En las barriadas populares sueñan: tener una casa, zapatillas, comer carne. Chiquitos flacos panzones (con guiso y polenta como comida de base) juegan a la pelota apenas dejan los pañales. Cuando Maradona triunfó -es decir: cuando le compró la casa a sus padres, mejoró la vida económica de su (enorme) familia, se casó con su novia “de siempre” y empezó a ser conocido no solo por su talento como jugador de fútbol sino como opinador sin filtro- ardieron los potreros: cada niño pobre comenzó a pensar que una vida distinta era posible. Y si no lo pensaban ellos, sí sus familias. ¿Dónde estaba el próximo Diego? ¿Dónde?
Convertido en el hombre “más conocido del mundo”, Maradona no eludió su papel y -en paralelo a una vida deportiva exigente que pide a gritos disciplina- hizo todo lo que la gente de las barriadas populares hace en forma cotidiana sin cámaras ni periodistas persiguiéndolos las 24 horas, salvando las distancias y a su manera: puso a la Claudia en el rol de esposa, madre y cornuda, tuvo hijxs aquí y allá -sin apellidarlos hasta que la justicia medió-, manejó un séquito que lo “celebraba”, se llenó de merca la nariz y el corazón, bebió, se agarró a las piñas, apoyó a Cavallo y a Fidel Castro, se tatuó al Che Guevara y usó camisas de Versace mientras fumaba habanos.
Material para medios, nomás: la gente común seguía recordando cuando le metió el gol con la mano a los Ingleses. Argentina campeón mundial, Maradona besando la Copa y lo que no habían logrado los militares con la guerra de Malvinas lo lograba un “cabecita”: humillar al Imperio.
Diego fue Dios en un mundo cada vez más ateo. Uno de sus secretos fue cómo funcionó como figura “esperanzadora”: si él lo había logrado no había techo. Y esto atravesó infancias, adolescencias y adulteces. Los ídolos populares consiguen darle a muchas personas lo que ministerios y gobiernos no logran: un proyecto. Metas. Ilusiones. Esperanzas. Ganas.
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Sí, ha costado mucho entender las contradicciones de Maradona, porque para el amor que despertó no había que hacer posgrados ni doctorarse: ¿A quién le importaba que durante pilas de años no hubiera querido relacionarse con sus hijxs -esos que no eran ni Dalma ni Gianinna, nacidas en santo matrimonio- si luego los juntaba a todxs en Dubai y sacaban miles de fotos afectivas? Si lo piensan, la gran familia Maradona es una locura: hijxs enfrentados, ex mujeres en guerras judiciales, novias -todas teñidas de rubio, un fetiche- y la santa dualidad intocada: Doña Tota y Don Diego. Porque en las barriadas con los padres no se jode, y en el fondo todos somos un poco Maradonas en nuestras internas familiares… ¿O no?
Cuando el único Mundial de fútbol celebrado en Estados Unidos comenzó a cerrar su carrera deportiva haciendo foco en sus problemas de consumo tembló el continente: la maldición se impuso y Argentina no ganó una copa más. Contra este Imperio no pudo el chico de rulos salido de Fiorito: el poder suele ser muy cruel con ídolos de piernas todas rotas y que teniendo fortunas siguen mostrando públicamente lo que tantos hacen en privado. Piensen en la guerra contra el narcotráfico que EEUU lleva adelante desde Nixon en la década del 70: es el país que más consumidores de sustancias psicoactivas tiene, pero a la cárcel van los pobres. Y Maradona nació pobre, así que EEUU -debe ser el país donde el fútbol tiene menor incidencia- armó un Mundial que será recordado como el que echó a Maradona. Porque para tomar merca no estaría siendo conveniente mostrarlo… El Diego que murió hoy es ese cuerpo tremendamente lastimado por dentro y por fuera.
El que las personas lloran es otro: el mito, ese que les permitió un ratito soñar que una vida mejor puede ser posible. Si el Diego pudo…