Murió niña embarazada en Guatemala

Carolina Gamazo – Plaza Pública.-

La niña de 13 años, originaria de una aldea de Livingston, llegó el 1 de enero al hospital de Puerto Barrios, con ocho meses de embarazo y eclampsia. Maritza ya no iba a la escuela, había sido obligada a convivir con el muchacho que luego la embarazó. Su padre cree que todo lo que sucedió fue por una maldición. Su historia pone al sistema contra las cuerdas, otra vez, y evidencia la incapacidad del Estado para cumplir con sus compromisos. El 7 de enero, Maritza murió.

En la madrugada del 1 de enero de 2014 ingresó al hospital de Livingston Maritza Caal Cholóm, una niña q’eqchi’, que llegaba desde la aldea Cerro Blanco, jurisdicción del municipio de Livingston en el departamento de Izabal. La niña convulsionaba y había perdido la conciencia. El Centro de Atención Integral Materno Infantil (CAIMI) de Livingston, a pesar de contar con quirófano, no tiene equipo para anestesia, así que después de tratar de estabilizarla, la enviaron al hospital de Puerto Barrios, a media hora en lancha.

Allí, tras examinarla, los médicos optaron por quitarle la matriz, pero Maritza no resistió la cirugía y, después de seis días en coma, murió. Según el parte médico falleció de eclampsia, una enfermedad que se presenta en una de cada 3mil embarazadas y que supone fuertes convulsiones derivadas de un alto incremento de la presión arterial. El bebé, que cuando la niña llegó a Livingston seguía con vida según constató una de las enfermeras de ese centro, tampoco sobrevivió.

En Guatemala, 2,609 niñas de 10 a 14 años dieron a luz en 2013, según registra el Ministerio de Salud, una edad en la que cualquier relación sexual es tipificada como violación “aun cuando no medie violencia física o psicológica”, tras la aprobación de la Ley de Contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas en 2009 (decreto 9-2009), que elevó de 12 a 14 años la edad en la que se considera que la menor es víctima del delito- tras la modificación del artículo 173 del Código Penal.

También fue cambiado el artículo 174, según el cual la violación es considerada como delito agravado cuando la víctima resulta embarazada. Es a los 14 años cuando según el artículo 81 del Código Civil, una mujer es apta para contraer matrimonio, dos años por debajo de los hombres, que pueden casarse, según la ley guatemalteca, a partir de los 16 años.

Además, en septiembre de 2012, se aprobó una ruta de atención a niñas y adolescentes embarazadas con una carta interministerial para el abordaje de la “Atención integral de embarazos en niñas menores de 14 años”,  que involucra al Ministerio de Desarrollo Social, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Salud, la Secretaria contra Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas (SVET) y la Procuraduría General de la Nación (PGN).

“Ahora, al momento en que una niña embarazada llega a dar a luz, el doctor está obligado a notificar al Ministerio Público y a la Procuraduría General de la Nación para que inicien dos procesos: El de protección y el proceso penal, quien tuvo relaciones con esa niña debe responder penalmente”, explica Erick Cárdenas, procurador general de la Niñez de la PGN.

De momento, la PGN recibió 961 denuncias por embarazos de menores de 14 años en 2013. Un 37 por ciento del total de los 2,609 embarazos reportados por la cartera de Salud. Aunque, según Cárdenas todas estas denuncias fueron enviadas al MP y según lo tipificado en el artículo 174 del código penal todo embarazo en una menor de 14 años es considerado una violación agravada, el Ministerio Público sólo registró en 2013 393 denuncias con delito agravado.

Según la información proporcionada por la Unidad de Delitos Sexuales de la Fiscalía de la Mujer de Ministerio Público  esta divergencia de cifras entre la PGN y el MP puede ser debido a que “en muchos casos se trata de violación (porque así está tipificado)  pero el que comete la violación es también menor de edad (que según la ley es inimputable)”.

