El texto forma parte del libro Emergencias. Repensar el Estado, las subjetividades y la acción política (editado por Ciccus), un trabajo de reflexión sobre la coyuntura política del país y pensar los escenarios alternativos al modelo actual de gobierno. Se presentará el lunes 26 de noviembre a las 20h en la sala Jacobo Laks del Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).

Ilustración Bby Wacha*

Ilustración Bby Wacha*

Por Sami Alonso

La construcción de la palabra “gordo” en lo social es negativa: es el enfermo, sucio, vago, dejado, depresivo. A los gordos y a las gordas, se nos coloca en una posición totalmente pasiva, condenando nuestros cuerpos a vivir infelices. ¿Por qué nuestra corporalidad estaría condicionando nuestra cotidianeidad? ¿Cómo nos vemos representadas en los medios las mujeres? ¿Qué sucede con la aparición de las modelos de talla xl? ¿Se trata de inclusión o de reproducción de los cánones hegemónicos?

Crecer gorda

No tengo recuerdos de haber sido alguna vez flaca, o al menos de haber tenido esa sensación de ser parte de la norma. Crecí casi toda mi vida siendo gorda, con un otro que me castigó y me hizo creer que yo jamás podría alcanzar muchas de mis metas por tener mi cuerpo.

Tengo 10 años y no me entra ninguna de las remeras que todas usan, “la que está de moda”. Sufro cada vez que una vendedora me mira con desprecio por no ser una nena como el resto. Porque no hay otra palabra para describir tanta crueldad, ni para 142 Gorduras mainstream: ¿inclusión o reproducción de la hegemonía corporal?

Tengo 12 años y voy a egresar de la escuela primaria. Soy la “gorda pantalón” porque me hicieron creer que las gordas no podemos utilizar vestido. Y aún si así lo quisiéramos, no existen. Los únicos que me ofrecen son de señora o para salir a bailar. Pero a esa edad me siento una niña, me da pudor.

Tengo 15 años y no hago fiesta. Un poco por querer algo distinto a lo tradicional, pero también porque me genera muchísima angustia pasar por la etapa de ir a la modista a que me hagan el vestido. Con sólo pensar en las caras, comentarios y sugerencias de colores, me estreso.

Tengo 16 años y desprecio mi cuerpo: literalmente, no soporto más ser quien soy. Tengo la oportunidad de entrar al nefasto programa “Cuestión de peso”, pero me conformo con ir a la Asociación de Lucha Contra la Obesidad (ALCO) . Me someto a una dieta para bajar de peso y poder ser lo que siempre anhelé: flaca y linda como el resto, encontrar ropa, sentirme deseada por los chicos que me gustan, poder bailar en una tarima de la matinée sin que me miren mal: quiero ser parte.

Tengo 19 años y un grupo de varones cis me utiliza como apuesta en un boliche: ¿quién se queda con la gorda?

La gorda ágil

Desde que me descubrieron un eczema en la piel a los 9 años, enfermedad que me obligó a ser cortisona dependiente, empecé a tener problemas con mi cuerpo. No sólo porque me hacía aumentar de peso, sino por las marcas y cortes que tenía en piernas y brazos. Mi escudo en ese momento era el entrenamiento. Desde muy pequeña, practiqué natación y hockey y jamás dejé de hacerlo hasta que terminé el colegio secundario. De niña, fue el escudo protector para todas las personas que lo único que veían en mí era un cuerpo gordo. Entrené, competí y gané. Para mí, los deportes no sólo eran un hobby, sino también la forma de no rendirme y de mostrarle a la sociedad que nosotras también podemos. Era lo único que me mantenía viva y con ganas de alcanzar cada vez más logros, por más que fuera un juego perverso que tenía que ver con la opinión del otro.

Tengo un recuerdo muy presente de una competencia con muchas niñas y niños de mi escuela. Teníamos que realizar ciertas disciplinas y era la competencia final. Ese día gané yo. Aún puedo sentir la satisfacción que sentí al levantar mi medalla de oro frente a todos: los profes, los padres y mi familia. Porque esa Sami del año 2000, con 20 kilos más que el resto, estaba demostrando que podía y que el tamaño de su cuerpo no importaba.

