Por Vanessa Vargas Roja en El Desconcierto
Acusadas a priori de haberse practicado un aborto, sangrando en la sala de espera mientras abundan las recriminaciones o instaladas en la sala de parto, sufriendo la maniobra de Kristeller -técnica de presión sobre el útero durante el parto- o la serie de procedimientos pensados en acelerar el nacimiento.
La mayoría de ellas son maniobras obsoletas, riesgosas y desaconsejadas por los especialistas que también han sido cuestionadas por la Organización Mundial de la Salud y apuntadas como una expresión más de violencia contra las mujeres.
“En todo el mundo, muchas mujeres sufren un trato irrespetuoso y ofensivo durante el parto en centros de salud, que no solo viola los derechos de las mujeres a una atención respetuosa, sino que también amenaza sus derechos a la vida, la salud, la integridad física y la no discriminación”, sentenció la OMS en su declaración de 2014.
El Desconcierto recopiló los testimonios en primera persona de mujeres que quisieron compartir sus experiencias, conscientes de la necesidad de exponer al mundo un problema que -aunque ya conceptualizado- aún no se dimensiona en toda su gravedad e impacto. Estas son sus historias.
Violencia en la consulta ginecológica
“No sé pa qué lloras tanto, si ya murió” (María Jesús, 19 años)
Conozco a dos mujeres muy cercanas a mí que han vivido experiencias horribles en los hospitales. Ambas tenían aborto retenido y aparte de todo el minucioso proceso de revisión -por si encontraban indicios de algún método abortivo-, luego del raspaje y todo el tema, las dejaron en la misma sala que las mamás que estaban en etapa pre y post parto, con bebés a sus lados.
Fue violencia también cuando la matrona le dijo a mi tía que lloraba: “no sé pa’ que lloras tanto si ya murió”. Por equivocación también le pusieron un bebé en la cama a mi amiga que estaba despertando de la anestesia y le dio una crisis de pánico y llanto. Desde el “no hay latidos” al “váyase a su casa” es toda una experiencia que nadie como mujer quisiera vivir en un hospital público, fuese deseado o no el feto.
“Acá no hay nada, vístase” (Amanda, 26 años)
Quedé embarazada y alrededor de las 4 ó 5 semanas empecé con sangrado leve. Estuve dos semanas en cama. Un mes después volví a sangrar mucho, con contracciones y dolor. Fui al Sótero, en donde a la urgencia una tiene que entrar caminando, sola, sentarse horas a esperar porque nadie atiende, sangrando, con pena, asustada y nadie dice nada.
El doctor me revisó y me dijo: “¿Y tú de dónde sacaste que estabai embarazada? Acá no hay nada, vístase”, a pesar de que tenía el test, el ingreso en el consultorio, todo. Me mandó a hacer examen de sangre particular y nunca volví. Mi conclusión fue que tuve un aborto retenido. No me dijo nada más, ni la practicante que estaba al lado mirando. Salí caminando, aún sangrando, llorando y me fui pa’ la casa.
“Me dolió su opinión sobre mi cuerpo” (Francisca García*, 32 años)
La primera vez fui al ginecólogo fue a los 19 años, porque quería que me recetara pastillas. Elegí una mujer para más seguridad y comodidad y fui sola. Era una señora mayor. Desde el primer momento comenzó a juzgarme porque le conté mi inicio de vida sexual y ella pensó que había estado con muchas personas, siendo que solo había estado con el que fue mi pololo por 8 años.
Le pregunté por el DIU, ya que mi mamá lo usó sin tener hijos y me dijo que eso era imposible y que mi mamá debe haber tenido abortos antes. Cuando me examinó juzgó mi vulva y mis pechos, dijo que ambos eran inadecuados por tamaños y proporciones. Finalmente me recetó unas pastillas sin pedirme exámenes ni nada. Salí de esa consulta sintiendo que en cualquier momento me desmayaba. Me sentía horrible por lo que había dicho de mi mamá siendo que nunca ocurrieron esos abortos. Me dolió su opinión sobre mi cuerpo, si antes era insegura después lo fui mal. No le dije a nadie de esto por años.
*Pidió resguardar su verdadera identidad.
“No estai embarazá, niñita” (Vania Hidago, 21 años)
Fui al consultorio Steeger de Cerro Navia de uniforme, estaba en cuarto medio con 12 semanas de atraso. Llegué a la consulta junto con mi pololo y me derivaron a la matrona, quien apretó mi abdomen y mis pechos de manera muy brusca y me dijo “ah, es que no palpo, lo más probable es que no sea nada”.
