Hace una semana Fabián Gutiérrez posteó en sus redes: “Cuando sigo mi corazón me lleva a ti”. Era el día del Orgullo GLBTTI. Los más íntimos saben que hacía poco se había separado, y estaba solo en El Calafate, donde había decidido pasar la cuarentena.
En esa ciudad santacruceña Fabián Gutiérrez fue secuestrado y asesinado por entre tres y cuatro jóvenes que –según confesó uno de ellos– lo torturaron, lo degollaron y trasladaron su cuerpo para intentar esconderlo enterrándolo en un patio. Tienen entre 19 y 23 años.
El cuerpo fue hallado en la casa de uno de los detenidos. Lo habían sepultado envuelto en una sábana. En la casa también encontraron un televisor y un equipo de música que pertenecían a Fabián. Otras versiones también indican que uno de los detenidos se quedó con el teléfono celular de la víctima y lo habría escondido debajo de un ladrillo.
La pertenencia de los acusados a familias del poder económico y social local y el vínculo de Gutiérrez con los ex Presidentes Néstor y Cristina Kirchner generaron todo tipo de especulaciones. “Otro Nisman”, llegó a decir un Diputado Nacional de Juntos por el Cambio y sus dichos se volvieron trending topic aún cuando todavía se sabía poco del caso. La historia es mucho más compleja. O más sencilla: depende con qué prisma se mire.
El juez Carlos Narvarte aclaró que el asesinato “no tiene que ver con ninguna cuestión política”. A pesar de eso y de que Gutiérrez no trabajaba con Cristina Kirchner desde hace diez años –fue Secretario Adjunto de la Presidencia desde 2003 hasta 2010–, cada referencia mediática sobre el caso insistió sobre ese vínculo.
Gutiérrez había sido procesado en 2019 por el Juez Claudio Bonadío bajo la figura de “lavado de dinero”, en el marco de una investigación iniciada tras una denuncia de la Unidad de Información Financiera (UIF) bajo conducción macrista.
El fantasma de las bóvedas
Nacido en Río Gallegos, a los 18 años empezó a militar en el espacio político que Néstor Kirchner forjó al regreso de la democracia. Desde entonces se mantuvo cerca de la familia. Trabajó con Néstor y Cristina Fernández de Kirchner.
El dinero que comenzó a manejar lo invirtió, entre otras ciudades, en propiedades en El Calafate. Allí abrió y cerró comercios, y allí decidió mudarse cuando la pandemia por coronavirus obligó a la cuarentena.
Durante su paso por la función pública y como empresario, Gutiérrez había logrado reunir 36 propiedades, ubicadas en Santa Cruz y Tierra del Fuego, además de una cantidad casi similar de autos, de los que era fanático.
El dato real sobre su crecimiento patrimonial se suma a la construcción de sentido de los últimos años: la existencia de millones de dólares que producto de la corrupción escondería todo aquel que haya pasado por la función pública. Basta recordar que un Fiscal de la Nación mandó a excavar la estepa a la búsqueda de bóvedas donde se habría ocultado el efectivo supuestamente robado al Estado durante doce años.
¿Cuánto habrá incidido en el crimen esa idea de una riqueza mal habida?. “El puto volvió al pueblo. El puto con plata, habrán dicho los pibes”, especula uno de los amigos de la víctima. Quienes lo conocieron repiten que Gutiérrez hizo mucho dinero pero que desde el embargo “se había quedado sin un mango”.
Las primeras pericias dejan entrever el carácter extorsivo del secuestro. Una y otra vez le pegaron para que confesara dónde estaba la plata que suponían guardaba. Una y otra vez, hasta que lo mataron.
Crimen de odio
Tras su separación en El Calafate, Fabián había encontrado algo de paz. Los años de viajes al lado de la expresidenta, el procesamiento por supuesto lavado de dinero y su irrupción como “arrepentido” en la causa de la fotocopia de los cuadernos, lo pusieron en un lugar que, aseguran sus amigos más íntimos, no deseaba.
Quienes conocieron a Gutiérrez más estrechamente dijeron a Cosecha Roja que “en la intimidad nunca habló mal de Néstor o Cristina”. Y deslizaron que dejó asentado legalmente que sus dichos como arrepentido respondieron a una presión del poder judicial. “Dijimos lo que Bonadío querían escuchar, yegua, ladrona, lo que gastó en un viaje a Europa”, le contó a otra amiga cercana.
“Estaba calmo, tranquilo”, cuenta uno de sus amigos a Cosecha Roja. Era el sostén económico y emocional de su madre y su hermana, que también vivían en la ciudad al pie del glaciar Perito Moreno.
Generoso, muy amigo de sus amigos, enamoradizo, Fabián mantenía con uno de sus supuestos asesinos un vínculo afectivo. Se trataba de Facundo Zaeta, de 19 años, el primero de los cuatro detenidos en declarar.
–Habría una amistad más profunda con uno de los detenidos– dijo el juez del caso en una conversación con periodistas durante los operativos.
–Este joven que estaba implicado sentimentalmente –re preguntó uno de los movileros– ¿Pidió ayuda a los demás una vez que cometió el hecho, o había más personas que cometieron todas juntas el hecho?
–En principio es un dato que hay que determinar, pero por ahí estamos.
-¿Por ahí por donde?– insistió el periodista.
–Eso se lo dejo a usted que arme el rompecabezas –dijo el juez y guiñó un ojo.
Todas la versiones coinciden en que los acusados usaron ese vínculo para acceder a Gutiérrez, que lo secuestraron y lo torturaron para sacarle dinero que creían que tenía y que como no lo lograron le cortaron el cuello.
El juez habló de un posible “crimen pasional”, una figura que en la jerga judicial y periodística se usó hasta hace pocos años para justificar femicidios: hombres que mataban poseídos por un espíritu de arrebato, “por amor”.
Esa misma idea que durante décadas sirvió para justificar la violencia machista hoy circuló en la mayoría de los medios de comunicación. En este caso, se usa para justificar el crimen de una persona que escapa a la heteronorma.
A Gutiérrez lo mataron porque pensaban que tenían un dinero que ya no tenía. Pero no fue solo eso. Lo marcaron, lo señalaron y se ensañaron con él. Les pareció una presa fácil, un blanco perfecto.