patán ragendorferCosecha Roja.-

Autor de “La Bonaerense”, el libro que por primera vez desnudó la trama de corrupción policial en la provincia de Buenos Aires, Ricardo Ragendorfer es un mito de la crónica policial. En sus artículos semanales no se cansa de denunciar a la Policía Bonaerense y a los políticos de paladar negro relacionados con actores del crimen organizado. Es, además, un analista permanente de la noticia y de los devenires mediáticos de la inseguridad. Ragendorfer siguió el caso Candela desde las páginas de Miradas al Sur, el semanario en el que trabaja como editor.

¿Por dónde comenzaría a narrar el Caso Candela?

Voy a contar una anécdota. Horas después de que encontraron el cadáver, comenzó a difundirse por televisión una llamada efectuada el día anterior, en la cual alguien amenazaba con matar a la nena si la familia no entregaba una determinada suma de dinero. Por esas mismas horas, tuve un cruce telefónico con el fiscal Nieva Woodgate y le pregunté si ellos habían chequeado esa llamada o por lo menos su origen, y él me dijo que el fiscal “recién ahora” se enteraba de que existió esa llamada.
Lo primero que pensé fue que había toda una serie de elementos de prueba, y de hecho una llamada telefónica de tal envergadura lo era, que se habían hecho a espaldas del fiscal. En consecuencia, eso solamente podía ser fruto de que se estaba haciendo una negociación paralela entre la Policía y las personas que tenían en su poder a Candela. Es decir que a Candela la habían secuestrado.

O sea que la Policía Bonaerense sabía otra cosa…

Sí, lo cierto es que la Policía sabía de entrada que se trataba de un secuestro extorsivo. Sin embargo, exploraron inexplicablemente otras pistas. Exploraron la pista del secuestrador solitario, que inducía a creer que la nena había sido víctima de un abusador sexual o algo por el estilo, y por otra parte, pusieron en funcionamiento todo un protocolo que corresponde no a una persona secuestrada, sino a una persona extraviada. Difundieron su foto, pusieron una línea telefónica gratuita en convivencia con Red Solidaria, entonces si veías algo llamabas ahí y te atendía un actor como Ricardo Darín. Todo era una cosa muy absurda.
Mientras tanto, en la casa de Candela, donde estaban la madre y los investigadores, había una especie de romería periodística que actuaba como si en esa casa tuviese lugar una toma de rehenes y no la parte negociadora de un secuestro extorsivo.

¿Por qué la investigación se siguió ese rumbo?

No parecía una investigación sobre el paradero de Candela, sino una puesta en escena de una investigación con el propósito de crear la sensación ilusoria de que se estaba investigando. Como secuestro extorsivo, se hubiera tomado como delito federal y habría ido a ese fuero. Se puede suponer que para que el juez de garantías de la causa y el fiscal de la justicia de Morón siguieran teniendo el caso entre sus manos, debieron caratular la desaparición de la nena de una forma distinta a secuestro extorsivo. Ese, en todo caso, era un efecto de otro ocultamiento.

¿Cambió el caso después de que apareció el cadáver de Candela?

El escenario que describí es desde la desaparición de la nena hasta el hallazgo de su cadáver. A partir de ese entonces, horas después, allanan la casa de la calle Kiernan, encuentran un dudoso ADN, secuestran una banda compuesta por un narcotraficante, un carpintero, una depiladora, un buchón, un chofer de fletes, un plomero. A partir de ahí se hace otra puesta en escena.
No descarto que durante esos once días a través de una investigación paralela que tal vez tenía por objeto encubrir el verdadero cariz de este hecho y también tal vez la identidad de sus autores, se pensaba que todo iba a concluir con la fotografía del ministro de Seguridad, del Gobernador y de la niña sonrientes. Eso falló. Y condujo a una especie de plan b, que es desviar la investigación hacia una cosa absurda que sirvió para edificar ese expediente. Hay muchas que fueron alevosas en el armado de ese escenario. No fueron errores.

¿Qué clase de “errores” deliberados ?

Tenemos testigos de identidad reservada que son todos soplones de la Policía, que declaran determinadas cosas a pedido de sus mandantes, para alimentar un expediente con informaciones erróneas. Hay pruebas dudosas: ADN, huellas, etcétera, que eran plantadas. Y tenemos la detención de ocho sospechosos que nada tenían que ver con el asunto. Es el corpus de ese armado. Dijeron que encontraron alimento en la casa de Kiernan con el que supuestamente alimentaron a la nena, y era la comida del perro. Se podría escribir un libro con todas las irregularidades de esa investigación: torturas, presiones a los detenidos para que declaren en contra de los otros detenidos, y un largo etcétera. Y frente al despliegue policial, ni qué decir: Lo que buscaban 1.600 policías lo encontró una cartonera. Los demás no vieron nada.

Eso por parte de la Policía Bonaerense, ¿y por parte de la Justicia?

En este caso, la Justicia actuó como auxiliar de la Policía, como suele suceder cuando en el medio hay personajes como el fiscal general Nieva Woodgate, como el fiscal Tavolaro, o como el juez Meade, que son tipos absolutamente permeables para cometer este tipo de trapisondas.