Ahora bien: ¿por qué con 10 años yo tenía que estar más preocupada por demostrar que podía, en lugar de poder disfrutar? ¿Por qué lo único que nos importa, desde pequeñas, es cómo se ven nuestros cuerpos?

Quiero ser flaca

Durante muchos años, conviví con la idea de que necesitaba ser flaca para ser exitosa en el trabajo, los estudios y las relaciones sexo-afectivas. Casi con inocencia adolescente, siempre proyecté mi vida en base a mi cuerpo. Realmente creía que, por tenerlo de cierta forma, había cosas que no podía alcanzar y que todo eso lo iba a lograr el día que llegara a mi meta: tener el peso ideal según lo que mi médico me decía. Tenía que alcanzar un Índice de Masa Corporal (IMC) lo más próximo a 25; no sólo para ser saludable, sino para poder empezar mi vida realmente. Creía fuertemente que mi cuerpo estaba errado.

A los 17 años, comencé una dieta súper estricta. Me había obsesionado con mi cuerpo, y el día que visité al médico para un certificado de apto físico para un nuevo club, quedé impactada con el número de la balanza: 102 kilos. Tres cifras. Recuerdo la angustia que me provocó y cómo, a partir de ese día, toda mi vida se transformó en números: peso, altura, medidas corporales, recuento de calorías. ¿No creen que somos más que un número?

Empecé la dieta con Cormillot. Realmente fue mucho esfuerzo porque era horrible contar calorías, perderme tortas en los cumpleaños y andar con la gaseosa light a todos lados como un trofeo de gorda victoriosa. Cuando me dieron de alta, con 75 kilos, creí que mi vida estaba solucionada y que a partir de ese momento todo iba a cambiar. Pero fue todo lo contrario: a pesar de haber alcanzado mi objetivo, no sólo seguía siendo “la gorda”, sino que tenía los mismos problemas que antes y a los opinólogos amenazándome con el fantasma de “volver a ser lo que era”. Porque está claro que el mundo es gordofóbico y nos hemos acostumbrado a tener el derecho de opinar sobre otros cuerpos. Funcionamos como panóptico , creyendo que podemos decirle a un cuerpo gordo cualquier barbaridad, por más que sea una persona que no conocemos. Es muy común incluso, en la calle, que personas desconocidas opinen sobre nuestros cuerpos de forma gratuita. Me ha pasado en el bondi, en el subte o en algún boliche. Quizás a una persona que está fumando un cigarrillo no le digan que eso le puede dar cáncer de pulmón, pero a nosotros nos pueden decir: “Te vas a morir de un paro cardíaco”.

El mundo está plagado de gordofobia por todos lados: no entrar en el asiento de un colectivo, en los pupitres de las universidades, en las camillas en los hospitales, en los talles únicos en la ropa y hasta afirmar que 225 kilos en un ascensor son tres personas forma parte de ese paradigma. Vivimos la cotidianeidad con la norma diciéndonos que nuestros cuerpos tienen que ser de determinada forma para ser parte.

Fuerza de voluntad

Los organismos de salud son uno de los tantos dispositivos de control que utiliza la patrulla de los cuerpos y son los encargados de patologizarnos. Tal como mencioné anteriormente, la forma de hacerlo es utilizando el IMC6 : la obesidad7 vendría a ser nuestra enemiga, ya que sería la culpable de miles de enfermedades. Mañana nos podríamos levantar y morirnos “por ser gordas o gordos”. En síntesis, la ecuación da: “gordo/a = enfermo/a”.

