Del Inca Atahuallpa a Santi Maratea: un diálogo trunco de 500 años

De la biblia que el padre Valverde le impuso al cacique inca en 1532 a las camionetas viajando al Chaco salteño en el 2021 con un influencer al volante hay siglos de una cultura occidental acostumbrada a tener la voz para contar.

Del Inca Atahuallpa a Santi Maratea: un diálogo trunco de 500 años

24/02/2021

Por Pamela Rivera

El 16 de febrero los diarios de Salta informaron que un influencer porteño, quien había llegado a la comunidad wichí de Misión Chaqueña con dos camionetas para donar, tuvo dificultades con personas de las comunidades locales. La lengua y las lógicas mediáticas se encontraron con las formas de consulta comunitaria y decisión compartida de las personas del lugar. Y las primeras no supieron o, más bien, no se interesaron por oír a estas últimas. Un diario local tituló: “Apretaron a Santi Maratea en Salta: ‘No sabía qué hacer, tuve un toque de miedo’”. 

Casi 500 años antes, otras crónicas registran la fecha del encuentro en Cajamarca, Perú, entre el Inca Atahuallpa y el padre Vicente Valverde la tarde del sábado 16 de noviembre de 1532. Existen varias versiones escritas de lo que sucedió aquel día y, por cada una de ellas, otras más orales. Es sabido que esos relatos orales han originado y, al mismo tiempo, enriquecido a las escritas reiteradas veces a lo largo de los siglos. De cualquier manera, el momento en que aquellos hombres, símbolos de culturas opuestas y distantes (no solo en espacio), intentaron un diálogo es el botón de muestra de muchos desencuentros que constituyen la dolida historia de Latinoamérica.

Siguiendo al investigador peruano Antonio Cornejo Polar, lo que ocurrió aquella tarde americana “tiene que ver con algo mucho más importante que continúa marcando hasta hoy la textura profunda de nuestras letras y toda la vida social de América Latina”. Las voces de los personajes de la historia (entonces, personas) no hallaron respuestas porque sus palabras y sus mundos eran ajenos entre sí. Entre el Inca Atahualpa y el padre Vicente Valverde se presentó un objeto clave para el posterior desenvolvimiento del relato (histórico): la Biblia. Entonces, blancos, letra, Dios e “indio”, este último “con sus significados de derrota, resistencia y vindicta”, se reunieron. Vaya a saber bien cómo pero cronistas, testigos y posteriores contadorxs coinciden en que Atahuallpa recibió el libro y lo terminó arrojando al suelo. También dicen que puso la oreja de su ignorancia sobre la tapa y, bueno, no oyó nada.

Los sucesos que conté antes sirven y han servido para interpretar otras tantas situaciones en estas tierras que, claro está, se sabe que pertenecen a Atahuallpa y a muchas personas vivas de distintos grupos étnicos a lo largo de todo el continente. Lo que no se cuenta en las crónicas es lo que tendríamos que estar pensando como sociedad hoy. Si Atahuallpa ignoraba la escritura, ¿qué tanto desconocía Valverde sobre él? Eso tal vez no importa tanto ahora porque, con los siglos, la cultura occidental se ha acostumbrado a sus privilegios: tenemos la voz para contar y la palabra para seguir dominando.

Osvaldo Villagra, de la comunidad wichí Tsetwo P’itsek (La Puntana, Salta), me explica: “Si bien la sociedad occidental nunca tuvo la intención o la capacidad de aprender y comprender  nuestro idioma, nosotros por situaciones muy obvias sí hemos aprendido su lenguaje y ahora, de alguna manera, podemos expresar nuestras inquietudes. Tenemos dirigentes con mucha trayectoria en cuestiones políticas, comunitarias o partidarias, que saben cómo desenvolverse en esos espacios. Es decir, saben cómo dirigirse a su pueblos de una manera y a un político de otra”.

