La comunidad Las Palmas es el lugar sobre el que El Salvador deposita sus miedos: un barrio estigmatizado porque de ahí salieron los cabecillas de la pandilla Barrio 18 Revolucionarios. El año pasado, la comunidad celebró a lo grande: 28 jóvenes pudieron festejar la primera graduación del colegio secundario en el barrio. Este año los jóvenes volvieron al colegio para animar a la segunda promoción.
*Fotos Frederick Meza
“La graduación fue un verdadero hito”, dice Gabriela. Desde que la comunidad se instaló a las espaldas de la exclusiva colonia San Benito, durante las primeras décadas del siglo pasado, los jóvenes no tuvieron oportunidades de estudiar o conseguir trabajo. Había entonces que celebrar: 28 jóvenes pudieron estudiar en vez de meterse en la pandilla o abandonar la escuela por la falta de recursos.
“La Gabriela no solo caminaba con el megáfono -dice de sí misma, porque le gusta hablar de ella en tercera persona- sino que con otros cuatro compañeros nos íbamos a vender pan dulce y algunas cositas. La gente se le quedaba viendo a la Gabriela, porque sabían que era bien seria y no hablaba con nadie o que era tímida. Compraban y colaboraban para que pudiéramos ahorrar para la celebración. Ellos también estaban alegres”, dice la joven de 18 años, sentada en una de las gradas de la cancha del Centro Escolar Comunidad Las Palmas, de donde se graduó hace un año.
Antes de seguir su relato, se aparta un mechón de su rostro para ver a los niños que juegan fútbol con una botella de plástico, durante sus 10 minutos de recreo. “La alegría de los vecinos era porque esa graduación representaba lo bueno que ocurre en la comunidad, algo que pocas veces sale en los medios de comunicación”, dice.
Con la graduación, los jóvenes también se sacudirían algunas de las etiquetas de “sospechosos”, “malos” y “pandilleros”.
“Hay algunos que dicen que esta comunidad es como un pueblito porque aquí hay comercio. Todas las noches hay comida a la venta, hay ropa a la venta, hay tiendas. Hay jóvenes trabajando, estudiando, haciendo realidad su sueño. Somos más los buenos. Los prejuicios sobre nosotros es porque los medios y la gente solo ven lo malo que hacen unos pocos y no lo bueno que hacemos muchos en Las Palmas”, dice Gabriela.
La comunidad fue ganando mala fama en la década de los noventa, cuando algunos jóvenes que crecieron ahí se convirtieron en parte del liderazgo nacional del Barrio 18. Uno de ellos es César Daniel Renderos conocido como “El Muerto de Las Palmas”. Fue condenado en 2007 por la masacre del Plan La Laguna. El otro fue uno de los cabecillas que negoció la tregua entre pandillas en 2012.
En su mayoría, los pandilleros de Las Palmas son nietos de los colonos y amigos de colonos que se quedaron a vivir en esa zona conocida como la Finca San Benito. A lo largo de los años, el terreno se fue poblando por familias pobres. Algunos habitantes estiman que actualmente viven unas 2.500 familias y que solo un puñado de no más de 30 jóvenes son miembros de la pandilla. Sin embargo, los más de 1.000 jóvenes restantes cargan con el estigma. A algunos no les dan empleo solo por decir que viven en esa comunidad.
“Mi papá optó por poner una tiendita en casa, porque iba a buscar trabajo y siempre se lo negaban solo por decir que vive en Las Palmas. Las puertas se le cerraron por los prejuicios, aunque es muy capaz y tiene habilidades”, dice Gabriela para ejemplificar.
En la comunidad también hay jóvenes, como los tres hermanos Cubías, que se visten de payasos y amenizan eventos en la comunidad y afuera. Hay jóvenes que hacen malabares, que pintan artísticamente en las paredes, jóvenes futbolistas que anhelan jugar en la liga mayor con el equipo Alianza. También hay jóvenes que hacen teatro e incluso cine. Jóvenes que debaten la realidad nacional y grupos de lectura. Hay estudiantes de ingenierías, arquitectura, derecho, psicología y otras carreras universitarias. La mayoría de ellos apoyados por organizaciones no gubernamentales.
Gabriela, que permanece sentada frente a la cancha, dice, a manera de metáfora, que ahora quisiera tomar un megáfono para decirle algo a los salvadoreños: “Les diría que dejen los prejuicios. Que nos den oportunidades, que nos den trabajo, que nos ayuden a cumplir nuestros sueños. Que no se fijen en donde vivimos, eso es lo de menos”.
Los policías y los soldados, cuenta Gabriela, son los primeros en estigmatizar a los jóvenes de su comunidad. “Aquí vienen a cada rato los policías y soldados y golpean a los jóvenes que ven en la calle. A algunos hasta se los llevan detenidos injustamente. Casi a todos los que dejan golpeados no tienen nada que ver con pandillas. A los políticos también les diría que no vengan acá a hacer show y a tomarse fotos con nosotros, sino que si van a venir que sea para ayudar”, agrega.
Ha pasado hora y media desde que inició esta entrevista. Gabriela interrumpe, porque debe ingresar a uno de los salones de la escuela a dar una charla. Le dirá a los jóvenes de la nueva promoción que trasciendan, como ella que ganó una beca y ahora estudia derecho en la UCA.
*Este artículo se realizó en el marco de la Beca Cosecha Roja. También fue publicado en La Prensa Gráfica