En el marco de lo social, todo lo que ronda alrededor de las gorduras tiene que ver con construcciones negativas a partir de las cuales, a priori, no tendríamos una vida “vivible”. Por lo tanto, tras inyectarnos el miedo por lo distinto y con el peligro de cancelarnos en todos los ámbitos de nuestras vidas, nos ofrecen la solución con alguna dieta mágica que nos volvería personas sanas y felices. Por eso, sobre todo cuando arranca la temporada de primavera-verano, quedamos en medio de bombardeos publicitarios de promociones en los gimnasios, viandas saludables y contenidos en las redes sociales sobre “cómo llegar al verano”, con dietas imposibles con las que, en teoría, en corto tiempo podrías alcanzar ese cuerpo heteronormado.

Dentro del juego perverso de la industria, aparece la mal llamada “fuerza de voluntad” (FDV). ¿Nunca escucharon decir: “ella es gorda porque quiere, porque no tiene fuerza de voluntad para hacer dieta”? La FDV sería una especie de energía superpoderosa que debería nacernos para realizar determinadas actividades físicas y mantener cierto régimen con nuestras comidas, para no perder el foco de lo importante: tener un cuerpo normado. Lux Moreno dice al respecto:

La función de la fuerza de voluntad aparece como condición de posibilidad para modificar los cuerpos y encaminarlos en la recta vía de la salud. Es decir, existen modos adecuados de ser saludable en nuestra sociedad que responden a las políticas sanitarias que gestionan los Estados y los organismos internacionales. (Moreno, 2018:86).

Es decir, el mismo modelo hegemónico de salud utiliza la FDV como mecanismo culpógeno en los individuos: si vos no adelgazás es tu culpa, no estás siendo funcional al sistema, y por lo tanto voy a recordarte todas las veces que pueda que tu cuerpo está mal y que es algo que deberías cambiar.

Modelos xl: ¿la revolución de la moda?

Creo que la mayoría de las niñas alguna vez soñamos con ser modelos. Muchas veces me he preguntado por qué. Lo primero que se me ocurre es que, desde pequeñas, consumimos programas de televisión y publicidades en las cuales es normal ver cómo se nos exige a las mujeres tener cierta imagen corporal y qué hacer para lograrlo. Incluso hay aplicaciones para todo tipo de dispositivos en las que se pueden crear personajes y cambiar su estética para que sean “deseables”: no hablo de las plataformas que nos ofrecen tener un avatar y asignarle cierta vestimenta, sino de aquellas que promueven las cirugías estéticas, armando un personaje y sometiéndolo a modificaciones del cuerpo para convertirlo en una persona atractiva. ¿No es realmente peligroso que esto esté al alcance de nuestras niñas? Desde pequeñas, estamos expuestas al consumo de un montón de información relacionada con la construcción de la imagen corporal y de cómo deberíamos vernos para ser exitosas.

En síntesis, vamos incorporando todas esas representaciones y creemos que hay una sola forma posible para nuestros cuerpos, y si lo relacionamos directamente con la moda, ser modelo implicaría tener “el cuerpo perfecto”. ¿Por qué? Porque la moda es la institución normalizadora de cuerpos por excelencia (y, sobre todo en las mujeres, porque está creada para el consumo femenino).

En 2013, comencé a investigar sobre cómo se representa a las mujeres en los medios de comunicación, no sólo en la actualidad, sino en los últimos cincuenta años. Ahí pude notar cómo fuimos evolucionando (o no) en materia de los valores que vamos incorporando a través del tiempo: heterosexualidad impuesta, ser esposa, maternidades no elegidas, mujer profesional, chicas fitness. Y es real que, desde la década del noventa, siempre está latente la necesidad de alcanzar cierto tipo de belleza: “Las expectativas simbólicas del ser mujer son constituidas desde la hegemonía discursiva masculina bajo criterios de deseo y apropiación” (Beauvoir, 1969: 108).

Es decir, a lo largo de nuestras vidas nos debemos a un varón, y todo lo que hacemos es para la conquista de un otro masculino que nos desea. Pero ese deseo sólo existirá si logramos alcanzar la belleza hegemónica impuesta:

En las sociedades actuales del sistema hetero-cis-capitalista hay un imperativo de la vida saludable que obliga a cuidarse, mejorarse y ejercitarse para encajar en los patrones de normalidad. Todo en pos de una presencia digna de ser vista, elogiada y valorada como productiva y apta en términos del mercado (Contreras, 2013).