Vilma González Chacón, titular de la Fiscalía de la Mujer, informa que en el Ministerio Público está en investigación un 75 por ciento de las denuncias que han llegado en 2013 (1,709 denuncias por violación a mujeres menores de 14 años).  González agrega que los casos que se ven en la ciudad son diferentes a los casos del interior, donde están más vinculados a la cultura, la educación y las costumbres.

“No es tan sencillo qué hacer en el área rural con estos casos, porque si bien es cierto que no existe madurez física ni psíquica, la realidad social supera a la normativa”, reflexiona Carlos Menchú, coordinador de los juzgados de Niñez y Adolescencia del Organismo Judicial.  “Por supuesto, hay casos que definitivamente son perseguibles. Hay que analizar uno por uno. No son blancos o negros. Aunque la norma es clara y no hay tema de interpretación, la ley dice que todas las relaciones sexuales de menores de 14 años son violación, tenemos que evaluar si al Estado le interesa tener a otro adolescente privado de libertad o no, para mantener la paz social”, explica.

“Ese imaginario social de que es cultural, eso es lo que tenemos que cambiar”, dice Mirna Montenegro, del Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva, para quien el número de denuncias recibidas desde que se aprobó esta ruta ha supuesto “un gran avance”. “Esto sucede porque la niña sigue siendo propiedad del hombre de la familia. Tiene que ver con la cultura, tiene que ver con la condición de género que no van más allá de querer casarse y tener hijos”, lamenta Montenegro.

La historia de Maritza, de quien no hay una sola fotografía, es una más de estas historias donde no hay blancos ni negros. Una historia de grises en la Guatemala profunda y olvidada.

Por miedo a una maldición

A la aldea Cerro Blanco sólo se puede llegar a través del mar Caribe. Está ubicada a una hora y media en lancha desde Livingston; al llegar a la aldea Barra de Sarstún, ya en la frontera con Belice, la lancha todavía debe desviarse unos kilómetros más, río adentro,  hasta un descampado llamado La Playa de Cerro Blanco. Allí, comienza el ascenso de cinco kilómetros hacia el cerro por un camino pantanoso y enlodado, a través de la selva, por el que únicamentees posible transitar a pie.

La aldea se ubica al otro lado de la cumbre del cerro. Allí habitan 70 familias q’eqchi’es, que viven en cabañas construidas con palos de naranjo o de árbol Santa María, techadas con hojas de corozo. El suelo de toda la aldea está cubierto de monte. Las mujeres llevan camisetas con tirantes, faldas plisadas, el cabello recogido en colas bajas, con grandes aretes que les cuelgan hasta el cuello y collares de pequeñas bolas de colores. Muchas de ellas van descalzas, mientras que los hombres calzan botas de hule. Decenas de patos y chompipes recorren la aldea, atravesada por un riachuelo.

Según un estudio sobre condiciones de vida, elaborado para el Pacto Hambre Cero con datos del censo de 1994, Cerro Blanco tiene un 10 por ciento de la población en pobreza extrema. A pesar de la dificultad para el acceso, cuenta con tierra fértil siembran maíz y frijol, chile, cardamomo, tomates o piñas que dos veces a la semana bajan a vender a Livingston. Según este informe, un 55 por ciento de los habitantes de la aldea sufre de desnutrición crónica.

Es uno de esos lugares que se mueven a un ritmo diferente, ajeno a toda la ebullición de los núcleos urbanos. Podrían estar en el siglo X o XV, funcionando a través de costumbres rígidas. En Cerro Blanco la población es monolingüe q’eqchi’, emigrados desde Alta Verapaz, entre todos los entrevistados sólo el maestro y el enfermero podían hablar español.

Casada a los doce

Maritza Caal se unió en 2012, con 12 años. Gerardo Chuc, de 18, la había visto por la aldea, y siguiendo la costumbre de las comunidades de la zona pidió a sus padres que fueran a hablar con los de Maritza para pedir su mano. La primera vez que Luis Chuc, el padre del joven, habló con Marcelino Caal éste se negó, por considerar que su hija era muy pequeña. La segunda vez, a pesar de los llantos de la niña, que no quería unirse con nadie, su padre accedió.

-¿Por qué aceptaron la segunda vez? -se le pregunta a Marcelino Caal Coc.

