Por Isabela Ponce Ycaza y José María León Cabrera en GK*
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“Te hacía desnudar. Yo me quedaba desnudo, amarrado, porque te amarraba las piernas y las manos. La idea era hacerte sufrir porque si aguantabas, estabas haciendo una ofrenda. Cuando veía que se le estaba pasando la mano, paraba. En mi caso, me arrastró por una alfombra con los ojos vendados, las piernas amarradas, luego me llevó a la cama vendado. Esto es lo más asqueroso que me ha pasado, me da vergüenza… me trepó encima de él, como en una relación sexual. Nunca me penetró, no me tocó mis partes íntimas, por más que estuve desnudo. Pero me trepó encima de él, y con su barba como que me rozaba el pecho, el abdomen.” Quien habla es Gino P., hoy de 25 años, estudiante de Psicología. De quien habla es el reverendo Luis Fernando Intriago Páez, quien llamaba a estas prácticas la dinámica del pecado.
Por denuncias como esta, la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano ratificó la expulsión del sacerdocio del “Rev. Luis Fernando INTRIAGO PÁEZ, acusado de abuso sexual de diversos menores”. En el decreto en que lo decide, la Congregación dice que este delito debe entenderse —según la Ley de la Iglesia— como el acto cometido por un clérigo contra el sexto mandamiento con un menor que no ha cumplido 16 años. Para la legislación ecuatoriana es el acto de naturaleza sexual —excluyendo la penetración— que se hace contra la voluntad de otra persona, y que si la víctima es menor de 18 años, el que haya consentimiento es irrelevante. En la Fiscalía General del Estado hay dos investigaciones en contra de Intriago: una por abuso sexual y otra por tortura.
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Durante 7 meses, recogimos 10 testimonios como el de Gino P. —jóvenes en sus veintes que fueron sometidos a la dinámica del pecado en su adolescencia. Conversamos con 9 conocidos y excolaboradores del reverendo Intriago, con los obispos que aún son sus superiores, con una autoridad del Sodalicio de Vida Cristiana —la orden religiosa fundada en Lima de la que Intriago fue asesor espiritual. Todos los entrevistados coinciden en las acusaciones en su contra.
Gino P. pidió ser citado así, pero ese es su nombre de pila verdadero y la inicial de su apellido. De los 10 entrevistados, Juan José Bayas, Diego Guzmán, Kevin Rivas, Andrés Viscarra, Gabriel Voelcker quisieron decir con sus nombres y apellidos lo que vivieron. Roger, Adrián, Lucas y Pedro son nombres protegidos. Todos ellos dieron sus testimonios, de forma libre y voluntaria, fueron grabados, y las historias que contaron sucedieron cuando eran adolescentes —14, 15, 16, 17 años—, y coinciden con las prácticas por las que Intriago está suspendido por la Iglesia y es investigado por la justicia ordinaria. Sus relatos guardan similitudes con los de aquellos que fueron víctimas del fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari, en Perú, y del sacerdote Fernando Karadima en Chile.
Juan José Bayas conoció al reverendo Luis Fernando Intriago a los 16 años. El sacerdote había dado una charla en su colegio, el Espíritu Santo de Guayaquil, donde les había hablado sobre cómo vencer al mundo. “Yo dije ‘bueno’. Él me dijo ‘yo creo que tú tienes algo interesante, qué tal si hablamos. Te puedo aconsejar muchas cosas porque eres un líder’”. Así empezaron las consejerías, sesiones individuales que ocurrían, por lo general, por las noches o madrugadas en la casa parroquial de la iglesia Nuestra Señora de Czestochowa, al norte de Guayaquil, una ciudad portuaria —y la más poblada— del Ecuador. Al principio, dice Bayas, las sesiones se limitaban a charlas que iban “más que de un lado espiritual, de un lado psicológico”.
— Sabes qué, hagamos una dinámica.
— ¿En qué consiste?
— ¿Tú estás consciente de que tú puedes luchar por Jesús?
— Sí, obviamente.
— Pero, ¿crees que puedes vencer todo lo que tú quieras?
— Sí.
— Chévere, vamos a hacer algo: vamos a hacer la dinámica del pecado.”
Juan José Bayas dice que no recuerda cuántas veces fue sometido a esta práctica, en la que él —desnudo, atado de piernas y manos, con los ojos vendados— era golpeado por Intriago quien le decía “tú puedes vencer al mundo”.
Adrián tiene 28 años y aunque conoció a Intriago hace doce recuerda con detalles su primera dinámica: “Tenía un problema muy fuerte con mi familia y necesitaba hablar con alguien. Me dijo ‘vente’. Llegué a su casa como a la una y media de la mañana. Él estaba en pijama. Fue un diálogo bastante enriquecedor, me ayudó en ese momento, pero después me dijo ‘vamos a hacer una dinámica. Vamos a hacer la dinámica del pecado’. Me pidió que me quede en bóxer, yo estaba llorando, bastante asustado, balbuceaba y creo que él escuchó que balbuceaba ‘no puede ser, no puede ser que este man sea homosexual’, entonces seguramente eso lo asustó. Ese día me amarró, me vendó los ojos, comenzó a picarme el tórax con el dedo, para que sienta dolor. No me tocó mis partes intimas gracias a Dios. La dinámica pretendía hacerme ver cómo el pecado me tenía atado, ciego y orillado. Luego me soltó, se fue al baño. Luego me dijo ‘tranquilo, no pasa nada’”.
