“La esponja de agua, limo y plantas se transformó en un reseco y duro suelo, toda la fauna del lugar ya no está, algunas especies llegaron a escapar. Los primeros en sucumbir fueron los peces, las plantas luego, le siguieron las tortugas. Cuesta creer en lo que se transformó este lugar que desbordada de vida, ni el caballo quiere cruzar por las grietas del suelo que lastiman sus cascos”, narra el fotógrafo Pablo Cantador.
Las imágenes que circulan estos días parecen del apocalipsis pero son de esta semana. La bajante del río Paraná sigue sumando centímetros: 2.30 metros por debajo del nivel de aguas bajas y 3.23 abajo de la altura promedio para enero.
Después de más de dos años de bajante extrema, la mayoría de las lagunas del humedal se secaron. Las pocas que quedan no dan abasto y con las temperaturas altas de los últimos días son un cóctel letal para los peces que sobreviven ahí.
El colectivo El Paraná No Se Toca difundió fotos aéreas desoladoras: “Como esta imagen, hay cientos más a lo largo de todo el delta, millones de peces muertos lejos de la vista de la mayoría de nosotros”.
En Laguna Paiva y en la laguna Juan de Garay, en Santo Tomé, las tortugas mueren atrapadas en el barro mientras organizaciones ambientales intentan rescatarlas.
A la bajante y la sequía se suman los incendios intencionales. El fuego arrasa con lo que queda y el humo llega a pueblos y ciudades donde respirar es imposible.
El cambio climático no es un apocalipsis que va a llegar de un día para el otro. El futuro ya es nuestro presente.
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