Jade Ramírez – En El Camino.-
Los niños y adolescentes son cada vez más comunes en la ruta de la migración, quienes se exponen a los mismos riesgos que los adultos: accidentes, robos, extorsiones, hambre, secuestros. Uno de estos niños es José Luis que a sus 13 perdió el rumbo del viaje e hizo del tren, su casa.
A las siete quince de la mañana llega el tren a la húmeda ciudad de Tepic todos los días. De los primeros vagones se asoman personas que descubren en el amanecer dónde están: en un rincón del noreste del país, pero aún a mil 627 kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
Uno de ellos es José Luis, un adolescente hondureño que desde hace un año recorre el territorio mexicano a bordo del tren. Su intención al dejar su casa era llegar a Estados Unidos, pero en este tiempo de viajes escapando de peligros, parece haber extraviado el rumbo.
Le dicen “El Chikis”, porque a sus 13 años es el más pequeño del grupo de migrantes en los que viaja, otros cuatro jóvenes de entre 17 y 25 años que conoció en el camino. Viste una chamarra tres tallas más grandes a su edad, unos pantalones de adulto arremangados en los tobillos y tenis dos números más grandes.
Sus padres no son parte de este viaje. De su padre no sabe nada y su madre se quedó en casa cuidando a sus hermanos.
José Luis, originario de San Pedro Sula, la ciudad más violenta del mundo, está en el camino desde hace 3 años, comenzó cuando tenía 10. Inicialmente su destino era la frontera norte de México pero no ha logrado llegar. Salió acompañado de su primo, de quien se separó por una pelea. Desde entonces, se unió a este grupo de amigos. Sin rumbo definido, se extravían, se quedan días en reposo en los albergues y, a veces, se acuerdan que en su horizonte estaba llegar a los Estados Unidos.
En su viaje, José Luis ha escapado de la migra, policías, extorsionadores y también del personal que debería protegerlo, el del DIF. Le da temor que le ofrezcan llevarlo con una familia que podía adoptarlo, como le ofrecieron en Guadalajara.
En el comedor
El día de esta charla, José Luis estaba en Tepic, tomando almuerzo en el comedor Jesús Migrante, ubicado sobre las vías del tren en la ciudad de Tepic, Nayarit.
Sin mucha hambre, manoseó el plato de comida, prendió un cigarrillo y comenzó a caminar. Andaba de mal humor. El Comedor Jesús Migrante lleva casi dos años en funciones. Su récord de atención es casi doscientas personas diarias. Alrededor no hay mucho más que otras casas habitación, baldíos, poca iluminación, un crucero de autos y vías libres sin vallas, muros o vigilancia que prohíba subir o bajar del tren de carga.
En su interior, las paredes portan banderas colgadas, de Honduras, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México.
El encargado del comedor Jesús Migrante, sostenido por un grupo de voluntarias del Club Rotario Nayarita, sale al primer silbido del tren: alza las manos para invitarlos a tomar alimento. Para cuando termina de estacionarse la locomotora, ya está puesto en la cochera de la casa un tablón.
En platos desechables, generosas porciones de arroz con atún, frijoles y huevo están servidas junto a veinticinco vasos con canela hirviendo.
“Bajan, comen y se vuelven a subir porque aquí no hay dónde pasar la noche, por eso tiene que ser rápida la atención”, explica el encargado. Calles abajo también sobre las vías, un sacerdote ocasionalmente ofrece comida. En el resto de Tepic no hay albergues para recibirlos ni otra opción de ayuda humanitaria.
Tepic es una ciudad agrícola llena de plantíos de plátano, papaya, café, donde se cosecha y procesa caña y el tren de carga se detiene solo una hora allí. Después en Ruiz disminuye velocidad el tren y su siguiente parada es cruzando Mazatlán, puerto donde capturaron al líder del Cartel de Sinaloa, El Chapo Guzmán. Su última parada es Altar, Sonora, a mil 627 kilómetros en dieciocho horas de camino si se recorre de un solo viaje, o hasta un mes dependiendo de cuántos recursos lleven las personas o sin deben parar por enfermedad y cansancio.
Menores invisibles en la ruta Occidente
La Red por los Derechos de la Infancia en México, cataloga el fenómeno de migración infantil como crisis humanitaria por “la cantidad de víctimas, las precarias condiciones de viaje, los crecientes riesgos asociados al crimen organizado trasnacional, la corrupción policiaca y migratoria, la impunidad ante las agresiones y especialmente por las omisiones de los gobiernos que en la ruta migratoria carecen de programas y políticas públicas focalizadas para prevenir, atender y reparar la discriminación y violencia que les persigue”, se lee el pronunciamiento de junio que hicieron público a raíz de la cantidad exorbitante de niños y niñas que ingresaron a Estados Unidos desde Centroamérica pasando por México, solos.
En la ruta ferroviaria por el occidente-pacífico de México, el tránsito de niños y niñas viajando solos, no es tan visible. Es más común identificarlos viajando con adultos, sin que exista la certeza de si son o no sus familiares.
La misma REDIM calcula que anualmente entre once mil y trece mil menores de edad mexicanos no acompañados, son deportados de los Estados Unidos a México. Según las cifras reveladas de enero a junio del 2014, el gobierno mexicano detuvo 9 mil niños centroamericanos no acompañados, la cifra calculada para el cierre de año por la organización mexicana, fue de 16 mil, el doble que en el año 2013. En el caso de niñas y niños centroamericanos el número es mayor: cálculos del gobierno estadunidense apuntaron entre 70 y 90 mil que llegarían a los Estados Unidos.
Para los catorce años, una llamada a su madre.
El tren Sufragio que salió a medio día de Tepic a Mazatlán partió sin que José Luis pudiera subirse. Brincó entre los vagones estacionados y se echó a tomar el sol sin mochila. Arrebató otro cigarro de la cajetilla colectiva a pesar del dolor de cabeza que no lo dejaba en paz desde hace varios días. Sus amigos andan enojados con él pero no los abandona “porque no puedo andar solo”, dice. El Chikis estudió hasta tercero de primaria, no recuerda las tablas de multiplicar y acepta que extraña a su familia “mi casa ya es el tren” dice mientras hace bombas de humo.
José Luis ha andado por Tamaulipas, Nuevo Laredo, Monterrey, Chiapas, Tenosique, Oaxaca y Guadalajara con los otros adolescentes a los que debe aguantar por ser el menor del grupo y no tener idea de qué sigue en su destino, ni cómo pedir orientación en alguna institución sin que le ofrezcan adopción directa en una familia mexicana.
El 14 de abril cumple catorce años, de regalo quiere llamar a su madre y hermanos en Honduras donde ignora si siguen con vida, si salieron como él por ser la tercera ciudad más violencia del mundo. A estas alturas del viaje, ya hasta olvidó el número telefónico.
Fotos: Héctor Guerrero
* En El Camino es un proyecto creado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations.
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