-Por miedo a una maldición

-¿Qué tipo de maldición?

-Que le sucediera algo malo.

-¿Algo malo como qué?

Marcelino Caal se pone nervioso y el ambiente comienza a tensarse en la recepción de la nueva clínica de la aldea, terminada hace un mes con fondos de la Unión Europea. A diferencia del resto de las casas de la aldea, está hecha con cemento y lámina. Para hablar del suceso, Marcelino ha solicitado la presencia de los padres de Gerardo, el ahora viudo de su hija. Además, están las dos comadronas de Cerro Blanco, el presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE), el enfermero, el maestro, y Olga Cabnal, técnica de Fundaeco, quien nos acompaña en la visita y quien hace las veces de traductora.

A la pregunta sobre qué le podría suceder a la niña en caso de que rechazaran por segunda vez su matrimonio, los padres de Gerardo, el padre de la niña, y Concepción Cholóm, la comadrona de mayor edad hacen varios comentarios cortantes en q’eqchi’. La otra comadrona, más joven, se levanta y abandona apresurada la clínica.

-Dicen que hablar sobre eso, puede traer consecuencias. Indica la traductora.

Olga Cabnal, de hecho, lo ha explicado mientras ascendíamos el cerro. La tradición en estas aldeas es que las niñas son “pedidas” a partir de los 14 años. Los padres las entregan en matrimonio, principalmente, por la extrema pobreza en la que viven, con un aproximado de ocho a 12 niños por familia. Permitir que una de las hijas se case, supone una boca menos que alimentar.  “El otro motivo  por el que las dan tan jóvenes en matrimonio es que en la comunidad manejan el tema de la brujería”, relata Cabnal, originaria de la aldea Lagunita Salvador, también de Livingston. “Cuando hay una persona que llega a pedir la mano, pasan tres veces y si el papá no responde insisten, y él ya decide con el temor de que si se niega le van a hacer brujería y se va a volver un poco loca. La comunidades creen eso”. Esta añade que las niñas se “unen” hasta que cumplen la mayoría de edad, que es cuando habitualmente contraen matrimonio.

La tensión la corta Luis Chuc, el suegro de Maritza, quien ha llegado con su esposa en representación de su hijo Gerardo. Ambos entran en la clínica con la cabeza baja y no alzan la mirada en las dos horas que dura la reunión.

–De mi nuera sólo supe que estaba embarazada cuando ella me contó. Yo le sugerí que tuviera control, que se cuidara. Nos dijeron que en febrero tenía que dar a luz, tanto la comadrona como el hospital de Livingston nos dijeron que en febrero. Pero el 31 de diciembre le agarró esa enfermedad que no se podía levantar. En la tarde no podía moverse, las piernas no se le movían, Cuando salió afuera no estaba consciente. Yo nunca había visto algo así, le entró un ataque, estaba descontrolada, empezó a hacer fuerza, a temblar– recuerda Chuc, sin dejar de jugar con un retazo de tela. Su esposa, Carmen Chuc, de cabello cano,  continúa el relato de aquel día.

–Ella dijo que se encontraba mal, yo le pregunté si le dolía la columna, porque cuando llega el parto le duele a una la columna, y me dijo que sí, pero cuando ella dijo que quería ir al baño las piernas ya no le funcionaban, la llevamos a la cama y solo respondía con la cabeza-. Martín Chub, el enfermero de la aldea agrega que cuando él atendió a la niña, ella tenía una presión arterial de 145 sobre 80, cuando lo normal es 120 o más baja.

Aquel día llamaron varias veces a la clínica médica Refugio Internacional, de la organización estadounidense Refuge International, ubicada en la barra de Sarstún, pero nadie respondía. Según les informaron otros habitantes de la aldea, ésta permanecería cerrada hasta el 6 de enero de 2014 por las vacaciones de navidad. Temían navegar en la noche, es peligroso, entonces Marcelino Caal cuenta que esperaron a las tres de la madrugada para comenzar a preparar la hamaca que haría las veces de camilla. En Sarstún, consiguieron la lancha del Refugio Internacional, con un motor más potente, para llegar más rápido a Livingston. Pero no fue suficiente.

