El drama de ser payaso en cuarentena

Gino Vergel Campos y su familia de cirqueros quedaron varados en el norte del Perú, en Chiclayo, y padecen por falta de alimentos, agua y ahora también por el frío.

El drama de ser payaso en cuarentena

Por Cosecha Roja
22/06/2020

Por Sonia Obregón*

La función terminó en el barrio de Chilapito. El circo de telas percudidas de Gino Vergel Campos sigue de pie, pero nunca lució tan silencioso. Ya no hay carcajadas. “Apóyame con víveres porque el Estado no apoya los circos”, se lee en la entrada de la carpa de 90 metros, instalada sobre un arenal.

Una vez, sus vecinos les dejaron una canasta con un par de paquetes de fideos, arroz, tarros de leche y aceite. “Nos da vergüenza pedir, pero qué podemos hacer”, cuenta Gino, de 42 años, quien encarna al payasito ‘Cachorro’.

Su drama comenzó hace cerca de tres meses, cuando esta compañía de diez personas, entre ellos los cuatro hijos de Gino y su esposa Judith, llegaron al barrio de Chilapito, en Chiclayo. Tenían pensado quedarse unas tres semanas, pero cuando estaban a punto de partir a Tumbes, los “atrapó” la cuarentena.

“Hemos suspendido todas las funciones. Estamos sufriendo. Yo puedo aguantar el hambre, pero mis hijos no. Ellos me piden y ni para el pañal tengo”, se queja Gino, mientras carga en sus brazos a Alexander, de nueve meses, el más pequeño de sus hijos. Inmediatamente recuerda lo que le queda en el bolsillo para al almuerzo y la cena: 10 soles, un poco menos de tres dólares.

circo peru

Aves de paso

Además de la falta de comida, un acto tan cotidiano como lavarse las manos con agua y jabón se ha convertido en un reto diario para ellos. No tienen agua potable para consumir, cocinar ni asearse. El frío es otro problema que golpea más cuando las paredes que cubren son solo telas viejas. “Entra demasiado aire, hasta los pies nos duele. La carpa donde duerme mi bebito está rota y tuve que tapar el hueco con una toalla”, dice Judith.

Ni Gino ni sus hijos conocen el ambiente cálido de una casa con paredes de ladrillos. Nacieron en el circo y siempre tuvieron una vida nómada. Es la vida de los cirqueros. Judith también se acostumbró a esa vida. Van de lugar en lugar, pueden quedarse unas semanas, un mes o más. “Somos unas aves de paso”, asegura Gino.

Según Ricardo Miranda, empresario y organizador del Festival Internacional de Payasos, en el Perú hay alrededor de 8 mil payasos de shows infantiles y circos afectados por la pandemia. En buenos tiempos, podían ganar entre 200 y 500 dólares por semana, pero ahora ya no tienen ingresos y pese a su situación crítica, son ignorados por el Estado.

El presidente Martín Vizcarra lanzó paquetes de ayuda económica para que más de 10 millones de familias enfrenten la crisis por el Covid-19. Ninguno estuvo dirigido a los artistas vulnerables. “Creo que no le interesamos a nadie, porque no nos nombran para ningún bono. Nosotros también necesitamos apoyo”, cuenta Gino, quien esperaba abrir el telón en julio en Fiestas Patrias, pero tampoco son tomados en cuenta en la reactivación económica: empezarían a trabajar recién el próximo año. “En julio aprovechábamos para juntar dinero, era el mes de los circos, pero ya perdimos esta campaña”, dice.

“Vamos a ser los últimos en salir, porque nos hemos dado cuenta que no somos prioridad para nadie”, coincide Miranda, quien hasta antes de la cuarentena administraba un circo. La solución para él es reinventarse, por eso decidió alejarse del arte por un momento y vende pollos a la brasa por delivery. Otros payasos han optado por ofrecer servicios de desinfección, pero sin abandonar sus coloridos trajes.

Junto al circo de Gino, al menos 150 más dejarán de recibir ingresos el próximo mes, de acuerdo a Miranda. “Los circos más grandes solo trabajan en julio, pero les alcanza para mantenerse. Los pequeños la están pasando muy mal”, afirma.

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Show virtual

Para sobrevivir, algunos integrantes del circo de Gino venden caramelos y turrones en los buses. Con suerte juntan algunas monedas. Hace unas semanas, Gino ofreció un show virtual a través de Facebook junto a sus demás compañeros. La idea era recaudar fondos, pero no resultó.

En una de las carpas viven sus hijos, el payasito y malabarista Esnaider de 10 años, y la bailarina Xiomara de 12 años, quien imagina volar cuando sube al trapecio. El mayor lleva el mismo nombre de Gino. Tiene 22 años, también ama colocarse la nariz roja y cuenta con un espacio separado junto a su pareja. Otro ambiente es ocupado por un amigo de Gino, apodado el ‘Chacalón de la Risa’. Lo acompañan su esposa y su bebito, que llegó al mundo justo en cuarentena.

A los 8 años, Gino subió al trapecio por primera vez, imitando a su papá Carlos, quien hacía un poco de todo al igual que él: payaso, cómico, trapecista, alambrista y malabarista. “Al que le gusta mira y aprende”, dice Gino. Sus hermanos también siguieron la tradición. Son muchos: quizás son 15 o 18, no recuerda la cifra. Su mamá Carmen, quien falleció hace cinco años por un tumor, era bailarina y trapecista.

A su esposa Judith la conoció en una de sus funciones en Chiclayo. Antes del nacimiento de su último hijo, ella apoyaba en los números de baile. Ahora es la encargada de hacer las ollas comunes en el circo y reparte los potajes siempre en porciones iguales. A veces, cuando hay dinero, toca un arroz con estofado. Otras, solo un atún con limón o una tortilla con huevo.

Gino espera que el panorama desolador mejore y llegue por fin la ayuda. Cerca de Chilapito hay al menos cinco carpas varadas. Hay otras en Pimentel, Sullana y Pucallpa. Su voz, a veces, suena a sufrimiento. Dicen que no hay payasos tristes y él hace un esfuerzo por no serlo.

*Esta nota fue producida en el marco de la Beca Cosecha Roja y publicada también en Trome