Por Luciano Bravo-Muy Pute*
Foto: Lara Otero (Marcha del Orgullo 2018)
Desde que soy chico recuerdo que las representaciones que tenía sobre el “ser gay” eran únicamente las que miraba en la TV y, como ya sabemos, no eran las más inclusivas o genuinas. Eran, más bien, estereotipantes y expresadas por personas cis-heterosexuales que ridiculizaban todo: la voz, el lenguaje corporal, la vestimenta.
Durante mi adolescencia veía películas, series y publicidades donde las personas disidentes que salían del clóset tenían una respuesta siempre positiva por parte de su entorno. Su familia les apoyaba, sus amigues les acompañaban.
A medida que fue pasando el tiempo desde el marketing y la publicidad comenzaron a usar ese tipo de historias felices para vendernos sus productos. Familias heteronormadas que aceptaban a sus hijes. Felicidad envasada y, como tal, efímera.
En estos últimos años las marcas, medios de comunicación y grandes empresas (de cualquier servicio) redoblaron la apuesta: tomaron una enorme iniciativa y decidieron involucrarse definitivamente con las vidas de las personas LGBTIQNB+. Hicieron lo que todes esperábamos que hicieran y por lo que deberían ser reconocidas y aplaudidas: pusieron sus logos con un fondo arcoiris. Todes en shock, lo sé. Se la jugaron por completo.
Y así es como año tras año vemos en todas las redes sociales y medios tradicionales de comunicación, publicidades hechas para emocionarnos. Pero también para que las personas disidentes nos veamos reflejadas ahí, para que proyectemos una posible vida o momento en lo que nos están vendiendo. Y eso es peligroso.
Que la mayoría de las personas que aparecen en esas publicidades sean cis, blancas y delgadas nos habla de la mínima representación que alcanzan, de lo poco que se cuestionan los mensajes que transmiten y de lo mal asesoradas que están las empresas.
La violencia intrafamiliar está muy presente en la vida de personas LGBTIQNB+, la violencia escolar y los ataques de odio también. Sabemos, por los recientes debates acerca de la Ley de IVE, que muchas provincias son extremadamente conservadoras y están en contra de “la ideología de género”, la Educación Sexual Integral, la Ley de Matrimonio Igualitario y de Identidad de Género. ¿Qué puede pasar si una persona disidente se siente interpelada por alguno de esos mensajes publicitarios y decide “salir del closet” sin analizar cómo es su entorno cercano?
Porque el problema de “vender felicidad”, en este caso, es cuando quienes la compran no están en las mismas condiciones y su contexto es peligroso al punto de llegar a lastimarle mental o físicamente. Necesitamos representaciones más realistas y las empresas tienen que dejar de usar nuestras vidas para vender.
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También encontramos realidades donde la “salida del closet” no se da por elección propia o estimulada por estrategias de marketing, sino que alguien decide exponer la privacidad de una personas LGBTIQNB+ y cuenta acerca de su orientación sexual o identidad de género.
Esta práctica llamada “outing”, que se replica desde hace mucho tiempo, es muy frecuente en programas de TV donde panelistas y periodistas cuentan como “noticia” o “primicia” la orientación sexual o identidad de género de una persona famosa, escudándose en que debe ser algo sobre lo que debemos hablar con total “normalidad”, sin tapujos ni prejuicios. Pero, entonces, ¿por qué es noticia?.
Meterse en la vida privada de alguien y sacar a la luz algo tan complejo como lo es la identidad es violento y debe haber un previo consentimiento de la persona en cuestión. Nuestras vidas no son una “primicia” ni un “chimento” que se puede ir develando como si se hablara del pronóstico. Y no porque haya que esconder estos temas, sino porque toda persona tiene derecho a la privacidad y cada quien tiene que poder decidir si contarlo públicamente o no. Ojalá googlearan consentimiento, sería un primer paso.
El año pasado, la panelista Yanina Latorre contó en el programa LAM que, aparentemente, Karina Jelinek es lesbiana. Basando su afirmación en “fuentes confiables” y en que Karina se mostraba en redes sociales “muy cerca” de una amiga, muy afectuosa. Karina salió a defenderse y a negar lo que se decía, a lo que Latorre remató con una amenaza: “Tengo mucho más y te estoy cuidando”.
Las redes sociales se hicieron eco de este “outing” repudiando a Latorre. A las horas, Karina contó que su hermana se había enojado por lo que sucedió en el programa, la había bloqueado y sacado del grupo de whatsapp familiar.
Pensemos, entonces, este mismo ejemplo en un contexto no televisivo. Pensemos en une niñe sufriendo esa exposición en su colegio o en une adolescente siendo violentade por sus compañeres. Pensemos en una familia que violenta y expulsa a su hije por su identidad de género u orientación sexual. ¿Por qué exponer a alguien a transitar esas experiencias? ¿Para qué poner en riesgo la integridad de una persona sólo por “curiosidad” o por ir con un “chisme”?
Es momento de cuestionar cómo nos relacionamos con otres, teniendo precaución en lo que hacemos y decimos. Porque podemos tener las mejores intenciones de acompañar a una persona LGBTIQNB+, pero si la persona no quiere ser acompañada por nosotres, tenemos que respetar y tomar distancia. Acompañar no desde la imposición y la presión, acompañar desde el entendimiento y, por qué no, desde la distancia.
Y sí: los “closets” no deberían existir. No debería ser “necesario” estar dentro de uno o sentir que debemos salir. Pero hay tantas realidades como personas en el mundo y el acuerdo colectivo debe ser cuidarnos entre nosotres, acompañarnos y “frenarle el carro” a quien sea que ponga en riesgo la integridad de otre. Porque nadie debe obligar a otre a exponerse.
Por cierto, hoy 28 de junio es el Día Internacional del Orgullo y lo único que tengo para decir es que desde el 11 de marzo, todos los días, nos estamos preguntando y le preguntamos al Estado: ¿DÓNDE ESTÁ TEHUEL?
*Luciano Bravo es diseñador gráfico, puto y cordobés y el creador de Muy Pute, una cuenta de divulgación gráfica de contenido disidente, de derechos humanos, política y salud mental. Lo más importante: memes.