Metió el espéculo en mi vagina e hizo tacto, fue tan bruta que lloré y me dijo “no seai tan alharaca”. Luego agregó “no estai embarazá, niñita, anda a hacerte una ecografía para ver qué tenís, ahora vístete”. Salí llorando, sintiéndome horrible, sin saber qué cresta hacer, con mucho dolor en mi vagina y útero, contracciones de camino a casa, con un nudo en la garganta y una orden de ecografía.
En la Clínica Dávila, en busca de otra opinión, sintieron latidos y descubrieron un feto de 14 semanas. El gine me dijo: “menos mal que no te hiciste la eco transvaginal, después de las 12 semanas es un poco peligroso”. Fui a poner un reclamo contra la matrona del consultorio, y sorpresa: jamás me ingresó al sistema, fue como que nunca me atendió.
“Me dijo que por culpa mía se llenaban las urgencias” (Noryher Sepúlveda, 30 años)
Fue en el Hospital Cordillera o Tisne. Tenía 28 años y estaba embarazada de nueve semanas. Tenía muchas náuseas y me desperté con vómitos y diarrea. Tuve un poco de sangre, me asusté mucho y fui a urgencias.
Había ido sola y en micro. Después de mucho esperar, me hicieron pasar a la sala con el ginecólogo, quien me retó, diciéndome que por culpa mía y por casos como este se llenaban las urgencias, ya que una diarrea no tenía nada que ver con el embarazo. Me lo dijo mientras yo estaba con una bata y sentada en la silla de ginecología con las piernas abiertas. Luego me hizo una ecografía y se fue diciéndome que me fuera a adultos. No me dijo si mi guagua estaba bien o nada. Lloré un poquito y cuando vio mis lágrimas puso cara de desaprobación y se fue. Estuve hasta casi las seis de la tarde esperando y vomitando en los basureros del lugar, hasta que me atendieron y me dieron viadil.
“Perdiste el embrión, anda a vestirte” (Francisca Cerda, 25 años)
Me enteré a las 10 semanas de embarazo, por una ecografía en el Integramédica Alameda, que tenía un aborto retenido. Yo esperaba esta eco para escuchar los latidos y me dijeron “este embarazo va mal, ¿cómo te has cuidado? ¿no tienes síntomas de embarazo?” Yo dije que sí, seguía sintiendo náuseas y me estaba cuidando bien. Me dijeron “bueno, vístete, eso es todo” y yo pregunté “¿entonces qué? ¿Cuál es el diagnóstico?” y el ginecólogo respondió: “noo, nada que hacer, perdiste el embrión, anda a vestirte no más”. No hubo un poco de empatía o delicadeza para informarme que había perdido a mi hijo.
Todo fue peor cuando tuve que confirmar el diagnóstico. Me decían: “tienes un aborto retenido, estás enferma” y cuando preguntaba “¿puedo esperar que sea espontáneo o debo hacerme un raspaje sí o sí?”, me lo repetían a gritos. Aún no me lo hago y sigo esperando tener el aborto espontáneo, no quiero enfrentarme nuevamente a la violencia obstétrica al momento de mi legrado.
Acusadas de abortar antes de un examen
“¿No quieres tener tu güagüita?” (Monserrat Hernández, 21 años)
Fui el año 2016 a urgencia de maternidad en el Hospital del Carmen de Maipú, estaba con hemorragia y dolores. Esperé dos horas para que me revisaran y empezó lo peor: les comenté que sangraba mucho antes y después de las relaciones. El ginecólogo me preguntó al tiro si me hice un aborto. Le dije que no, que me cuidaba con pastillas. Me dijo que no me creía.
Me revisó con el espéculo y me provocó más sangre: dijo que era mi cuello del útero que estaba inflamado y dañado, pero quería descartar un aborto. Me tuvo unas tres horas esperando en la sala de maternidad, sentada en el suelo con los calzones y pantalones llenos de sangre. Al ingresar a una sala donde estaban dos embarazadas en procedimiento no pude aguantar el llanto y la enfermera me dijo molesta: “¿no quieres tener tu güagüita? Las cosas están hechas”.
Eran como las 5 y recién me dieron el resultado a las 11 de la noche, que arrojó que no estaba embarazada y que eran las pastillas lo que me hicieron mal. Cada vez que paso por maternidad me duele el estómago. Al final tenía el cuello del útero casi destruido y, peor aún: una herida abierta en uno de los costados que sólo se pudo hacer con algún instrumento.
