niñosespaldasMelina Antoniucci – Cosecha Roja.-

Entra al Envión del barrio Centenario sin golpear. Cierra la puerta rápido, como queriendo dejar algo afuera, y se desploma en la silla. Con la mirada al piso dice entre diente: casi que rompo todo en mi casa, me levanté re caliente, re mal, re triste, extraño a mi hermana. Se cruza de brazos ofuscado, se esconde aún más abajo de la gorra y repite: extraño a mi hermana, quiero romper todo.

Son cerca de las 12 del mediodía de un martes de septiembre. El que habla es Bebeche, uno de los pibes más famosos de la sección de policiales de Mar del Plata. Tiene 16 años recién cumplidos,  acumula más de 40 causas penales y acaba de fugarse de un centro de contención de menores. Cada vez que su nombre se publica en los medios, se reaviva el viejo debate de la baja de edad de imputabilidad.

Yo consumo desde los 12 años, estuve dos veces internado, una porque me llevó mi familia y otra porque estaba para atrás, había caído re mal con pastillas, cuando salí de la segunda me escapé y me fui a vivir a una alta villa de Buenos Aires. Ahí me ofrecieron de todo, pasta base, paco, poxi, de todo, pero yo estaba rescatado y no bardee para nada. ¿Sabés cuándo me quemé la cabeza otra vez? Cuando vine para acá y me enteré lo de la Larita. Ahí ya está, se me fue todo a la mierda.

Lara, la hermana mayor de Bebeche, se mató a mediados de este año de un tiro en la cabeza en la habitación de su casa. Lara era lesbiana y, según la psicóloga del equipo del Envión (el programa de responsabilidad social compartida que depende del Ministerio de Desarrollo Social y uno de los pocos lugares de contención en el barrio), tenía muchos “problemas de aceptación” de parte de su familia y la comunidad. También quedó involucrada en un crimen en 2013 y cayó presa. Ahí se deprimió más. Su novia Pupula, Bebeche y los pibes del barrio le regalaron un mural en su memoria. “Larita te amamos” asoma colorida una pared entre tanto cemento.

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El Centenario es lo que se conoce como un barrio de clase trabajadora, construido durante la última dictadura cívico-militar. El Fonavi de monoblock macizo y recovecos con pasillos es uno de los barrios más populosos de la ciudad balnearia. Parte de su historia está escrita en las paredes: mensajes tumberos encriptados, pintadas futboleras del “Alva” y murales devenidos en santuarios que homenajean a pibes que mató la policía, que murieron en accidentes o tiroteos. Al igual que gran parte de los marplatenses, los vecinos del barrio, sobre todo las mujeres, trabajan en condiciones precarias en la industria del pescado. Se ausentan de sus casas a la madrugada y regresan por la tarde. Muchos varones abandonaron a sus familias y las madres solteras se ponen al hombro la crianza de los hijos: son el único sostén económico del hogar.

Bebeche y sus cinco hermanos -él es el del medio- se criaron en el barrio. El papá es carnicero y la mamá trabaja de manera informal. La mayoría de los que lo conocen coinciden en el relato: desde el suicidio de la hermana, vive triste. Es que la muerte no es ajena en la vida de Bebeche. El año pasado la policía mató a un amigo mientras escapaban de una persecución con un auto robado. Los agentes tiraron desde otro auto, el pibe perdió el control del volante por el disparo y volcó. Bebeche quedó herido, el amigo murió al instante.

Bajito, pálido y de contextura pequeña, siempre afeitado, de pelo corto y bien prolijo. Cuesta pensar que sea el mismo Bebeche que aparece en los medios por su prontuario y asociarlo con ese delincuente tan temible al que varios usuarios de redes sociales le desean la peor de las atrocidades.

El guión de su vida, al igual que el de tantos pibes del Centenario, parece estar escrito con la misma tinta y precisión caligráfica: el abandono escolar. Bebeche nunca terminó la primaria. A los pibes muchas veces les sobran las competencias intelectuales, pero no se bancan el peso de una institución que no sabe qué hacer con ellos, no los puede contener ni suplir la falta de afecto y cariño que se necesita en los primeros años de vida.“A estos pibes nadie los abrazó cuando lloraban, seguramente no les contaban cuentos antes de dormir y no han tenido nunca la contención mínima y necesaria para proyectar el futuro. Vienen de hogares donde generalmente hay padres golpeadores y abandónicos y madres desbordadas que no saben qué hacer”, contó una asistente social que está en el barrio hace un tiempo y articula el trabajo territorial con las escuelas municipales. La historia de Bebeche no es ajena a esta realidad. En un hogar con un padre violento y una madre depresiva no hay mucho espacio para las fantasías del mundo infantil.

Otras instancias de contención tampoco funcionan. Desde los 12, Bebeche viene evadiendo cualquier intento de institucionalización: el Servicio Zonal de Promoción y Protección de los derechos del Niño, el programa Envión y de fortalecimiento familiar y la casa de Abrigo de San Francisco. El sábado pasado -horas antes de la fuga de los condenados por el Triple Crimen- se fugó del Batancito, un centro de contención para adolescentes. Según la versión de los medios, se enjabonó el cuerpo y se escapó cruzando la reja del predio. Era la primera vez que caía detenido por un robo con 16 años  cumplidos.

El Estado tampoco genera programas que traten las adicciones y los problemas de los pibes con la Justicia: a los varones los piensa como carpinteros o herreros, a las pibas como buenas madres. Pocas veces los proyecta como artistas, músicos, cantantes, bailarines. Como si sus vidas se legitimaran en la rueda de la producción y el consumo y no en el espacio del arte y la creación. Generalmente las instancias duraderas en el tiempo son las que nacen de la voluntad de los militantes territoriales o de los trabajadores de los programas estatales.

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La primera causa de Bebeche fue a los 13, cuando lo imputaron por encubrimiento en un robo. La acusación quedó sin efecto por la edad. Las que siguieron después son casi un desenlace esperado de las anteriores: tentativa de robo, hurto, robo simple, robo calificado. También estuvo involucrado en el asesinato de un taxista en el barrio Centenario, por el que hay un detenido. A los 16 lleva 43 causas acumuladas. Un triste récord que ningún pibe quiere alcanzar.

En las páginas de policiales las historias se repiten y ya son conocidas, los pronósticos de los “especialistas” a distancia rebalsan las líneas de los diarios: “un estado de conciencia vigil, libre de alteraciones sensoperceptivas cualitativas; atención y memoria conservada, con un pensamiento de curso normal sin manifestación de ideas de tinte delirante y/o suicida”; “Dada la peligrosidad que supone este adolescente en libertad”; “Hasta que no pase la barrera de los 16, mucho no se puede hacer”, declara un operador judicial. Mientras tanto Bebeche sigue prófugo, extrañando a su hermana y juntando carpetas en los juzgados. La pregunta queda suspendida en el aire: qué es eso que se puede hacer y por qué no se hizo antes.

Foto: Mdphoy.com

Nota publicada el 1/1/2016