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Por María Florencia Alcaraz.-

Lo abyecto puede tener el brillo de una rubia cabellera enrulada y una apariencia estereotipadamente angelical. La historia de Carlos Robledo Puch clava una astilla que hace sangrar: la violencia extrema está más cerca de lo que imaginamos. La película “El Ángel” juega con esa premisa y aprovecha la foto icónica que fue tapa de los diarios cuando detuvieron en 1972 al ladrón devenido en celebridad por la propia prensa y literatura. Pero después de garantizar la atención sobre una historia conocida, la película busca deconstruir esa realidad de la que parte.

El film toma como punto de partida la historia del ladrón y asesino más paradigmático de la Argentina pero no sigue la línea de policial clásico. El enigma ya está resuelto. El final es conocido por todos y todas. Tampoco es una biopic. No pretende documentar una trayectoria vital real ni hacer un ejercicio periodístico alrededor del perfil de Puch. Para eso está el “El Angel Negro”, el libro de Rodolfo Palacios en el que está basada la película. La apuesta del film de Luis Ortega es más estética que periodística y documental.

Una de las claves para ver “El Ángel” es establecer el siguiente pacto: la película es una completa ficción. El único nombre real es el del protagonista. Otra de las claves es desdoblar la identidad del protagonista: el de carne y hueso es Carlos Robledo Puch y está preso, el de la película es Carlitos (Lorenzo Ferro), un personaje de ficción.

¿De qué trata la historia? Dos historias conviven en paralelo: por un lado, la de Puch de carne y hueso, que habla de la crueldad criminal. Una crueldad sobre la cual los realizadores toman una decisión inteligente: no ser moralistas. Por el otro, la historia de Carlitos, el personaje de la película, que habla del deseo, el amor y la construcción de una identidad juvenil en un barrio de clase media de la zona norte del conurbano.

Cuesta ponerla en la caja de un género ¿Es un policial? ¿Es una comedia negra? ¿Puede hacerse una comedia con una historia de base tan terrible? Los bailes del protagonista y la música juegan un rol fundamental: ¿Es un musical? “El Ángel” es una película que desborda los géneros porque la historia misma desborda.

Los asesinatos feroces de Puch aparecen como telón de fondo sin llegar a los límites reales. Luis Ortega cuenta una historia criminal sin víctimas. Hay una construcción empática con el protagonista que vuelve imposible incorporar asesinatos de mujeres o violaciones. En el país del Ni Una Menos y los paros internacionales de mujeres, lesbianas, travestis y trans el director elige no narrar las violaciones del compañero de Puch de las que él fue testigo y cómplice ni los asesinatos de esas mujeres: Ana María Dinardo e Higinia Eleuteria Rodríguez. La audiencia no llega a conocer casi nada sobre las víctimas. En algunos casos ni siquiera alcanza a verle la cara o a escuchar su voz. Mueren en sus lugares de trabajo, durmiendo o se mueven como zombies. Carlitos los mata como en un videojuego de realidad virtual. Son uno más frente al gatillo alegre del chico.

La belleza de la paleta de colores es uno de los grandes aciertos, lugar común de cualquier crítica sobre la película. La propuesta no es solo estética, también es una apuesta política: el Falcón verde está presente como antesala de lo que va a pasar. Todo lo que se puede decir sobre las actuaciones es otro lugar común: el casting y la dirección actoral son un doble acierto. En su debut actoral Lorenzo Ferro no actúa. Parece hacer más de él mismo con un arma en la mano que una interpretación del verdadero Carlos Robledo Puch. Al Carlitos del film se lo lleva puesto la inercia. “¿Nadie considera la posibilidad de ser libre?”, dice al comienzo. El primer punto de giro ocurre cuando José le pone el arma en la mano.

Sólo en su deseo Carlitos no se deja llevar por el mandato. La película es irreverente sobre los lugares donde se posa el deseo pero dice más de lo que muestra. El momento en el que Ana María Peralta (Mercedes Morán) intenta seducir al joven Puch descoloca al público. No por la actitud de ella sino por la respuesta del chico: “Me gusta tu marido”. José Peralta, el esposo de Ana María y padre de su amigo, es el patriarca de una familia de rufianes del conurbano venida a menos. Daniel Fanego encarna este rol con una decrepitud admirable.

“A los veinte años no se puede andar sin coche y sin plata”, solía decir el verdadero Carlos Robledo Puch. La frase aparece en todas las crónicas y libros sobre él. La película la omite: el deseo de Carlitos está puesto en otro lado. No en aquel de la frase que resumen el del estereotipo de macho del heteropatriarcado capitalista.

Así como hay una elección por la construcción empática con Carlitos hay una propuesta de cuestionamiento de los roles de género y las masculinidades hegemónicas. Carlitos desea a Ramón, el chico que conoce en la escuela. Históricamente en el cine nacional hubo un vínculo estigmatizador y discriminatorio cuando las coordenadas criminalidad y homosexualidad se cruzaban. La película de Ortega fuga de esa tradición, pero el homoerotismo que se ve en pantalla no traspasa las fronteras de la tensión. La deuda es la escena de sexo que insinúa pero nunca sucede. ¡Como si la audiencia no estuviese preparada para verla!