Hace 17 años todavía no se usaba la palabra femicidio. En Campo Viera, Misiones, encontraban el cuerpo de Silvia Andrea González. Tenía 15 años. La habían asesinado y violado. El hijo del intendente del pueblo fue condenado a 18 años de prisión por el crimen, pero lo excarcelaron menos de un mes después. En el pueblo lo recibieron con una caravana y fuegos artificiales. Hoy sigue sigue libre y tiene un aserradero, mientras la familia de la víctima vive acosada.
Por Sebastián Korol y Gabriel Kessler
Hija de Lola Maciel y Julio González, peones rurales en plantaciones de té, Silvia Andrea era la segunda de nueve hermanos. Vivía en la ciudad de Campo Viera, la “Capital nacional del Té”, en la zona centro de Misiones. En 2001 tenía 15 años y cursaba el octavo año en el Bachillerato Nº 3, único colegio secundario del pueblo. Ayudaba a sus padres en la chacra y con las tareas domésticas. Se interesaba por los asuntos de la comunidad: integraba la policía infantil en la comisaría local y participaba en la iglesia católica.
Una FM local organizaba por esos días un concurso para elegir a “la chica más linda de Campo Viera”. La ganadora aparecería en la portada del disco compacto de un grupo musical de la zona. Sus amigas le animaron y se postuló. El jueves 11 de octubre al mediodía a la salida del colegio pasó por la radio. Luego desapareció.
Ese domingo eran las elecciones legislativas nacionales de 2001. En todo el país la principal disputa se presentaba entre el Partido Justicialista y la Alianza. El intendente de Campo Viera, Juan Carlos Ríos, comandaba la campaña del PJ en el pueblo. Ríos gobernaba el pueblo desde 1993. Hoy sigue en el poder y ya anunció que en 2019 irá por su séptima re-reelección.
A Silvia Andrea la encontaron sin vida siete días después de la desaparición, en un matorral a la vera de un camino rural. Su cuerpo presentaba señales de haber sido violada y asesinada a golpes.
Casi inmediatamente se conformó en Campo Viera la “Mesa Coordinadora de las Marchas de Silencio”, que pedía por el esclarecimiento del caso. Se organizaban hasta dos movilizaciones por semana. En 2002 los padres de Silvia Andrea se vincularon a la Asociación Madres e Hijos del Amor, desde donde se reclamaba justicia por asesinatos que permanecían impunes. A partir de allí, en los años siguientes las redes solidarias entre familiares de víctimas de los “crímenes del poder” en Misiones se ampliaron y fortalecieron.
En Campo Viera las marchas de silencio continuaron todas las semanas, los sábados a la tarde, con una participación activa y constante de la comunidad vierense. Cuando se llegó al primer juicio oral y público por el caso Silvia Andrea, en diciembre de 2003, se contabilizaban un total de 117 movilizaciones.
Ese debate judicial se desarrolló en el Tribunal Penal 1 de Oberá. Estaban imputados Fabiana Cantero, acusada de “entregadora” y Marciano Benítez, señalado como el presunto autor material. Marciano era un hombre de confianza del intendente, quien lo había designado responsable de la unidad básica del Partido Justicialista en Campo Viera. Lo conocían como “la mano derecha” de Ríos.
El 11 de diciembre de 2003 durante la segunda jornada del juicio la testigo Norma Ríos, vecina de Campo Viera, declaró que en la tarde del 11 de octubre de 2001 —día de la desaparición— vio que Silvia Andrea, Hugo Dante “Willy” Ríos (el hijo del intendente) y las hermanas Marina y Fabiana Cantero entraron al bar “Galaxy”, a pocos metros de su casa.
En ese lugar funcionaba un prostíbulo regenteado por Natividad “La Ñata” Rivero, a quien Norma conocía muy bien porque era su tía. La Ñata, dicen, era parte de la “mala vida” del pueblo: tenía causas penales por estafa y se sospechaba que integraba redes de trata.
Un rato después —relató Norma— salieron del bar Willy y las hermanas Cantero. Silvia Andrea quedó adentro. Ya de noche, dijo, vio llegar a Marciano y Willy en un Renault 12, bajaron del vehículo, entraron al bar y luego, entre los dos, retiraron arrastrando a Silvia Andrea, quien no podía valerse por sí misma. La llevaron hasta el auto y se retiraron rápidamente.