¿Había una alianza para encubrir el crimen?

La clave de esto es la siguiente: ¿Por qué la Policía tenía tanto interés en encubrir el crimen, cuando en realidad no tuvo ninguna participación directa en el homicidio de la nena? Lo que pasa es que su desaparición, transcurre en un escenario y entre personajes que son narcos, soldados de la piratería del asfalto, soplones, tipos que tienen negocios con la Policía. Si bien la Policía no participó en el crimen, sí tiene un conocimiento previo de quiénes sus autores, porque son tipos que constantemente hacen negocios con ellos. No encubrir este crimen, o sea esclarecerlo, hubiera dejado al desnudo el vínculo policial que hay con todos estos tipos.

Después de un año, ¿qué queda del caso Candela?

Esto derivó en un escándalo judicial que está por explotar, o ya explotó. La causa judicial, el expediente, fue anulada, cayó. Se apartó al juez de la causa y al fiscal de la causa; y, bueno, el fiscal Nieva Woodgate tiene además otros problemas: está siendo juzgado por delitos de lesa humanidad. Por otro lado, lo que tiene que ver estrictamente con una investigación de las irregularidades cometidas por la Policía y la Justicia es materia de la Comisión Investigadora que creó el Senado. Pese a ser una investigación no vinculante, que no tiene efectos judiciales, sí puede generar causas judiciales, desde luego, pero apunta, supongo yo, a investigar la investigación. Porque al haber caído la causa, ahora la causa judicial que investiga quién mató a la nena llegó a manos de otro fiscal.

¿Qué efectos puede tener el informe final de la Comisión del caso Candela?

Te puedo adelantar algo de lo que va a decir la Comisión. Por un lado, hay un dictamen mayoritario que critica en duros términos la investigación policíaca-judicial, lo cual puede llegar a rozar al ministro Casal, si no al gobernador Scioli, y por otra parte, dos o tres integrantes de esa comisión, un senador por el Peronismo cercano al PRO; otro, un sciolista de paladar negro, y una, creo, de la Coalición Cívica, hacen otro dictamen en el que depositan el peso de la culpa de la investigación sobre el fiscal, sobre el juez y sobre el fiscal general para no dejar tan mal parada a la Policía de Scioli.
Creo que el informe de la Comisión va a causar cierta conmoción política, pero no demasiada, porque sigue teniendo más importancia para muchos el dólar paralelo que este crimen que involucró a tantos.

¿Cuál es su hipótesis de lo que le pasó a Candela Sol Rodríguez?

Como no hay investigación al respecto, no se sabe por qué la mataron. A la piba la secuestraron en el marco de una deuda que la madre habría contraído con algunos negocios ilícitos que hacía para mantener su hogar mientras su esposo estaba preso. Aparentemente, esta mujer se habría puesto a mover cocaína y habría quedado con una deuda. Esto parece relacionarse con la zona de narcos de San Martín, de Villa Korea.
La hipótesis que relaciona este secuestro con el de María Alejandra Ravignoli, en su momento se conoció. A poco de haber muerto la nena, llegó a mis oídos por parte del abogado del padre, de Telleldín, y me parece la más razonable, aunque no hay evidencia jurídica ni nada lo suficientemente sólido para creerla por completo. Es un secreto a voces que Carola Labrador movía drogas. Pero nadie tiene una prueba sólida de nada.
A esta altura, salvo algunos testimonios, la Justicia no puede encontrar mucho de lo que hubo detrás del crimen de Candela. Se necesitaría en vez de un perito, un arqueólogo. El tiempo que pasa es la verdad que huye.

¿Qué piensa de la divulgación que tuvo el caso, mientras la nena estuvo viva y ya cuando fue hallada?

Hay varios elementos: la mediatización del hecho, esa romería, el vínculo que tenía la Policía con la prensa –que les tiraba determinadas cosas a los periodistas para robustecer el armado de la causa, o que anunciaban los allanamientos antes de que se concretaran–, podemos decir que hubo una especie de diferencia entre esta cobertura periodística y ese tipo de coberturas periodísticas que de algún modo sobrepasan el desarrollo de los acontecimientos. Mientras el último caso es fruto del sensacionalismo, de la búsqueda de rating, acá no fue así. El rol del periodismo y la conducta de los periodistas era parte no de un juego propio, sino parte de la estrategia policial. Era una agenda propuesta por los policías. La prensa fue nada más que una pieza, y tal vez la pieza más miserable, de la estrategia policial.
Recuerdo el caso de la familia Pomar: un accidente, pero el auto quedó medio escondido detrás de una colina. Entonces se empezaron a tejer las más fabulosas y aberrantes versiones acerca de esa familia que simplemente había tenido un accidente. Era una familia normal que se accidentó. Y lo recuerdo porque, casualmente, el oficial de la Bonaerense que encabezó la búsqueda de la familia Pomar y el oficial de la Bonaerense que tenía a cargo la parte operativa de la investigación del caso Candela era el mismo: el oficial Chebrieau. Y sigue ahí.
Los medios, los movileros, son como sicarios que en vez de usar armas, utilizan micrófonos.

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