Maritza fue operada en Puerto Barrios a las 9 de la mañana del día siguiente, 14 horas después de que empezó a convulsionar. Maritza estuvo seis días en coma, antes de morir.

Según datos ofrecidos por el Ministerio de Salud, en 2013 murieron 407 mujeres durante el embarazo o el parto, 81 de ellas eran menores de edad. Las causas más comunes de las muertes maternas son la eclampsia y la atonía uterina. Según el Minsal solo dos de estas muertes fueron de niñas menores de 14 años. No hablan de subrregistros, de cifras negras, de las niñas que quizás no lograron llegar a un hospital.

La condena de la pobreza

Los embarazos y partos de menores de 14, son más peligrosos, tanto para ellas como para los recién nacidos.  “Existe mayor riesgo de aborto y de desnutrición en la madre y en el bebé, casi el 60 por ciento de los hijo de madres menores de 14 años tiene riesgo de bajo peso al nacer, también se presentan anomalías congénitas del tubo neural – niños con discapacidades-“, expone la doctora Mirna Montenegro, de la Asociación de Mujeres Médicas y secretaria de Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva, que recoge y supervisa estos casos en Guatemala y formó parte de la mesa técnica para la creación del nuevo protocolo de atención a las menores de 14 años embarazadas.

Montenegro menciona también, como riesgos, el abandono delos niños al nacer, suicidios y la reproducción de la violencia que ha sido ejercida sobre las adolescentes. Montenegro cuenta, además que, según casos a los que han dado seguimiento, muchas de estas niñas se quedan embarazadas a partir de esta edad, pero llevan siendo violadas desde que tenían siete u ocho años.

Según el nuevo protocolo de actuación, el Ministerio de Salud debe procurar que estas niñas sean atendidas en su parto por medio de cesárea para evitar riesgos. Sin embargo, como recuerda Ana Victoria Maldonado, integrante de OSAR, las comunidades no cuentan con la dotación de servicios suficientes para poder institucionalizar esta medida. “Las comadronas no practican cesáreas y si se realiza toda la recuperación post parto tampoco puede resolverse en la comunidad”, dijo.

Concepción Cholóm, de 53 años y comadrona de la aldea desde hace 30, es preguntada sobre los partos en menores de 14 años. La comadrona confirma que son más complicados. “Todavía no tienen fuerzas para dar a luz. A veces es lo mismo, porque a veces son muchachas que son menores y sí es rápido y otras que son mayores y cuesta más”. Cholóm añade que tanto ella como los padres de Maritza sabían que la niña debía dar a luz por medio de cesárea, por lo que ella únicamente le daba seguimiento al embarazo.

Otro de los aspectos contenidos en el acuerdo interministerial es la participación del Ministerio de Educación, que debe evitar que estas niñas dejen de estudiar, algo que según cuenta Ana Victoria Maldonado sucede en un 80 por ciento de casos en que las menores que quedan embarazadas. En principio, el Ministerio de Educación debería de promover que estas jóvenes sigan estudiando, mientras que el Ministerio de Desarrollo Social tiene que aportar micronutrientes y bolsas de alimentos. Según información ofrecida por el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva, el MIDES cuenta con 220 niñas embarazadas dentro de su “programa de atención social”, del total de un millón de mujeres que están incluidas dentro de los listados.

Además, tal como informa la doctora Mirna Montenegro, del OSAR, dentro del pensum del Ministerio de Educación actualmente existe un programa de educación sexual, pero que todavía pesa mucho el conservadurismo y no se está impartiendo como debería. “El Ministerio de Educación ofrece su programa de educación integral en sexualidad dentro de su programa de prevención de la violencia, pero este programa no avanza, hay una barrera de tipo diría yo ideológico”, asegura Montenegro. En el Curriculum Nacional Base del Mineduc, se contempla la educación sexual en los contenidos, sin embargo, en el documento no se menciona ni la información sobre métodos anticonceptivos ni la prevención de la violencia sexual.

