Cosecha Roja.-
Leandro Yamil Acosta le dijo a su abogada Mónica Chirivin -y ella lo contó en los medios- que “probó un pedacito” de la carne de su mamá y su padrastro después de matarlos a tiros, descuartizarlos y calcinarlos. La estrategia del canibalismo en el parricidio de Pilar llevó al acusado al pabellón psiquiátrico en Melchor Romero y busca declararlo inimputable. Hay indicios que dicen lo contrario: “Es un psicópata no un psicótico, tiene un problema de personalidad y no de perturbación grave de las funciones mentales”, dijo a Cosecha Roja el psiquiatra Hugo Marietán.
Según contó Chirivin, su defendido sufrió mucho en su vida, padeció “todo tipo de abusos cuando era chico” y hoy no siente culpa. “Está aliviado por una carga que tenía desde niño. Su psiquis está alterada y eso lo veremos en las pericias”, dijo la abogada. Y agregó: “No lo veo bien. Yo creo que si se prueba la autoría, este muchacho quizás no pudo comprender la criminalidad de sus actos. Este chico es inimputable”.
La estrategia del canibalismo tuvo eco en los medios y en las redes sociales pero el riesgo es quedar atrapados en las estrategias defensivas de los abogados defensores. Fuentes ligadas a la Fiscalía Especializada en Violencia de Género y Trata de Personas de San Isidro dijeron a Télam que no hay nada en el expediente que corrobore que haya existido canibalismo.
“Los casos de canibalismo registrados en Argentina han sido todos de personas psicóticas, que no comprenden la criminalidad del acto”, dijo a Cosecha Roja el perito criminalista Raúl Torre. Si fuera como dijo la abogada, lo de Acosta sería una “práctica canibalística para demostrar omnipotencia, control”. Pero Torre es cauto, para él no alcanza con los dichos de la defensora, “es fundamental esperar el perfil psicológico que hagan los peritos”.
Para Marietan, existen indicadores que muestran que el joven sabe lo que hizo. “Acosta entiende la criminalidad del acto y pudo dirigir sus acciones. Él y la novia (Karen Klein) son personas mayores que tienen la opción de salir del sistema, de la casa de los padres, podían haberse ido a vivir solos”, explicó.
Acosta y Klein son novios, igual que sus papás. Él es hijo de Miriam Kowalzuck y ella, de Ricardo Klein. Tienen en común hermanos mellizos de once años. Los seis convivían en una casa de dos pisos de cemento y ladrillo en Manuel Alberti, Pilar. Había llegado al barrio hace 16 años y habían construido dos pisos de ladrillo y cemento: las víctimas seguían viviendo en el rancho original, el de abajo lo alquilaban y el de arriba estaba pensado para que viviera la joven pareja. “Si estaban ahí es porque existía algún beneficio que les hizo pensar que se podían quedar, por ejemplo, con propiedades. Si no no tiene lógica”, explicó Marietán.
Durante varios días de la primera semana de septiembre, los vecinos vieron que salía humo de la terraza en horario no habituales. El hermano de Klein denunció la desaparición de la pareja. El domingo 13 la policía allanó la casa de Sarratea al 2700. Un policía subió a la terraza y vio unos unos baldes. Cuando se asomó para ver el contenido gritó:
-¡Esposalos! ¡Esposalos!
Acababa de ver restos humanos calcinados. Los investigadores creen que eran la pelvis, el trozo de columna y pelo de la mujer de 52 años. También secuestraron una 9 milímetros, una escopeta, un hacha, dos palas y 8 mil dólares. Y tres días después, un botellero denunció que se deshizo de 16 bolsas en un descampado cerca de la casa, a pedido de Acosta. Ayer durante seis horas un equipo interdisciplinario de médicos, antropólogos y odontólogos forenses analizó el contenido y logró separar una serie de restos óseos que parecen humanos.
El tratamiento que el acusado le dio a los cuerpos indican que es un “psicópata feroz”. “Para trozarlo hay que ser muy especial y para hacérselo a tu propia madre, mucho más. Es un hecho aberrante y propio de una mentalidad fría y calculadora”, dijo el psiquiatra.
Ambos jóvenes quedaron detenidos, sospechados de haber asesinado, descuartizado y quemado a sus padres. Ella lo culpó a él y dijo que “sólo ayudó a limpiar la escena” porque la tenía amenazada. Él se negó a declarar ante el fiscal de San Isidro Marcelo Vaiani y el juez Nicolás Ceballos ordenó el trasladado del joven de 22 años desde la comisaría 4ta. de Pilar hacia la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Bonaerense en Melchor Romero.
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Ricardo trabajaba de albañil y también se había armado un pequeño emprendimiento: compró la camioneta, le puso un agregado para cargar más cantidad y se dedicó a recoger cartones, plásticos y vidrios. Después -con ayuda de Miriam- los separaba, limpiaba, y seleccionaba. A fin de mes se lo vendían a un galpón.
La pareja era inseparable, iban juntos a todos lados. Cuando se conocieron él era maestro mayor de obra y ella limpiaba en un country pero dejó de hacerlo para trabajar con él. Construyeron la casa de algunos de los vecinos de la cuadra, hacían arreglos, laburaban a la par. “Ella parecía un hombre, lo acompañaba, levantaba cosas, mezclaba el cemento”, contó una vecina. Eran simpáticos, toscos, “campechanos”.
Fotos: Cosecha Roja
Nota publicada el 22/9/2015
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