A principios y mediados de la década de los 80´s, con dictadura y democracia retornada, las Bay Biscuits aullaban “Hércules, Hércules/ya no hay hombres como vos”, las Gambas al ajillo se vestían de monjas un tanto revoltosas en el Parakultural, una chica atada a un elástico de cama personificaba la tortura a embarazadas en los centros clandestinos de detención del Proceso durante una marcha de la Resistencia, Monona era bajada por policías durante un show de los Redonditos de Ricota por quedarse desnuda, Ruth Mary Keller del sindicato de meretrices de Argentina (AMMAR) marchaba codo a codo con Ilse Fukova (primera lesbiana en charlar del tema con Mirtha Legrand) y Patricia Pietrafesa (en esos años muy jovencita, editora de Resistencia, primer fanzine punk de Argentina) contra los edictos policiales. Cada marcha era una corrida que solía terminar en el calabozo, y en cada uno de estos actos había personas que nos amenazaban, nos sacaban fotos, nos corrían. El enemigo estaba clarísimo, tanto en dictadura como en la incipiente democracia: eran personas que habían sido muy felices durante la represión y no veían con agrado el “destape” o “libertinaje”. En definitiva: no nos soportaban.
En aquella prehistoria no había internet, casi ni andaban los teléfonos, se escribía contrarreloj en máquinas de escribir ruidosas y lo que sí teníamos en cuenta eran nuestros cuidados al asistir al Parakultural o a una marcha: había un sistema de postas donde debíamos presentarnos, sino se sabía que habíamos caído detenidxs y generalmente algún organismo de Derechos Humanos prestaba sus abogados, o algún familiar o alguien de la vecindad.
Ahora ya casi ni necesitamos caminar: con conseguir un cibertrabajo comemos, pagamos las cuentas y tenemos sexo –virtualmente, eso sí- sin movernos de la silla.
Y asistimos al fenómeno del denunciante serial.
Lo que pasó con la compañera que realizó la performance sobre el “aborto de la virgen María” (así se conoció, por lo menos) fue lapidario. Dado que figuraba en Facebook con un apodo algunas personas se tornaron en investigadores veloces y expusieron en tweets y mensajes vía Facebook su nombre y apellido, su DNI, su CUIT, su cargo como profesional, fotos, fotos de sus amistades, el nombre de sus padres y todo aquello que pueda imaginarse.
No conformes con ello comenzaron a circular los petitorios vía Change.org para que la echen de su trabajo “porque es psicóloga infantil”.
Porque es funcionaria pública.
Porque es…
No tuve acceso a su CV, no tengo ni idea de su formación, años de experiencia, la adhesión que logra en sus tratamientos: eso no parece tener ninguna importancia. En algún muro se sugirió incluso que se dedica a los niños para “adiestrarlos”. Un sacerdote definió su acto como “diabólico” y solicita de las autoridades –terrenales- “un castigo ejemplar” ya que “pedimos que se detengan la demencia y la anarquía”.
Y muchos, muchos sonríen satisfechos: celebran el freno a las genuinas denuncias contra acosadores, violadores, abusadores sexuales. No, no bajo el manto de la performance, no como un hecho artístico, sino jodiéndole la vida a cantidad de mujeres de distintas edades.
Este “Gran Hermano” no es nuevo –la chica que pintó el patrullero durante el tetazo también fue escrachada, por poner un ejemplo- pero si evidencia un nivel de odio, intolerancia y violencia latente cada vez más profundo. Se avanza contra la intimidad de una persona, contra su derecho al trabajo, contra su familia, contra su capacidad.
No es mi objetivo opinar sobre la performance en sí: desde que soy pequeña aprendí que un acto artístico puede no gustarme, puedo no mirarlo, ni ser actriz del mismo. Somos muchas personas en el mundo para ser tan uniformes, cada una encontrará su canal de expresión como mejor le parezca en tanto y cuanto no lesione o atente contra la vida de terceros.
Pero no deja de llamarme la atención con que liviandad se opina sobre la vida de las personas sin tener el mínimo fundamento. Entiendo que la compañera asistió a la marcha y realizó una performance como mujer, no como Psicóloga Infantil. No pude leer ni escuchar nada sobre los motivos del acto. Imagino que por un tiempo no podrá ir a comprar siquiera pan sin miedo.
Nos están llevando a un punto de enfrentamiento peligroso, manipulador, siniestro.
Ante la diferencia, la sanción.
No estaríamos en este punto volviendo a los 90´s. Más bien, estaríamos volviendo a las cavernas…
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