Por Roberto Flores – Contrapunto.sv.-
Cuando se pregunta sobre la personalidad de Sonia todos hablan de su silencio. Su hermana, Maritza, es distinta. No tiene problemas para entablar conversación con cualquiera, aunque tampoco lo hace de forma desmesurada, solo lo necesario.
–Con la única que tenía confianza era con mi mamá.
Hace mucho –recuerda Maritza– en la época en que el bolsillo de su padre podía costear el privilegio de la escuela, el profesor de Sonia mandó a llamar a su madre. Cuando se reunió con ella, le habló sobre la conducta de su hija: era una niña aislada, a quien no le gustaba la compañía de los demás ni los juegos típicos de la niñez.
Silencio, en la casa o en la escuela, ella siempre fue todo silencio.
La muerte de su madre, víctima de un cáncer en 2003, desbarató la poca confianza que Sonia se había construido en torno a su mundo, un mundo tan pequeño que sus límites se trazaban desde el interior de las láminas de su casa hasta el patio, y en el que solo habitaban su padre, su hermano y su hermana. Desde entonces se volvió devota de la soledad.
Maritza intentó en repetidas ocasiones romper esa devoción que llevaba a Sonia a pasar largas jornadas en silencio, pero nunca pudo. Su familia terminó por asumir que el resto de su vida sería así y no volvieron a hacer preguntas que motivaran una conversación amplia.
Físicamente Sonia no ha cambiado. Sigue siendo delgada, pequeña, con algo de su madre en el rostro y algo de su silencio en los ojos. Pero el cuerpo de Sonia es un secreto que solo conoce ella, el hombre que la violó y otro que la embarazó.
Esas dos experiencias, la violación y el embarazo, las vivió cuando llegó a la capital, movida a los 19 años por sus necesidades económicas, que le obligaron a dejar su timidez y a aventurarse a la búsqueda de un trabajo como empleada doméstica. Pero de su violación y de su embarazo nadie supo hasta una noche de febrero de 2005.
En esa ocasión fue aún más difícil conseguir que Sonia dijera una palabra. Cuando la encontraron en el cafetal en medio de la noche se encontraba en estado de shock. La sangre sobre su falda le decía algo a su familia, pero no terminaba de dar explicaciones sobre lo que había sucedido.
Alberto Tabora, padre de Sonia, salió a buscar a alguien que llevara a su hija a un hospital. Cerca de la media noche una patrulla de la policía llegó para trasladarla al centro de asistencia médica más cercano que podían encontrar.
Sonia Tabora fue atendida por un médico en la madrugada del 20 de febrero de 2005. Desde aquella fecha no volvió a regresar a su casa. El siguiente destino para ella al salir del hospital fue la cárcel.
El Estado contra la mujer
El camino desde la capital hasta el cantón Buena Vista, en el municipio de Sacacoyo (al occidente de San Salvador) no es tan largo si se viaja en vehículo. La plática lo hace más corto aún.
–Cuénteme sobre el caso de Sonia.
Jorge Menjívar se acomoda mejor en el asiento en el que va, al lado de la conductora del vehículo, para contestar de frente.
–Sonia fue condenada a 30 años de prisión en 2005 por aborto. En realidad comenzó como aborto y luego lo pasaron a homicidio agravado.
Desde hace algún tiempo Jorge trabaja en la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto Terapéutico Ético y Eugenésico, una iniciativa que surgió hace algunos años promovida por hombres y mujeres comprometidas con la defensa de los derechos de las mujeres, miembros en su mayoría de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local.
En El Salvador, desde 1999 (con la entrada en vigencia del Código Penal aprobado un año antes, que vino a sustituir al que había estado vigente desde 1974) el aborto es un delito penalizado en todas sus formas, calificándolo como delito grave y castigado con penas que llegan hasta los 8 años de prisión.
El país es uno de las cinco naciones de Latinoamérica que penaliza el aborto en cualquiera de sus formas, incluyendo el terapéutico, eugenésico y ético. Otros países de la región han levantado excepciones para casos en los cuales este tipo de abortos son practicados.
–Jorge explíqueme un poco mejor esto del aborto terapéutico, eugenésico y ético.
El vehículo sigue en marcha. Falta poco para llegar al cantón Buena Vista, en donde Maritza, hermana de Sonia, está esperando a que Jorge pase por ella.