Al terminar la reunión en el centro de salud de Cerro Blanco, se le pregunta al profesor de la escuela, Gilberto Maquín, sobre estos casos y sobre los ofrecimientos a los que llegaron los ministerios tras el acuerdo.  Maquín confirma que efectivamente en Cerro Blanco, las niñas dejan de estudiar “porque se juntan a la edad de 14 o 15 años y empiezan a preocuparse más de su esposo”. Según cifras del estudio realizado para el Pacto Hambre Cero, sólo un 30 por ciento de las mujeres mayores de 14 años en Cerro Blanco ha terminado sexto de primaria.

–¿No hay ningún programa para que sigan estudiando?

El maestro mira perplejo. No hay programas de apoyo escolar, ni para las niñas embarazadas ni para nadie. Esta aldea cuenta con educación primaria. Cuando terminan sexto, las oportunidades se reducen prácticamente a cero. Su única posibilidad es ir a estudiar internos a la organización del Club Rotario Ak Tenamit o a mudarse a Livingston, que se encuentra a dos horas a pie y una hora y media en lancha. Es decir, si un joven desea seguir estudiando es necesario buscarle alojamiento y esto sólo lo pueden hacer las familias con más recursos, que en Cerro Blanco son pocas.

–¿El Ministerio de Desarrollo Social está entregando más aportes a las menores embarazadas?, ¿les dan bolsas de comida?, ¿el bono seguro?

Tanto la comadrona como el maestro indican que no, mientras Concepción Cholóm explica que a las menores de edad no les llega el bono seguro, el maestro agrega que este año las 40 familias inscritas en el programa no han recibido nada. En 2013  el bono que se planificó para ser mensual, sólo fue entregado dos veces. Cholóm agrega que el costo para recogerlo en la cabecera municipal es muy alto para las mujeres de la aldea. En ir y regresar de Cerro Blanco a Livingston son empleados 17 galones de combustible para la lancha. El pasaje en  lancha comunitaria asciende a Q70 ida y vuelta, un 23 por ciento del total del bono que recibirían.

“Pensé que me convenía tener un esposo”

Otra de las jóvenes que dejó de estudiar recientemente fue Estela Caal, de 16 años, que se encuentra en su “quinto o sexto” mes de embarazo. Estela descansa sentada en una hamaca en el interior de una de las casas de Cerro Blanco. Tiene una sonrisa perpetua. En otra hamaca está su esposo, Pablo Chub Chub, de 23 años, quien trabaja la milpa. Ambos viven con los padres de Chub, que también están allí, con una de las hermanas mayores de Pablo,acompañada de dos hijos pequeños, que está preparando unos recipientes con hojas de árboles, que tiene metidas en grandes cubos de agua, de la que luego saldrá una pasta que endurece y convierte en cestos para venderlos a la organización Ak Tenamit.

Estela cuenta que resultó embarazada poco después de casarse.

–Y, ¿por qué te casaste?

–Me casé porque pensé que me convenía tener esposo.

Pablo Chub explica que la vio hace un año y les dijo a sus papás que le gustaba la muchacha. Sus padres le preguntaron a los de Estela y dijeron que sí. También al casarse la joven dejó de estudiar, iba por quinto de primaria. “Me junté y ya no quería seguir estudiando”, indica ella.

Don Samuel, de la aldea Sarstún, es guarda recursos del Consejo Nacional de Áreas Protegidas del río Sarstún. Él es el guía que acompaña en el ascenso y descenso del cerro. Al bajar, después de escuchar la historia relatada por sus protagonistas, pregunta: “Mire, entre los q’eqchies nosotros tenemos la creencia de que hay que casarse con una menor, porque las mujeres mayores ya no sirven, ¿eso es cierto?”, y al cabo de un rato continúa. “Yo a mi esposa así la conocí, un día la vi y cuando la vi yo la sentí muy cerca, yo tenía 19 años y ella tenía 16. Y fui donde mi mamá, porque mi papá ya había muerto y le dije ‘yo le quiero mucho a esa muchacha y me quiero casar con ella’.