“¿Acaso no te gustó cuando te lo hicieron?” (Danae Ávila, 21 años)
Me pasó en el hospital Luis Tisné cuando tenía 19: un día, mientras menstruaba, de la nada sentí un dolor extremadamente fuerte en el útero y frío, pero fui a trabajar igual y ese dolor ya no me permitía estar de pie. Empecé a sudar y me desmayé. Llamé a mi mamá para que me llevara al hospital, esperé una hora a que me atendieran, llorando del dolor y ellas creían que lloraba porque “no quería tener a mi güagüita”. Les conté mis síntomas y me preguntaron otra vez si estaba embarazada. Les dije que no, ya que mis últimas parejas fueron mujeres, que era otra cosa y estaba asustada. Pero me ignoraron y me obligaron a hacer el test de embarazo.
Al ver negativo el examen, la mujer que me atendió recién se dignó a revisarme y se puso peor: me metió la cámara -para una ecografía transvaginal- con mucha fuerza, le dije que me dolía y responde: “ay y ¿acaso no te gustó cuando te lo hicieron?”. Me explicó que mi dolor se debía a cuando una ovula de una manera en que se rompe el óvulo en un lugar en donde no debería. En el examen puso que la paciente no quiso cooperar. Fue una experiencia horrible.
Parir sin derecho a decidir ni a quejarse
“¿No te gustó?” (Constanza Rayo, 25 años)
Por falta de dinero parí a mi hija en el Félix Bulnes el 20 de enero del 2016. Me costó dilatarme por lo que estuve más de 13 horas en proceso de parto. Las contracciones eran insoportables, tenía fiebre. Cada vez que pedía agua no me la daban o les costaba en llegar. Por una necesidad biológica quería caminar para poder dilatarme y me negaban ese derecho. En las últimas contracciones yo gritaba del dolor y las enfermeras se reían y me decían que para que gritaba tanto, y en una dicen “¿no te gustó?”. No respondí nada ya que solo quería parir y aliviar el dolor. También fui testigo como a otras mujeres les decían lo mismo, se reían y burlaban.
“Solo quería caminar” (Nataly Orellana, 23 años)
Me atendí en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile. La matrona me puso en la camilla y no encontraba el cuello de mi útero así que me hizo picadillo por dentro. Yo lloraba y me revolvía. Fui víctima de violación en mi adolescencia y ella nunca me preguntó si quería someterme. Cuando salí, me senté afuera del hospital, en estado de shock, pasaron dos horas y recién pude pararme e irme.
El día de mi parto mi ginecóloga de cabecera no estaba. Yo dilatando en 6 centímetros y esta misma matrona dijo que me iba a poner anestesia cuando podía con el dolor y solo quería caminar, como las otras chicas lo hacían: las veía por los pasillos, pero no me dejó. Me acostó, sacó a mi pareja, me puso anestesia y me hizo firmar, ni la escuché por el dolor cuando me dijo.
Luego me puso oxitocina y pasaron muchas cosas: me bajó la presión, me rompió sin permiso la bolsa, me hizo pujar y me dijo que no servía. Me tuvieron que hacer una cesárea de emergencia. La matrona se mostró amorosa en el procedimiento y me acariciaba las manos, pero cuando salí entendí lo que había pasado. La vi comentando con sus compañeras que la hizo de oro y ahora podría tener el almuerzo de domingo que había planeado con su familia. Me causó todo eso en la ausencia de mi ginecóloga para poder irse luego a la casa.
“Esta cabra es tonta, no cacha que está pariendo” (Teresa Mosqueira, 40 años)
Once años atrás me dijeron: “esta cabra es tonta, no cacha que está pariendo” cuando salté al primer punto de mi episiotomía sin anestesia, diciendo “chucha”. Me amenazó la matrona: “un garabato más y no te suturo nada”. Me trataron de “tonta hueona” por preguntar cómo se usaba una mamadera que para mí era rara. También tuve que escuchar el clásico “¿no le gustó abrir las piernas, mijita? Ahora aguante”. Fracturaron la clavícula de mi hijo y nadie me dijo nada. Cuando avisé que mi episiotomía dolía mucho me dijeron alharaca.
