Agustín, de cinco años, se puso el pantalón al revés. Leandro Sarli, la pareja de su mamá, lo levantó del cuello y lo golpeó hasta dejarlo moribundo. Luego llamó al SAME y dijo que el nene se había caído en la bañera. En el Hospital Piñero, los médicos sospecharon, hicieron la denuncia a la Comisaría 38 y se inició una causa caratulada “muerte dudosa sospechada de criminalidad”.
El engaño duró apenas un rato. La autopsia mostró el hígado de Agustín desgarrado, sangre en el abdomen y en los riñones, una hematoma en la cabeza y varias otras heridas internas, bastante más antiguas.
Por eso ayer Sarli fue condenado a prisión perpetua por asesinar de una paliza al hijo de su pareja, en junio de 2015, en la habitación de la casa que compartía en el barrio de Flores con la mamá, Bárbara González Bonorino. El Tribunal Oral en lo Criminal Nro 13, conformado por Enrique Gamboa, Adolfo Calvete y Diego Leif Guardia, lo condenó por “homicidio agravado por alevosía y ensañamiento”. González Bonorino también fue acusada del homicidio por “omisión” y “pasividad” pero finalmente se consideró que no podía atribuírsele responsabilidad y quedó absuelta. Ella, a diferencia de su ex pareja, esperó el juicio en libertad.
La defensa de Sarli había pedido a los jueces que se recalificara el caso como un “homicidio preterintencional”: se produce la muerte de una persona a la que en realidad sólo se le pretendía causar un daño, lo que tiene una pena reducida de tres a seis años de cárcel.
Al día siguiente del crimen, la hermana de Agustín relató en Cámara Gesell que cuando vio cómo el padrastro le pegaba al niño, corrió, se metió en la cama y se tapó la cabeza con las sábanas del miedo. Dijo que estaba aterrada, que no podía soportar el horror y que se tuvo que esconder. Su mamá había salido a trabajar y los dejó al cuidado del padrastro en el departamento que compartían en el barrio de Flores. Horas después el niño falleció en el Hospital Piñero.
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