***

El Centro de Atención Integral Materno Infantil (CAIMI) de Livingston fue inaugurado en 2010 con un presupuesto de Q2.5 millones. Es un edificio de dos niveles, pintado de colores azul claro y azul oscuro, ubicado a la orilla del mar. En la sala de espera nadie habla español. Está ocupado por varias mujeres garífunas, vestidas con pantalones cortos que dejan ver sus esbeltas piernas, acompañadas de sus bebés a quienes hablan en su idioma; y a la par,  mujeres q’eqchi’es, con faldas de pliegues y huipiles de ganchillo, también con sus bebés en brazos sentadas a la par, pero sin hablar entre ellas.

Hay varios carteles informativos patrocinados por el Gobierno de Suecia y la Organización Panamericana de la Salud sobre el shock hipovolémico, que supone la pérdida grave de sangre y líquido que hace que el corazón sea incapaz de bombear suficiente sangre al cuerpo, una de las causas de muerte materna. Estos carteles contienen información sobre la forma de abordar la emergencia, avisa que si éste es tratado con más de una hora de retraso se disminuyen al 10 por ciento las posibilidades de supervivencia. Estohace pensar en las dos horas de ascenso para llegar a Cerro Blanco, la hora y media en lancha, y las otras aldeas que están aún más alejadas, como el Corozal o Blue Creek.

Llegan dos adolescentes, una acompañada de dos niños y la otra de uno. Aunque tienen rasgos q’eqchies, van vestidas con ropa occidental. Hablan español.Mientras espero a que el médico se desocupe para entrevistarlo, las abordo sobre los motivos por los que una mujer tan joven decide tener bebés.

–Me casé a los 15 años– responde Juana Caal Choc, de 17 – él fue a hablar con mis papás, y dije que sí porque me gustó el muchacho. Yo estaba estudiando, pero dejé de estudiar porque ya no quise y él consiguió un trabajo.

–¿Querías tener un hijo?

–Pues ya qué puedo hacer,  como ya me quedé embarazada.

–¿Conoces qué son los métodos de planificación familiar?

–De eso ya no sé, he escuchado de eso, pero hay personas que dicen que es peligroso, eso dicen unos vecinos.

De hecho, la muchacha que la acompaña, Esperanza Icó Choc, de 20 años, originaria de la aldea Quehueche, con un hijo de tres y otra hija de uno, ha tenido una mala experiencia con la inyección anticonceptiva. Explica que su marido no tiene trabajo y que ella tampoco, por lo que pensó que no quería tener más hijos, entonces en septiembre le pusieron una inyección y desde entonces cada semana inicia su sangrado, ese es el motivo por el que cinco meses después ha acudido al centro de atención médica. Ella se casó con 15, después de un mes de noviazgo, con un hombre de 40 años.

–¿Dejaste de estudiar cuando te casaste?

–Yo dejé de estudiar, pero antes, con 12 años. Mi papá me sacó de la escuela porque murió mi mamá y yo era la mayor de mis hermanos. Yo quisiera seguir estudiando, pero ya cómo, ni mi esposo ni yo tenemos un trabajo.

Joel García es el médico coordinador del  Centro de Atención Integral Materno Infantil, explica que la niña de la aldea Cerro Blanco, Maritza, ya tenía epilepsia, lo que incrementaba considerablemente sus posibilidades de sufrir eclampsia y agregó que existieron varios retrasos y fallos a la hora de abordar su caso, que quizá hubieran permitido que ella siguiera con vida.

El primero, indica, es que sus familiares esperaron unas horas por la opinión del brujo de la aldea antes de trasladarla a Livingston. El segundo, añade, fue el hecho de que el centro de atención de Sarstún estuviera cerrado, el tercero fue el hecho de que el hospital de Livingston todavía no se encuentre equipado para realizar cirugías.  García afirma que la mitad de los Q2.5 millones  del presupuesto para la construcción de este CAIMI no fue destinado a la construcción del hospital y que esperan sea equipado en un breve lapso de tiempo.

