El Gymnasium de la Universidad Nacional de Tucumán comenzó las inscripciones para mujeres por primera vez en sus 69 años de historia. Aunque los estudiantes se resistieron al principio, ahora piden formar parte del proceso de discusión, reconstrucción y aprendizaje que significará esta decisión. ¿Por qué dijeron lo que dijeron? Un relato en primera persona de un egresado.
La escuela secundaria se puede sufrir o disfrutar. Yo fui feliz. Recorrí cada centímetro de un edificio que de tanto tiempo que pasaba lo sentía más propio que a mi casa. Ahí aprendí a ser solidario, a discutir, a ser ateo, a tener convicciones. E hice amigos, todos varones, que son hermanos. Fui director de la revista escolar y secretario del centro de estudiantes, donde éramos todos varones. Fui tutor de pupilos, todos hombres que aún con el paso del tiempo me abrazan con cariño, consejero asesor donde discutí con la Directora en igualdad de condiciones, jugué en la selección de fútbol y básquet. Compartí ocho campamentos con otros 400, 500 varones en diferentes zonas campestres de Tucumán: el río era nuestra ducha y el monte nuestro baño. Teníamos que cocinar, limpiar nuestros platos y ropas y cada noche compartir el fogón entre chistes y cantos. Recorrí todo el país a través de giras educativas que se realizan cada año: en la última, cuando tenía 17 años, me paré frente al glaciar Perito Moreno y me dije ‘no podés olvidar nunca este momento’.
Ocho años transité por el Gymnasium de la Universidad Nacional de Tucumán, un colegio humanista, laico y sólo de varones. Hasta este año. En 2018, cuando se cumpla el aniversario 70 de su creación, ingresarán mujeres por primera vez en su historia.
El Consejo Superior decidió por unanimidad la no discriminación en todas las instituciones de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y derogar todas las normas que se opongan a este principio. Dio un plazo de 30 días para adecuar las normas y la dirección del Gymnasium ya acató la resolución: ya hay nueve niñas inscritas para rendir el ingreso al I° preparatorio.
Aunque celebré con mucha emoción la decisión y fui uno de los impulsores de un pronunciamiento público de egresados a favor de la medida, debo confesar que cuando iba al colegio estaba en contra de la coeducación. Confieso, es más, que escribí artículos argumentando en contra de que una mujer dirija la institución. “¿Cómo puede entender a los hombres?”, preguntaba un artículo allá por 2000. Un año antes de egresar.
Hoy me reformulo las preguntas: ¿cómo pude haber sostenido esa posición? ¿Qué me inculcó un colegio que fomenta el pensamiento crítico, la formación humanista, la solidaridad para pensar así? ¿Cómo ser varón se transformó un valor esencialista, más importante que ser persona?
Cuando se hizo pública la posible apertura del Gymnasium para mujeres, los debates dentro de la ‘comunidad’ explotaron. Facebook y Twitter fueron los parlantes donde resonaron con fuerza las discusiones; tan potentes que hicieron eco en cada uno de los medios de comunicación de Tucumán y en algunos nacionales. Durante dos semanas, fue una de las noticias centrales en cada radio, página web, diario y canal de televisión local. Así se vive el colegio: como una comunidad, una gran familia de la que todos los que transitamos por allí formamos parte. Eso fue lo primero que enojó. Que la discusión se haga pública. Que gente de afuera quiera meterse en la vida interna de la institución. Que se expongan los límites y tensiones que tiene. Los trapitos se lavan en casa.
Se visibilizó la contradicción entre una formación humanista y las ideas machistas vigentes en la sociedad. Se expusieron esas ideas que circulan siempre en claves masculinas: las mujeres como amenaza de nuestras tradiciones. Ya no podremos andar sin remera, ni jugar fuerte al fútbol, ni agarrarnos a las piñas. La violencia se vive como parte del ser varón. Están en riesgo las tradiciones. “Nueve meses después de cada campamento vendrán los frutos de este invento”, comentó alguien en un grupo de egresados. Entonces no se podrán seguir realizando ni tampoco habrá más giras, concluyeron. “Lo peor es que hablan padres que no mandarían sus nenas a un nido de vagos”, agregó. Porque ¿cómo podrían imaginarse viajes mixtos que no estén hipersexualizados? ¿Qué padre querrá someter a su hija a los deseos irrefrenables de los machos? “Bañarse en un río, vivir en medio del monte por muchos días a las mujeres no les gustaría”, repitieron. ¿Qué niña se bancaría ocho, diez días en el campo sin las comodidades de la ciudad: sin baño, sin espejo para mirarse, sin lugar para cambiarse, durmiendo en catres y carpas? Esas no son cosas para señoritas.
