El Tribuno.-
El 10 de octubre pasado fueron emboscados en la zona selvática de Acambuco los salteños Tomás Horacio López, Juan Carlos Callejas y el ciudadano boliviano Andrés Plata. Se contaron al menos 35 impactos del fuego cruzado de dos ráfagas de ametralladoras y una escopeta calibre 12. Los sicarios dejaron como mensaje una botella de agua mineral boliviana y luego escaparon por el monte, hacia la vecina república plurinacional, que está a unas cuadras de la Quebrada de Campo Largo, el lugar que los asesinos eligieron para cobrar una venganza.
Según confirmaron tres fuentes de la Policía de Bolivia y uno de los investigadores que trabaja sobre el caso en territorio argentino, el autor intelectual de la llamada “masacre de Acambuco” está muerto. Fue fusilado en una clínica de Yacuiba por familiares de las víctimas del triple crimen. Además, ayer se supo que hay dos detenidos en Tartagal y aunque el hermetismo es total y no se revelaron nombres, se estima que podría tratarse de alguno de los asesinos contratados para el crimen.
El Tribuno, el único medio salteño que cubrió desde el lugar la masacre de Acambuco, había consignado que en la despedida de las víctima del triple crimen se había jurado venganza y eso fue lo que pasó. El cuerpo de Andrés Plata, según se publicó oportunamente en este diario, era el que más saña y balas registraba, de acuerdo a los investigadores locales. Según la versión de las fuerzas bolivianas Plata habría “mejicaneado” algún cargamento o dinero que era propiedad de González. Inteligencia que trabajaba para el clan comunicó esas novedades al líder, que de inmediato organizó el ajuste de cuentas. Convocó a Plata para realizar un trabajo en Acambuco y este recurrió a sus dos amigos salteños para que lo ayuden, “porque seguramente intuía que algo podía salir mal”, dijo una alta fuente. Pero los sicarios no dieron tiempo a nada y el poder de fuego de sus ametralladores se cobraron las tres vidas sin pedir explicaciones. Los hermanos Plata habrían jurado venganza en el velorio de Andrés y esperaron el momento oportuno para llevarla a cabo. Semanas después, uno de los hermanos y un sicario argentino identificado como Formica, alcanzaron a González en la puerta de la clínica Monserrat de Yacuiba y lo mataron de cuatro tiros. Siempre según las fuentes del país vecino, Formica y uno de los hermanos Plata salieron de la ciudad para evitar las represalias.
Pero contra ellos ya se había organizado otra venganza por matar a González. Fernando Ortega Plata volvió semana más tarde a Yacuiba. Estuvo parando con Formica en la casa de su familia, en el Barrio Nuevo. El martes, cerca de las cuatro de la tarde, Formica salió de la vivienda diciendo que iba a comprar crédito para su teléfono. Pero fue hasta un auto verde que estaba estacionado a la vuelta y volvió a la casa llena de familiares. Según los investigadores, al entrar le reclamó a Plata el pago de 500 dólares por el crimen de González, pero este le dijo que no tenía en ese momento. Formica sacó una pistola 9mm y disparó nueve tiros sobre Fernando Ortega Plata, ante el estupor de sus seres queridos, entre los que había niños. Después salió caminando y se subió al auto verde que lo esperaba afuera. Para los investigadores Formica actuó amenazado por el clan que manejaba González. “No tenía opción”, dijeron. Además piensan que las venganzas y ajustes de cuentas no terminaron. Para ellos, al menos nueve muertes podrían relacionarse con el caso. En la frontera viven con miedo y muchas costumbres están cambiando en Yacuiba y Salvador Mazza, donde una muerte se tapa con una nueva muerte.
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