Por Julia Rosemberg*
Reinado plebeyo
“Florecen los jardines y frutecen las huertas y se escucha, en la altura del ámbito de la patria argentina, un eco inmenso que es voz alegre y armonioso canto. Es la mujer. Es la belleza criolla que si es verdad que sabe del lírico arrebato, también sabe de luchas y pasiones, de albas grises, de penas y de llantos…. Es la mujer que ocupa el lugar que merece en esta edad del sueño realizado: es ella la que triunfa por sus méritos propios y es verso y es aguja y es trigo y es arado. Mujer Símbolo eterno de gracia y armonía esta Reina que llega, la Reina del Trabajo representa las glorias de la Nueva Argentina y por eso le canto”. (Poema de Pancho Netria dedicado a la primera reina nacional del trabajo, publicado en el diario El Laborista, 2 de mayo de 1948)
A diferencia de lo que había sucedido durante más de cincuenta años, a partir de 1947 el primero de mayo, Día de Internacional de los Trabajadores, se convirtió en una jornada festiva. Antes del peronismo, la fecha era protagonizada por los reclamos sindicales y partidarios, con manifestaciones callejeras que muchas veces terminaban en represión por parte del Estado. Con el peronismo en el poder y con los sindicatos como sostén fundamental del gobierno, la fecha tuvo un nuevo sentido político. En 1947 la columna de manifestantes estuvo encabezada por Eva y por Perón. Por primera vez en cincuenta y cinco años desde que se conmemoraba ese día en nuestro país, las autoridades nacionales encabezaban la marcha junto a los trabajadores. La historiadora Mirta Lobato reveló que el primero de mayo de 1949 el gobierno repartió un folleto titulado “1 de mayo ayer y hoy”, en donde se marcaba el contraste entre el presente y el pasado: ahora, ese día no era “ya la fecha propicia al dolor y la desgracia, sino a la alegría”**.
Como símbolo de ese cambio, ahora los actos eran organizados entre el Estado y la CGT, y el carácter que se le daba a esta jornada era de fiesta y esparcimiento. El acto constaba de varias partes: había desfile de carrozas alegóricas relacionadas con los derechos de los trabajadores y la justicia social, show musicales y bailes. Se escuchaba música clásica y folclore, podía actuar la orquesta sinfónica nacional o el ballet del teatro Colón. Y por último, estas nuevas fiestas culminaban con… la coronación de la Reina del Trabajo.
La primera vez que se coronó a una de estas reinas fue en el año 1947 y comenzó siendo una iniciativa del diario El Laborista, que organizó el concurso con el objetivo de que el proletariado elija a “las más hermosas obreritas (…) con el propósito de exaltar la devoción al trabajo y de despertar en el pueblo una conciencia más grata y más real en torno de las fuerzas que, día a día, se renuevan en el ímpetu de la sangre y el pensamiento forjando la grandeza de la Patria”. Por lo que deja ver este periódico, ni bien se lanzó la convocatoria muchos quisieron votar para que sea coronada como reina Eva. Por eso el periódico el 21 de marzo aclaró: “La esposa del general Perón valora en todo su significado esa distinción de que se le hace objeto, pero como ella misma desea que la reina del trabajo surja de las empleadas y obreras que prestan servicios en fábricas, talleres, oficinas, tiendas, etc., ha resuelto, en un gesto digno de su calidad de primera dama argentina, excluirse de la selección. Por consiguiente, los votantes deben limitarse a pronunciarse exclusivamente por las señoritas cuyas fotografías aparecen en nuestro diario”.
La reina de 1947 fue elegida por los lectores del diario. Pero esta fue la única vez que se adoptó este método, a partir del siguiente año el concurso se dio en el marco de la movilización obrera convocada por la CGT y el gobierno, y el jurado pasó a estar integrado por los jefes sindicales, Perón y Eva. Las reinas electas eran coronadas por Eva. ¿Cómo se pueden leer estas coronaciones? ¿Se trataba de una especie de concurso de belleza donde se objetivaba a la mujer? ¿Por qué se recurría a esa figura de la reina para un evento político? ¿Era una forma de poner en un lugar protagónico a la mujer o una forma de reubicarla en un lugar dócil?
No es tan sencillo dar una respuesta. En principio, la cosificación de los cuerpos no parece haber sido el eje central, y la cuestión de la belleza y la politización aparecen mezcladas, superpuestas. Los atributos de las mujeres que concursaban debían tener además otras características. Las reinas debían ser representantes de un sindicato o una actividad productiva de una región. La única condición era que cada concursante estuviera asociada a su sindicato. Por cada gremio era elegida la obrera que obtuviera la mayor cantidad de votos. Eran mujeres jóvenes, y para la fiesta nacional llegaban a la ciudad de Buenos Aires desde los pueblos y las ciudades del interior, visitaban algunas fábricas, eran agasajadas en algunos gremios, y en los periódicos y revistas peronistas. Ellas podían dedicarse a cualquier oficio o actividad. Ruth Romero, reina de 1949 ayudaba a sus padres en las labores del campo y al mismo tiempo estudiaba economía doméstica y música; Práxedes Mesconi, reina de 1950, era empleada pública; Aída Beaumé de 1951 se dedicaba a las tareas domésticas; Edna Alicia Constantini, reina de 1952, era modista después de haber estudiado corte y confección; las reinas del 53 y 54, Nélida María Ferreyra y Susana Leiva pertenecían a la Unión Argentina de Artistas de Variedades, mientras que Elsa Landaburu, reina de 1955, representaba al gremio de los telefónicos.