Esa intervención provocó un giro inesperado en el curso del proceso judicial y en la interpretación de los hechos. El presidente del tribunal ordenó la captura de Willy y de la Ñata. El juicio se suspendió ese mismo día y se resolvió iniciar una instrucción suplementaria.
Cuando se confirmó el procesamiento de Willy Ríos, en abril de 2004, se desató una fuerte protesta frente al edificio de la Municipalidad. Con velas encendidas y carteles, más de trescientos vecinos autoconvocados denunciaron que el alcalde encubría a su hijo en el caso de Silvia Andrea y reclamaron al gobierno provincial la inmediata intervención del municipio. Ante los medios, el intendente Juan Carlos Ríos declaró que esas marchas estaban “totalmente politizadas”. Y fue más lejos: “Esto fue politizado desde un principio”.
La defensa de Willy presentó como principal coartada que el 11 de octubre de 2001, día de la desaparición de Silvia Andrea, él había asistido a clases entre las 19 y las 23 horas. Dos testimonios de docentes del Bachillerato Nº 3 turno noche demostraron lo contrario.
En 2001, con 18 años, Willy Ríos participaba activamente en política: integraba la Juventud Peronista y formaba parte del Centro de Estudiantes del Bachillerato Nº 3.
Tras la detención, el pueblo de Campo Viera comenzó a vivir una división fuerte entre quienes acompañaban a la familia de Silvia Andrea y denunciaban además el encubrimiento político y la responsabilidad de Willy en el crimen, y aquellos otros que, por adhesión política al intendente, por desempeñarse laboralmente en el Municipio, o por recibir algún tipo de asistencia de la comuna se mantenían al margen. El miedo a sufrir represalias se había instalado.
Cuenta Lola que cuando detuvieron a Willy la participación en las movilizaciones bajó notoriamente. Y recuerda que “la gente de Ríos” empezó a amenazar y perseguir a quienes acompañaban a la familia de Silvia Andrea.
Al poco tiempo se interrumpieron las marchas. Un grupo reducido de vecinos marchó únicamente en el aniversario de la muerte de Silvia Andrea. Y luego ni en esa fecha: hace ya varios años que no se reclama justicia por Silvia Andrea en las calles de Campo Viera.
Para la familia y allegados la violencia se volvió cotidiana. Se reproducía en dependencias estatales, en el espacio público:
—En cada esquina si había alguien me gritaba algo, no podía ir —dice Lola—. En la salita de atención médica las enfermeras, el personal administrativo que respondía a Ríos, no me querían atender, me trataban mal, me gritaban cosas feas a mí y a mi familia.
Los hermanos de Silvia Andrea no pudieron asimilar la idea de seguir asistiendo al colegio de Campo Viera. Cursaron la secundaria en otros pueblos. Más adelante formaron sus familias y se mudaron a lugares donde pudieron conseguir trabajos y sentir que tenían una vida “normal”.
Esa revictimización persiste hasta hoy. Privados de vida social, de contención comunitaria, víctimas de un pueblo en el que se impuso la amnesia ogligatoria, los familiares de Silvia Andrea se sienten expulsados, marginados.
En diciembre de 2014 se desarrolló el segundo juicio oral y público por la causa. En ese proceso el Tribunal Penal 1 de Oberá condenó a Marciano Benítez a prisión perpetua por los delitos de privación ilegítima de la libertad, acceso carnal abusivo calificado y homicidio calificado. Y Willy Ríos fue condenado a 18 años de prisión por los delitos de privación ilegítima de la libertad y acceso carnal abusivo calificado. Por el beneficio de la duda fue absuelto del delito de homicidio.
Sin embargo, el mismo Tribunal Penal que condenó a Willy, tan solo 18 días después le otorgó la excarcelación extraordinaria. El alcalde festejó el regreso de su hijo con bombas de estruendo, fuegos artificiales y una caravana. Desde entonces Willy goza de ese beneficio, que durará hasta tanto quede firme la condena.
Actualmente Willy vive en el centro de Campo Viera. Abrió un aserradero y ante el resto de la sociedad se muestra como un próspero empresario maderero, principal actividad económica en su familia.
En marzo de este año falleció Julio, el papá de Silvia Andrea. Lola siente que será un aniversario aún más difícil y solitario que los dieciséis anteriores. Lo que perdura, dice, además de la rabia y el dolor, es la sensación de impotencia e impunidad.