Resultado: hijo hospitalizado con una ictericia grave y madre con una episiotomía reventada. Dicen que ahora el Barros Luco ha cambiado sus políticas y eso espero, porque si me dicen que parir así es parir con un trato humano, paría mejor en casa y sola. Esto es solo una pincelada del trató que recibí. Aún después de once años lloro. Es más: esto definitivamente incide en que yo no quiera parir nuevamente.
“Me practicó la maniobra de Kristeller” (Noelia de los Ángeles, 32 años)
Hace 7 meses tuve a Elena en el Hospital San Borja y me sentí torturada. No me dejaron vivir mis contracciones en movimiento o de pie y acostarse es la posición menos adecuada para enfrentar los movimientos de apertura que hace la pelvis. Me pusieron una sonda que me dolió tanto, pedí que por favor pararan, que necesitaba calmarme, pero no pararon. Seis personas distintas me hicieron tacto. Un doctor llegó con estudiantes y ni me preguntó si me molestaba. Me rompió con su mano la bolsa con el líquido sin avisarme.
Pasé horas mojada porque la señora del aseo dijo que era mi culpa porque no me quedaba quieta. Me prometieron que podría usar la sala de parto vertical y no me dejaron. El matrón perdió su paciencia conmigo y me trataba mal. Me practicó la maniobra de Kristeller, que está prohibida. Gracias a eso no podía empujar bien y tuvieron que llamar a la doctora, que sacó a mi bebé con fórceps. Al hacerlo se cayó ella misma hacia atrás. Después se reía y mofaba. Me dijo “te odio”, era cambio de turno y les quería mostrar a los que venían cómo era su forma de surcir. Al irse me pegó un chirlito en la cabeza. Todo obviamente en tono de broma. Escribieron que la bebé tuvo 60 minutos de apego y eso fue mentira: se la llevaron de inmediato. Lo reclamamos por escrito y la respuesta de ellos fue que se habían equivocado.
“No hay día en que no me arrepienta de haber ido a parir a esa carnicería” (Jessennia Plaza, 29 años)
Luego de que me ingresaran a Urgencias de Maternidad del Hospital Regional de Antofagasta, me pusieron tanta anestesia que no logré sentir nada, ni contracciones ni poder mover mis piernas. Me hicieron dos episiotomía, una hacia el lado y otra hacia el ano. Con el monitor al lado me hacían pujar cada vez que aparecía ahí que tenía una contracción. Llegaron como 7 personas y se cargaron en mi vientre para que mi hija saliera, porque decían que “yo era de caderas muy estrechas”.
Usaron fórceps sin preguntarme. A mi hija no me dejaron ni siquiera besarla, me tuvieron hasta las 1 de la tarde sin agua y me dejaron sola. A mi mamá no la dejaron entrar y ni le avisaron que yo estaba pariendo. A la noche siguiente me dijeron que a la bebé le había dado una infección. Mi guagua estuvo 20 días entre la UTI y la UCI. Le administraron fenobarbital porque supuestamente había convulsionado cuando nació -jamás vi que pasara eso- y me lo informaron a 3 días del alta.
A Florencia gracias a los fórceps le causaron un daño neurológico. En la actualidad va a Teletón. Nunca demandé ni hice nada contra el hospital, no estaba informada como hoy. Estuve 3 meses aprendiendo a caminar gracias a las episiotomías que me realizaron, me dio depresión post parto, nos impidieron tener el apego que toda madre debiese tener con su bebé. No hay día en que no me arrepienta de haber ido a parir a esa carnicería.
“Ella solo insistía en cesárea” (Paula Muñoz, 37 años)
Yo había preparado mi parto con un plan, pero a la matrona de la Clínica Indisa no le interesaba. Cuando partí el trabajo de parto me rompió las membranas sin preguntarme, según ella para apurarlo. Más tarde supe que eso no debería haberlo hecho y me dolió mucho. Siempre fue doloroso cuando palpaba, tironeando y metiendo más y más anestesia, al punto que me durmió una de las piernas y ya no pude estar más de pie.
La matrona entraba con su iPhone en mano hablando a todo chancho, prendiendo las luces y preguntando “¿vamos a escuchar esta música todo el tiempo?”. Yo lo encontraba terrible. Era mi momento más importante de la vida y ella entraba como si fuera un partido de fútbol. Tardó en ablandar el cuello del útero y fueron unas 13 horas de trabajo de parto. Ella solo insistía en cesárea, pero por suerte mi ginecólogo estuvo conmigo y peleamos hasta el final por el parto natural. En un momento miré la sala, que era de parto integral -más amable- y habían 11 personas mirándome. Era todo el personal de parto. Es horrible tener un bebé y que hayan once personas mirándote, con cara de “apúrese, que nos queremos ir”.
