la villa 31, el barrio donde Daiana vivió su adolescencia y donde murió apuñalada el 29 de septiembre de 2016.
Daiana iba a todos lados con Cande, le compraba ropa, decía que era su hijita. Cuando supo que su hija de 19 años había dejado a su perrita en lo de su hermana mayor porque a su novio le molestaba, Marta terminó de darse cuenta: algo andaba mal. Daiana –la chica “coquetona” a la que le gustaba pintarse hasta para ir a comprar yerba- hacía tiempo que venía apagándose: ya no trabajaba, ni se arreglaba tanto y tenía algunos moretones en los brazos y las piernas.
Su novio, Hernán Trinidad Báez, a quien todos en el barrio llamaban “Crespo”, era un tipo más grande, de unos 35 años, que a Marta no le gustaba. Una tarde lo había visto por el barrio con un cuchillo de carnicero, de mango blanco, con el que hacía ruido pasándolo por unas rejas. Esa vez recordó que era el mismo hombre que había visto charlando con su hija. Entonces le dijo “esa persona no me gusta”. Daiana respondió como lo hubiera hecho cualquier chica de 19 años: “Mamá, yo no soy una nenita, no puedo tener los amigos que vos me elegís, yo se cuidarme, no me va a pasar nada”.
Marta es salteña y cuando vino a Buenos Aires, los primeros años vivió en Once. Trabajaba haciendo limpieza y criaba sola a sus dos hijas, Myriam y Daiana. Se mudaron a la 3 cuando Marta se quedó sin trabajo y el alquiler se volvió imposible. Daiana tenía 8 años y creció en el barrio. “A ella le costó mucho acostumbrarse, nosotras veníamos de Once y allá era otro ambiente, acá era todo como muy acelerado”, cuenta Marta. Daiana empezó a ir a la escuela Domingo Faustino Sarmiento, de Retiro, se hizo amigos y ya estuvo más cómoda. Ahí terminó la primaria y cursó hasta tercer año, cuando dejó para empezar a trabajar.
En el fondo de un bar que está en medio de la terminal de Retiro y el pasillo angosto por el que se entra a la 31, Marta llora con la cabeza baja. “Estoy un poco cansada”, dice y deja de hablar. Para ella son días muy intensos: el juicio contra Báez por el asesinato de Daiana empezó el 18 de octubre en el Tribunal Oral Criminal y Correccional Nº12. Hubo tres audiencias, en las que declararon los testigos por la querella y la defensa y este jueves 9 es la sentencia. La carátula es “homicidio agravado por el vínculo mediare violencia de género”: femicidio.
En estas semanas Marta revivió una y otra vez lo que pasó la noche del 29 de septiembre. Daiana fue apuñalada una docena de veces en el departamento de la manzana 99 que había alquilado sola pero en ese momento compartía con Báez, herida pudo llegar hasta la puerta de la vecina y ahí se desplomó.
Baéz estuvo prófugo durante veinte días: el 19 de octubre, mientras marchaba en medio del Paro Nacional de Mujeres, Marta se enteró de que lo habían agarrado en El Jagüel, en el partido de Esteban Echeverría. No era la primera vez que caía: durante meses Daiana viajó desde Retiro hasta Devoto con un taper en la cartera mientras él estaba detenido por posesión de arma de guerra. Marta le pedía que se separara, creía que la detención era una buena oportunidad para que su hija saliera de esa relación, pero Daiana le decía que le daba lástima porque nadie lo visitaba.
Cuando Crespo salió a fines de julio todo empeoró: se fue a vivir con Daiana y volvía borracho y violento. “Ma, cada día está más loco”, le dijo un día a Marta. “Yo le dije ‘Daiana, ándate, pero terminá como amigos, porque esa clase de personas te puede hacer algo’”, cuenta Marta ahora. “Yo quería que abriera los ojos, pero no sé si porque estaba enamorada o qué lo de le decía le entraba por una oreja y salía por la otra”.
Una tarde, mientras tomaban mate con facturas, Marta notó que Daiana tenía moretones en los brazos. Daiana le dijo que se había caído y cambió de tema. Más tarde, Marta supo por la dueña del departamento que Crespo llegó a romper los caños del departamento en el que vivía Daiana para que no pudiera bañarse.
En su diario íntimo, Daiana contaba que se sentía manipulada y tenía miedo. El departamento donde vivía con Crespo estaba cerca de la comisaría. Los vecinos declararon que era común oír las peleas de la pareja. En el barrio nadie se metía.