Por Meaghan Ybos
Foto Nancy R. Schiff/ Getty Images
Un perfil periodístico de la −luego devenida infame− fiscal Linda Fairstein, hecho hace casi 30 años en la revista New York Times, parece aún revelar tanto sobre ella como la aclamada serie de Netflix de Ava DuVernay, “When they see us” (Así nos ven).
“Ella prefiere la violación” se leyó, a propósito de sus declaraciones, en la revista del New York Times en 1990.
En el perfil realizado por la periodista Katherine Bouton, Fairstein, la fiscal del caso “Los cinco del Central Park” (Central Park Five), es presentada como una suerte de heroína de víctimas de agresiones sexuales. Así, porque −en sus propias palabras− caracteriza los casos de homicidios como “la gran aspiración de les fiscalxs“, mientras que ella prefiere los casos de violación, fundamentalmente en función de que, en estos últimos por oposición a los primeros, sí “existen víctimas a las que se debe vindicar”.
El titular del perfil, “Linda Fairstein vs. Violación“, sugiere también que Fairstein estaba involucrada en un objetivo mucho más profundo que simplemente vengar a las mujeres que habían sido agredidas sexualmente. Para la autora, Fairstein, desde su puesto de jefa de la Unidad de Delitos Sexuales en la Fiscalía de distrito de Manhattan, estaba en realidad “enjuiciando” el concepto de agresión sexual en sí mismo.
Fue justamente el tristemente célebre caso del Central Park (en el que se investigó un delito sexual) el que inicialmente le significó aún más notoriedad, a la ya por entonces relativamente destacada Fairstein, y mucho más tarde, descrédito profesional. El 20 de abril de 1989, la corredora Trisha Meili fue encontrada gravemente herida en el Central Park, tras sobrevivir a una feroz agresión sexual y una brutal golpiza. En cuestión de días, cinco adolescentes de descendencia afroamericana y latina −Atron McCray, Kevin Richardson, Raymond Santana, Korey Wise e Yusef Salaam− confesaron haber sido autores del hecho.
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Sin embargo, se supo más tarde que las declaraciones en el marco de las cuales ocurrieron esas confesiones, se obtuvieron después de casi 30 horas ininterrumpidas de interrogatorios, llevados a cabo alternadamente por detectives de homicidios y por la propia Fairstein. El verdadero agresor, Matías Reyes, confesó mucho tiempo después haber sido el autor del delito que victimizó a Meili (mientras cumplía una condena de 33 años y un tercer año de cadena perpetua por violar a tres mujeres cerca de Central Park, y por la violación seguida de muerte de una mujer embarazada). En función de eso, pero recién en el 2002, un juez anuló las condenas de los cinco jóvenes.
La serie de Netflix de Ava DuVernay sobre el caso, “Así nos ven”, fue lanzada el 31 de mayo de 2019 y rápidamente provocó un sinfín de controversias y algunos eventos respecto de los cuales varias especulaciones también le atribuyen un efecto causal. Primero, generó un debate público en relación a los tiempos y demoras que caracterizan la labor de les fiscalxs en general. Pero, además, también motivó acciones específicas, como el lanzamiento de una petición a través de Change.org, en la que se convocó a los pequeños comerciantes a dejar de vender libros de Fairstein, quien recientemente se había convertido en una autora best seller de novelas sobre crimen*. Luego, el 7 de junio de ese mismo año, Fairstein fue abandonada por su editor, decisión que también fue vinculada mediáticamente al movimiento generado por la serie. Por otro lado, el 12 de junio, la otra fiscal del caso, Elizabeth Lederer renunció a su cargo en la Facultad de Derecho de Columbia. La notoriedad de la producción de Netflix, motivó también una reciente publicación de la revista New York Magazine, en la que se reconstruyeron los relatos de muchas de las víctimas de Reyes que, hasta entonces, “habían sido escritas por fuera de su propia historia“.