El cuarto retraso, asegura el médico, estuvo en el hospital de Puerto Barrios, donde la niña permaneció seis días en coma, y pudo  haber sido trasladada a Ciudad de Guatemala donde cuentan con mejor equipo médico. García es cuestionado por la cantidad de casos de menores de 14 años embarazadas que llegan allí. Según las fichas archivadas por este centro, en 2013 fue atendida una niña de 12 años embarazada, cuatro de 13 años y cuatro de 14 años.

–El problema que está surgiendo ahora es que nosotros estamos obligados a hacer la denuncia siempre que una menor de 14 años llega embarazada o viene a dar a luz, pero como ya saben que si vienen hacemos la denuncia, ahora ya se componen en sus casas. Hasta los 14 años por ley hay que hacer por cesárea porque la matriz no es apta para un embarazo y un parto-, explica García.

Otro de los inconvenientes a los que se enfrenta este CAIMI es la falta de presupuesto para gasolina. “Nos entregan 100 galones mensuales, para llegar a Cerro Blanco y en regresar se gastan 17 y nuestro centro atiende a 53 aldeas. Es insuficiente”, explica añadiendo que acuden a las aldeas a realizar jornadas de vacunación y otras revisiones. Añade que había solicitado a la compañía de petróleo Perenco, otros 100 galones para el CAIMI. Tras negociaciones, la petrolera colaboró con el centro de atención médica con siete galones.

García asegura que las comadronas de Livingston son muy buenas, pero que en los últimos años, por falta de presupuesto, no se ha continuado con las capacitaciones. Aunque este año, gracias a Ak Tenamit, Fundaeco y el Centro Internacional de la Barra de Sarstún (todas organizaciones sin ánimo de lucro) se les iba a proporcionar nuevas capacitaciones.

Autoridades de la aldea prohíben embarazos

Dos meses después de la muerte de Maritza, los habitantes de Cerro Blanco viven con un nuevo temor: la llegada del Ministerio Público, que según les informó la policía en el hospital de Puerto Barrios, llegará para llevarse preso a Gerardo Chub por dejar embarazada a la adolescente. Para evitar que esto vuelva a suceder, las autoridades del pueblo tomaron una decisión, a partir de ahora prohibirán que menores de 14 años queden embarazadas.

“Se les informó de parte del MP que por ley las menores de 14 años no deben de tener familia, reunimos a toda la comunidad y le transmitimos lo que dice la ley, y los doctores, y nos quitamos de encima el peso de la responsabilidad”, explica Calixto Maquín Chuc, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE), a lo que Martín Coc, el enfermero, agrega “Les informamos a la comunidad que menores de 17, 16, 15 si podían casarse pero debían de tomar alguna medida de planificación familiar para no quedarse embarazadas”. Según informa Olga Cabnal, la clínica de la mujer cuenta con fármacos anticonceptivos.

Marcelino Caal, el padre de Maritza, sigue reflexionando sobre el suceso y añade.

–Ahora me siento por una parte culpable, porque sólo hasta ahora entiendo y razono de la ley que hay en Guatemala, porque de toda la investigación y todas las preguntas que me hicieron en el hospital me doy cuenta de que es fuerte este proceso. Cuando nosotros dijimos que sí, ella no quería, se puso a llorar. Nosotros cometimos un gran error y el problema no queda aquí, debemos enseñar a los demás padres- agrega.

Aunque de pronto Caal da un giro a su discurso.

–Aquí en la cultura q’eqchi’ mi hija tal vez hubiera tenido a su hijo, porque aquí muchachas de esa edad han dado a luz. Ahora a su esposo le dan ataques, tal vez fue una maldición de alguien que quería al muchacho y les echó una maldición a ella y al muchacho.

Efectivamente, tal como relatan los padres de Gerardo, y un día después confirmará el doctor García, actualmente quien sufre convulsiones es el viudo, Gerardo Chuc, que por las noches tiene fuertes pesadillas vinculadas a su captura.  La fiscal Jamy Nancy López Batres, de la fiscalía de Izabal, informa que el Ministerio Público se encuentra investigando el caso pero asegura que no puede ofrecer más información sobre el caso.

Foto: Plaza Pública