“La que no se pudo el parto natural” (Camila Suau Cot, 26 años)
Ocurrió en la clínica Las Lilas. Con Daniel, mi pareja, queríamos un parto respetado e idealmente natural, así que nos informamos durante el proceso y buscamos un equipo médico acorde a nuestro plan. Pusimos nuestra confianza en la matrona Sara Silva.
A las 38 semanas y 4 días de gestación, en un control médico, me indujo un tacto vaginal sin mi consentimiento, lo cual desencadenó un parto sumamente violento, con contracciones muy fuertes de un momento a otro, que terminó en una cesárea de urgencias. Sufrí malos tratos durante la preparación del pabellón y los días de hospitalización. También trató de abusar económicamente: nos querían cobrar particular (200% más caro). Al acercarse Sara cobrando una barbaridad, la enfrentamos por esto y lo ocurrido en el parto. Respondió: “toma agua para botar todas esas hormonas que tienes en el cuerpo”, y nunca más la volvimos a ver.
En la primera y única visita del doctor Hector Cruzat, pregunta quién soy y se responde solo: “la que no se pudo el parto natural”. Aún tengo la herida abierta de todo lo que pasó y creo que nunca la voy a sanar. Me han dicho que mi hija está bien y que busque consuelo en eso, pero no tiene relación con la vulneración que sufrí, tanto física como psicológica. Cada día aprendo a vivir con este episodio tétrico y lo que sí ha cambiado es que hoy soy una mujer mucho más fuerte.
“Mi hijo está en rehabilitación en la Teletón” (Catalina Suárez, 30 años)
Llegué a la urgencia de la Clínica Las Lilas. Me indicaron que me inyectarían oxitocina sintética y suero para que el parto fuera más rápido. Pujaba, con la matrona empujando mi “guata”, con fórceps incluidos y mi bebé no salía. El médico dijo: “un pujo más o si no cesárea”. No sé qué fuerza apareció de mí, que pujé -con tres personas empujando mi guata- y pudo salir mi bebé. Me lo pasaron, le di un beso y luego, tomando sus manitos me di cuenta que su brazo derecho caía con peso muerto. La neuróloga nos explicó que debido a la tracción repetida en el parto se habían estirado los nervios que manejan el movimiento del brazo en general. Nos dio un buen pronóstico.
Hasta hoy está en rehabilitación en la Teletón, tiene casi 17 meses de vida. Su lesión, que se curaría en tres meses, requirió una cirugía y se vio que los nervios estaban cortados totalmente desde la médula. Esta lesión se le denomina Parálisis Braquial Obstétrica, porque ocurre en el parto.
Yo lo denomino violencia invisible, porque aparentemente te tratan bien, pero te someten a procedimientos desaconsejados. El uso de oxitocina sintética y suero inyectado provoca entre la aceleración e invasión del proceso natural, además de reiteradas y bruscas contracciones que afectan al feto. Apuraron a tal nivel mi parto que mi bebé no estaba encajado, lo querían hacer a como diera lugar, porque tenía que ser tipo 14:00 el parto. ¿Por qué? Tiempo después supe que el ginecólogo atendía más tarde a las 16:00 y mi bebé nació a las 14:56.
“Seguro tú crees que me gusta hacer cesáreas a las 3 de la mañana” (Catalina Bahamondes, 22 años)
Llegué y una ginecóloga me dijo que mi bebé se estaba quedando sin líquido y era súper grave. Yo le dije que no había roto bolsa aún, que cómo era posible, pero no me dio ninguna respuesta y me sentenció con la palabra “cesárea”. Me cagué de miedo y le pregunté si había una ínfima posibilidad de tener por último un parto inducido, a lo que me responde “claro que sí, si quieres tener una guagua muerta” y “seguro tú crees que me gusta hacer cesáreas a las 3 de la mañana”. Yo estaba muriéndome de pena, sola, porque a mi compañero no lo dejaron irse conmigo en la ambulancia a Quilpué.
La enfermera que me estaba atendiendo dijo que yo era una pendeja altanera por cuestionar a la ginecóloga y estar llorando así. No podía ni discutir, estaba colapsada, no podía creer que mi guagua podía nacer muerta. Sacaron a mi bebé y con suerte me dejaron besarla. Las enfermeras fueron terribles conmigo y mi hija.
