Reconstruimos el minuto a minutos del operativo que terminó con la muerte de Santiago Maldonado. Los gendarmes avanzaron a los tiros cuando la ruta ya estaba despejada, persiguieron a los manifestantes hasta el río y uno de ellos estuvo a punto de tirarse al agua para seguir persiguiéndolos.
El comandante Juan Pablo Escola, segundo jefe del Escuadrón 36 de Esquel, dio la orden de abrir fuego. L a cacería empezó con los estallidos de las escopetas Batán calibre 12.70. Los gendarmes apuntaban al grupo de entre ocho y diez encapuchados que habían abandonado el corte sobre la ruta 40 y se resguardaban en la casilla de guardia de la Pu Lof en Resistencia.
—Vamos, señores, avancen. No corran.
La hilera de uniformados cubría todo el ancho de la ruta. Al frente iban los que tenían casco y chaleco. Detrás de ellos, los que no tenían protección. Cerca de las 11:20 de la mañana del 1 de agosto de 2017 Escola avanzaba a pie detrás de sus subordinados gritando órdenes. Había quedado al mando del operativo unos minutos antes, cuando el jefe del Escuadrón 35 de El Bolsón, Fabián Arturo Méndez, le había avisado que se retiraba para ir al baño.
Escola se comunicó por radio con el cabo primero Andrés Alberto Ahumada, que seguía al grupo al volante de una Ford Ranger. El conductor pidió permiso para avanzar. Dio cuatro toques cortos a la bocina y los gendarmes abrieron paso. Ahumada aceleró y quedó al frente.
—¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Escola y todos corrieron detrás de la Ranger.
Los manifestantes escaparon hacia el río en abanico. Entre ellos estaban Santiago Maldonado y Nicasio Eusebio Luna Arratia, un joven folclorista chileno que unas noches antes había tocado en un festival de El Bolsón. Santiago retrocedió unos metros para buscar su mochila, que había quedado en la casilla de guardia. Luna Arratia también había dejado la suya en la casilla pero no volvió a buscarla.
Una foto de Gendarmería registró el momento de la huida: el joven tatuador de 28 años, vestido con la campera azul que le habían prestado esa mañana, corre a unos metros de otro encapuchado, que sería el músico chileno. Es la última imagen de Santiago vivo.
Santiago y Luna Arratia eran los únicos dos del grupo que no eran Mapuche. Habían llegado a la comunidad el día anterior para apoyar el reclamo de la comunidad. Por la tarde participaron del corte de la ruta 40: atravesaron troncos, ramas y piedras y encendieron un fuego sobre el asfalto.
Los primeros grupos de gendarmes de El Bolsón y Esquel llegaron alrededor de las 18. Tenían la orden del juez federal de Esquel Guido Otranto de liberar el corte. Un grupo se ubicó al norte, en el cruce de las rutas 40 y ex 40. El otro se apostó algunos kilómetros al sur, frente al casco de la estancia Leleque de Benetton. Los gendarmes desviaron el tránsito y la comunidad quedó aislada.
Por la noche los manifestantes abandonaron el corte y se refugiaron del frío en la casilla de guardia, a unos 10 metros del alambrado que separa el territorio Mapuche de la ruta 40. El comandante Méndez -en ese entonces a cargo del operativo- dio la orden de retirar las barricadas. Los gendarmes avanzaron a pie en la oscuridad y sacaron los troncos, las ramas y las piedras. Los siguieron una camioneta Ford Ranger con las luces apagadas.
Santiago y el cantante chileno pasaron la noche junto a algunos Mapuche en la casilla de guardia de la comunidad, el único lugar permitido para los visitantes. Esa noche nadie durmió: según contaron los que estaban ahí, los gendarmes pasaban apuntando con reflectores, se metían en territorio y disparaban en la oscuridad.
La mañana del 1 de agosto volvieron a cortar la ruta. Alrededor de las 11 el comandante Méndez se acercó hasta la camioneta Ranger donde estaba el comandante Escola, de Esquel, y le entregó el mando. Le explicó que necesitaba ir al baño, se subió a un vehículo y se fue. Escola dio la orden de avanzar.
—Fuego libre —gritó.
Los manifestantes cruzaron el alambrado y se refugiaron en la casilla de guardia.
Unos minutos después de las 11.30 el sargento Orlando Federico Yucra, un mendocino con 22 años de servicio en la fuerza, fue el primero en saltar la tranquera. Cargaba un chapón que había encontrado al borde de la ruta y que usaba como escudo. Lo seguían el cabo Aníbal Cardozo, uno de los escopeteros del grupo, y otros ocho o nueve gendarmes. Los disparos sonaban sin interrupciones.
Mientras el grupo se adentraba en territorio mapuche, otros rompían el candado de la tranquera para abrir paso a dos camionetas Ranger y un camión Eurocargo con varios uniformados. Eran 45 gendarmes con escopetas, palos y piedras contra una decena de jóvenes que corrían desesperados.
La Ranger que manejaba el cabo Andrés Ahumada avanzó por el camino de tierra y llegó hasta a unos pocos metros de la colina que baja hacia el río. Desde ahí vio dos caballos atados a unos treinta metros al sur y se dio cuenta que los Mapuche los podían montar para escapar. Dio marcha atrás y retomó el camino. Dobló hacia el sur y avanzó paralelo al río. Cuando volvió a ver los caballos ya había dos personas arriba de ellos. El Eurocargo y la otra Ranger, que manejaban el suboficial principal Lucio Buch y el primer alférez Martín Lozano, llegaron casi hasta la colina, cerca de la zona donde están las rucas, unas precarias casas de madera, chapa y lona donde viven los Mapuche.
