Abrazando la esperanza de encontrar el cuerpo de su hijo Daniel, murió Gualberto Solano. Se fue en la madrugada, estaba internado en la ciudad de Salta, donde fue operado de una hernia. La intervención se complicó porque su cuerpo ya estaba agotado. Fueron seis años de búsqueda, de huelgas de hambre, de vivir en condiciones precarias en un acampe bajo los intensos fríos patagónicos, de angustia por la ausencia del hijo, y el destrato de las instituciones.
Por Carolina González/Fotos: Pablo Leguizamón (portada) y Cristian Bonin
“Sólo quiero volver a mi casa, en un mes me dan el cuerpo y me lo llevo a Salta para sepultarlo”, le dijo a esta reportera en julio de 2013. Era invierno, en la capital rionegrina se había organizado una marcha y luego la proyección del documental Daniel Solano, Golondrina Ausente. A esa altura, el cuerpo de Gualberto ya cargaba con las consecuencias de un accidente cerebro vascular.
Por aquel entonces, tenía esperanzas. Creía firmemente que el cuerpo de su hijo estaba en un jagüel en la estancia La Manuela en Choele Choel y que sería sólo un trámite conseguir la autorización para la exploración del pozo y siguiente extracción.
Pasaron cuatro años y medio desde ese momento, pero mucho más tiempo si se lo contabiliza en trabas burocráticas, operaciones políticas y desvíos en la investigación. La causa incluso paseó dos años por el fuero federal para volver exactamente al mismo lugar de inicio.
Finalmente el año pasado se consiguió la autorización para descender al jagüel y buscar el cuerpo. Este año se logró el financiamiento y bajo cuarenta grados de temperatura en enero, comenzaron las tareas de exploración del jagüel.
Durante un mes las maquinas extrajeron sólo barro y chatarra. En esos montículos de desechos un grupo de antropólogos forenses buscó rastros de Daniel. Por 30 días, Gualberto observó los trabajos atentamente, silenciosamente.
El 24 de febrero, las maquinas volvieron a Salta, los antropólogos a su ciudad de origen, Rosario. Supuestamente, la búsqueda se suspendía por 15 días. En el fondo todos sospechábamos que era el principio del fin.
“Ojalá que algún día se logre encontrarlo, no sé, quizás en 40 años, cuando estemos muertos todos los que nos vamos muriendo de a poco con Daniel”, dijo ese día el cura párroco y amigo de la familia, Cristian Bonin.
El pozo donde se supone están los restos de Daniel fue sellado por razones de seguridad. La loza que recubre el jagüel, quizás la última morada de su hijo, la hizo Gualberto con sus propias manos.
Gualberto se murió de a poco. “La de Gualberto es una muerte de la cual es responsable la justicia y la política de Río Negro”, dijo a Cosecha Roja Sergio Heredia, el abogado de la causa, el amigo de la familia, otro luchador incansable en una pelea que no parece tener fin.
“Lo entierro a Gualberto y salgo para (General) Roca, voy a hacer que se condene a los siete policías a perpetua, por asesinos”. La voz furiosa de Heredia habla de un juicio que está en marcha, que lleva cerca de 10 audiencias y en donde se escucharon los relatos de cuarenta de los 370 testigos.
“Gualberto murió dos días antes de que se cumplan 77 meses de la desaparición de su hijo. Era un padre silencioso, que caminaba buscando sin decir nada. Murió así, silenciosamente casi pidiendo permiso, se reencontró con su hijo, eso es lo que nos reconforta”.