–El terapéutico se practica por razones de salud. Si el feto, por ejemplo, se desarrolla en un área que no sea la matriz, como las trompas de falopio, es un embarazo que no va a tener un buen desarrollo y pone en peligro a la mujer. Incluso corre el riesgo de no volver a quedar embarazada. El ético se practica en casos de violaciones y el eugenésico si el feto presenta malformaciones incompatibles con la vida.
La rigidez del marco jurídico en el país, de acuerdo Jorge y sus compañeras y compañeros de la Agrupación, ha dado lugar a que muchas mujeres enfrenten procesos en el sistema judicial en casos en donde mujeres que han tenido algún tipo de complicación en su embarazo (ya sea por alguna complicación o por la falta de acceso a servicios de salud sexual y reproductiva) sufren abortos espontáneos.
Ese fue el caso de Sonia Tabora, según explica Victor Mata, un abogado con amplia experiencia en derechos humanos que trabaja junto a la Agrupación en casos en los que se han condenado a mujeres por el delito de aborto.
En 1998, cuando Mata se dio cuenta que el nuevo Código Penal perseguía y condenaba cualquier forma de aborto, se mostró preocupado. Comenzó a advertir sobre las consecuencias que esto podría traer. Escribió artículos en periódicos y discutió al respecto con sus colegas.
“En 1999, paradójicamente ya en tiempos de paz y de la democracia que se comenzaba a construir, en materia de derechos reproductivos hubo un total retroceso”, asegura Mata.
El Código Penal de 1974 no castigaba penalmente el aborto cuando era por motivos de salud de la madre, cuando el feto estaba deformado, o cuando el embarazo ocurría por violación o incesto. Pero la presión ejercida por grupos conservadores cambió el panorama, según ese abogado.
“Un poderoso lobby apoyado por la jerarquía católica local e internacional, propugnaron que en el nuevo código penal se castigara en forma absoluta todo aborto”, señala.
Ese cambio, agrega, significó una verdadera tragedia para la mujer, en especial para aquellas que se encuentran en condiciones de pobreza, jóvenes y que viven en zonas rurales.
De acuerdo a Mata, “no es que en la clase media no existan este tipo de abortos, lo que pasa es que la clase media y alta sabe dirimir esta situación sin acudir a los tribunales, acuden a clínicas que clandestinamente practican abortos o se van a otras partes, como a México DF”, capital mexicana, lugar en donde, desde 2007, el aborto puede practicarse hasta las 12 semanas de embarazo sin que la mujer incurra en algún delito penado por la ley.
Pero para aquellas mujeres que no pueden recurrir a estas salidas, en palabras de Mata, la suerte es casi idéntica:
“Normalmente esto ocurre de la forma siguiente: cuando las mujeres tienen partos precipitados, que se vienen antes de tiempo, u ocurre en zona rural donde no hay asistencia médica, lo que ocurre es que la mujer frente a esto queda ensangrentada con pérdida de conciencia, por el esfuerzo del parto.”
“El primer eslabón de la cadena es el hospital. Ahí, los médicos lo primero que hacen es olvidarse del secreto profesional y llaman a la policía. Se olvidan del juramento hipocrático.”
“Llega la PNC (Policía Nacional Civil), van a investigar y entonces a partir de eso la PNC llama a la fiscalía y las mujeres pasan del hospital a la cárcel. En ciertas situaciones es una cárcel larga, como de 30 años mínimo”.
La pena, agrega Mata, va más allá de la cárcel, y termina con un estigma social, el abandono y la pérdida de toda la esperanza de una vida digna para la mujer que es condenada.
“Se demuestra de parte del Estado salvadoreño una actitud de odio contra la mujer y que ha tenido graves repercusiones”, asegura.
–Jorge, ¿no hay alguna salida legal para esta situación?
–Todo el marco legal está en contra de la mujer, no hay salida. La reforma se dio en una época en donde hubo una campaña para promover la despenalización total, pero sucedió lo contrario.
El vehículo acaba de pasar el casco urbano del municipio de Sacacoyo y se conduce por una calle de tierra, por la cual se llega a los cantones que circundan la zona urbana. Más adelante, Maritza Tabora espera junto a su hija a un lado del camino. Va a contar, como ya lo ha hecho frente a los tribunales, lo que sucedió aquella noche, pero para hacerlo primero hay que ir al lugar en donde todo ocurrió.
El 19 de febrero de 2005
Tres días antes Sonia se había estado quejando de dolores en el estómago. Su padre había llevado unas hojas de naranja agria para hacer un té con ellas, un remedio natural para ese tipo de malestares.
