Con lentes en un marco azul, buzo celeste, camisa blanca que asoma por el cuello, pantalón beige y un saco sport que lleva colgando de un brazo, un señor canoso, alto, elegante y mayor canta con los labios apretados, como si las palabras necesitaran salir de su cuerpo.
No a la reforma porque el miedo no es la forma.
De vincha roja, equipo deportivo gris y negro, championes y un cartel en un cartón rosado escrito a mano un niño canta gritando mientras camina al lado de la madre, que cada tanto lo agarra de la espalda para que no se pierda en la multitud. El cartel, que levanta y hace girar hacia los costados, hacia el frente y hacia atrás dice con letras negras y en mayúsculas: “Marchamos porque no queremos vivir lo que vivieron nuestros abuelos. No a la reforma. No a las botas”.
No a la reforma porque el miedo no es la forma.
Cuatro adolescentes mujeres con las caras pintadas de rojo en forma de antifaz llevan banderas enganchadas a sus mochilas con pañuelos rosados y amarillos. Se turnan un cartel y lo levantan bien alto, lo más alto que pueden para que llegue a todos, a todas. “¿Querés militares en la calle? Mirá América y pensá”.
No a la reforma porque el miedo no es la forma. Es martes 22 de octubre y faltan cinco días para las elecciones nacionales en Uruguay.
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A principio de este año el senador por el Partido Nacional Jorge Larrañaga propuso un proyecto para reformar la Constitución de la República en materia de seguridad en base a cuatro ejes: cumplimiento de penas, allanamientos nocturnos, reclusión permanente y revisable y guardia nacional con militares.
El primer punto se basa en que “los delincuentes recuperan su libertad antes del tiempo establecido”, lo que hace que reincidan en las cárceles con facilidad. El proyecto plantea también que quien cometa delitos graves deberá, sí o sí, cumplir la pena en su totalidad.
Los allanamientos nocturnos están planteados para “combatir la delincuencia en horas de la noche” si así lo ordenaran lxs jueces.
Además, el proyecto plantea que los delincuentes que violan o abusan y matan a un menor de edad, los sicarios o los homicidas múltiples, estén 30 años presos y que si pasado ese tiempo demuestran estar rehabilitados recuperen su libertad. De lo contrario permanecerán recluidos.
Respecto al último punto, el que genera más discusión y polémica, la reforma Vivir sin miedo plantea crear una guardia con dos mil efectivos militares que refuercen el trabajo de la policía en la seguridad pública. Es decir, que los militares salgan a las calles para cuidarnos, para protegernos de la “delincuencia y el malandraje”, en palabras del senador durante la cadena nacional en la que informó sobre el plebiscito.
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Mirando hacia la cámara Larrañaga dijo que él y los suyos salieron a juntar firmas para respaldar un proyecto “con normas que defiendan a la gente honesta”. Para ser claros, dijo el senador, “esta reforma no va contra ningún derecho, va contra la delincuencia”.
¿Quién es la gente honesta, senador?
En mayo la Corte Electoral aprobó el plebiscito para la reforma constitucional luego de que se recolectaran 376.427 firmas. Faltan cinco días para las elecciones nacionales en Uruguay. El domingo 27, además de elegir a los representantes, los uruguayxs tenemos que decidir si queremos o no queremos reformar la Constitución.
Los argumentos a favor se resumen en que la seguridad es un tema que hay que resolver ya y que el cambio necesario sólo se asegura con el mecanismo de la reforma constitucional. Los argumentos en contra dicen que el miedo no es la forma, que las Fuerzas Armadas no están preparadas para intervenir en la seguridad pública ni actuar con población civil, sino para la defensa de la soberanía nacional y la neutralización de un enemigo.
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Las luchas de nuestros tiempos y espacios están en los pañuelos. Como en Argentina el pañuelo blanco de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el verde que empezó por el aborto legal y devino en símbolo feminista, en Uruguay el amarillo se transformó en el reclamo por la ley y los derechos de las personas trans y el rosado es una posición política (no partidaria): quienes lo llevan creen que el miedo no es la forma y se oponen a la reforma de la constitución.
Es martes 22 de octubre y la principal avenida de Montevideo, la 18 de julio, está repleta de pañuelos rosados a la altura de la explanada de la Universidad de la República. A las siete y dos minutos empieza la marcha que propuso y lidera la articulación No a la reforma, formada por distintas organizaciones vinculadas a la sociedad y el movimiento de trabajadores y que irá hasta la plaza Libertad.
Hay, dicen desde la organización, cerca de 55 mil personas. Adolescentes, personas mayores, niños y niñas. Hay grupos de amigxs, hay familias, hay personas solas, hay dos señores que saludan desde un balcón. Hay carteles que refuerzan la intención de marchar, hay termos y mates, hay choripan, hay tortas fritas y hay cerveza. Hay fotos, hay celulares, hay stories de Instagram. Hay una niña en los hombros de un señor con una bandera de Uruguay y un oso de peluche. Hay banderas uruguayas, de Peñarol y del Frente Amplio.
Ninguno de los candidatos a la presidencia de los tres partidos principales de Uruguay (el Partido Nacional, el Partido Colorado y el Frente Amplio) apoya la iniciativa de Vivir sin miedo. Los tres están de acuerdo en que la seguridad es un tema clave para sus eventuales gobiernos pero no consideran que la reforma sea la mejor opción. Los argumentos quizás varían entre uno y otro, pero tanto Luis Lacalle Pou como Ernesto Talvi y Daniel Martínez se anunciaron públicamente en contra del plebiscito.
Hay canciones que suenan en parlantes y dicen “no a la reforma, nadie aprende entre las sombras, el camino es educar”. Hay otras canciones que en la marcha se cantan a gritos y evocan a otro tiempo, al tiempo de los militares en las calles, al tiempo de torturas, al tiempo de personas desaparecidas, al tiempo de la no democracia. Hay algunas canciones para Larrañaga y otras para la libertad. Hay, también, canciones para Chile. Le cantamos, desde acá, “Chile amigo Uruguay está contigo”. Porque mientras nosotros marchamos, en Chile el presidente Sebastián Piñera declara que están en guerra y manda a los militares a la calle a reprimir con violencia a los miles y miles de estudiantes, trabajadores y personas que se manifiestan contra la desigualdad y la injustica de un sistema que la fomenta. No es una guerra, le dicen al presidente, porque unos tienen armas y otros cacerolas.
Mientras en Uruguay caminamos cantando que el miedo no es la forma a cinco días de las elecciones, en Chile murieron al menos 15 personas (según cifras oficiales) por las represiones de los militares, hay denuncias por violaciones y torturas, una primera dama que cree que lxs manifestantes son invasores alienígenas, un presidente que decreta toques de queda y un país que ahora mismo se está cayendo a pedazos.