Ser modelo de talla grande me abrió el camino para reconocerme como activista gorda, entender que definirme como gorda es una de las formas de empoderamiento de mi cuerpo y de demostrarle al mundo que somos objeto de deseo y tenemos una vida posible, lejos estamos de ser personas enfermas, como nos pretende el modelo hegemónico de salud.

Reconocerme como modelo de talla grande significó desafiar las normas impuestas por la sociedad; mostrarles a todas las mujeres que pueden vestirse igual que una modelo 90-60-90; gritarles a las marcas que tenemos una necesidad real de vernos representadas en sus tablas de talles y en sus campañas publicitarias. ¿Cuándo vamos a ver a una gorda en lencería? ¿Cuándo vamos a protagonizar una campaña? ¿Cuándo seremos tapa de revista? ¿No es hora de que existan protagonistas gordas en las novelas? Lejos estoy de querer ser funcional a la institución moda, porque ni siquiera nos reconoce como mujeres trabajadoras. Aún hay mucho rechazo hacia nuestra existencia en ese ámbito, por su elitismo característico. A su vez, el público al que está dirigido no son los cuerpos gordos. Por eso existen las casas de “talles especiales” o “reales”: si sos distinta, allá tenés un lugar y conformate con lo que hay.

En Argentina, en los últimos dos años, crecieron notoriamente en la moda independiente las marcas que apuestan a la diversidad. Pero alrededor del mundo el positivismo corporal está mucho más impregnado y aceptado; incluso grandes marcas de ropa también optan por incluir una línea plus size, como Forever 21 Plus. Lo idílico de esto es que vos entrás al local y tenés la misma ropa para todos los cuerpos: el vestido para la fiesta, el jean para el trabajo y la chaqueta para una reunión. No hay diferenciación entre la línea “tradicional” y la plus size. Incluso para publicitarse utilizan, para cada caso, modelos distintas, tanto hegemónicas como xl. En Argentina eso no existe: ninguna marca nacional tiene su línea plus size. Quizás algunas tengan más talles que otras, pero nosotras, como consumidoras, jamás vamos a saberlo, porque no sólo no hay una propuesta marketinera donde nos vendan la diversidad, sino que en sus campañas siempre utilizan la modelo del talle más pequeño.

Cada temporada espero con ansias ver alguna colega modelando; en campañas para redes, medios masivos y la calle, prendas en un cuerpo curvilíneo. Pero me desilusiono una y otra vez: vuelven a elegir modelos 90-60-90, o bien, optan por una modelo dos talles más grandes en relación a la que utilizan siempre y arman una campaña hablando de la inclusión y la importancia de “quererte como sos”. ¡Hasta los medios glorifican esa elección! Me genera muchísima impotencia que las marcas utilicen el discurso del positivismo corporal, creyendo que por incorporar a una mujer blanca cis de talla 42, ya pueden hablar de diversidad.

Hace no mucho fue tema del momento Candelaria Tinelli, que en la campaña de su marca Madness Clothing apostó por incluir a una diversidad de mujeres. Pero como ya había ocurrido con otras marcas, cuando al hablar de diversidad nunca es corporal, sino étnica: si en la publicidad aparecen una mujer afro, una pelirroja y una oriental, ya consideran que están siendo inclusivos. ¡Pero son todas flacas! En el caso de esta marca, incluyeron a una modelo curvy y los medios salieron a felicitar y a invitar a que el resto de las marcas haga lo mismo. Lo único que sucedió fue que pusieron a una mujer blanca, cis, de ojos claros y altura promedio, que representa a la élite de la clase media/alta, y utilizaron el discurso de la inclusión, cuando claramente la modelo no representa ni de cerca al promedio de las mujeres. Es vergonzoso salir a felicitar a una marca por esto cuando hay un montón de diseñadores y emprendedores que realmente utilizan como valor de su marca la diversidad corporal, donde cada temporada o cada producción nueva eligen modelos plus size, de diferentes talles, para que todas nos veamos representadas.