Pero aquella noche los dolores aún seguían. Nadie sospechaba que Sonia experimentaba en ese momento complicaciones en su embarazo, simplemente porque nadie sabía que ella estaba embarazada.
La casa en que vivían estaba a la mitad de una de las tantas lomas que dan forma al relieve característico de Sacacoyo: un paraje de montañas en cuyas laderas se siembra maíz, frijol y en las partes altas se cosecha café. La casa de Sonia se encontraba, precisamente, en el límite de la milpa familiar y un cafetal.
Sonia salió y atravesó el cerco de tela tipo cedazo que cubría la vivienda. En el lugar no había una letrina y las necesidades fisiológicas se resolvían en el monte.
Maritza estaba preocupada y se fue tras ella.
–¿Todavía te sentís mal? – preguntó a su hermana.
–Sí. Andate.
Sonia aún estaba cerca de la casa, al lado de un palo de limón. Martiza regresó a la casa.
Eran casi las 11 de la noche, pasaron varios minutos y Sonia no entraba. Maritza volvió a salir y notó que su hermana se había ido un poco más lejos, pero no tanto como para perderla de vista.
Esta vez Maritza se quedó esperando, llamando constantemente a su hermana desde el cerco que rodeaba la casa. Pasó ahí parada casi durante media hora. Después trató de buscar con la vista a Sonia en medio de la oscuridad, pero ya no la distinguía.
Se acercó al lugar en donde creyó que estaba pero se encontró con un charco de sangre. Inmediatamente corrió hacia la casa y despertó a su padre y a su esposo para que le ayudaran a buscarla.
–La Sonia sigue más mala, la acabo de ver ahí y ahorita que regresé ya no está.
Su padre buscó en la parte baja de la loma, ella y su esposo en la parte alta, por donde intuyó que su hermana se había ido. La llamaban por su nombre en medio de la oscuridad pero no obtenían respuesta.
Después de un rato oyeron ruidos en medio del cafetal. Caminaron un poco más y la encontraron.
–¿Qué andás haciendo aquí? sea lo que sea decímelo.
Maritza no obtuvo respuesta: su hermana estaba en blanco, en completo estado de shock. Se la llevaron a casa. Cuando se acercaban a la luz del foco, Maritza notó que la falda Sonia estaba manchada de sangre completamente.
–¿Qué te pasó? ¡Decíme!
Otra vez, no hubo respuesta.
Fue entonces cuando su padre, Alberto, fue a buscar quien la llevara a un hospital. Pasada una hora la policía llegó y Sonia fue trasladada a un centro médico en el municipio de Lourdes Colón.
Maritza explicó al médico lo que había sucedido. El doctor entró a la habitación en donde Sonia yacía en una camilla, aún en estado de shock.
Después de un rato el médico salió.
–¿En donde han dejado al bebé?
Maritza no sabía a qué se refería el doctor, ignoraba el embarazo de su hermana. El médico entró de nuevo a la habitación y regresó con algo entre las manos: era la placenta que había quedado en el cuerpo de Sonia, luego que ella tuviera un parto precipitado. Se la mostró a Maritza y le dijo:
–Mire, aquí está la placenta, ¡¿Dónde está el bebé?! ¡Ella no me quiere decir!
Después de un rato Maritza entró a la habitación en donde estaba Sonia. Hizo varios esfuerzos hasta que logró que ella le dijera en donde estaba: justo en el lugar en donde la habían encontrado.
Maritza llevó a la policía al lugar. El sol aún no salía cuando encontraron el cuerpo, de siete meses de gestación.
Al regresar junto a su hermana la policía ya estaba custodiando el lugar.
El proceso judicial
Mata retomó hace poco el caso de Sonia. El jueves 21 de junio pasado presentó un recurso de revisión en el Tribunal de Sentencia de Sonsonate, en donde ella fue condenada a 30 años de prisión por el delito de homicidio agravado por omisión.
De acuerdo a la versión de la fiscalía, Sonia era responsable de la muerte de su hija recién nacida al haberla dejado en medio de la nada, incumpliendo su deber de madre. El cargo pasó de aborto al de homicidio.
Pero Mata asegura que en el proceso hubo varias anomalías, permitidas por un marco jurídico que criminaliza a mujeres que viven circunstancias similares a las que experimentó Sonia y a operadores de justicia que hicieron mal su trabajo.
