Si te he visto no me acuerdo
– Hace 20 años que estás en el mundo del espectáculo, me decís que en los pasillos no viste…Habrán tenido más de un productor o de un colega de profesión, o millones, que toman coquita ¿no? como todo el mundo. Cocuchi.
El que habla es el autopercibido “politóxico” Andy Chango. Es el año 2001 y lo llevan de invitado al programa de Lucho Avilés para hablar de drogas. El conductor y su equipo fingen demencia.
El Diegote tirando una bolsita en el jardín de Gran Hermano. El conductor y la panelista del principal programa de chimentos agarrades in fraganti. Montaner yéndose del living de Susana con la bolsita que le pasó un Susano, y volviendo en estado de euforia. El policía que tomó la misma sustancia que debería combatir mientras hacía tareas de patrullaje.
Los videos se repiten en las redes. Todes los vimos. Pero 21 años después, la hipocresía con la que los medios se refieren a las drogas sigue igual.
¿Por qué sostenerla? Y lo peor, ¿a qué costo?
Represión y confusión
En Argentina sabemos de debates estériles. Acaso el ejemplo más reciente es el que quisieron instalar algunos sectores religiosos y políticos con respecto a la legalización y despenalización del aborto y nos cansamos de rebatir: el punto no era aborto sí o aborto no. Porque los abortos sucedían. El punto era si aborto clandestino o aborto legal.
El consumo de sustancias existe. Sucede.
Mantener una práctica en la clandestinidad solo bloquea un enfoque sanitario. El único que “salva vidas”.
Esa misma hipocresía es tan insostenible que un caso como el de la cocaína envenenada deriva en una actitud esquizofrénica por parte del Estado y las fuerzas de seguridad: el 31 de enero detuvieron con violencia a una usuaria de cannabis medicinal registrada en el Reprocann con diagnóstico de escoliosis. Dos días después el ministro de Seguridad bonaerense reconoció el consumo masivo de cocaína. Y como no se puede meter presa a media provincia: alerta epidemiológica y “los que compraron droga en las últimas 24 horas tienen que descartarla”.
La cara del narcotráfico es negrita, villera y de mujer
Hablar de “narcotraficantes” sin distinguir matices como lo hacen en los medios masivos de comunicación tiene costos concretos que, como siempre, los pagan los más pobres. Si vamos a hablar de consumos en los medios ¿por qué no hablamos de a quienes se persigue y criminaliza con la actual ley de drogas sin sensacionalismo?
Según el informe «La ley de drogas en números. Sobre la pretendida lucha contra el narcotráfico», en 2019 el 77% de las personas presas por delitos vinculados a drogas estaban desocupadas o subocupadas cuando fueron detenidas. En ese mismo año la mitad de las mujeres presas en cárceles argentinas estaban allí por delitos vinculados a drogas. La mayoría eran jefas de hogares monoparentales, trabajadoras informales o estaban envueltas en crisis que las empujaron a trabajar de vendedoras minoristas o mulas. Además, la infracción a la ley de drogas 23.737 es la causal del encarcelamiento del 57% de la población trans presa en el país.
Entre 2010 y 2019 creció un 147% la cantidad de personas presas por infracciones a la ley de drogas en Argentina. Pero basta con mirar la letra chica para comprobar que el incremento en las detenciones no es sinónimo de desarme de las redes de crimen organizado.
Entre 2011 y 2020 una de cada dos personas en infracción de esa ley tenía poca cantidad de droga o no se le pudo probar que estuviese vendiendo. Entre 2018 y 2020 sólo el 4% de las causas involucraron a 3 o más personas.
En 2016, durante el primer año de gobierno de Mauricio Macri crecieron un 58% los procesos a cultivadores de cannabis.