Lo que traigo como reflexión es lo peligroso que puede ser el discurso desde la moda del positivismo corporal, o body positive: incluimos una mujer un poco más voluptuosa y ya cumplimos, somos diversidad. Y, en realidad, el único mensaje que yo puedo leer es que nos están diciendo cómo tenemos que ser: hay cuerpos que ahora se incluyen, pero el resto sigue quedando excluido. Nos están diciendo con luces de colores que hay gorduras que son aceptables y otras que no. Esto es algo importantísimo que debe quedar claro: si nos vamos a conformar con marcas que siguen haciéndole el juego a la moda elitista, nunca será para todas. Y, como co-fundadora de una agencia de modelos de talla xl, creo que todos los cuerpos tenemos el derecho a vestirnos como más nos guste. Mostrar un poco de curvas en tus modelos no te convierte en una marca revolucionaria de la moda. Quizás muchas personas me juzguen por no decir: “Antes que nada, es algo”, pero la realidad es que, como profesional de la moda, las marcas mainstream me tienen un poco agotada, porque lo único que hacen es invisibilizar y reproducir la misma lógica de siempre, mostrando “la gordita que es linda de cara y tiene forma”. La belleza aparece como un privilegio y no debería ser así.

Resistencia Gorda

Ser gorda es un posicionamiento político: es pararse desde el lado de la resistencia que desobedece la norma. Tener un cuerpo gordo es desafiar las reglas que el sistema nos impone: además de blanco, cis, heterosexual, de clase media, también hay que ser flaco. Bastian Herrera (2018) en su tesis de grado sostiene:

La discriminación contra la gordura se basaría en la constitución mediática de un canon de belleza normativo, mediante el cual se construye un sujeto gordo inferiorizado en función de la reproducción del estatus social positivo vinculado a la delgadez, y su relación histórica a las clases privilegiadas (Herrera, 2018:10).

Nuestro desafío como activistas de la gordura es no caer en lo mainstream: es real que a veces es menester “venderse un poco” porque es la forma en que, en lo simbólico de lo social, nos vamos nutriendo de otras representaciones. Pero el desafío es no quedarse en ello; siempre hay que ir un poco más allá. No tenemos que olvidar que los cuerpos gordos no dejamos de ser funcionales al capitalismo, con su mercado de las dietas, cremas reductoras, industria médica y el fitness, que representan un negociado enorme que responde a la lógica de consumo al igual que lo que nos venden como moda inclusiva: si vamos a glorificar que pongan una modelo blanca, rubia, alta y con curvas proporcionadas, lo único que estamos haciendo es hacerle el juego a la derecha elitista de la moda. En cambio, de lo que hablamos acá es del derecho que tenemos todos y todas a construir nuestras identidades de la manera que más nos guste. Porque la ropa es parte de nuestra identidad, y la identidad un derecho humano. Eso es innegociable.

Referencias bibliográficas

Contreras, L. (2016) “Cuerpos sin patrones, carne indisciplinada. Apuntes de una revuelta gorda contra la policía de la normalidad corporal”, en L. Contrera y N. Cuello (comps.), Cuerpos sin patrones. Resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne. Buenos Aires: Madreselva.

Foucault, M. (1975) Vigilar y Castigar: Nacimiento de la prisión. México: Ed. Siglo XXI.

Moreno, L. (2018). Gorda Vanidosa: sobre la gordura en la era del espectáculo. Buenos Aires: Ariel.

Olea Herrera, B. (2018) Estudio de las corporalidades gordas femeninas desde las intersecciones. En: http://bastian.olea.biz/estudio-de-lascorporalidades-gordas-femeninas-desde-las-intersecciones/#more-315.

Wittig, M. (2006) El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona: Egales.

 

*Bby Wacha es ilustradora. Pueden conocer su trabajo acá.