No era entonces un clásico concurso de belleza, sino que sobre esa tradición produjeron una modificación que le trastocaba su sentido. Era ahora un reinado plebeyo: era un concurso por el cual se convertía en monarca a una obrera. Un homenaje al rol de las mujeres en tanto trabajadoras, pero no cualquier trabajadora, sino aquella que podía hacerlo en condiciones dignas, con sus derechos laborales que ahora se respetaban. Si lo miramos con una visión de género desde hoy, puede parecer compleja la idea del concurso, sin embargo si lo pensamos en los términos de esa época, era muy rupturista que la mujer homenajeada no fuera una madre, un “pilar del hogar”, sino que lo que se resaltaba de ellas es que eran “compañeras obreras”. Pero además, lo irreverente de este concurso es que asociaba la idea de trabajo con la de belleza, alejando la idea del trabajo ligado a la humillación y la dominación. En definitiva, se disputaba la concepción de lo bello. Si retomamos el epígrafe con el que comienza este capítulo, Eva parece decirnos que las mujeres que salen de sus casas a las cuatro de la mañana para ganarse la vida también pueden ser “bellas”. Edna Constantini, la reina de 1952, provenía de Quemú-Quemú, provincia Eva Perón, que había sido hasta hace poco territorio nacional y después de la caída del peronismo pasaría a llamarse La Pampa. Edna afirmaba que los concursos de las reinas del trabajo “no era una competencia de belleza, era más para homenajear a la persona trabajadora”25. Y agregaba “mi reinado es un homenaje que la Confederación General del Trabajo rinde a todas las mujeres trabajadoras de la patria. Yo no soy sino el vehículo de ese homenaje y consciente de mi situación lo recibo en nombre de todas mis hermanas peronistas argentinas”.
A su vez, estas mujeres no parecían seguir un patrón estético. No había una observación sobre sus cuerpos así como tampoco sobre sus ropas. Las fotos de las candidatas y de las reinas revelaban más bien la importancia de ciertas cualidades. El ojo del fotógrafo se detenía en la mirada y en los ojos, en la sonrisa y en la cabellera. Estas fotos así como también las entrevistas de las reinas publicadas en los diarios de la época contribuían a la identificación de las demás mujeres trabajadoras con la elegida. No sólo su belleza natural, sino también su personalidad las hacía accesibles al gran público femenino. Todas compartían un origen humilde, y en su gran mayoría venían del interior del país. Eva se refería a ellas como “las humildes muchachitas pero de grandes corazones que vienen a la capital para poner una nota de espiritualidad, de amor, de alegría y de esperanza en este primero de mayo”. A las ganadoras se les obsequiaba un broche donado por la CGT, un bastón real con engranaje como símbolo del trabajo industrial, cierta cantidad de dinero y alhajas.
Estas mujeres parecían recorrer el mismo camino que Eva, reproduciendo en cierta manera su experiencia, ya que actualizaban la historia de la joven humilde que se convirtió en reina de su pueblo y, como recreación de esa persona, ellas también amaban a Perón y a los pobres. En su nueva condición de soberanas les preguntaban a las reinas qué significaba para ellas esa coronación. Algunas decían que querían que sirva para hacer realidad los sueños de Eva (“una Patria efectivamente justa”, “que no hubiera ricos tan ricos ni pobres tan pobres”); otras, querían solamente “tener un hogar y muchos hijos para engrandecer esta Patria de Perón”, y por último, otras decían sentir que el reinado “es un homenaje que la Confederación General del Trabajo rinde a todas las mujeres de la patria”. Estas celebraciones, entonces, navegaban entre la tradición y su ruptura, entre aspectos de continuidad y los inaugurales.
Sin dudas, la ley 13.010 de los derechos políticos de las mujeres, que las habilitó a votar y a ser representantes políticas, fue el hecho trascendental que marcó estos primeros años del gobierno peronista. Pero a la vez, acompañando la sanción de esta ley, se daba por lo bajo y de manera capilar un fenómeno más invisible que terminará de consolidarse en los años siguientes: la irrupción de las mujeres en la vida pública. En las calles, en el mundo laboral, en los propios hogares, el lugar que tenían hasta entonces las mujeres estaba cobrando otro sentido.
*Julia Rosemberg es historiadora y este fragmento forma parte del libro ““Eva y las mujeres: historia de una irreverencia”, publicado en 2019 por Ediciones Futurock.
**Lobato, Mirta, Cuando las mujeres reinaban. Belleza, virtud y poder en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2005.