A Pedro —hoy de 29— Intriago le hizo la dinámica a sus 17. “Terminaba la misa y allí comenzaba el tema de ver este plan de vida personal. Él entraba de esa manera. Las dinámicas eran primero suaves, ya chévere, te ato, te hago algunas preguntas, te voy a convencer, te vas a rendir, ya chévere. Hasta allí yo lo veía normal. Ya cuando él me hizo una vez la dinámica completa, desde allí pensé ‘esto no está bien’.
—— ¿Cuál es la diferencia entre la dinámica suave y la completa?
–––– La completa tenía temas de electrocutarme, de hacerme llaves, de colgarme. Había una barra, entonces me colgaba en la barra, desnudo. Ese día si terminé mal.
Lucas, hoy de 23 años, dice que a él lo bañó en agua hirviendo. “Me arrastró desnudo por la alfombra, me dejó guindando de un palo, desnudo, de las muñecas. Mis pies no tocaban el suelo”. Tenía 16. Dice que buscó a Intriago para que lo aconsejase. Estudiaba en un colegio católico, donde le habían enseñado que la homosexualidad era un pecado, y él había descubierto que le atraían hombres y mujeres por igual. “Sufrí mucho bullying en el colegio por mi orientación sexual, era muy feo, mi etapa de colegio fue bastante oscura. Me salía de clases para ir a rezar y llorar y le decía a Dios ‘No hago nada malo, ¿por qué me tratan así?’. Entonces, con esta situación, decidí conocer a Luis Fernando Intriago”.
El reverendo Intriago le preguntó si quería ir a consejería. “Mi primera consejería fue súper suave. Hablar de Dios, vidas de la Biblia, confesarme, todo ese tipo de cosas”.
Dice Lucas que después de la sexta sesión, Intriago le dijo que Dios y la Virgen a través de Pachi Talbot —una mujer que en la década de los 90 decía ver y hablar a la Virgen en el Valle del Cajas, al sur del Ecuador— le habían dado un aceite que olía a rosas y le habían enviado un mensaje: tenía que formar un ejército de ungidos.
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Andrés, Diego, Kevin, Gabriel, Juan José, Gino, Roger, Adrián, Lucas y Pedro eran ungidos del padre Intriago.
“El padre decía que cuando conocía a una persona, una voz que supuestamente era la de Jesús, le decía ‘con este sí, con este no, a esta persona tienes que cogerlo de aconsejado y a ésta no’. Él decía que cuando me conoció, le dijo que tenía que trabajar conmigo, que tenía que guiarme”, dice Gino.
Andrés Viscarra fue asistente personal de Intriago durante tres años. Dice que por su trabajo y la cercanía conoce en detalle la vida del sacerdote. Según Viscarra desde 2005 Intriago empezó a tener este grupo exclusivo. “Comenzó a haber una ola de chicos a los que él llamaba ungidos por la guardiana de la Fe. ¿Qué significaba esto? Que cuando él estuvo en el Cajas y tuvo esta ‘revelación’ de la obra de Nuestra Señora de la Reconciliación, una de las imágenes de allá comenzó a exudar aceite. Y ese aceite lo tenía en un algodón, y cada vez que veía un un chico con el que podía ser más cercano, lo ungía con el aceite. Pero para ungirlo, tenía que pasar por la dinámica del pecado.”
Antes de las dinámicas en las que terminaban desnudos o en ropa interior, el padre Intriago les explicaba cómo ellos eran parte de su misión. Porque él era el elegido, el especial, el que venía a cambiar las cosas. Y ellos eran los elegidos, los especiales, los que venían a cambiar las cosas.
Según los testimonios, su carismática y portentosa figura, su voz de trueno bíblico contando historias místicas (que una vez, contaba, una ostia se le había hecho carne en plena consagración, que, otra vez, había exudado escarcha), eran irresistibles. Juan José Bayas dice que quería agradarle a Dios, y que sentía que si decía que no, le estaba fallando a Jesús. “Y era técnicamente un juego, pero él decía ‘el que falla en lo chiquito, falla en lo grande’”. Por Dios, por Cristo, por salvar al mundo del pecado, por él, el padre, creía ser capaz de soportarlo todo. Entonces el reverendo le advertía que lo haría sufrir. Quería ver dónde estaban los límites de su amor por Cristo.