La “Argentina sin narcotráfico” de Cambiemos fue puro marketing. El poder judicial y las fuerzas de seguridad apuntan sus cañones al último eslabón en la cadena del crimen organizado: poblaciones que atraviesan situaciones de vulnerabilidad económica y realizan tareas menores como el narcomenudeo y el tráfico de sustancias. ¿Cómo revertirlo si las fuerzas a cargo de combatir el narcotráfico cobran coimas por encubrirlo?
La cara de lo que llaman narcotráfico es la de negrites villeres, nunca gente blanca de bien. Una cara que le queda comodísima al racismo que la sociedad argentina lleva en sangre aunque lo disimule.
¿Y los que la toman?
Cómo diría Lionel Hutz, están les consumidores y les consumidores. La idea reinante de algunes politiques y difundida en los medios masivos de comunicación es que no todes les consumidores son lo mismo:
– Una cosa es fumarte un porro en Palermo y otra vivir en la 21-24, en Zabaleta, en la 1-11-14, rodeado de narcos que te ofrezcan. Estas situaciones pueden significar una noche con amigos, relajado, o con tu pareja y la otra un futuro sin oportunidades, sin ir a la escuela o habiéndola dejado.
Esto lo dijo la ex gobernadora María Eugenia Vidal en diálogo con FiloNews el año pasado. Como si la capacidad de decidir por sí mismes fuera un lujo que solo las clases medias para arriba pueden darse.
Además del sesgo de clase, el argumento que se repitió hasta el cansancio en Twitter fue que “La cocaína destruye familias” (siempre la sagrada institución de heterocisexismo como algo a proteger), y por otro lado, que “los adictos son enfermos”.
La droga destruye familias pero quieren venta libre y despenalizada. Siempre en contra de la droga y a favor de su combate total.
— Lucho (@Lucholbra) February 3, 2022
Me da mucha pena lo de la gente que se está muriendo por la cocaína adulterada porque son adictos y por lo tanto están enfermos. Pobres familias.
— Crischu ⭐⭐⭐ (@crischuperez) February 3, 2022
No, los adictos no son víctimas de nada, son enfermos, y en muchos casos altamente peligrosos.
— Toro © (@ToroCabron_) February 3, 2022
Como plantea Emilio Ruchansky, aunque sea con las mejores intenciones, patologizar a las personas con consumos problemáticos y encasillarlas en el lugar de víctimas es alienarles de sí mismes en tanto tomadores de decisiones con responsabilidad sobre sus acciones, que es justamente el enfoque que los empodera para dejar de consumir lo que les haga mal.
Regular o no regular, esa es la cuestión
Si no vemos a los consumidores como sujetos, no podemos dar el próximo paso: que sean sujetos de derecho en tanto consumidores de drogas. Y ahí empezar a, por lo menos, imaginar un mundo donde las drogas no sean tabú. Donde el enfoque no esté centrado en las sustancias, sino en los contextos.
Como propone Reset, la ONG que trabaja por construir una política de drogas más humanitaria, es posible implementar acciones que minimicen daños sin incurrir en la criminalización de les consumidores: el monitoreo de las sustancias que circulan para advertir adulterantes tóxicos, la formación a les médiques en la asistencia a quienes se descomponen por el consumo, obligar a que los boliches tengan más médiques y generar instalaciones con mejores condiciones.
¿Podría la moral judeocristiana tolerarlo? ¿Sería tan terrible que la droga sea legal? ¿Que se venda con la información de sus componentes? Es un debate que, al menos, habrá que empezar a dar. Si se regulara la producción tal vez se habrían evitado las más de 20 muertes por cocaína envenenada.
Que las caras visibles de los medios sigan fingiendo horrorizarse ante el consumo de cocaína para desidentificarse de lo que, como dijo Andy Chango, es un consumo naturalizado en toda la sociedad, contribuye a postergar un abordaje realista del problema. Es necesario sacarse las caretas cuanto antes para minimizar daños, desarmar los verdaderos entramados de corrupción y violencia, y dejar de inundar las cárceles con personas que no tienen poder dentro del crimen organizado.