En las asambleas, los wichí se reúnen para expresar, proponer, acordar o manifestar desacuerdo sobre distintas propuestas que afectan a las poblaciones de la zona. Se organizan, con sus caciques, en consultas comunitarias. Saben que las intenciones de generar dinero con sus carencias sociales son muchas y traicioneras.

Osvaldo me ayuda a pensar qué pasó con Santi Maratea: “No es algo nuevo, esa situación no es ajena a las tantas que vienen ocurriendo a lo largo de la historia. No es de sorpresa que se le diga a un comunero cacique: ‘Te conseguí y te traje dos camionetas y donaciones’. Y que la respuesta sea: ‘Necesitamos un pozo de agua, estamos muriendo de sed’. El recién llegado, no pensó en las necesidades reales de la comunidad, ni tampoco explicó a la gente que tal vez se había equivocado. Simplemente se alejó de ‘ellos’ porque no entendía lo que hablaban y los veía peligrosos”. ¿Cómo venimos construyendo socialmente a un ‘otro’ indígena desde la llamada Conquista de América?

Otro titular de esos días fue: “Tras donar dos camionetas, el influencer Santi Maratea vivió un momento de tensión en el norte”. Sin la versión desde la cultura wichí, asistimos a una película con héroes de plastilina y estigmatizaciones hacia supuestxs desagradecidxs e incapaces. 

Antonio Cornejo Polar dijo que los sucesos de Cajamarca contenían “acumulados, los gérmenes de una historia que no acaba”. ¿Cuántas voces indígenas llegan hasta aquí para poder contar su versión sobre lo ocurrido el día en que Santi Maratea dijo públicamente haberse sentido atemorizado? Como hace tantos años, una persona de la comunidad le ofició de mediador. No obstante, los reclamos de quienes integran la sociedad de la zona no fueron atendidos. En cambio, intentaron explicarles que estaban equivocadxs. Y llamaron a la Policía. Pero, si alguien hace una colecta en nombre de las comunidades pobres del norte de Argentina, ¿ellas mismas no están en su derecho de preguntar, opinar o pedir explicaciones sobre el destino y uso de esos fondos? La Biblia en el piso y Atahuallpa sin ser oído, una vez más.

Aquel emblemático encuentro en Cajamarca sigue presente en la mirada de Osvaldo: “‘Para qué quiero tu biblia si no sé leer o no escucho a tu Dios. No me hace falta, no me sirve, mi necesidad es otra’. El ejemplo de resistencia cultural de Atahuallpa. Yo creo que la consulta previa a las comunidades es necesaria, ya que tenemos los medios para no seguir cayendo en estos sucesos y para mediar qué es lo necesario, lo urgente”.

Más allá de la anécdota de Santi Maratea, tenemos muchas deudas históricas con los pobladores del Gran Chaco. Esta vez, las personas de comunidades cercanas a Misión Chaqueña se han visto en la necesidad de llegar desde sus casas para hablar con un influencer sobre sus dolores sociales. ¿Será que el Estado, principal interlocutor de los pueblos originarios, hoy es un fantasma que sigue respondiendo con ausencias a tantas faltas que atentan contra la dignidad de estas personas? ¿Cuánta buena onda necesitaremos para cubrir las angustiantes cifras de mortandad infantil que traducen las desatenciones sanitarias, ambientales, sociales y educativas que viven hoy estas comunidades?

*Pamela Rosa Amelia Rivera Giardinaro es profesora y licenciada en Letras egresada de la Universidad Nacional de Salta. Integra el proyecto de investigación “Poéticas migrantes y políticas de la memoria en la literatura y la cultura latinoamericanas (2005-2018)”. Obtuvo el primer premio en los concursos literarios provinciales en la categoría Ensayo con El indio urbano en la poética de Jesús Ramón Vera: desplazamientos (2014). Así también el primer premio en la categoría Historieta junto al escritor wichí Osvaldo Villagra por la obra Hätäy (2020).