La Facultad de Psicología está tomada. Es un hermoso día de sol y sobre la calle Hipólito Yrigoyen se están dictando clases. Una fila de sillas delimita el corte entre Sanchez de Loria y 24 de noviembre. Hay grupos de estudiantes charlando, marcando apuntes con resaltadores y pintando carteles con témpera.
Tardé 11 años en terminar la Licenciatura. En parte ese tiempo se debió a las largas jornadas de malos trabajos marginales no registrados. Otra parte de ellos fue por la forma en la que transité por la Facultad.
Al grupo de chicos más cercano a Sánchez de Loria se acaba de acercar una vecina a decirles que los apoya y regalarles una caja de libros. Paulina, estudiante de musicoterapia, dice que está bueno poder acercarnos entre nosotros y la gente del barrio desde otro lugar y se pregunta: “ ¿Cómo hacemos para construir con esto?” Viene otro vecino a dejarles pan para que coman con el mate. Paulina agrega: “el vecino se da cuenta que no somos unos terroristas ni unos violentos, somos estudiantes”.
Me acerqué a la militancia universitaria por una mezcla entre ansiedad y necesidad. Ansiedad de no querer esperar que los cambios que se necesitaban vengan de afuera y necesidad de que ocurran. A lo largo de los años ir a la Facultad no fue solamente ir a tomar apuntes y rendir parciales, sino ir a pensar una Cátedra Libre de Psicologia Latinoamericana que no existía en la currícula, ir a encontrarme con amigos que me prestaban los libros que yo no podía comprar, ir a debatir cómo escribimos un proyecto que conecte toda la teoría con lo que necesita la gente en la calle y terminar todo un fin de semana hablando con adolescentes en la Villa 31 sobre sus deseos, miedos e ilusiones. También era ir a festejar mi cumpleaños con una torta sorpresa en el medio de la clase.
En el círculo que hacen los chicos abundan los pañuelos verdes y naranjas pero de la mochila de Paula cuelga un pañuelo celeste. Ella dice que la oportunidad de acceder y poder todos es porque la universidad es gratuita. Y que a pesar de todas las diferencias, es eso lo que permite que estemos todos en ella.
Que la universidad de Buenos Aires sea pública no sólo me permitió terminar una licenciatura. También me abrió espacios inimaginables desde la lógica de la productividad y la meritocracia que te pregunta siempre cuanto te falta para terminar y a la que es imposible explicarle las horas de clases ad honorem, la investigación o la militancia. Coti, estudiante de la licenciatura en Psicología, dice que se sigue pensando todo como un gasto: la educación, la salud. Para ella la única salida es estar lo más unidos posible.
El sol va bajando y los chicos meriendan el pan regalo del vecino.
Juanse sentado en la calle me dice: los hijos de la clase media, de la clase media baja, terminamos siempre contentándonos con lo que podemos hacer, no con lo que queremos. Es horrible no poder hacer lo que realmente nos gusta.
Con 57 universidades cerradas, en la facultad de Psicología de la UBA el deseo es más que un concepto, es lucha.
Foto: Facebook Asamblea Estudiantes Autoconvocades – Psicología UBA