Los diez hombres que contaron su paso por la dinámica del pecado no se conocen todos entre sí. Unos tienen 27, 28 y 29 años y son amigos; otros 24, 23 y 22. Los que fueron sometidos a las dinámicas hace 10 o más años coinciden en que el discurso de Intriago era que ellos eran líderes, únicos, especiales. Los más jóvenes dicen que Intriago insistía en dos palabras: sacrificio y ofrecimiento.
Se suponía —se supone— que la dinámica del pecado era —es— una ofrenda para cultivar la reciedumbre y una forma de redimir al mundo, de resolver problemas domésticos, enfermedades terminales, crisis económicas. Para lograrlo, había que ofrecer un sacrificio.
Lucas dice que en esa época su papá estaba enfermo de cáncer. “Y yo ofrecía algo que a mí me costara. Qué sé yo, yo peleaba mucho con mis hermanos y yo le decía ‘te ofrezco, Señor, no pelear con mis hermanos para que mi papá se recupere’”.
Lucas dice que el entonces párroco de Czestochowa le pidió ofrecer un dolor. “Me dijo ‘sácate la camisa’. Me la saqué. Primero siempre fue la camisa, luego una venda, una venda negra. Al comienzo te empujaba a la cama, y tú ya no podías moverte y él te explicaba con una metáfora ‘ahorita tú estás atado de manos y con una venda, no puedes ver, así es el pecado cuando entra en tu vida, luego te inmoviliza’. Y mientras te hablaba, te quitaba la venda, la soga de las manos, te ponía la camisa, y era inofensivo hasta eso”.
Confundido por tener sentimientos que le habían dicho eran pecado, Lucas siguió visitando al reverendo para más sesiones de consejería. “A mí estos ofrecimientos me hacían sentir ya incómodo porque Luis Fernando no estaba con su ropa de cura sino en pantaloneta, camisa y a veces se sacaba la camisa también y estaba en la cama. Todo ese tipo de cosas me empezaron a incomodar mucho, pero es difícil decirle que no a un cura”.
— La culpa te come vivo.
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Cuando pasaron por la dinámica, todos eran adolescentes varones entre 14 y 17 años, venían de hogares con figuras paternas ausentes o distantes. En muchos casos, tenían problemas económicos, carencias de afecto paterno, vacíos que el carisma y regalos del reverendo Intriago llenaban con facilidad. “Ocupó un lugar muy importante en mi vida, en mi corazón, era como un padre para mí, un segundo papá”, dice Adrián.
“Él buscaba gente psicológicamente débil. Yo encajaba en eso porque tenía padres ausentes, o sea, mi papá vivía allí pero era como si no estuviera, desde los trece hasta los diecisiete años. Entonces busqué refugio…comencé a ser full amigo de él”, dice Pedro.
Según Andrés Viscarra, exsecretario privado de Intriago y que también pasó por la dinámica, el cura llevaba una minuciosa cuenta de quiénes eran sus ‘agrupados’: tenía una carpeta por cada uno de ellos en su computador, y dentro de cada carpeta, un documento por cada dinámica hecha. Cuando identificaba el perfil vulnerable, dice su excolaborador, le proponía la consejería.
Que el sacrificio llamado dinámica del pecado fuese secreto era un requisito indispensable. “Él me dijo, pero esto es súper sucio, esto sí es súper rata, decía que el ofrecimiento quedaba entre tú, tu consejero y Dios. Si tú le decías a alguien de tu ofrecimiento, por ejemplo, yo decía a mi mejor amigo ‘te cuento, estoy ofreciendo’, el ofrecimiento se rompía”, dice Lucas.
Juan José Bayas dice que Intriago le citó la Biblia como fundamento del secreto que debían guardar: “Que lo que haga tu mano izquierda, no lo sepa la derecha. Porque tal vez al enterarse, no va a entender tu lucha y te criticará”.
Diego Guzmán dice que cuando sintió el roce de la barba de Intriago en su omóplato desnudo, le exigió que lo soltara. El reverendo se habría puesto nervioso: “Me dice ‘no flaco, calmate. No pensaba que te ibas a poner mal, es la primera vez que hago esta dinámica’.” Guzmán asegura que le pidió que no se la hiciera a nadie más: “Le dije ‘Padre, tú eres mi pana, y si no quieres tener un problema no le hagas a nadie más, porque acá no pasó nada, pero esa vaina no está bien’. Intriago le habría prometido que nunca más la haría, “que alguien se la había enseñado y que la quería aplicar, que él no le veía nada de malo, pero al ver que yo reaccionaba así, no era adecuada”.
Los 10 testimonios coinciden que al terminar la dinámica, el padre Intriago les quitaba la venda y las sogas, y se iba al baño.
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* CRÉDITOS:
Investigación y redacción: Isabela Ponce Ycaza y José María León Cabrera. Dirección de arte: Daniela Mora. Ilustración: Paula de la Cruz. Videografía: Antonella Carrasco.
Este reportaje fue realizado por GK en el marco de la Iniciativa para el Periodismo de Investigación de las Américas del International Center for Journalists (ICFJ) en alianza con CONNECTAS.