Foto: Pandilla Feminista
Valeria Olmedo tiene 26 años y esta semana fue absuelta del homicidio agravado por el vínculo de Julio César Pereyra, su pareja y padre de sus tres hijas. La Cámara 1º del Crimen de la ciudad cordobesa de Río Cuarto consideró, por unanimidad y en un fallo ejemplar, que Valeria fue “víctima de violencia de género”.
Valeria nació y se crió en un basural, en un pueblito olvidado de Río Cuarto, Córdoba. Hija única, su mamá y su papá eran analfabetos. Ella padecía una discapacidad mental y él una fuerte adicción al alcohol.
La primera vez que la abusaron, Valeria tenía 10 años. Fue un amigo de su papá. Para escapar de esa situación, se fue a vivir con una tía a la localidad de Alejo Ledesma. Ahí conoció a Julio César Pereyra, 13 años mayor que ella, quien vivía justo enfrente de la casa de su tía. A los 12, Valeria se fue a vivir con él. Después contaría que, más que una pareja, vio en él una figura paternal.
Los siguientes doce años fueron un cúmulo de violencia física, sexual, psicológica y económica. Como contó en el juicio, el primer golpe lo recibió a los 13 años: fue una noche en la que ella no tenía hambre y él le pegó para que comiera.
A los 16 años, después de una de las tantas golpizas, quiso hacer una denuncia pero no se la tomaron porque era menor de edad: le dijeron que tenía que ir con sus padres. Se fue rengueando hasta la casa de una vecina para pedirle ayuda. Esa mujer la puso en contacto con una concejala de Alejo Ledesma que asesoraba víctimas de violencia y en 2010 denunció penalmente a Pereyra.
Esa denuncia motivó una investigación en el Juzgado de Menores de la localidad de La Carlota, también en Río Cuarto. Las pericias y el informe socioambiental confirmaron el alto riesgo que corría Valeria con Pereyra. Pero todo quedó en la nada. Y la vida de violencias siguió.
El 12 de agosto de 2018, Valeria no tenía un peso para comprar comida. Tenía dos trabajos, pero lo poco que ganaba lo administraba Pereyra. Así que subió a su bicicleta y fue a buscarlo para pedirle plata. Él estaba festejando un cumpleaños con un grupo de personas. Valeria entró a la casa y lo encontró en una habitación. Tenía un plato con cocaína. Ella se acercó, le tiró el plato al piso y le gritó:
-¿Por qué hacés esto? ¡Pensá en tus hijas!
Pereyra amagó a levantar el puño para pegarle, pero bajó la mano porque había gente.
-Esto lo arreglamos en casa – le dijo él, bajito, y salió de la habitación.
Ella lo siguió, manoteó un cuchillo de la mesa de la cocina y lo apuñaló. Pereyra murió y esa misma noche Valeria fue detenida por homicidio. Estuvo presa dos meses. Después le concedieron la prisión domiciliaria para que pudiera cuidar a sus hijas de 9, 7 y 5 años. Y en estos días quedó en libertad.
En sus alegatos en el juicio, el fiscal Julio Rivero rechazó la acusación de “homicidio calificado por el vínculo”, al considerar que el hecho se encuadraba penalmente en la “legítima defensa”. Solicitó su absolución.
El tribunal que la absolvió entendió que Valeria se defendió como consecuencia de ser “víctima de violencia de género”, por lo tanto su conducta no era punible.
La inimputabilidad de Valeria se basó no sólo en su historia de vida, sino en el informe de la perito psicóloga, quien detalló que debido a esa historia de vida y al marco en el que se desarrolló el hecho, Valeria tenía la certeza de que si esa noche volvía a su casa iba a ser golpeada y su vida iba a correr peligro una vez más. La reacción que tuvo fue la única posible.
“Lo que Valeria vivió con este señor fue un infierno”, dijo a Cosecha Roja Pablo Demaría, abogado defensor. “Ella relató y mostró en el juicio las heridas: cicatrices en la cabeza, de una vez que él le pegó con un rebenque. Otra vez le quiso pegar un tiro con una escopeta y la bala quedó en el techo”, detalló.
“La sensación que se percibe en el pueblo es un aire de justicia”, dijo Demaría.