Sin embargo, es ese perfil de la revista New York Times de casi 30 años de antigüedad sobre Fairstein el que, sin proponérselo, nos cuenta más sobre ella, sobre la cultura de los fiscalxs que verdaderamente creen en el sistema penal y a la vez, sobre las profundas fallas estructurales de ese sistema. En el relato de Bouton, Fairstein es presentada como una figura de alto vuelo en la función pública, que coquetea con fantasías de ocupar cargos de incluso mayor exposición política (como el comisionado de policía de Nueva York y la Fiscalía de distrito de Manhattan) y simultáneamente como una fiscal comprometida con la labor de vengar a las víctimas de violación “dedicando sus días a pensar en actos viles y abominables”.
Resulta ilustrativo que, en consonancia con la propia acusación del caso Central Park Five, el perfil de Fairstein esté imbuido de racismo y clasismo. En los párrafos iniciales, Bouton describió a Fairstein como “nacida en los suburbios, con educación clásica, inteligente e impecable“, y enseguida la comparó con alguna de las personas a las que procesó, a la que definió como “un fornido hombre hispano, con bigote caído, acusado de violación y abuso sexual“.
En esa pieza periodística, incluso las víctimas se muestran sombrías y decoloradas en comparación con la imagen de Fairstein, a quien se describe como residente en un “elegante apartamento del Upper East Side con una vista panorámica del East River y Queens“, que pasa los fines de semana de verano volando a una casa de Martha’s Vineyard con su esposo, y cuya vida se caracteriza por el glamour. Da la impresión de que la impronta de la fiscal deja a Bouton sin aliento, al punto de jugar a presentarla casi como si fuera protagonista de una versión de “Sex and the City” (“Sexo en la Ciudad”, serie televisiva) ambientada en el sistema legal penal: “El destello y la temeridad, el elegante guardarropa y el más rubio cabello, tacos altos y restaurantes elegantes…”.
La periodista, además, no pierde la posibilidad de indicar a los lectores del Times que, sin embargo, finalmente hay cierta nobleza en los pormenores lujosos del estilo de vida de la fiscal: “son quizás parte de poder sobrellevar su función“.
El artículo de Bouton, es interesante además, porque también proporciona una visión temprana de lo que ahora se conoce como feminismo carcelario, una filosofía que presenta al sistema legal criminal como una entidad moral capaz de sanar a las víctimas y como una solución a la violencia de género. Como Alison Phipps escribió en un ensayo reciente −que advierte sobre los peligros carcelarios del #MeToo− ese feminismo cree que “las personas son víctimas o perpetradores, pero no ambos; que el estado es más protector que opresivo; que la vergüenza y el castigo funcionan”. Y en la misma línea, otro reciente artículo, sobre el enfoque punitivo que Fairstein adoptó en relación al trabajo sexual durante la década de 1980, Anne Gray Fischer escribió que esa perspectiva le “confirió un manto de legitimidad feminista a (…) las prácticas duras de prevención policial, enjuiciamiento y encarcelamiento”.
En el último tiempo, el feminismo carcelario encontró quizás su expresión más pura en el esfuerzo por remover al juez Aaron Persky a partir de su manejo del caso Brock Turner, en el que el ex nadador de la Universidad de Stanford recibió una sentencia de seis meses por una agresión sexual en 2015 que tuvo como víctima a una mujer inconsciente. En 2016, Persky fue señalado por el profesor de derecho de Stanford, Michele Dauber −pero también por otros− por haberse “esforzado desmedidamente para premiar a Turner con una sentencia tan leve“.
No obstante, otres tantes −como yo− creíamos que el debate sobre la idoneidad de la sentencia de Turner no mejoraría el acceso de las víctimas al sistema penal, sino que, en todo caso, amenazaría la independencia judicial, disuadiría a les jueces/zas de mostrar indulgencia y alentaría la creación de nuevas y peores leyes, todas consecuencias que afectarían, desproporcionadamente más, a las personas pobres y a las minorías. Aun así, las feministas carcelarias “ganaron” el debate sobre el castigo y Persky: el 5 de junio de 2018, el juez fue removido por les votantes del condado de Santa Clara.
