Hasta las tres de la madrugada tiene un sueño liviano. Se vuelve a dormir a las seis y un rato después se levanta. Desde el 15 de mayo del año pasado, cuando su ex marido, Luis Rondón, intentó matarla, Fátima Aparicio vive así, con miedo.
Ese día Rondón entró a la casa, se escondió en la ducha y esperó. Cuando Fátima llegó, él intentó asfixiarla y la golpeó con una masa. La dejó inconsciente. La salvaron los vecinos que escucharon ladrar al perro y fueron a ver qué pasaba. Fátima estuvo 15 días en coma. Rondón quedó detenido con prisión preventiva. La semana pasada se venció la preventiva. Su abogada y la fiscalía pidieron la prórroga en marzo. Pero las juezas a cargo de la causa, Stella Maris Arce y Alicia Freidenberg, todavía no se expidieron.
“Después de lo que me ha pasado nunca más volví a dormir tranquila”, dice Fátima a Cosecha Roja. Sigue viviendo con sus tres hijes, dos varones y mujer, en el mismo departamento de San Miguel de Tucumán. El mismo que se muestra en un video con el rastro de sangre en el piso y que esta semana volvió a viralizarse en las redes.
Cualquier ruido la angustia. Desde el intento de femicidio quedó con secuelas neurológicas, con un trastorno nervioso: a veces se traba cuando habla y no tiene memoria a corto plazo.
“Me doy una ducha y siento bronca, porque veo las cortinas que compré yo y ahí se escondió él para hacerme lo que me hizo. Siento que los objetos me traicionaron. Todos los días me levanto y veo las manchas en la pared, las marcas donde quitaron la pintura para sacar la sangre, los golpes en el marco de la puerta. Siempre llego al departamento y me fijo lugar por lugar que no haya nadie”, dice. Fátima cobra un sueldo de $17.000 de base en el trabajo, hace horas extras y no le alcanza para irse a vivir a otro lugar. “También pienso que nadie querrá alquilarme con este peligro de que él pueda salir y volver a atacarme”, piensa en voz alta.
Fátima tiene terror de que sea liberado, de que se escape en un motín, de que de alguna manera salga, vaya a buscarla y la mate. El caso está caratulado como “intento de homicidio agravado por el vínculo con el agravante de la violencia de género”.
El intento de femicidio al que sobrevivió no es un hecho aislado. Es el resultado de una acumulación de violencias que fueron incrementándose año a año. Fátima conoció a su ex pareja en la escuela, cuando vivía en Salta. Estuvieron dos años de novios y se casaron. Ella tenía 19 años.
El maltrato psicológico empezó al poco tiempo. “Me decía que era fea, gorda, que nadie me iba a querer”. Trabajó primero en una fábrica de fuegos artificiales, luego en dos cadenas de supermercados. Empezó a estudiar el profesorado en geografía, pero tuvo que dejar en tercer año porque no le alcanzaba para costear la carrera y mantener la casa.
“Era prácticamente (una mamá) sola. Él trabajaba como chapista pero sólo cuando quería juntar plata para viajar. Me decía frases típicas de violentos: nadie te quiere, sin mí no sos nada, sos gorda, fea. Que mis hermanas ni mi madre me soportaban. Lo terminaba creyendo lamentablemente. Luego empezó la violencia económica”, relata en retrospectiva.
Luego comenzaría el control de redes sociales, el Whatsapp clonado. Le robaba plata. Las fotos que le sacaba cuando dormía y que mandaba a sus contactos. Hasta que un día, él intentó pegarle una patada a su hija de 4 años. “Puse el cuerpo y me dio en la pierna. Fue clarito, la corrí a mi hija para que me pegue a mí. Sentada en el comedor con mi hija supe que si no salía de ese ambiente mi hija iba a repetir lo mismo que me estaba pasando. Lo iba a tomar como algo normal a eso de que venga el hombre de la casa a romper todo y golpear. Mi hija no va a pasar por esto. Ni mi hija ni mis hijos tendrán esto como ejemplo. Eso fue en 2017”, dice.
Fátima lo denunció a la línea 144. Un equipo multidisciplinario del gobierno salteño la ayudó para que pueda irse hasta Tucumán, donde viven sus hermanas, para tener dónde instalarse. La ayudaron a tramitar el DNI porque su ex pareja se lo había destrozado. Dos policías la acompañaron para tomar el colectivo y viajar: “Señora, no vuelva más. Esos tipos no cambian más”, la despidieron en la terminal.
Rondón también viajó a Tucumán. La siguió y se metió en el edificio. Reconoció el departamento porque Fátima había dibujado una flor en la puerta: identificó su puño y letra. Hizo copias de las llaves y se instaló en el departamento. Ella fue un sábado a denunciarlo a la Comisaría de la Mujer, pero los fines de semana no atendían. Volvió el lunes. No la ayudaron, le dijeron que tenía que realizar trámites y pericias para ratificar la denuncia. Entre el trabajo y las tareas de la casa, no podía hacer todo eso sola. Él seguía instalado. Ella evitaba ir a su propia casa y pensó en denunciarlo otra vez, pero como no había logrado ratificar la denuncia, supuso que sería retenido apenas unas horas.
Un día, Rondón le dijo que tenía que volverse a Salta. Ella fue a trabajar y recibió un mensaje de él que decía que había llegado a esa provincia. “Ahí bajé la guardia”, dice Fátima, que volvió al departamento ese 15 de mayo de 2019 y despertó del coma 15 días después.
Ahora que su caso volvió a exponerse, a Fátima le escribieron muchísimas mujeres que también padecen violencia. “Si tuviera una casa grande las invitaría a todas para que puedan salir, irse de esos lugares donde son violentadas pero que no pueden abandonar porque no saben a dónde trasladarse. Hace falta que el Estado asista a las víctimas para que puedan salir de sus casas. Sólo quienes pasamos por esas violencias sabemos lo que significa ese terror”, dice.
Su deseo inmediato es que se prorrogue la prisión preventiva y tener ayuda para instalarse mejor con sus hijes. “Mi nena camina de costado mirando que nadie la siga, se asusta con las sombras, con las personas, con las pesadillas. Siempre le digo a mis hermanas que los 10, 15 o 20 años que le den de condena será el tiempo que tendré para vivir tranquila y tratar de ser feliz. Cuando lo suelten tendré que salir para otro lado, huir para que no me mate”.