“Le pegué un tiro y la tiré”. Celeste tenía 14 años, le dijo a su mamá que iba a visitar a su papá y fue asesinada por un señor casi 20 años mayor, con niñxs pequeñxs. Su ex mujer lo señaló: “Le gustan chiquitas”. Abusód de ella en un auto, luego un tiro, luego un deshecho en un aljibe.
Camila fue a comprar –pan o cigarrillos o podría ser un zapallo- en su bici, al mediodía. No volvió: una vecina vió su bicicleta en una quinta, cuyo casero tiene 40 años. Camila fue asesinada y encontrada con una bolsa en la cabeza, un cordel en el cuello, en una bañera. Tenía 11 años. Fue violada.
Celeste y Camila, ambas hijas de familias numerosas, se fueron por un rato y no volvieron más. Sus madres radicaron las denuncias prontamente. A la adolescente cordobesa la buscaron durante diez días hasta que, por los datos de una cámara en una estación de servicio y por el testimonio de la ex mujer del femicida, la encontraron en el fondo de un foso.
La familia de Camila no tuvo tiempo siquiera de procesar su desaparición: la encontraron con el cuerpo tibio.
En las redes piden pena de muerte como la menor de las condenas para los femicidas. Que tienen puntos en común: no registran antecedentes, gustaban de las “menores”, se han separado de sus parejas, casi no tienen contacto con sus hijos. Andaban por ahí, viviendo como podían.
El caso de Celeste –femicidio y abuso sexual- fue disfrazado por los diarios: “Tenía una relación”. 14 años, con un hombre 20 años mayor. Los amantes de los policiales hacen de la crónica casi una novela: ella “lo iba a denunciar” con su ex mujer. Entonces él tuvo sexo con ella, le pegó un tiro y la arrojó a un aljibe. Una de las pistas la dió…su ex mujer.
En el caso de Camila ni siquiera aplica femicidio por su edad. La vemos en las fotos: cuando desapareció tenía la misma remera que en las fotos: una musculosa, un shorcito.
No terminó ni la primaria.
No llevó pan a su casa, ni cigarrillos, ni siquiera un zapallo.
Además de los asesinatos siniestros, además de lo que despierta en muchas personas que se ponen como en espejo con asesinos –hay que matarlos, empalarlos, violarlos, cortarlos en trozos, dejar que los vecinos los maten a golpes-, lo tremendo es como tienen que vivir niñxs y adolescentes. Con lo que tienen que convivir.
No sé si saben, pero –por algunos casos cercanos que conozco- si niñxs y adolescentes son seducidos vía redes o por algún vecino o filmados la denuncia es por grooming: si no hay “contacto físico”, si no hay “violación” la figura entra en una maraña legal con un número de denuncia y no mucho más. Si el vecino insistiera y violara y/o matara a algún niñx o adolescente entonces sí: ahí le cabría el peso de la ley. Que suele no encontrarlos hasta que alguien –normalmente del entorno cercano- se presenta y habla. Y los asesinos normalmente son cercanos, familiares, conocidos, vecinos. Entonces se movilizaran los pueblos y las fuerzas del orden deberán preservar a los asesinos porque no está bien que las niñas y adolescentes vayan a comprar pan o cigarrillos, bailen, usen short, tengan Facebook e Instagram y pongan un pie fuera de la casa.
Chiara Perez tenía 14 años, estaba embarazada, fue asesinada a golpes y enterrada aún viva. Este femicidio dio origen a #NiUnaMenos.
Fue en el 2015, ¿se acuerdan?
Este 8M paremos el país. Y llenemos las redes de caras: de nuestras pares, de las que pudieron ser nosotras, o nuestras hijas, o nuestras sobrinas, o nuestras nietas. Pero no pudieron, porque fueron asesinadas.
Porque estos asesinatos absurdos, perversos, estos cuerpitos desechados, tratados como basura, no solo matan a niñas y adolescentes.
La mayoría de los femicidas tienen a su vez hijxs: salvo los chicos Farré –el femicida del country- no sé de otros casos donde se tramite un cambio de apellido. Con lo cual hay cientos de chicos que deberán crecer y tramitar como puedan que su padre asesinó cruelmente a alguna chica. Alguien les preguntará si son “hijo de”. ¿Mentirán? ¿Irán a visitarlos en la cárcel?
Deberíamos prestar atención a niñxs y adolescentes.
A las muertas, y a los que quedan ligados a un nombre y apellido sin haberlo pedido.
Y a los vivos, ni les cuento.