El gymnasista tiene una autopercepción de superioridad. Somos distintos. No se puede explicar. Es un sentimiento. Gozamos de un régimen de autodisciplina, nuestros bailes son los más populares, nuestra semana estudiantil la más concurrida, somos el objeto de deseo de las mujeres y de rechazo de los demás varones. Tenemos todo lo que quieren las guachas.
Pero no.
O ya no tanto.
El debate abierto desnudó el mito. El progresismo entro en crisis y mostró su lado oculto. ¿Será la posibilidad de que seamos mejores? ¿Seremos capaces de ver en nuestros propios límites el camino del crecimiento como institución, como comunidad, como sociedad? A mí me costó. Me cuesta. En mi tercer año de egresados, habíamos tomado ocho facultades de toda la Universidad Nacional de Tucumán. La mía era Filosofía y Letras. Exigíamos varias cosas: comedor universitario, boleto estudiantil, etc. Nos enteramos que en Bioquímica había problemas con una agrupación que quería desalojar la protesta. Armamos un pequeño ‘grupo de rescate’. Cuando una compañera se quiso sumar, le respondí que no había lugar para mujeres. No solo me golpearon cuando llegamos a la zona de conflicto sino cuando volví a Filo tuve que escuchar los justos reproches por mi actitud machista. Creo que fue una de las primeras veces que escuché esa palabra. Ahí empecé a mirar para atrás para poder caminar hacia adelante.
Los estudiantes, esa fuerza rebelde casi por naturaleza, fueron los primeros en rechazar la posibilidad y luego los primeros en aceptar la decisión. Aunque en disidencia. El primer día de inscripciones para mujeres hicieron una toma simbólica del colegio. El show mediático los condenó: no quieren mujeres, dijeron. Ya lo habían rechazado en una asamblea dos semanas antes y sonaba creíble. Pero el reclamo era otro. “Estamos dispuestos a que este nuevo comienzo en nuestro Colegio signifique un cambio positivo para todos y todas, para la educación y para la Universidad”, dijeron en un comunicado. Y pidieron: “queremos formar parte de un proceso de discusión, reconstrucción y aprendizaje. Porque creemos que si no entendemos al ingreso de mujeres como un proceso, como una nueva aventura colectiva, entonces nadie va a ganar ninguna batalla y no hemos avanzado en nada o solo en muy poco”.
En 2009, cuando fue el Encuentro Nacional de Mujeres en Tucumán, las 20 mil que coparon las calles de la ciudad marcharon por el centro. Cuando pasaron frente al Gymnasium fueron aplaudidas. Unos metros antes, en el Colegio Sagrado Corazón (institución confesional), los estudiantes hacían cordón resguardando la Iglesia a su espalda mientras rezaban el Padre Nuestro. Hace unos meses, cuando asesinaron en un conflicto callejero a Matías Albornoz Piccinetti, un adolescente de 17 años que iba al último año del Gymnasium, los estudiantes organizaron una movilización para pedir justicia con las consignas “queremos paz, no venganza”. Cada 24 de marzo, el estandarte del colegio encabeza la columna de los secundarios. Esa también es la institución de la cual egresé.
¿En qué momento empezamos a cuestionarnos todo lo que vivimos como un privilegio? ¿Cómo nos concientizamos, deconstruimos, reconstruimos y fortalecemos una mirada despojada de (micro/macro) machismos? ¿Cómo educar niños y niñas rompiendo las formas históricas de vínculos, donde la mujer deje de ser un objeto (sexual, de dominio) para el varón y se relacionen en igualdad? ¿Cómo desterramos las ideas de que una niña puede/debe cumplir ciertos roles, prácticas, expectativas?
El camino está trazado.