“En este caso Medicina Legal levantó cadáver y se abstuvo de hacer la autopsia ¿Por qué? No respondieron por qué, solo se entregó el reporte del levantamiento y se le entregó al juzgado de Sonsonate”, explica.
“El juez, sin prueba, asume que ella lo mató. No se puede condenar sobre la base de prueba circunstancial, el mismo tribunal dice que solo hubo prueba indirecta”, señala Mata.
En ninguno de los testimonios de los familiares que auxiliaron a Sonia se menciona un elemento común que no puede separarse del nacimiento de un bebé: el llanto.
“Lo raro es que yo nunca escuché que la criatura llorara”, asegura Maritza.
De acuerdo al abogado, tampoco se consideró el estado psicológico de Sonia en el momento en que todo sucedió, ni los antecedentes de depresión que ella tenía.
“En el caso de que naciera viva ¿estaba Sonia en capacidad para atender a esa niña? Esa es la gran pregunta que yo le hago al tribunal”, manifiesta el abogado.
De acuerdo a Mata, el aparato de justicia en este caso fue sesgado pues en un juicio acusatorio se privilegia la prueba directa, científica. “Los jueces lo que hicieron es suponer, conjeturar, en estos juicios no se conjetura, se condena en base a pruebas”, dice.
Mata visita constantemente a Sonia en el Centro de Readaptación de Mujeres (llamado comúnmente Cárcel de Mujeres). Ganarse su confianza no ha sido fácil, pero ha conseguido conversar con ella sobre lo que sucedió aquella noche, hace siete años.
-Cuando le pregunto “¿por qué no hizo nada?”, ni siquiera me dice algo, solo me dice: “es que me quedé…..” Solo me hace señas.
De acuerdo a Mata, Sonia tuvo una psicosis post parto, algo que la medicina legal moderna estudia, y que considera que ante esas situaciones no hay imputabilidad, según dice.
“Ella es una mujer golpeada por la vida totalmente, excluida, marginada. ¿Cómo es posible que el aparato de justicia se le lance en una forma tan cruel para destruirla? ¿Qué beneficios tiene el estado para que esta mujer esté en la cárcel? ¿Qué gana la sociedad salvadoreña al tener una mujer ahí en esas condiciones?”, reclama Mata.
Las mismas preguntas giran en la cabeza de Maritza desde que su hermana está en la cárcel.
La visitó por última vez hace algunas semanas. Dice que su estado ha mejorado un poco si se compara a cómo estaba cuando recién comenzó a cumplir su condena, siete años atrás.
Aquella noche de 2005, al ver tanta sangre sobre la falda de Sonia, Maritza y su familia pensó que ella había intentado suicidarse. Luego, cuando se enteró de lo que había pasado, su primer impulso fue enojarse.
–¿Por qué no me la diste a mí? yo la hubiera cuidado– le reclamó cuando ella aún estaba en el hospital.
Días después los vecinos comenzaron a hablar. Comenzó a correr el rumor de que Sonia había estrangulado a la niña recién nacida. Aquello no dejaba en paz a Maritza.
Cuando inició la audiencia en contra de su hermana, ella buscó a la fiscal del caso y le pregunto si era cierto lo que se rumoraba. La fiscal le dijo que no, que no había sucedido así.
Maritza nunca conoció al hombre de quien Sonia quedó embarazada. Tuvo intenciones de buscarlo, pero desistió. Luego se enteró de que antes también había sido violada, pero el silencio que siempre mantuvo Sonia impidió que Maritza lo supiera. El enojo de aquella noche en el hospital dio paso a una pena grande.
–Quizás si ella hubiera tenido confianza con nosotros…
“Lastimosamente esto le ocurre a mujeres como Sonia, ignorantes, sin acceso a servicios médicos”, se lamenta Mata.
Maritza ya no vive en la casa donde su familia vivía cuando aquello le sucedió a su. Su hermano hace tiempo se fue a Estados Unidos y, según dice, nunca ha hablado sobre lo que le pasó a Sonia. Su padre, un hombre de avanzada edad, se ha quedado a la espera de un milagro.
Sobre la calle, al salir del lugar en donde encontró a su hermana con la falda llena de sangre, Martiza contesta una pregunta más.
–¿Qué espera usted?
–Pues lo que más deseo es que ella salga libre. Esa condena que le dieron fue bastante injusta.
Después Maritza se queda callada. En ese momento hay algo de su hermana en su rostro. No puede más y comienza a llorar.
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