“Yo pedí anestesia y me la negaron” (María Elena Cifuentes, 28 años)
Tuve a mi hijo en 2009 en el Hospital San José de Coronel, a las 41 semanas. Estuve 2 días en preparto con inducción, al momento que me llegaron las contracciones más fuertes llegó una enfermera a decirme que era alharaca -yo estaba pidiendo anestesia y me la negaron porque no estaba el encargado- me decía que ella había tenido 4 hijos y de ninguno se quejó.
Mi hijo se demoró mucho en nacer porque era muy grande pero me lo hicieron tener de todas formas por parto normal. Nació con un huevo en su cabeza porque el canal del útero lo presionó y yo quede con los ojos, el cuello y la cara toda roja porque se me reventaron los vasos sanguíneos por la fuerza que hice. La cama tenía bichos. A la chica que estaba junto a mi en preparto, la llevaron después que mí a tener a su bebé. Era bastante menudita, la hicieron parir natural y su caso era complejo: estuvo casi 2 horas en la sala de parto, se la llevaron de urgencia a pabellón y con el apuro le pasaron a rajar su vejiga.
“Dijo que si nos gustó ‘abrirnos’ aguantáramos ahora” (Carolina Bobadilla, 25 años)
Yo llegué al Hospital Regional de Concepción porque se me rompió la bolsa. Había una enfermera que al parecer era jefa y le decía a las pacientes les decía que no quería ni un solo grito, que si nos gustó ‘abrirnos’ aguantáramos ahora. Vino a preguntarme qué anestesia usaría, le dije que quería un parto natural y me respondió que no era posible. Me dijo que era muy chica y me veía ‘alharaca’, así que lo mejor era la epidural. Aunque le dije que no, porque me daba miedo, me dijo que no me preocupara y firmara.
Entraron unos alumnos de medicina de la Udec y les indicó que me podían observar a mí, aunque no me sentía cómoda y me dijo que tenía que aguantar no más. Me pusieron por primera vez la epidural y después me dejaron sola por horas, con mucho dolor. Les pedía a gritos que por favor me sacaran al bebé, ni siquiera tenía fuerzas para pararme. No había nadie a quien acudir, por suerte estaba mi mamá y fue a buscar a una enfermera que le avisó a la matrona. Me hicieron pujar y nació. Me lo pasaron y fue un momento mágico que se arruinó porque le pidieron a una alumna en práctica que me cociera y ya no tenía ningún efecto de anestesia. Luego fueron solo 20 minutos que me dejaron estar con mi bebé. Fue una experiencia traumática.
“Es algo que creo que nunca olvidaré” (Chantal, 29 años)
Comencé a atenderme en el San Juan de Dios porque me derivaron como embarazo de alto riesgo y tuve que hospitalizarme a las 41 semanas. No era un doctor quien evaluaba si no que practicantes: te hacían tacto sin siquiera preguntarte si podían hacerlo o si estabas cómoda. El jefe de maternidad decidió que me inyectaran oxitocina desde las 8 de la tarde hasta las 5 de la mañana. Fue una pesadilla.
Mientras estaba sola en esa pieza escuchaba a otras mujeres gritar de dolor mientras parían y a las matronas hablar mal de esas mujeres. A eso de las 3 de la mañana me dijeron que el procedimiento había fallado porque tenía el cuello del útero cerrado. Le comenté a la doctora que el protocolo decía 2 días de inducción y de no resultar debía ser cesárea. Ella dijo textual “por eso me cargan las gorditas, se ponen patudas”. Le dije que estaba cansada, que pensara por algún momento que yo era un ser humano. Un doctor ecuatoriano me revisó y me dijo “te están obligando a parir como ellos quieren y no se puede, con o sin inducción no vas a tener un parto vaginal”.
De todas las mujeres que vi pasar por esa sala, solo 2 fueron parto vaginal, el resto todas terminamos en cesárea. Después de vivirlo me dije que nunca más volvería a tener un hijo. Cuando me tocó volver a urgencias le conté mi experiencia a la matrona y me dijo: “el jefe de maternidad es un perro y siempre hace eso, lo siento mucho”. Es algo que creo nunca olvidaré, me sentí violentada y desprotegida, tuve miedo cuando debiese haber sentido seguridad. Fue todo violento, tenía 25 años, Mateo era mi primer hijo y hasta ahora el único, porque me da miedo parir otra vez.