El feminismo carcelario en Estados Unidos, incluso tiene su propia candidata presidencial: Kamala Harris, una ex fiscal que criticó la sentencia Turner e impregnó su campaña del lenguaje del sistema penal, lo que quedó muy evidenciado en su eslogan: “Kamala Harris For The People”. En esa consigna política también se condensa un vínculo con Fairstein: según la autora del perfil periodístico, una película de televisión de 1982 sobre una asistente de un fiscal de distrito que procesaba un caso de violación llamado “Farrell for the People” fue inspirado en Fairstein.
Bouton, aunque equivocadamente, no pierde la oportunidad para señalar cómo el sistema penal falla a las víctimas. “Las violaciones que no son perseguidas penalmente, en su mayor parte, son las violaciones que no se denuncian“, escribió. Sostuvo también que las leyes que limitaban la actividad probatoria de les fiscalxs (como un estatuto de Nueva York que requería la corroboración no sólo de la identidad de un agresor sino de la naturaleza del ataque) eran las que impedían que las víctimas de agresión sexual obtuvieran justicia. Respecto de la posterior derogación de esa ley −en 1974− y en consonancia con la misma mirada, un reciente artículo de opinión del Washington Post a colación de la serie de Netflix, ubicó a Fairstein como una estandarte de ese cambio legislativo, que “ayudó a revolucionar ciertos aspectos” de un sistema criminal que perjudicaba a las víctimas.
Es cierto que las reformas de la ley de violación de la década de 1970, que se centraron en ampliar los tipos de evidencia disponibles para los fiscalxs mientras los limitaron para los abogados defensores, pudieron haber contribuido al incremento en el índice de condenas. Sin embargo, una reforma que allana el camino para que les fiscalxs persigan condenas no necesariamente se traduce en un equivalente de la idea de justicia. Máxime cuando ocurre en el contexto de un sistema legal penal completamente centrado en el “plea bargaining” (sistema de negociación o acuerdos de pena) que está lejos de ser adversarial o justo, especialmente para les acusades pobres (esos que tanto desprecia Bouton, como el “hombre hispano fornido” del artículo, que claro que fue asesorado legalmente por une abogade).
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Quizás lo más importante, es que las denuncias por situaciones de agresión sexual rara vez llegan a fiscalxs como Fairstein. Cuando se denuncian violaciones, la policía a menudo realiza algunos saltos o atajos investigativos preliminares antes de hacer cualquier intento serio por corroborar las afirmaciones de las víctimas. A veces, la policía subestima sistemáticamente las denuncias de violación, clasificándolas como delitos menores o negándoles el carácter delictivo en las estadísticas oficiales sobre el tema. Otras veces, las clasifica como “infundadas”, lo que significa que se reporten como falsas o no ajustadas a la definición legal de un delito, después de hacer muy poca o nula investigación. La policía incluso omite detalles de las declaraciones de les denunciantes o directamente se niega a reportarlas.
Manipulaciones de estadísticas como esas, se han registrado en ciudades como Filadelfia, St. Louis y Nueva York, donde quienes ejercen roles de supervisión, emiten directivas a les oficiales que recorren las calles con el fin de que “reduzcan” el número de delitos siempre que sea posible, lo que lleva a alterar esos datos para lograr el objetivo, por ejemplo, clasificando intencional y erróneamente denuncias de violación perfectamente válidas. Algunas víctimas también han declarado que la policía las presionó para que firmaran “formularios de retractación” que permitieran a los detectives cerrar los casos como infundados o catalogarlos como “C-3”, código utilizado para indicar que se trata de un “denunciante no cooperativo”. En 2018, el Departamento de Policía de Nueva York cerró casi el 25% de 1965 violaciones denunciadas debido a la supuesta falta de cooperación de le denunciante.
Por lo tanto, enmendar algunas partes del sistema penal (ya sea cambiando las reglas probatorias, alargando las penas o creando registros) no ha corregido ese momento del proceso donde la mayoría de las denuncias de violación fallan en el sistema norteamericano: la investigación por parte de la policía. En las décadas posteriores al artículo de Bouton, los presupuestos para la aplicación de la ley se han disparado y las herramientas tecnológicas destinadas a la investigación de delitos, incluidas las pruebas de ADN y los bancos de datos, han mejorado enormemente. Al mismo tiempo, sin embargo, el porcentaje de casos de violación cerrados por la policía se redujo a casi la mitad entre 1964 y 2017.