Durante la persecución los gendarmes se dividieron en dos grupos que llegaron hasta la orilla: tres o cuatro por un lado y seis o siete por el otro. El horario de las pocas fotografías que tomaron dentro del terreno y de las declaraciones de los gendarmes confirman que llegaron a la vera del río pocos minutos -o segundos- después que los manifestantes.
En el primer grupo estaban Yucra (el gendarme que llevaba el chapón), el cabo Darío Zoilán, armado con una escopeta con cartuchos antitumulto, y el subalférez Emmanuel Echazú. “Del otro lado del río había dos caballos con un jinete en cada caballo”, escribió Zoilán en su informe ante el Ministerio de Justicia. En una declaración grabada admitió haberle disparado a un hombre que cruzaba el río.
Yucra declaró ante el juez Otranto que cuando llegó a la orilla vio a un hombre metido en el río con el agua hasta la cintura. “Solamente le vi la espalda”, explicó. Contó que una silueta avanzaba lento entre medio del sauzal hasta la otra orilla. Echazú dijo que no alcanzó a ver a ningún manifestante cruzando el río, que solo escuchó algunas voces.
El segundo grupo alcanzó el agua unos treinta metros río abajo: el primer alférez Daniel Gómez y tres subordinados, el sargento Juan Pelozo y los cabos Ramón Vera y Cecilio Fernández. Dos o tres uniformados más se quedaron unos metros más arriba. Entre todos los gendarmes cubrieron alrededor de 40 metros de costa.
El primer alférez Gómez se paró en la parte superior de la lomada. Contó que desde ahí vio a dos hombres que cruzaban el río y escuchó a uno de sus hombres que gritó: “Tenemos a uno” o “acá hay uno”. Y explicó que cuando bajó vio a otro manifestante metido en el río entre los sauces con el agua a la altura de la cintura.
Vera se sacó la campera para meterse al río. Según contaron sus compañeros, quería perseguir al encapuchado. Fuentes con acceso al expediente sospechan que podría haber intentado rescatarlo.
—No se tire —le ordenó Gómez.
Pelozo, que también había amagado con meterse al río, desistió al escuchar la orden que el jefe le daba a su compañero. Ante el juez Otranto, la fiscal Silvina Ávila, un defensor público, abogados de la querellantes, de Gendarmería y del Ministerio de Seguridad, Pelozo contó que durante el tiempo que estuvo en el la orilla vio a dos hombres que cruzaron hasta el otro lado, les tiraron piedras a los uniformados, se subieron a dos caballos y se fueron. Él llevaba una escopeta, pero dijo que no llegó a disparar porque se le había trabado antes de entrar en territorio Mapuche. Ninguno de los gendarmes pudo recordar cómo estaban vestidos los que cruzaron el río.
Varios de los agentes coincidieron en que estuvieron alrededor de cinco minutos en la orilla. El análisis de los GPS de los celulares -en caso de arrojar datos positivos- podría confirmar o desestimar esta versión. La declaración de los Mapuche o del músico chileno también podría aportar más información sobre lo que pasó en la orilla del río.
El comandante Escola, a cargo del operativo, dijo que nunca llegó al río. Sin embargo, varios gendarmes contaron que él dio la orden de replegarse. El otro grupo regresó al territorio por orden del primer alférez Gómez. Los gendarmes que estaban en la orilla se encontraron con sus compañeros arriba de la pendiente, junto al camión y una de las camionetas y formaron un cordón de seguridad. Un grupo de agentes había prendido fuego una de las rucas , colchones y juguetes de los niños. En la caja de una camioneta cargaron todo lo que encontraron: alambres, herramientas, nylons.
Hacia la ruta, en la casilla de guardia, los gendarmes le tomaron los datos a dos mujeres Mapuche que estaban con sus hijos. Otros acomodaron en el piso todos los elementos secuestrados para sacarle fotos: volantes, celulares, martillos, serruchos, hachas, machetes y otras herramientas de trabajo. Unos días más tarde, la foto aparecería en un portal nacional bajo el título “Violencia, anarquía y apoyo externo: el perfil de dos grupos mapuches que tienen en vilo a Chile y la Argentina”.
Un enfermero atendió al subalférez Echazú, que tenía un herida en el pómulo derecho. El gendarme contó ante un representante del Ministerio de Seguridad de la Nación que antes de cruzar la tranquera había recibido un piedrazo en la cara. Ese fue el argumento esgrimido por Gendarmería para justificar la invasión al territorio Mapuche, ya que la orden judicial solamente los habilitaba a despejar la ruta. Echazú dijo que al recibir el piedrazo le entregó el arma al cabo primero Ernesto Yáñez, quien también fue herido durante el operativo.
La fiscal Silvina Ávila pidió un peritaje para determinar -a partir de las radiografías y las fotos en las que se lo ve sangrando- si la herida de Echazú fue causada por un piedrazo o durante un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con un manifestante. Después de las curaciones, Echazú se encerró en una de las camionetas Ranger y redactó el acta del operativo.
Gendarmería abandonó la comunidad alrededor de las 18.30. Afuera, frente a la tranquera, se habían reunido representantes de organismos de derechos humanos y otras personas que llegaron desde El Bolsón y Esquel alertados sobre la represión en la comunidad. Unas horas más tarde cuando los Mapuche que habían escapado volvieron a la comunidad descubrieron que faltaba una persona: el Brujo, el joven tatuador de rastas que había llegado a la comunidad para apoyar el reclamo. En ese momento nadie conocía su nombre. Era Santiago Andrés Maldonado.