Cierro los ojos. Tengo 12 años y estoy sentada al lado de Rosalía, mi profesora de Matemáticas. Soy casi tan alta como ella y mi cuerpo es casi el doble de ancho.
Más que un recuerdo, es la evocación de una foto que aún conservo. Cuando la miro vienen las palabras que Rosalía me dijo al final de ese año: “Nunca dejes de escribir”. Me invade el cariño.
Miro de nuevo la foto y ahora vienen otras palabras: gorda, inútil, sola. Aparece la angustia. Ese año había fallecido mi papá. Yo estaba haciendo una nueva dieta hipocalórica y tomando anfetaminas como “pastillas para adelgazar”.
No hay más fotos hasta la mudanza a Buenos Aires, a los 17 años: la típica en el ya inexistente Zoológico porteño. Estoy con mi hermana en un primer plano. La veo a ella hermosa y a mi gorda. Al año siguiente me incorporé a las reuniones de ALCO ( Asociación de Lucha contra la Obesidad) en el grupo de la parroquia San Nicolás.
La foto que miro ahora no es mía. Apareció estos días en la tapa de la revista Caras. Es Amalia de Holanda, de mano de su madre Máxima. Amalia tiene 16 años y está sonriente.
Leo el texto de la tapa. Tengo la sensación de que se repiten las mismas palabras de mi infancia: gorda, inútil, sola. Pero con un efecto: siento casi como si las palabras que estoy leyendo – plus size, lucha, fortaleza, superación, real- fueran el revelado positivo de un fondo negativo que sigue diciendo lo mismo: lo gordo no puede existir, lo gordo no se puede mostrar, lo gordo se tiene que disimular.
Todxs nacemos con un organismo. Un cuerpo, en cambio, es una construcción a lo largo del tiempo. Es efecto de esas palabras que nos nombran y los gestos constantes y cotidianos que irán recortando esas zonas que serán queridas, mostradas, odiadas y ocultadas.
Cuando leo la expresión “mujeres reales” pienso en lo que ese eufemismo no está diciendo: que esos cuerpos son gordos. Lo que aún no podemos decir es que existen una multiplicidad de corporalidades que todavía estorban y molestan, que no encajan, que públicamente no se desean.
Y lo que no se puede mostrar sin decir nada es la foto de una adolescente gorda.
Hace ya varios años Susan Sontag nos decía que algo se vuelve real al ser fotografiado. Es evidente hoy que eso que se fotografía no sólo se vuelve real, sino que se convierte en aceptable si entra en los estándares del mercado.
La aceptación no es agrandar un talle. La verdadera revolución es hacer lugar para los cuerpos de todos los tamaños.