El asesinato de 1,3 mil personas en seis años revela que el poder público brasilero hace poco para enfrentar el problema.
El reloj es implacable. A cada intervalo de 28 horas un ciudadano o ciudadana homosexual es asesinado en el país. Lamentablemente, gays, lesbianas y travestis muertos se convierten en una estadística contada de a millares. Los números bordean el absurdo de un conflicto armado.
El Grupo Gay de Bahía (GGB) organiza esas informaciones hace al menos tres décadas y los registros vienen aumentando en los últimos años. Desde 2007 hasta la primera semana de diciembre de 2012, el Grupo calcula un total de 1.341 homicidios contra la población GLTB.
Solamente en un año, el número de asesinatos creció un 14%, pasando de los 266 registros en 2011 a 308 este año, que todavía ni siquiera terminó. Una estadística que supera, y mucho, la media anual de muertes de palestinos ante la intervención militar de Israel. Por ejemplo, el Centro de Información Israelita para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados contabilizó 115 muertes de civiles en la Franja de Gaza, en el transcurso del año pasado.
El antropólogo Luiz Mott, fundador de GGB, clasifica ese tipo de violencia como un “homocausto”.
“Lamentablemente, vivimos un apagón en términos de políticas públicas para la comunidad GLBT y el país se ve incapaz de erradicar la homofobia”, afirma.
Horror
Detrás de los números alarmantes, las historias de las vidas laceradas por la homofobia cargan una característica trágica en común: la crueldad. En la madrugada del 18 de noviembre pasado, el periodista de Goaiás Lucas Fortuna, de 28 años, fue asesinado en una playa de Cabo do Santo Agostinho, en el litoral del estado de Pernambuco. Militante GLTB reconocido nacionalmente, Fortuna recibió cuchilladas, fue golpeado y murió por asfixia. La violencia fue tan grande que el joven quedó con el rostro casi irreconocible, según los parientes y amigos que reconocieron el cuerpo en el Instituto Médico Legal del municipio. La Policía Civil todavía investiga el caso, pero las evidencias indican que se trata de un crimen de odio.
“Esas muertes tienen como característica el gran número de golpes, tiros, uso de múltiples instrumentos para arrancar la vida. La práctica de tortura torna más graves tales asesinatos, que deben ser caracterizados efectivamente como crímenes de odio”, apunta Luiz Mott. Después de Lucas Fortuna, el GGB ya registró otros 12 asesinatos con la misma motivación homofóbica, ocurridos en 11 estados brasileros. El más reciente aconteció el 30 de noviembre: la víctima, Lucas Fernandes Ferraciolly, de Londrina – en el estado de Paraná – tenía apenas 18 años y fue atacado con tiros en la cabeza cuando salía de un boliche. Otro homosexual, Antônio Carlos de Oliveira, 34 años, murió apedreado em um barrio de Natal – estado de Rio Grande do Norte – en la madrugada del 24 de noviembre. Una travesti de Cuiabá – en Mato Grosso – conocida como Fernanda, murió por innumerables golpes en la cabeza y apareció con el cuerpo carbonizado sobre su propia cama, en un barrio de la ciudad, el pasado 21 de noviembre.
Más denuncias
Especialistas consultados por Brasil de Fato atribuyen el aumento del número de muertes por homofobia en los últimos años a una mayor visibilidad de la causa GLTB. “No creo que haya habido un retroceso en los últimos años, lo que está sucediendo es un aumento en las notificaciones de crímenes que antes no eran registrados de esa manera. En Brasil siempre hubo violencia contra gays en una tasa muy alta”, afirma el abogado y profesor de la Universidad Federal de Ouro Preto, Alexandre Bahia, especialista en derecho homoafectivo.
Para el diputado nacional Jean Wyllys (Partido Socialista, Río de Janeiro), coordinador del Frente Parlamentar por la ciudadanía GLTB, el número de crímenes es una respuesta de los sectores conservadores al protagonismo político cada vez mayor de la comunidad gay en Brasil. “Es una reacción a la propia visibilidad y conquista política, y a un cambio en la representación, en el que mi mandato es un ejemplo de ese espacio. Las marchas del orgullo GLTB se convirtieron en eventos masivos y se inscribieron en el calendario nacional. Tenemos por un lado esos avances, pero también una respuesta reaccionaria a esas conquistas”, opina.
Incluso con el mayor reconocimiento social de esta población, todo lo que hace al respeto de los derechos civiles choca contra la hostilidad de los espacios de poder, como el Congreso Nacional. “Si observamos las investigaciones hechas sobre la población en general, queda claro que la mayoría no está a favor de que esta situación de violencia continúe. Es la clase política la que no toma partido o, si toma, es para reforzar el discurso conservador”, observa Alexandre Bahia.
“Casi todos esos políticos son de interés del fundamentalismo religioso en Brasil, pero no solo en el Congreso Nacional. Las personas se olvidan, entretanto, que las asambleas legislativas y las cámaras municipales están tomadas por fundamentalistas religiosos y eso es mucho más grave porque los concejales y diputados provinciales están más en contacto con la base, que queda mucho más a merced de esos políticos que los parlamentares reaccionarios en el Congreso”, observa Jean Wyllys.
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