En ese sentido, puede decirse que quizás las posturas más deshonestas en relación al caso de “Los cinco del Central Park” no provienen de fiscalxs (quienes, aunque especialmente desinteresados en la responsabilidad de la funcionaria, al menos reconocieron la injusticia), sino de la policía que lo investigó. Aún hoy, un oficial que arrestó a dos de los adolescentes injustamente condenados, continúa afirmando que la confesión de Kevin Richardson no fue forzada a pesar de que no estuvo presente durante las entrevistas de ninguno de los cinco.
Desde el estreno de “Así nos ven”, los defensores de Fairstein han citado repetidamente algunas de sus célebres frases como “décadas defendiendo a las mujeres y juzgando a los violadores”, apreciado su trabajo para cambiar las leyes en favor de las víctimas de agresión sexual y su apoyo asuntos de caridad como la Fundación Corazones Alegres (Joyful Heart Foundation), una organización de asesoramiento en casos de agresión sexual. Fairstein y la Fundación son una combinación perfecta. Primero, porque el grupo fue fundado por Mariska Hargitay, una de las actrices estrella de “Ley y orden: Unidad de víctimas especiales” (Law & Order: Special Victims Unit). Pero además, porque ese programa de televisión resume y recrea ciertas fantasías sobre la justicia del estilo de las de Bouton, sosteniendo, por ejemplo, un enfoque completamente ficcional y desarticulado de la realidad respecto de los tiempos de análisis y testeo de los kits de evidencia forense recolectados en casos de violación**.
Puede ser cierto que Fairstein haya perseguido penalmente a violadores y recaudado dinero para obras de caridad, pero no es menos cierto que participó de manera protagónica en infligir tamaño trauma en la vida de cinco adolescentes inocentes, a quienes arrebató sin más varias de sus décadas de desarrollo.
En síntesis, el perfil periodístico “Linda Fairstein vs. Violación” es un poderoso recordatorio: inicialmente, de que les fiscalxs pueden tener motivaciones o intenciones equivocadas sobre aquello que creen que el sistema penal efectiva y realmente puede hacer por las víctimas, y luego, de traer a conciencia el daño que les “fervientes creyentes” del sistema, como Fairstein, pueden causar en vidas concretas.
En definitiva, lo mejor que el sistema penal tiene para ofrecer, es el debido proceso de enjuiciamiento (y no necesariamente la condena), de alguien acusade de un delito. Eso es todo lo que puede/debe dar y lo que asimismo debemos esperar que dé. Está claro que el sistema penal jamás podrá deshacer el daño causado por la victimización; lo que no está tan claro, pero mucho menos debemos permitirle, es que además, nos lleve a convertir el ejercicio de dañar −enjaulando humanos− en nuestra única solución pensable para esas personas que han dañado a otras.
*Hasta la fecha de publicación de la versión original de este artículo, más de 200.000 personas habían firmado la petición.
**El fenómeno del retraso de los kits de violación (rape kit backlog) refiere al hecho de que existen cientos de miles de kits de testeo y de evidencia forense recolectada en casos de agresiones sexuales que se encuentran acumulados y pendientes de análisis, tanto en dependencias policiales como en laboratorios científicos. Ver más en: http://www.endthebacklog.org/backlog/what-rape-kit-backlog
Originalmente titulado “The carceral feminism of Linda Fairstein” y publicado en The Appeal, un medio sin fines de lucro que produce noticias e informes sobre cómo la política pública, la política y el sistema legal afectan las poblaciones más vulneradas de EEUU. Traducido por Magalí Campañó.
Quienes traducimos no compartimos necesariamente todas las ideas formuladas por les autores de los artículos
https://www.nytimes.com/1990/02/25/magazine/linda-fairstein-vs-rape.html